"Sé que nuestra presunción de cambiar el mundo fue considerada por muchos como un sueño loco. En una de mis notas dispersas he encontrado una reflexión de Corneliu Codreanu: "Sé algo con certeza: entre el suelo y la gris resignación de quien duda sin atreverse, prefiero el sueño. Porque el sueño es el motor de cualquier empresa". Preferimos el sueño. Muchos, incluso en frentes opuestos, soñaron. Cuando nos han obligado a todos a despertar, nos hemos encontrado en un desierto de ideas y de emociones. Pero entonces ¿no fue más noble nuestro sueño que la realidad que nos ha vencido?"
Stefano delle Chiaie (El Águila y el Cóndor)
Es con profundo dolor que hace unas semanas, un querido
amigo romano, nos comunicó el ingreso en el hospital de Stefano delle Chiaie, aquejado
de un cáncer terminal. Desde entonces esperábamos que no llegara la triste noticia
de su fallecimiento. Sin embargo, el martes, a las 5:00 a.m., cuando el sol de septiembre
se empieza a intuir por el Este, se produjo el desenlace.
Lo que Stefano quería que se dijera sobre él mismo, lo dijo
en su testimonio, “El Águila y el Cóndor – Memorias de un militante
político” que, nosotros mismos tradujimos y editamos hace apenas unos
meses. Si resaltaremos cuatro aspectos generales de su vida y de su trayectoria
política.
El primer de todos es que su nombre ha quedado unido a las “masacres”
que se produjeron en Italia desde finales de los años 60 hasta principios de
los 80. La magistratura, mediante “arrepentidos” o simples montajes, intentó
implicarlo en las masacres de Piazza Fontana y de Bolonia, de las que, en ambos
casos, resultó absuelto en las distintas instancias judiciales. Pero, eso es lo
de menos: lo importante, es que, tras su retorno de Venezuela, cuando recobró
la libertad, él mismo se preocupó hasta la saciedad de que se supiera la verdad
sobre aquel episodio negro en la historia de Italia. Declaró y participó en la “Comisión
de las Masacres” organizada por el parlamento italiano. Así pues, Stefano, no
solamente no tuvo nada que ver con las “masacres” que se le imputaron (y de las
que salió absuelto), sino que hizo todo lo posible por tirar del hilo para que
los verdaderos culpables salieran a la superficie, en un gesto que le honró y
que le ocupó en buena parte de los años que vivió en libertad tras su retorno a
Italia.
Stefano, en segundo lugar, participó en todos los episodios políticos
que se produjeron en la Italia de la postguerra y que demostraron que una parte
importante de la juventud italiana no había bajado la cabeza y aceptado el
orden impuesto en Yalta desde los años 60 hasta los 80. Los nombres de Valle
Giulia, de Reggio Calabria, del Golpe Borguese, de Avanguardia Nazionale, la
organización que fundó en 1960, lo evidencian. Y lo hizo en calidad de
dirigente político, consciente de su compromiso doctrinal e irreductible. Por
eso fue atacado de manera preferente y criminalizado por medios de
comunicación, por servicios de inteligencia, por partidos políticos del “arco
constitucional” y, por una extrema-izquierda que lo temió. El hecho de que
todos estos ambientes, representantes del orden de Yalta, apuntaran de manera
preferente contra él desde principios de los años 60 hasta ahora que ha
fallecido, es buena muestra de que era considerado como “el gran enemigo”, el
adversario irreductible capaz de convertir en realidad un diseño político
alternativo.
En tercer lugar, fue de los primeros camaradas que comprendió
que la evolución de la civilización hacía necesario combatir a los adversarios
en un teatro internacional. Stefano no era un “nacionalista italiano”; había
asumido lo que Julius Evola le supo transmitir: que la patria está allí en
donde se combate por la idea. Allí donde estuvo realizó los mismos trabajos de
agitación, propaganda y organización que había llevado en Italia. La prensa
habló de una fantasiosa “internacional negra” que jamás existió, pero sí es
cierto, que son muchos los países en los que estuvo entre los años 70 y 80 y en
donde hizo valer su personalidad política con el único aval de su valía
personal y sin que mediera acta de diputado o título alguno.
Fue en esas circunstancias como lo conocí en 1972. Debo
descender, en última instancia, al plano puramente personal para recordar que
yo recorría los ambientes “patrióticos” y “nacional-revolucionarios” desde
1968, cuando tenía 16 años. Intuía por aquello que había que combatir e incluso
había intentado asumir una preparación autodidacta (en aquella época y en
nuestro ambiente, no había “maestros” que nos enseñaran cómo hacer política, ni
las líneas doctrinales de nuestro estilo), pero no fue sino hasta que conocí a
Stefano en un bar de la Gran Vía barcelonesa, cuando empecé a entender los
mecanismos de la política, sus necesidades, y a completar mi visión doctrinal.
Le debo mucho en este sentido.
No es raro, por tanto, que, para mí, como para muchos de
nosotros, fuera el único jefe político al que he reconocido como tal a lo largo
de cuarenta años de militancia política y al que no tengo el menor
inconveniente seguir hasta donde me lo hubiera ordenado. Creo que soy una
persona afortunada: no todos pueden decir lo mismo en nuestra desgraciada época,
cuando tener un Jefe digno de tal nombre es, simplemente, un lujo.
Con Stefano ha muerto uno de los representantes de la “generación
puente” entre la que hizo la guerra con los fascismos históricos y las nuevas
generaciones que aspiraron a recoger la bandera de los valores de la tradición
y de la libertad de Europa, del Estado Social y de la victoria de la sangre
sobre el oro.
Su imagen tiene dos perfiles: el personal, con su rostro, su
humor, su sentido crítico, su autoridad y energía, que todos recordaremos; y el
comunitario, representado por la runa de Avanguardia Nazionale. Yo espero que
cada vez que pensemos en la revolución que Europa necesita, veamos esa runa
como síntesis de unos ideales irrenunciables y que suponen la cristalización de
la mejor esencia de nuestra raza, la raza de los irreductibles y de los que no
conocen la traición y recordemos que Stefano fue el mejor de los nuestros y,
como tal, el más atacado.
El sentimentalismo no pertenece a nuestra familia de
pensamiento y el uso de una retórica ampulosa sobre los camaradas muertos, era
algo que no tenía nada que ver con Stefano y que le hubiera disgustado. Era partidario
del lenguaje lacónico. Se le podrá a acompañar por última vez el jueves a las
15:30 en la Basílica de San Lorenzo Extramuros de Roma.
Inútil decir que su recuerdo permanecerá con nosotros para
siempre.