El tercer “gran
despertar religioso” de los EEUU empezó en los años 60 pero solamente consiguió
influir en las decisiones del poder al filo del milenio y con la administración
Bush, al igual que el “primer gran despertar” tuvo influencia en el período de
la independencia y el segundo abarcó desde los años previos a la Guerra de
Secesión hasta finales del siglo XIX. Los años 60 fueron de grandes cambios en
todo el mundo, pero especialmente en los EEUU tuvieron como resultado el
nacimiento de la “contracultura” que derivó posteriormente al actual movimiento
de la New Age, y, por otra parte, aparecieron cultos conservadores en el
“cinturón de la Biblia” que fueron ganando fuerza, mediante el fenómeno de los
“telepredicadores” y se configuraron genéricamente como “movimiento de los
cristianos renacidos”. Esta es la historia de un modelo anómalo (y peligrosos)
de espiritualidad.
LOS
CRISTIANOS RENACIDOS
El historiador
Gabriel Jackson escribía: «El factor más importante en la opinión pública
estadounidense, que no es apreciado lo bastante ni por los liberales seglares
estadounidenses ni por el mundo europeo en general, es la importancia de la cristiandad
bíblica. Me quedé asustado recientemente al leer una encuesta Gallup que
afirmaba que el 68% de las personas encuestadas creía en el diablo, que el 48%
creía en el «Creacionismo», la creación directa del universo entero por Dios
tal como se describe en el libro del Génesis, más que en la evolución
darwiniana, y que el 46% se consideraban cristianos renacidos».
Jackson, sin
duda, se sentiría más asustado si supiera que en 2003, el 90% de los
norteamericanos creían en Dios el 82% en la vida eterna, el 60% asistía algún
tipo de oficio dominical y otro 60% rezaba cada día. De las 15.000 confesiones
religiosas que conviven en los EEUU, el 60% son protestantes, el 25% católicos,
los judíos son seis millones y los musulmanes tres. Estas cifras no tendrían
nada de sorprendente y serían un rasgo específicamente americano, especialmente
por el seguimiento de las sectas nacidas en aquel territorio (amish, mormones,
cuáqueros, apostólicos, angloisraelitas, dunkers, etc.), sino fuera porque una
parte muy importante sostiene posturas extremistas, fundamentalistas, con
actitudes en algunos casos próximas al terrorismo.
El caso de
Randall Terry, fundador del violento grupo terrorista anti–abortista denominado
«Operation Rescue» es significativo. Su “campaña por la vida” no se
limita a realizar campaña contra el aborto e intentar la aprobación de
iniciativas que limiten esta práctica. Randall Ferry entra perfectamente dentro
de lo que podemos llamar en rigor, terrorismo: «Ustedes los abortistas mejor
que corran, porque los vamos a encontrar y los vamos a ejecutar. Hablo muy en
serio. Parte de mi misión es el enjuiciamiento y la ejecución de ustedes. Yo
soy un Reconstruccionista Cristiano. Yo creo que la Iglesia debe gobernar este
país. A los que dicen que debemos separar a la Iglesia del Estado yo le digo
que la Biblia Cristiana es el centro de la civilización». Por su parte,
Clayton Lee Wagner, miembro de un grupo similar, se explica en términos
parecidos: «Dios me ha llamado a hacer la guerra contra sus enemigos…y no le
importa a Dios o a mi si eres una enfermera, una recepcionista, un contador o
barrendero... Si trabajas para un abortista yo te voy a matar».
Podría decirse
que tanto Ferry como Wagner son marginales dentro de la sociedad americana. Sin
embargo, Jerry Falwell, no era un marginal, sino el predicador más
significativo del conservadurismo religioso norteamericano, encargado de
celebrar la ceremonia fúnebre el 13–S tras los atentados contra el WTC. Fue
allí donde dijo, textualmente: «Yo realmente creo que los paganos, los
abortistas, las feministas, los homosexuales, las lesbianas, los derechos
civiles (ACLU) y People For The American Way, todos ellos tienen la culpa de
que Dios haya permitido que esto haya pasado [los atentados del 11-S].
Yo apunto mi dedo acusador en sus caras y se lo digo». Falwell organizó
en los años 80 la «Mayoría Moral», uno de los grupos que apoyaron decisivamente
la elección de Reagan como Presidente. La idea de Falwell y de la «Mayoría
Moral» es que los EEUU están en crisis por que han dado la espalda a los
valores originarios de la nación, aquellos que sellaron la alianza entre Dios y
su pueblo –los EEUU, por supuesto–; las desgracias que los EEUU sufrieron el
11–S son, para él, producto de ese alejamiento, de la misma forma que los
percances del Israel bíblico se debieron al mismo motivo y a la ruptura de la
«Alianza».
Para entender la
situación actual de la nueva derecha religiosa, es preciso viajar hasta
principios del siglo XX, cuando ya se había agotado completamente el impulso
del Segundo Gran Despertar y empezaba a cobrar forma en medios religiosos la
sensación de que la tensión espiritual en los EEUU se estaba debilitando. Fue
entonces, cuando Lyman Steward y un grupo de teólogos protestantes de
Princeton, publicaron una colección de doce folletos titulado Fundamentalism:
a testimony of the truth. La palabra «fundamentalismo» deriva de
este grupo que proponía un estilo de vida rigorista y dictado por las páginas
de la Biblia. En los tiempos en los que el progreso generaba problemas de
identificación para los cristianos, los «fundamentalismos» presentaban la vida
austera y la observación de los preceptos bíblicos como la forma más adecuada
para afrontar la modernidad.
Políticamente, este
grupo se convirtió en un ala del Partido Republicano. En aquel momento
emprendieron una lucha extremadamente dura contra los darvinistas en nombre del
«creacionismo». Su aceptación del texto bíblico, no solamente en su sentido
moral, alegórico o simbólico, sino también en su interpretación de la génesis
del ser humano –«Y Dios creó al hombre»– los llevó necesariamente a rechazar
las nuevas corrientes del pensamiento científico.
Cuando
crecieron, dieron vida a diversos grupos militantes: primero la Liga de América
y luego Cruzada anticomunista. Estos grupos estaban perfectamente adaptados al
marco del anticomunismo generado a partir del Golpe de Praga en 1948, pero
siempre fueron a la zaga de organizaciones mejor dotadas desde el punto de
vista doctrinal, como la John Birch Society. A partir de los
años 60, estos grupos fundamentalistas cristianos empezaron a parecer
inadecuados para una sociedad que había descubierto la píldora, la minifalda,
la liberación sexual, el rock y el movimiento hippy. A medida que se avanzó
en la década de los 60, los grupos fundamentalistas, fueron perdiendo
influencia y, por eso mismo, radicalizándose aún más. Ya no eran solo enemigos
de los comunistas, sino de lo que ellos llamaban «criptocomunismo» que, en
buena medida, correspondía a sectores que nada tenían que ver con el Partido
Comunista ni con ninguna de las agrupaciones marxistas organizadas. Esta
radicalización no contribuyó a aumentar su influencia. Aquellos años fueron de
un crecimiento económico espectacular y, difícilmente, podría exigirse
austeridad y rigorismo a una población que estaba degustando a placer las
mieles del consumo y de una prosperidad económica innegable. No era un buen
momento para ningún dios.
Sin embargo, tal
como Marvin Harris explica en su libro La cultura norteamericana
contemporánea: «En los años sesenta, los teólogos se preguntaban sin
esperanza si Dios había muerto. En los setenta, había multitud de personas en
los Estados Unidos que afirmaban hacer constatado con sus propios ojos que Dios
está vivo o que ellos mismos eran dioses vivientes». La crisis de las
organizaciones fundamentalistas no indicaba el eclipse del espíritu religioso
norteamericano a principios de los años 70, simplemente, éste había derivado
hacia otros derroteros. Los Niños de Dios irrumpieron en California en 1968;
cuatro años antes, junto al movimiento hippy podían verse los primeros Hare
Khrisna. El movimiento del cientología, formado por Ron Hubbard en los años 50,
no logró hasta finales de los sesenta adquirir cierta relevancia. Otro tanto le
ocurrió a la Iglesia de la Unificación del reverendo Moon, constituida en 1959,
pero que no logró irradiar hasta doce años después. Otro tanto ocurrió con toda
la serie de gurús orientales llegados a California a principios de los setenta
que impregnaron el movimiento de la contracultura. También en esa época se
publicó el primer libro de Carlos Castaneda sobre las presuntas enseñanzas de
un chamán indio.
Todas las
grandes religiones (y los “despertares” propios de EEUU) se han producido en
momentos de gran transformación social y económica. El Tercer Gran Despertar
generado entre principios de los años setenta y los primeros años del siglo
XXI, responden a estas características. Se buscan soluciones a problemas
prácticas, soluciones que tienen que ver más con el pensamiento mágico que con
el científico. Se utiliza la religión para conseguir dinero y fortuna. Ron
Hubbard expresó magistralmente esta aspiración cuando dijo «El dinero es un
símbolo. Representa el éxito cuando se posee y el fracaso cuando no se tiene,
no importa quien haga propaganda en contra».
No es raro que
las nuevas confesiones religiosas de los años 70 propusieran a sus miembros una
vida austera, pero no dudaran en pedirles que legaran sus bienes a la
comunidad. Varias confesiones religiosas tienen pujantes negocios de venta
piramidal, o bien explotan contratos comerciales en exclusiva y, todas, desde
luego, utilizan a sus adeptos para mendigar, vender sus productos o realizar
labores de proselitismo que atraigan más fondos para la organización. En esto que
el 18 de noviembre de 1978 se produjo la tragedia del Templo del Pueblo en
Guyana. El «reverendo» Jim Jones y 900 seguidores fueron encontrados muertos
(asesinados o suicidados) en plena selva. Todos ellos (negros, ancianos,
outsiders) se habían retirado a esta comuna como respuesta a la presión que
sufrían del medio urbano estadounidense: los precios de los alojamientos
crecían continuamente, lo mismo ocurría con la asistencia médica y la
delincuencia era cada vez más mayor. Las ciudades eran progresivamente más
hostiles para la gente mayor y, además, el racismo seguía latente en la
sociedad. Prefirieron segregarse y seguir a Jones en su loca aventura.
El impacto del
suceso fue tremendo, pero evidenció –junto con la irrupción fugaz del «Ejército
Simbiótico de Liberación», un grupo de terroristas de carácter místico y
alucinado– la importancia que habían tomado bruscamente las sectas en una
sociedad en permanente transformación desde mediados de los años sesenta. Con
el paso del tiempo –y especialmente a partir de la masacre de Guyana– todo este
sector religioso–contracultural terminó por eclipsarse y solamente volvió a
renacer, transformado en un movimiento terapéutico, cultural, esotérico y de
autoayuda, la “New Age”.
Tanto los
movimientos emanados de la contracultura, como las nuevas formas religiosas que
aparecieron en los setenta y el movimiento de los newagers pueden ser
considerados como partes constitutivas del Tercer Gran Despertar, pero
faltaba la componente más popular y, sin duda, la que ha tenido más
importancia: los movimientos cristianos evangélicos. Harris dice al respecto: «Los
Yogis swamis, sris y Don Juanes afirman que pueden acostarse en camas de
clavos, levitar y volar, pero la nueva raza de evangelistas puede hacer algo
mucho más impresionante: emitir sus imágenes vía satélite y llegar a cualquier
ciudad y pueblo de Norteamérica». Añade: «Los cristianos televisivos no
tienen que abandonar casa, empleo, ni familia para participar en los poderes de
curación y alivio de una comunión que se preocupa de ellos y los apoya. Todo lo
que necesitan es enviar veinte dólares y enchufar el aparato. Los evangelistas
les hablan directamente. Y si sienten la necesidad de mantener un diálogo, un
equipo de voluntarios está preparado para recibir sus llamadas las 24 horas del
día».
Fue así como
el fundamentalismo cristiano que había languidecido a lo largo de toda la
década de los 60 y solamente logró recuperarse a finales de los 70, emergió
gracias al fenómeno de los telepredicadores. En ese momento irrumpió Jerry
Falwell y su Mayoría Moral, pero también Bil Graham, Pat Robertson, Pat
Buchanan y otros muchos. El primero de todos ellos, Rex Humbard, retransmitía
sus oficios semanales desde la Catedral del Mañana, a través de 650 emisoras de
televisión. Su organización, a finales de los setenta, recaudaba veinticinco
millones de dólares al año. Por su parte, Jim Baker y su esposa Tammy,
recaudaron cincuenta millones de dólares en 1980 para su organización Alabado
sea el Señor, popularizada también a través de 200 emisoras de televisión. En
esa época, Pat Robertson, ingresaba con su Club 700, 58 millones dólares al año
y pudo gastar 20 millones en la sede central de su Red de Difusión Cristiana.
Robert Schuller, predicador de California, creó su Catedral de Cristal,
esperpéntica construcción formada por 10.250 espejos engarzados en acero.
Cuando «vendía» su producto religioso, explicaba que podía «aliviar la
impaciencia, ansiedad y frustración financiera que afligen a nuestra cultura y
a nuestro pueblo». Y, finalmente Jerry Falwell, otro predicador que inició su
trayectoria en los años cincuenta, pero que solo empezó a ser reconocido como
líder de masas veinte años después, explicaba ante las cámaras de su programa
La Hora del Evangelio de Siempre que «Cristo no ocupa el corazón de un
hombre hasta que no tiene su cartera». A sus dos millones de contribuyentes
solía decirles: «Pon a Jesús el primero en tu lista de gastos y permítele
que te bendiga financieramente».
Los fieles
daban dinero, pero ¿qué recibían a cambio? En los años setenta solamente
curaciones a distancia y la fácil promesa de recibir el ciento por uno por sus
donaciones. No siempre se cumplía, claro está, pero lo masivo de las audiencias
hacía que entre los televidentes hubiera alguien afortunado que se veía
beneficiado con alguna casualidad. Los telepredicadores aprendieron a
explotar esta ventaja estadística. Siempre había alguien aquejado de sinusitis
que bruscamente, viendo el programa piadoso por TV, se daba cuenta de que
estaba curado. Llamaba a la emisora y el hecho, banal e intrascendente, era
contabilizado como milagro. Era también frecuente que un exiguo porcentaje de
necesitados, recibiera improvisadamente una herencia, le tocara la lotería o,
simplemente, encontrara unos cuántos dólares. Cuando se tienen audiencias de
16–20 millones, cualquier fenómeno estadístico puede producirse. Robertson
explicaba que cada año más de 20.000 espectadores llamaban afirmando haber sido
curados milagrosamente de sus dolencias. Sobre 16 millones de telespectadores,
estamos hablando de un porcentaje del 0’1%... que, sin duda, se debe a
curaciones de dolencias inexistentes, curaciones casuales debidas a
tratamientos médicos convencionales o curaciones de enfermedades psicosomáticas
que sólo requerían un placebo para hacerse efectivas. Decididamente la
Providencia no parece esforzarse mucho, a pesar de la abultada cifra de 20.000
«curaciones» anuales. Espectáculos mediáticos de este carácter se hicieron
extremadamente populares en los últimos años setenta y principios de los
ochenta. Pero los telepredicadores no estaban dispuestos a quedarse en el
nivel de un mero circo mediático por lucrativo que fuera.
Utilizando un
lenguaje mucho más agresivo y directo, se agruparon en lo que se llamó «nueva
derecha cristiana» que aportó el elemento más dinámico a la elección de Ronald
Reagan. En 1989 se fundaba la Coalición Cristiana y unos años antes, el
mismo núcleo había dado vida a la Christian Broadcasting Network, una estación
de TV especialmente dedicada al fundamentalismo religioso. El grupo decidió que
el campo más adecuado para su acción de regeneración de la sociedad era la
política. Como hemos dicho, participaron decisivamente en la elección y en la
reelección de Reagan, pero en 1988, Pat Robertson se presentó a la
nominación como presidente y cuatro años después lo intentó Buchanan. Ambos
fracasaron en su empeño. Podían influir en la sociedad… pero no dirigirla
directamente.
Cuando subió al
poder Bill Clinton, el grupo pareció languidecer de nuevo, pero se trataba de
un espejismo. De hecho, al producirse el episodio Levinsky, tras la Coalición
Cristiana que desempeñó lo esencial de la agitación contra el Presidente, se
encontraban Dick Chenney y Ronald Rumsfeld, mucho más diestros en el manejo de
las campañas de alta política y cuyo fervor religioso brillaba por su ausencia.
Con Bush, los fundamentalistas tocaron de nuevo poder e impusieron a la
administración un programa que el propio presidente compartía sin fisuras.
Todos partían de la vieja idea de que los EEUU son la nación elegida por Dios,
el “nuevo pueblo elegido”, los “judíos de la modernidad”, ideas que les
llevaban a una mezcla de mesianismo enfermizo y unilateralismo exasperado,
teniendo como trasfondo en política interior una reacción brutal contra el
laicismo. Su programa exigía el retorno de la religión a la escuela, la
protección de la familia, la lucha contra el divorcio, el aborto, la
homosexualidad y el feminismo. El 13–S, Bill Graham resumió esta ideología
llamando al «arrepentimiento» de los norteamericanos, sus pecados habían
causado el castigo de Dios –los ataques del 11–S– si querían prevenir nuevos
atentados debían aceptar el reinado de Dios, el arrepentimiento de sus pecados
colectivos y… la defensa del derecho del Estado de Israel a existir en las
fronteras conquistadas durante la «Guerra de los Seis Días» en 1967.
Si el movimiento
tuvo éxito fue por dos motivos esenciales: en primer lugar porque los
telepredicadores supieron llegar a cada hogar a través del monitor de TV y
convertir sus curaciones «milagrosas» en espectáculo mediático; en segundo
lugar porque sus aparentes locuras respondían a los problemas no resueltos
que se habían planteado en los EEUU y que resume Harris: «problemas no resueltos
que plantea el consumismo disfuncional, la inflación, la inversión de los roles
sexuales, el ocaso de la familia basada en el varón proveedor, la alienación
laboral, la opresión del gobierno y las burocracias corporativas, el
sentimiento de aislamiento y soledad, el miedo a la delincuencia y la
perplejidad sobre la causa fundamental de que tantos cambios se produzcan a la
vez».
En las
elecciones presidenciales de 1980, se había hecho evidente la importancia
sociológica de la «derecha cristiana» y, por tanto, del Tercer Gran Despertar.
En el cuarto de siglo que siguió, en la medida en que los cambios no cesaron,
sino que siguieron produciéndose con mucha más celeridad, el fundamentalismo
cristiano fue aumentando su influencia en la sociedad como movimiento
político–espiritual, tal y como había ocurrido en los dos anteriores
“despertares” (el que abrió el camino a la independencia y el que condujo a la
guerra civil). En opinión de sus mentores, este Tercer Gran Despertar debía
de abrir el camino para que el “destino manifiesto” de los EEUU llevara a la
construcción de un imperio unipolar y a una sociedad universal globalizada
“justa”. Pues bien, este concepto de «destino manifiesto» merece ser
observado con más detenimiento.