Otto Johann
Maximilian Strasser era el hermano más pequeño de Gregor. Había nacido en
1897. Combatió en la Primer Guerra Mundial y participó en los combates e 1919
que acabaron con la República Soviética de Baviera. Luego, su comportamiento
político fue errático. Se afilió durante un corto período al Partido
Socialdemócrata (SPD). Se opuso a las maniobras de la derecha en la primera
mitad de los años veinte y solamente empezó a colaborar con el NSDAP a
partir de la refundación del partido en 1925. Lo hizo como periodista y se
integró en el ala izquierda del partido junto a su hermano Otto y a Joseph
Goebbels. Fue uno de los partidarios de que el partido revisara su programa
originario de 25 puntos, lo actualizada e insistiera más en los aspectos
socialistas del mismo.
La fracción mantuvo la iniciativa hasta la
Conferencia de Bamberg en la que Goebbels se alineó definitivamente con Hitler
y Gregor Strasser renunció a sus propuestas. Solamente Otto Strasser siguió
sosteniendo posturas socialistas utilizando la editorial berlinesa que controlaba,
la Kampfverlag (Ediciones La Lucha),
a partir de la cual ideó su propia versión del nacional-socialismo. Los
documentos difundidos por la editorial eran “un
brebaje vago y ofuscante de nacionalismo místico radical, anticapitalismo
estridente, reformismo social y antioccidentalismo”[1].
La empresa había
sido constituida en 1926 por los hermanos Strasser en el momento en el que
Gregor decidió abandonar su trabajo profesional como farmacéutico para
dedicarse por entero a la política. Además de su hermano Otto, le secundó el
que en aquel momento era gauleiter de Pomerania Theodor Vahlen que había
ingresado en el partido el año anterior. En contraste con las ideas de la
central de Baviera, la nueva editorial desde el principio estuvo enfocada para
destilar una versión del nacional-socialismo que pudiera ser agradable y
asumible por los sectores del proletariado urbano. Antes de la fundación de
la editorial habían iniciado la publicación regular de las Nationalsozialistischen Briefe (Cartas nacional-socialistas). En
poco tiempo, esta publicación fue el germen de una serie de publicaciones
que empezaron a difundir las ideas de la “línea strasserista”. Su lema fue “Westlichen Kapitalismus wie dem östlichen
Bolschewismus gleich feindlich” (el capitalismo occidental es igualmente
enemigo como lo es el bolchevismo oriental).
Los costes de creación de la
editorial ascendieron a 4.000 marcos contra la hipoteca sobre los beneficios
generados por la farmacia de Gregor Strasser. En su momento álgido, la
Kampfverlag publicó nueve diarios, el más importante de todos ellos, el
publicado en la capital, el Berliner
Arbeiterzeitung (Diario de los Trabajadores de Berlín), seguido por die Faust, Die Flamme y seis ediciones
locales de Der Nationale Sozialist.
Ambos hermanos
se distribuyeron los trabajos: Gregor quedó como editor de libros y
folletos, además de cómo periodista y escritor, mientras que Otto fue el editor
jefe de la cadena de diarios. Trabajaron en la empresa Hans Hinkel, Walther
Darré y el dibujante Hans Schweitzer. Dos años después de su fundación, la
editorial estaba en plena expansión y dio los primeros balances positivos. Sin
embargo, a lo largo de su actividad, distintos procesos penales incoados contra
los distintos medios que administraban los Strasser, dieron como consecuencias
abundantes multas y penas de prisión de las que Gregor pudo escapar debido a su
condición de parlamentario. Mucho peor fue la ruptura con Goebbels en 1926
que se convirtió en una verdadera pugna por el control del Gau de Berlín. Las Nationalsozialistischen Briefe y Der Angrif (Al ataque) publicado por
Goebbels, competían como diario del NSDAP en la capital alemana.
En 1928,
Gregor Strasser se plegó a las exigencias de Hitler a la vista de que su línea
obrerista no había conseguido éxitos notables. Sin embargo, su hermano Otto
persistió en las mismas posiciones.
En 1930, el
grupo de intelectuales nacional-socialistas que rodeaban a Otto Strasser
permanecía escéptico ante la línea que había impuesto Hitler. Optaron por
un “anticapitalismo recalcitrante,
abogaron por amplias nacionalizaciones, exigieron una alianza con Rusia o,
apartándose de la línea trazada por el Partido, apoyaron movimientos
huelguísticos locales”[2].
La polémica llegó a su punto álgido cuando Hitler formalizó el pacto con el
DNVP para la compaña contra el Plan Young.
En enero de
1930, la polémica entre las dos fracciones continuaba in crescendo. Hitler, entonces, exigió la entrega de la empresa
editorial. Ofreció 80.000 marcos por la editorial, prometiéndole en
contrapartida el cargo de responsable de propaganda de la central del partido. Strasser
rechazó la oferta. Unos meses después el 21 y 22 de mayo del mismo año, tuvo
lugar una nueva reunión en la que estuvieron presentes Max Amann, Rudolf Hess,
Gregor Strasser y su hermano y el propio Hitler. La reunión se prolongó durante
siete horas; tras unos primeros intercambios de conceptos sobre el arte y las
ideas revolucionarias (Hitler consideraba que el Arte era eterno y que todo lo
que merecía ese nombre procedía del arte griego traído del Norte por aqueos y
dorios), la conversación se encaminó sobre la economía, la personalidad y los
problemas de la raza. Era evidente que Hitler estaba examinando a Otto
Strasser, evaluando los puntos en los que podían existir desacuerdos.
En último
lugar tocó el tema del socialismo. Strasser dio su opinión. Era la trampa. Acto
seguido, Hitler le acusó de sobrevalorar más la idea que él se forjaba del
“socialismo” y situarlo por delante del principio de mando, el principio del Führer: “pretendía otorgar a todo partidario el derecho de decidir sobre la
idea, incluso decidir si el Führer seguía o no siendo fiel a la misma”[3].
Hitler definió esta concepción como “democracia de la peor especie y
para la que, entre nosotros, no hay lugar reservado (…) Entre nosotros, Führer
e idea forman una unidad indivisible y todo partidario ha de hacer lo que el
Führer ordene, por cuando él encarna la idea y sólo él conoce la última meta”.
Finalmente fue todavía mucho más claro, si ello era posible: no estaba
dispuesto a que nadie, y menos un grupo de “literatos megalómanos” destrozara
la disciplina de los miembros del partido[4].
El fondo de la
cuestión no era lo que cada parte entendía por “socialismo”, sino un problema
de mucho mayor calado. Otto Strasser pretendía introducir el principio
democrático en el interior del partido. En su opinión, el Führer era la
expresión de la voluntad popular de sus miembros, o dicho de otra manera, el
escalón jerárquico superior, el Führer, surgía de la voluntad de la base[5].
Hitler no estaba dispuesto a asumir este concepto: su concepto era otro. Lo
explicó en el curso de la reunión: “Yo
soy socialista, muy diferente, por ejemplo, del riquísimo señor Graf von
Reventlow. He empezado como simple obrero. No puedo, todavía hoy, ver que mi
chófer tenga una comida distinta a la mí. Pero lo que usted entiende bajo la
palabra socialismo es únicamente marxismo recalcitrante”[6].
Marxismo por
un lado y democratismo por otro, tales eran los dos ejes del ataque de Hitler a
las posiciones de Otto Strasser. Éste se vio acorralado. Ni siquiera su
hermano rompería una lanza por él en caso de negar la autoridad del Führer en
los términos definidos por Hitler. Así que optó por pasar al ataque. Su campo
era el socialismo así que preguntó a Hitler si en caso de llegar al poder
modificaría la situación de la producción; el socialismo era precisamente
eso: reparto de beneficios, participación de los obreros en las decisiones de
la empresa, autogestión y/o cogestión, titularidad de los medios de producción,
etc. Hitler tenía otra versión del “socialismo”: “¿Cree usted que estoy tan loco como para destrozar la economía? Sólo si tales personas [los capitalistas y
patrones de las empresas] no actúan según los intereses de la nación, sólo
entonces intervendría el Estado. Pero no es necesario recurrir, para ellos, a
las expropiaciones ni al derecho de autodeterminación”.
Hitler terminó
resumiendo sus ideas: “siempre ha
existido un solo sistema: responsabilidad hacia arriba, autoridad hacia abajo;
así había sido durante siglos y no puede ser de otra manera”[7].
Otto Strasser le preguntó por “la revolución”, a lo que Hitler respondió, “Solamente hay una clase posible de
revolución, y no es económica n política ni social, sino racial”. Lo prioritario era, pues, un Estado
fuerte que fuera capaz de garantiza la producción en beneficio de los intereses
del Reich, lo que incluía, de todos y cada uno de los habitantes del Reich.
Hitler, en su
concepción del nacional-socialismo aspiraba a unificar los elementos opuestos:
el socialismo era, para él la posibilidad de que el Estado velara por el
individuo, mientras que el nacionalismo era el individuo el que debía
contribuir a la grandeza de la nación. Es evidente que se trata de una
concepción coherente, ante la cual, el “socialista” Otto Strasser no podía
oponer gran cosa, aparte de una sincera búsqueda de justicia social, propuestas
de orden anticapitalista, y poco más. Y para eso ya estaba la izquierda. Hitler
partía de la integración de los dos conceptos “nacionalismo” y “socialismo”,
mientras que para Strasser se trataba de dos concepciones distintas y que no se
había planteado integrar en una síntesis. En realidad, parece que, la
reunión que se celebró en el Hotel Sanssousi, en la Linkstrase, donde
solía alojarse Hitler cuando se encontraba en Berlín fue lo más parecido a un
diálogo de sordos. Hitler refutó las posiciones de Strasser, y recibió de éste
indiferencia ante sus argumentos[8].
Dos semanas
después de haber regresado a Berlín, profundamente disgustado por la actitud de
Otto Strasser, la editorial de éste publicó el folleto titulado ¿Sillón ministerial o revolución? en el
que reproducía las tesis que había defendido en la reunión del Hotel Sanssousi,
eludiendo colocar las refutaciones de Hitler y acusándole de haber traicionado
a los “socialistas” del NSDAP. Para colmo, en abril de 1930 estalló una huelga
del sector metalúrgico en Sajonia. Hitler prohibió que se respaldase esa
iniciativa; pero las publicaciones de la Kampfverlag
siguieron haciéndolo[9].
Era evidente que
los protagonistas estaban entrando en la última fase del conflicto. Parece
increíble que Otto Strasser se atreviera a publicar un folleto que implicaba un
enfrentamiento público con Hitler. Seguramente estaba demasiado confiado en que
buena parte del NSDAP le apoyaría. Sin embargo, Hitler que, hasta ese momento,
había optado por la prudencia, la negociación y el ofrecimiento de cargos a
cambio de acatamiento a su autoridad (incluso la cantidad ofrecida por las
acciones de la editorial Kampfverlag
eran una mano tendida a la vista de lo deficitario y de las deudas acumuladas
por la empresa), a partir de entonces se decidió por el enfrentamiento con
todas las consecuencias. Estatutariamente ordenó al gauleiter de Berlín, Josep Goebbels, la expulsión inmediata de
Strasser y de sus seguidores, fueran quienes fueran y a despecho de su rango y
militancia anterior. Le escribió transmitiéndole estas órdenes y añadiendo:
“Ocultos tras la máscara de
pretender luchar por el socialismo, se lleva a cabo una política que, de
acuerdo, casi exactamente, con la de nuestros enemigos de tipo
judeo-liberal-marxista. Lo que estos círculos solicitan corresponde al deseo de
nuestros enemigos (….) [por tanto es] imprescindible expulsar sin
contemplaciones y sin excepciones a estos elementos destructivos del Partido”[10].
La gran
acusación lanzada por Hitler era la de que Otto Strasser y sus hombres actuaban
como un club de debates literarios, elaboraban meras teorías, pero hacían poco
para llevarlas a la práctica[11].
Goebbels, que había esperado durante largo tiempo esta decisión (e incluso que
estuvo a punto de dimitir ante el retraso de la solución definitiva) recogió la
acusación y la reprodujo por todos los medios a su alcance: los disidentes
eran “literati”. Estaban dispuestos a hablar mucho, como si la
lucha política fuera una tertulia de salón, pero mucho menos un combate a
muerte contra el marxismo, tal como Hitler había decretado durante el
proceso de reconstrucción del partido.
Hay dos cosas
que llaman la atención de este proceso escisionista que se encaminaba hacia su
último episodio. El primero fue el tiempo que Hitler tardó en tomar la
resolución de expulsar al grupo rebelde. Existieron presiones constantes, como
mínimo la última fase de la campaña contra el Plan Young, por parte de Herman
Goering, Walter Buch y, por supuesto, de Geobbels, para que tomara drásticas
medidas para acallar al ala izquierda del partido que parecía cada vez más
envalentonada. Hitler, al menos en dos ocasiones, abandonó su tarea de
agitación y propaganda cotidiana, para reunirse con Otto Strasser. Le ofreció
dinero para compensar las pérdidas que había empezado a tener la editorial
desde el momento en el que se inició la recesión económica mundial; cargos
desde los que pudiera mantener una posición personal digna ajena por completo
al aroma de la derrota y el sometimiento. Fueron muchas las anotaciones que
el impaciente Goebbels garabateó en su diario quejándose de la falta de iniciativa
del führer para resolver el problema[12].
No era indecisión, como se ha interpretado, esta actitud, era sentido
táctico.
Hay momentos en los que las expulsiones pueden dañar
irreparablemente una organización revolucionaria. Se trataba primero de
buscar “fórmulas amigables” para resolver el problema. De ahí la ronda de
conversaciones con Strasser. No se trataba de negociar posiciones o de aplazar
la resolución de los problemas. Se trataba de mantener la estrategia de
conquista del poder emprendida y las decisiones adoptadas desde su salida de la
prisión de Landsberg. Y si la ruptura se veía como inevitable,
simplemente había que esperar el momento en el que se producirán menos daños.
Hitler lo hizo: pocos días después de la expulsión, tal como se esperaba, el
canciller Brüning declaró disuelto el Reichstag. El ruido de los
escindidos quedaría acallado por la convocatoria de nuevas elecciones.
Finalmente, Goebbels
obtuvo lo que pedía: una purga implacable en la sección berlinesa. El 3 de
julio, Hitler aplazó el discurso que tenía previsto pronunciar en Berlín. Esa
misma tarde redactó la carta de expulsión. Al día siguiente, 4 de julio,
Otto Strasser y veinticinco miembros del partido que le apoyaban
incondicionalmente lanzaron su carta “Los
socialistas abandonan el NSDAP” (ver anexo). Inmediatamente, Goebbels
convocó una reunión de los afiliados del Gau en el Berliner
Hasenhaide. Allí fue claro: “El que no se someta será expulsado
violentamente”. Así lo hizo con Strasser y un grupo de seguidores que habían
acudido a la convocatoria no dándose por enterados de su expulsión. Strasser y
los suyos calificaron esta expulsión de “stalinismo puro” y de “persecución al
socialismo”, pero ya importaba poco lo que pudieran decir o hacer.
Gregor
Strasser dimitió inmediatamente como redactor de los diarios de la Kampfverlag
y se distanció lo que pudo de su hermano. El conde Von Reventlow y la
mayoría de quienes hasta ese momento se habían mantenido en el “ala izquierda”
del partido, hicieron otro tanto. La mayoría lo hicieron, no por la perspectiva
de prebendas y para obtener una posición económica segura, sino simplemente por
un sentido de la lealtad personal hacia Hitler que había sabido perdonarles
tantos actos de infidelidad.
Muy pocos
siguieron a Otto Strasser y se reconocieron en su llamamiento Los
socialistas abandonan el NSDAP. El nuevo partido, Kampfgemeinschaft Revolutionärer Nationalsozialisten (Comunidad de
Lucha de los Nacionalsocialistas Revolucionarios) quedó oficialmente
constituido en octubre de 1930, no llamó apenas la atención ni registró
otras simpatías más que las procedentes de los sectores
nacional-revolucionarios de la Revolución Conservadora, de los que, a fin de
cuentas, formaban parte implícitamente. Se dotó de un órgano, Der Nationale Sozialist Zeitung que apenas
editaba unos pocos miles de ejemplares y le era imposible rivalizar con el Der Angrif de Goebbels. Las magras
huestes de Otto Strasser se vieron reforzadas por unos cuantos cientos de
disidentes de las SA que habían seguido a Walter Stennes, agrupándose ambos
bajo el rótulo de Schwarze Front
(Frente Negro) que no fue mucho más lejos.
Cuando se
conocieron los resultados de las elecciones y se vio el impresionante triunfo
obtenido por Hitler, era normal que cualquier disidencia que se hubiera
producido antes dentro del NSDAP tendiera a extinguirse o quedase reducida a la
mínima expresión. La polémica en torno a las ideas de Otto Strasser cerró para
siempre la discusión sobre lo que el nacional-socialismo entendía exactamente
por “socialismo”. Nunca más, ni siquiera durante la Noche de los Cuchillos
largos volvió a repetirse la discusión en los mismos términos.
La expulsión
de los disidentes contribuyó (junto con el éxito electoral) a consolidar aún
más, si ello era posible, la autoridad de Hitler. Las discusiones
mantenidas con los disidentes en los meses previos a su expulsión habían
servido como excusa para que Hitler pudiera explicar a la cúpula del partido
sus posiciones. Incluso desde el punto de vista doctrinal, el proceso que había
llevado a la decisión fatal de expulsar a los rebeldes había servido para dar
un paso adelante en el afianzamiento de las posiciones doctrinales. Las elecciones
que se avecinaban, finalmente, sirvieron para demostrar que los votantes no se
inclinaban hacia el programa del NSDAP, sino hacia las promesas de su führer.
[1] I. Kersahw, Hitler, op .cit., pág. 327.
[2] Cf. J. Fest, op. cit., pág. 316.
[3]
Ídem, pág. 317.
[4]
Ídem.
[5]
Strasser lo explicó así: “Un Caudillo
debe servir a la Idea. Sólo a esto podemos consagrarnos por entero, puesto que
ella es eterna, mientras que el Caudillo es efímero y puede cometer errores”. Hitler
le respondió que este criterio era un disparate y que “Para nosotros el Caudillo es la Idea, y los miebros del partido tienen
que obedecer todos solamente al Caudillo” (I. Kershaw, op. cit., pág. 328.
[6] Cf. J. Fest, op. cit., pág. 317-318.
[7]
Siete años después, Hitler, al decir de Friedrich von Misses, había generado la
forma más eficiente de “socialismo”: el Estado decidía lo que se producía,
cuáles debían ser los márgenes de beneficio de los empresarios, los salarios de
los obreros y los repartos de beneficios… No hizo falta realizar muchas más
modificaciones para mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. La
economía nacional-socialista era una economía planificada en la que los
distintos agentes estaban obligados a seguir las pautas trazadas por el Estado
en tanto que éste tenía como misión velar por los intereses de todos los grupos
sociales que componían la nación.
[8] J. Fest, op. cit., pág. 319.
[9] I. Kershaw, op. cit., pág. 327.
[10] J. Fest, op. cit., pág. 319.
[11]
“Mientras yo lo dirija, el Partido
nacionalsocialista no se convertirá en un club de debates literarios,
desarraigados o de bolcheviques caóticos de salón, sino que seguirá siendo lo
que hoy es: una organización de la disciplina que no fue creada para locuras
doctrinarias de pájaros migratorios políticos, sino para lucha por el futuro de
Alemania en la que se habrán destruido los conceptos de clase” (Ídem).
[12]
“El Führer quiere que eche a los pequeños
pero que no toque a los peces gordos. Es muy típico de Hitler. Hace promesas
que no cumple” (Diario de Goebbels,
anotación correspondiente al 25 de junio de 1930) “Hitler, el vacilante, siempre va aplazando las cosas” (ídem, anotación correspondiente al 28 de
junio de 1930).