jueves, 5 de diciembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (50) – UNA GRANADA CONTRA LOS MENAS


Que Vox es un partido democrático como otro cualquiera que irá creciendo a poco que sepa defender los intereses de los conservadores que ya no se sienten representados por el PP y los intereses de los trabajadores distanciados cada vez más de la izquierda marciana, es algo que cualquier observador objetivo acepta. De hecho, si Pedro Sánchez optó por el absurdo remedo del “Frente Popular Imposible” desde la mañana del 11 de noviembre, en lugar de por la “gran coalición” que exigía la lógica política y era capaz de entender cualquier que haya descargado la última actualización de sentido común político, fue porque una entente PP-PSOE, hubiera llevado a Vox a la frontera de los 100 diputados en apenas unos meses.

Como se sabe, el drama de la izquierda europea es que ya no tiene trabajadores europeos: sus votos proceden de la masa de “progres bo-bos”, de la inmigración, de las minorías de género y de los colgadetes que aspiran a la legalización del porrito, amen de okupas, abortistas, partidarios de la eutanasia, y demás “tribus progres”, pero trabajadores, lo que se dice “clase obrera”, eso ya no está en la izquierda, ni se le espera. Es más, desde los 90, las políticas más antiobreras han llegado de la izquierda. No es raro que el partido socialista haya desaparecido por completo en algunos países y en otros esté completamente desdibujado. En España, la contradicción es todavía más flagrante porque el partido en cuestión, el PSOE, incluye el calificativo de “obrero” que, en esto del nombre, es como “Podemos”, un “me llamo, pero no soy”. Porque a la ausencia de “obreros” en el PSOE se une la impotencia (el “no poder”) de Podemos a la hora de aplicar reformas (lo que, si llega a concretarse el gobierno de la izquierda marciana, se evidenciará desde el momento en que, como en Grecia, Podemos acepte lo peor del neoliberalismo y del capitalismo salvaje sin rechistar).

Lo que más teme la izquierda, no es que Vox crezca con votos del PP, sino que lo haga con votos procedentes de la izquierda. Hasta las penúltimas elecciones, el discurso de Vox iba en esa dirección: antiterrorismo, antiabortismo, antiindependentismo. Poco más. Pero en las del 10-N se evidenció que, mientras el antiterrorismo desaparecía prácticamente, del antiabortismo se hablaba poco, prevalecía el antiindependentismo y la reforma del Estado, aparecía el tema del antiinmigracionismo y, como resultado de todo ello, se producía un avance espectacular del partido de Abascal.

¿Qué había ocurrido? Los analistas tardaron poco en confirmar la evidencia: los nuevos votos de Vox, no procedían del PP, partido que, por lo demás crecía a expensas de Ciudadanos, sino de zonas obreros en donde el “voto del rechazo” ya se había manifestado antes en Podemos. Ahora lo hacía en Vox: es la confirmación nuevamente de la “teoría de la herradura” según la cual, los votos se trasvasan más fácilmente entre los extremos de una herradura que en dirección a su centro, por la sencilla razón de que los extremos están más próximos uno al otro. Y cuando decimos “extremos”, no nos referimos a los radicalismos políticos, sino a los partidos situados allí donde las dos patas del sistema terminan.

La “izquierda marciana” de este país, encabezada por el PSOE, seguida por la banda del chepa con coleta y con el pelotón de los independentistas, labró enseguida su nueva estrategia: “Vox marca la línea y marca objetivos, los ultras disparan”. No es que el partido de Abascal esté formado por camorristas ni pendencieros, es que sus consignas excitan a sectores de la población, particularmente juveniles, que atacan de manera violenta a los objetivos marcados en sede parlamentaria por Vox. Así pues, Vox, sería el “responsable moral” de cualquier protesta contra la inmigración que superara los límites de la legalidad. Y eso implicaba directamente seguir la “doctrina del cordón de seguridad” para contener a Vox. Algo que ya se hizo en 2003 con el “Pacto del Tinell” y que mantuvo aislado al PP durante dos legislaturas.

El problema es que en España no existen “ultras” capaces de realizar acciones violentas, ni siquiera con voluntad de realizarlas. Ignoro lo que habrá ocurrido con los skins que serían los más predispuestos a estas prácticas. Así pues, las acciones violentas contra las que puedan apoyarse la “doctrina del cordón de seguridad” solamente pueden revestir el rasgo de “acciones provocadoras” (realizadas por sujetos o sectores que aspiren a victimizarse), “acciones de bandera falsa” (realizadas por servicios de seguridad, del Estado o particulares, al servicio de la “izquierda marciana”), o bien por grupos de ultras aislados sin ningún tipo de relación con Vox. Hay una cuarta posibilidad a excluir: precisamente la sostenida por la “izquierda marciana”: que Abascal y los dirigentes de Vox sean los “autores intelectuales” de este tipo de acciones.


No es de extrañar que, cuando ayer 4 de diciembre, alguien lanzó una granada de entrenamiento contra un centro de Menas de Hortaleza, Rufián el primero y detrás todos los capitostes “marcianos” (con la Maestre a poca distancia), responsabilizaran a Vox de la “hazaña”. El propio ministro de Chueca, entre copa y copa, asumió también la nueva doctrina. A fin de cuentas, así es como durante décadas, el gobierno alemán ha logrado detener los avances de los, más o menos, neo-nazis. Para los informativos de La Sexta, la acción ponía de relieve el crecimiento de los ultras en España, para El País era una muestra de “fascismo” ante el que había que estar vigilante.

Hablando de vigilantes: los que pusieron en fuga al individuo que lanzó la granada lo describieron, simplemente, como “magrebí”. Al publicarse esta noticia (verla en periodistadigital, entre otros medios), El Mundo intentó desviar la sospecha resaltando que la granada era “de origen ruso”, añadiendo la hipótesis de que “el autor era miembro de una banda latina”. Cualquier cosa antes que responsabilizar a un magrebí de la acción…

Hasta aquí la noticia, la elaboración ideológica de la izquierda extraterrestre y la triste realidad. Pero hay un detalle que no debemos perder de vista: el Centro de MENAS de Hortaleza.

En Internet encontraréis información a porrillo sobre este centro. Se trata de un establecimiento para 90 acogidos a pan y cuchillo, sobresaturado desde la oleada de MENAS de 2018.

La información de El Mundo no se basaba en hechos -el único “hecho” es que la granada la lanzó un magrebí- sino en material de archivo. Efectivamente, en noviembre, una treintena de jóvenes intentó asaltar el centro. Se trataba de una “banda latina” que se enfrentaba, por el control del territorio contra… compuesta por Menas. Los problemas “con dominicanos y gitanos” se arrastraban en los meses siguientes… pero también con otros grupos de traficantes magrebíes. Poco antes, vecinos del centro de menores se manifestaban “por un barrio más seguro” que, solamente el pudor de los convocantes, evitaba decir que la manifestación era “contra la presencia del centro de acogida y contra las bandas”, porque lo cierto es que la manifestación fue ante el centro de Menas. Luego, los mismos vecinos, pidieron que los centros de menores se trasladaran fuera de los centros urbanas. La manifestación vecinal fue respondida por Mas Madrid (que es como decir, Mas Menas), que acusó a “un latino y a un grupo de españoles” de agredir con porras a los menores magrebíes, apuntando a que se trataba de “gente de Vox”… Si se coloca en Google: “Menas+Hortaleza”, aparecen decenas de miles de noticias todas del estilo de “un mena apuñala a otro mena”, “un mena agrede a una educadora”, “identificados los menas que agredieron a dos vigilantes”, “los menas en situación caótica”, y así miles y miles, todas relativas al centro de menas de Hortaleza, verdadero cáncer para el barrio.

Y luego a la izquierda le extraña haber perdido el voto de los trabajadores. ¿Pueden seguir las cosas así? No, desde luego, por mucho tiempo. ¿Puede solucionarlo un gobierno de derechas? Lo dudo, porque el problema de la inmigración apareció con el PP de Aznar y el partido nunca le ha interesado ni limitar, ni ordenar, ni regular la entrada de inmigrantes e incluso ha negado, tanto Aznar como Rajoy, la existencia del problema.

Vox ha entendido (aunque no todos sus dirigentes, que los hay todavía con la mentalidad del antiguo PADE, cuya intención no es otra que la de crear un “PP[auténtico]” frente al “falso PP”) que, hoy, en España -y por extensión en toda Europa Occidental- decir “¡ALTO A LA INMIGRACIÓN MASIVA!” es ganar a las clases populares y tener la capacidad de dejar solos a los que propongan estrategias de “cordón sanitario”.