Tranquilizar a
la opinión pública sobre las intenciones democráticas del NSDAP se convirtió a
partir de ese momento en una prioridad. La campaña de intoxicación llevada
hasta la histeria por el KDP e insinuada por el SPD, si no era contrarrestada,
podía generar la pérdida de los espacios electorales conquistados. No es
que estos espacios estuvieran exentos de ciudadanos que querían que se diera el
carpetazo definitivo y cuanto antes a la República, sino que Hitler había
empeñado su palabra y, como dijo en muchas ocasiones, su palabra de honor
constituía su único patrimonio.
La ocasión de
proclamar bien alto que la vía democrática seguía siendo la única opción
estratégica vino improvisadamente cuando se celebró en Leipzig el juicio
contra tres oficiales que, contraviniendo la legislación de la época, habían
realizado propaganda a favor del NSDAP en la guarnición de Ulm. La acusación no
reconocía solamente el hecho de que, efectivamente, los tres oficiales habían
difundido ideas del NSDAP entre sus compañeros de armas, sino que se habían
producido “preparativos para cometer alta traición” (sostenía la acusación que
los tres oficiales estaban participando en la preparación de un golpe de
Estado). Es posible que esta acusación (mal argumentada e imposible de
demostrar) formara parte de la campaña de agitación llevada a cabo por la
izquierda presentando, tras la victoria electoral, al NSDAP como próximo a la
insurrección armada. Hitler vio en el juicio la posibilidad de neutralizar esta
campaña y pasar a la ofensiva. Por segunda vez en su vida utilizaría un
tribunal de justicia como altavoz para explicar su posición, tal como había
hecho tras el golpe de noviembre de 1923 en Munich.
El 23 de septiembre de 1930 se iniciaron las sesiones. El abogado defensor de los tres oficiales era Hans Frank quien solicitó la comparecencia de Hitler como testigo. No era preciso pedir autorización al Reichstag porque no era diputado. Cuando Hitler acudió a la sala, miles de manifestantes le vitoreaban. Las preguntas de Hans Frank le dieron amplio espacio para proclamar que solamente utilizaría medidas legales. Aludió a la expulsión de Otto Strasser y de su grupo que “jugaban con el término revolución”. Insistió en que la base el futuro ejército alemán sería la Reichswehr. Pero no fue insincero cuando añadió que en el momento de la victoria “habrá un tribunal del Estado alemán y noviembre de 1918 hallará su expiación”. De poco sirvió la advertencia del presidente del tribunal, los vítores y el júbilo estalló dentro de la sala. A la pregunta de qué ocurriría cuando tomaran el poder, Hitler contestó que esperaba obtener la mayoría en dos o tres elecciones más: “Entonces vendrá un levantamiento nacionalsocialista y daremos al Estado la forma que queremos que tenga (…) haremos la revolución nacional”. Se le preguntó qué quería decir con esas palabras:
“El concepto de la “revolución
nacional” se comprende siempre como un asunto político puramente interno. Para
los nacional-socialistas significa tan solo el levantamiento del germanismo
esclavizado. Alemania está amordazada por los tratados de paz. Toda la
jurisprudencia alemana no es en la actualidad sino el intento de anclar los tratados
de paz en el pueblo alemán. Los nacionalsocialistas no ven en estos tratados
una ley, sino algo que se nos ha impuesto. No reconocemos nuestra culpa en la
guerra y mucho menos queremos que las futuras generaciones, completamente
inocentes de todo, sigan cagando con tal culpabilidad. Iremos en contra de
estos tratados, por vía diplomática, de forma total y absoluta. Si nosotros nos
defendemos con todos los odios a nuestro alcance, nos hallaremos en el camino
de la revolución”.
A preguntas del
presidente del Tribunal pidiendo aclaraciones sobre el tema insistió:
“Estoy aquí bajo el juramento
otorgado a Dios Todopoderoso. Le digo a usted que cuando llegue al poder por
el camino legal, quiero entonces implantar desde el gobierno tribunales del
Estado legales que juzguen legalmente a los responsables de las desgracias de
nuestro pueblo. Es posible que entonces, legalmente, caigan algunas
cabezas”[1].
Entonces aludió
al futuro Tercer Reich. Sobre la estrategia a seguir revalidó que solamente
utilizaría medios constitucionales: “De
este modo constitucional procuraremos obtener mayorías decisivas en los órganos
legislativos con el fin de que, en el momento en que las consigamos, podamos
verter el Estado en el molde que se corresponde con nuestras ideas”[2].
Sus palabras
fueron reproducidas en todos los medios de comunicación. El 4 de octubre
concluyó el juicio con la expulsión del ejército de dos de ellos y dieciocho
meses de prisión para los tres. Pero el gran objetivo político se había
alcanzado: Hitler cambiaría la constitución y la forma del Estado, pero
solamente lo haría por métodos democráticos.
Ante la misma
dirección del NSDAP, Hitler declaró en Munich:
“En principio convenimos en afirmar
que no somos un partido parlamentario porque estaríamos entonces en
contradicción con toda nuestra ideología; forzadamente y porque la situación lo
exige, somos tan sólo un partido parlamentario y lo que nos obliga es la
constitución… El triunfo que acabamos de obtener no es en realidad otra cosa
que una nueva arma para nuestra lucha”[3].
No solamente
la prensa alemana reprodujo todas estas declaraciones sino que la noticia ocupó
un lugar destacado también en la prensa extranjera. Los comentarios favorables
a Hitler fueron favorables. El diario conservador británico, Daily Mail (editado por Lod Rothermere
en aquel momento favorable a Hitler) envió a un corresponsal para entrevistar a
Hitler justo cuando salía de declarar a favor de los tres oficiales. El
periodista, Rothay Reynolds, se sintió cautivado por el personaje. El
responsable de prensa extranjera del NSDAP, Putzi Hanfstaengl, consiguió que
los medios internacionales realizaran una cobertura completa del juicio y tres
artículos de Hitler fueron publicados en los medios de la cadena de Randolph
Hearst.
El resultado
conjunto de todo esto fue disipar la campaña de las izquierdas sobre el fantasma
del golpismo nacional-socialista. El éxito fue tan lejos que algunos
asesores del canciller Brüning le propusieron que lo integrara en la coalición
de gobierno. Sin embargo, Brüning optó por recibir a Hitler a principios de
octubre en el domicilio del ministro Treviranus. Quería obtener una promesa de
“oposición leal” y, sobre todo, que cesaran las exigencias del NSDAP de que se
interrumpieran los pagos de las indemnizaciones de guerra, especialmente en ese
momento, cuando el gobierno estaba negociando un crédito de 125 millones de
dólares necesario para afrontar los pagos. La reunión fue un completo fracaso
para Brüning y la muestra de que no podría haber jamás un entendimiento con
Hitler. Estaban presentes Frick y Gregor Strasser. Los testigos afirmaron que tras
la propuesta de Brüning, Hitler se mostró vacilante. Luego pasó cerca de la
ventana del inmueble una unidad de las SA cantando y Hitler recuperó el tono
que le había acompañado en la campaña electoral y en el juicio a los tres
oficiales de la Reichswehr. No había
punto de encuentro posible: lo que Hitler había dicho en esas tribunas
públicas lo reiteró. Él no tenía un doble discurso, uno para la plebe y otro
para la élite del poder. La política secreta tampoco era de su estilo.
Tras la
entrevista y saboreando aún las mieles de la espectacular victoria electoral,
Hitler dictó las nuevas consignas para los tiempos que se avecinaban: “No escribáis más “victoria” en vuestros
estandartes, Escribir en su lugar la palabra “¡lucha!”. Y el NSDAP,
reforzado en número de diputados y de votos, reforzado por una riada de
nuevos afiliados[4],
acogió esta consigna con entusiasmo y se dispuso a emprender lo que todos
intuían que era la parte final de la etapa de conquista del Estado. La victoria
electoral hizo posible el que la agitación se mantuviera en el mismo nivel que
el día antes de la votación, como si el partido no concibiese diferente
entre períodos electorales y períodos de calma política.
En las
elecciones municipales de Bremen que tuvieron lugar el 30 de noviembre, la
lista del NSDAP duplicó el número de votos obtenido en septiembre. Resultados
similares se obtendrían en las semanas siguientes en Danzig, Baden y
Mecklenburg. Cuando se inauguraron las sesiones del nuevo parlamento el 13
de octubre, los 107 diputados nacional-socialistas desafiaron la prohibición
de llevar uniforme y se cambiaron de ropa en el interior del parlamento
entrando en el hemiciclo con camisa parda en medio de un estruendo de gritos,
aplausos y abucheos. En las inmediaciones del parlamento las SA volvieron a
enfrentarse con las milicias comunistas, mientras en el interior, Gregor
Strasser en su turno de intervenciones como portavoz de su grupo parlamentario,
llamaba a “luchar contra el sistema de la
desvergüenza, la corrupción y el delito”[5].
En los incidentes se produjeron algunos apedreamientos de comercios propiedad
de judíos. Hitler achacó el episodio a “provocadores comunistas y ladrones
vulgares”, mientras que Goebbels aprovechaba para recordar que en el futuro
Tercer Reich estos incidentes no se reproducirían porque los comercios judíos
estarías mucho mejor protegidos que en ese momento.
Hitler había
escrito: “En el momento oportuno debe
empuñarse el arma adecuada. Una etapa consiste en estudiar al enemigo; otra, en
la preparación, y una tercera en el asalto”. Estaba claro para todos
que se iniciaba la última etapa.
[1] J. Fest, op. cit., pág. 332.
[2] I. Kershaw, op. cit, pág. 340.
[3]
J. Fest, op. cit., pág. 331.
[4]
Solamente en el último trimestre de 1930 ingresaron en la OP del NSDAP 100.000
nuevos afiliados, elevándose la cifra de inscritos a 389.000. Los viejos
militantes del partido (Goebbels entre ellos) no albergaron excesivas simpatías
hacia estos nuevos afiliados a los que llamaron con cierto aire de desprecio
“septembrinos”.
[5] J. Fest, op. cit., pág 330.
[5] J. Fest, op. cit., pág 330.