miércoles, 4 de diciembre de 2019

Crónicas desde mi retrete (49) GRETA THUMBERG ME HA HECHO CAMBIAR DE OPINIÓN


Soy de los que creía en el cambio climático. Me acordaba de los inviernos de mi juventud y me decía que entonces hacía más frío que ahora. Creía normal que el ser humano, que, desde la primera revolución industrial había ido lanzando al espacio toneladas y toneladas de humos y gases, hubiera terminado por modificar el clima. Todo esto se apoyaba en las lecturas que desde 1970 he ido realizando: aquel Manifiesto Ecologista que publicó Alianza Editorial ese mismo año. Incluso, antes, en 1969, en el ambiente político en el que me movía ya se había publicado el Manifiesto Cassandre, impreso por la publicación francesa Le Devenir Europeénne, en el que se aludía a temas tan variados como la obsolescencia programada o la degradación del medio ambiente ecológico. Y esas certidumbres son las que han alimentado mi creencia en que, efectivamente, el clima estaba cambiando gracias a la acción deletérea del ser humano. Tengo que agradecer a Greta Thumberg el haberme alumbrado: en efecto, todo era mentira.

Reconozco que tenía por reaccionarios a todos los que opinaban que el capitalismo salvaje y depredador no contaminaba. ¡Claro que contamina! ¡Como el socialismo que gobernó durante sesenta años en el Este! De hecho, cualquier acción humana contamina. Barcelona huele mal, entre otras cosas porque cada día 150.000 chuchos arrojan un litro de pis en las calles. ¿Cómo no va a oler mal la ciudad en la que anualmente se desperdigan por las calles 55.250.000 litros de orina de perro que equivalen a 55.250 metros cúbicos? Por lo mismo, resulta indudable que casi 7.500 millones de habitantes del planeta, contaminan más que los 10 millones de personas del neolítico. Más población, más contaminación: es inevitable. Como para seguir con el “crecer y multiplicaros” bíblico o practicar desprecio africano hacia el preservativo y la contracepción.

De todas formas, el clima no cambia por eso. Si miramos el globo terráqueo y sus dimensiones, o su capacidad de regeneración, veremos que el ser humano es excesivamente pequeño para modificar sustancialmente el clima. Nos creemos protagonistas de todo lo que ocurre en el planeta, cuando en realidad somos sufridores pasivos. Me explico: Erik el Rojo era un vikingo que llegó a una isla inmensa y verde a la que llamó Grünes Land y que hoy conocemos como Groenlandia. Allí estableció una colonia. No era para menos: clima paradisíaco. Pero una generación después, tuvieron que abandonar aquellos emplazamientos idílicos porque el frío se estaba enseñoreando de la isla. Terrible historia. Decimos que el clima cambia y, efectivamente, lo hace, pero, de la misma forma que nadie en su sano juicio atribuiría a Erik el Rojo la responsabilidad de la aparición de nieves en Groenlandia tras la tala de algunos bosques para construir cabañas y obtener leña, también existe una desproporción entre la contaminación humana y sus efectos.

No podemos olvidar que el eje de la tierra no es vertical contrariamente a lo que aprendimos en los primeros años de enseñanza. No debemos olvidar que, además del movimiento de rotación de la tierra en torno a su eje y de traslación siguiendo su órbita, existe un tercer movimiento que hace oscilar a la tierra como una peonza en un ciclo completo que dura en torno a 25.000 años. Y ese movimiento es también continuo, como el de rotación que marca el día y la noche o el de traslación que señala el paso de las estaciones. Lo más probable es que el clima cambie, especialmente, a causa de ese movimiento de inclinación, lento pero independiente de la voluntad humana.


Una última observación antes de entrar en mi agradecimiento a Greta Thumberg. Sabemos que hubo épocas glaciares y que, incluso, en períodos no tan alejados, en la misma edad media, se produjeron cambios bruscos de temperatura: ninguno de ellos puede ser atribuido al ser humano. La memoria del hombre moderno es corta y solamente dispone de observaciones sistemáticas sobre el clima y la temperatura desde el último tercio del siglo XIX, es decir, desde anteayer: un plazo de tiempo excesivamente corto en el devenir histórica para adivinar si el clima cambia, en qué dirección y por qué causas.

Y entonces llega la “Cumbre del Clima” de Madrid. Nada importante. Otro sarao más en el que “expertos” y políticos trabajarán para aparecer en los medios y mostrar su “conciencia ecológica”. Greta Thumberg anunció que asistiría, pero en catamarán, nunca en avión. Ya se sabe que el avión contamina… Siempre me ha parecido un personaje patético esta niña con trastornos psicológicos, hija de unos padres que viven del espectáculo y que quieren convertir a sus hijos en espectáculo rentable.

Greta Thumberg pertenece a ese tipo de gente que “quiere hacer algo por el planeta” y cree que lo hace cambiando el avión por el catamarán (¿quién contaminaría más un Jumbo de 475 pasajeros o 100 catamaranes cruzando el Atlántico con entre 4 y 5 tripulantes cada uno? Multiplíquese esta cifra por los miles de aviones que sobrevuelan el océano y se tendrá una cifra monstruosa que, además de contaminar lo mismo o mucho más, generaría un caos absoluto), como otros creen salvar al planeta separando los envases de plástico de los envases de vidrio…

Luego vi la llegada triunfal de Greta al puerto de Lisboa y el que no quisiera ir en no sé qué tren hasta Madrid porque había una zona del trayecto que no estaba electrificado. Así se salva al planeta: generando un show constante para minucias que hacen sonreír por la ingenuidad pretenciosa de quienes la niña que, a estas alturas no hace falta decirlo, está como las maracas de Machín.

Y entonces, al ver a la Sexta transmitir el desembarco de Greta en Lisboa, como Cappa lo hizo con el de Normandía, cuando tuve la epifanía: si fuera cierto que el clima cambia, no haría falta montar espectáculos de tan bajo nivel, tendentes a tocar la fibra emotiva utilizando a una niña enferma pontificando sobre sus neurosis. Si fuera verdad que el clima está cambiando aparecería un comité de científicos reconocidos, entregados a su trabajo, que con cara triste nos dirían: “desaparecemos si no hacemos algo”. No hace falta montar un espectáculo para demostrar lo evidente. Y si se monta el espectáculo es que lo “evidente” no lo es tanto.

Hoy, gracias a Greta, estoy más tranquilo: sé que la contaminación, las emisiones de gases, la combustión, todo eso, no afecta especialmente al clima del planeta. Es la lección que he aprendido de Greta, eso sí, en negativo. Greta está ahí para tocar la fibra emotiva y sentimental y evitar que la población y los gobiernos lleguen al fondo de la cuestión.

Porque me preocupa, eso sí, que haya gente que muera por cánceres y enfermedades que podrían evitarse eliminando ciertos productos, reduciendo emisiones o prohibiendo aditivos y conservantes: pero eso no afecta al planeta, afecta a individualidades y colectivos. Y sobre esto, la pobre-progre Greta calla, porque no está en el guion y porque sus neurosis, ni los intereses de quienes la promocionan, no van en esa dirección.