El regionalismo fue una exigencia de la alta burguesía
catalana que aspiraba, mediante el proteccionismo y el supremacismo, a liderar
económicamente España. El independentismo surgió con los cambios históricos que
rodearon a la Primera Guerra Mundial. Ya desde la República empezó a estar
claro que el “nacionalismo catalán” o era independentismo o no era nada y que
la burguesía regionalista o estaba del lado de España o se la comía el
movimiento obrero que no tenía nada que ver con el independentismo. Quizás
estos conceptos sean difíciles de asimilar en nuestros días, pero, a poco que
se conozca la historia reciente de Cataluña en los dos últimos siglos y uno no
esté presa del esquematismo sentimentaloide nacionalista, llegará a las mismas
o a parecidas conclusiones.
Así pues, el “regionalismo” nace en un momento de crisis del
foralismo carlista y de auge de los negocios en Cataluña. Es decir, entre la
primera y la segunda revolución industrial. Y ahí se queda. Aquella fue,
efectivamente, la época de los “nacionalismos” y ahí donde había un grupo de
burgueses interesados en defender sus buenos negocios, allí había un “proyecto
nacional”. Extremando el análisis, incluso podría afirmarse que el regionalismo
catalán fue el hijo de la primera revolución industrial (la del vapor) y que el
nacionalismo correspondió a la segunda revolución industrial (la del motor de
explosión)… Está claro que el nacionalismo es un eufemismo que,
inevitablemente, desemboca en el independentismo, casi por inercia (¿qué nación
no aspira a tener un Estado propio y a ser independiente?).
Y la pregunta es: ¿se han dado cuenta los
independentistas de que estamos saliendo de la tercera revolución industrial
(la de la informática) y entrando en la cuarta (la de la inteligencia
artificial)? La cuestión es esencial, no solamente para el independentismo
catalán sino para el nacionalismo español: el modelo “Estado-Nación” correspondía
a un tiempo histórico determinado que pertenece al pasado, no a nuestro tiempo.
España, por ejemplo, no ha tenido siempre esa configuración. De hecho, la tuvo
a lo largo del siglo XIX, antes era un “reino” y antes de serlo, existían “las
Españas” y, antes aún, condados y reinos feudatarios de otros, y antes fue una
parte del Imperio Roma y antes aún una unidad geopolítica perfectamente
definida por el mar y por los Pirineos y por una cultura que, históricamente, estará
vinculada al mundo clásico greco-latino, al mundo germánico, y a la catolicidad
medieval, síntesis ambos… En cada momento económico se alteran los conceptos
y lo único que permanece es el sustrato cultural y geopolítico.
El hecho de que el concepto de España como Estado-Nación
esté en crisis (que lo está) no implica que la solución consista en encontrar
en momentos concretos y muy puntuales del pasado, una inspiración, sino en
reconocer que la evolución del contexto científico-económico va generar cambios
de envergadura y nuevos “mitos fundacionales”. La miseria ideológica de
independentismo catalán se percibe en toda su envergadura cuando tiene
necesidad de recurrir a la falsificación y a la alteración histórica para hacer
valer sus argumentos: desde la traición de Pau Clarís, hasta la guerra de
Sucesión (que no de “secesión”), hasta el mismo origen del catalanismo
político. Pero todo esto que, como cualquier otro episodio histórico, es
discutible, no supone nada frente al hecho cierto e incontrovertible de que la
época de los Estados-Nación ha quedado atrás y que no se superará fraccionando
a los actuales Estados en piezas minúsculas, sino, por el contrario, en
unidades mayores. Es algo de lo que las mentes más lúcidas del continente ya
eran conscientes hace exactamente un siglo y que hoy es una necesidad
apremiante.
Sirva todo esto para decir que el nacionalismo catalán
sobrevivirá mientras detente las llaves de la generalitat de Cataluña, es
decir, mientras tenga a mano las llaves de la caja y financie ella misma su
propia supervivencia política entregando fondos cuantiosos a sus partidarios y
creando un mecanismo de control ideológico a través de la enseñanza y de los
medios de comunicación subsidios y oficialistas. Todo esto les permitirá seguir
viviendo a costa del dinero público y mantener la ficción de unos ideales
trasnochados y de otra época, pero ni siquiera esto le servirá para forjar la “Cataluña
Nación-Estado” con la que sueñan. Porque, repetimos, es inevitable
reconocer que el tiempo de los Estados-Nación ha quedado superado y que la
historia no da marcha atrás hacia formas medievales de organización.
¿Qué puede aportar el nacionalismo catalán a la tercera y
a la cuarta revolución industrial? Lo que ha podido aportar ya lo tenemos:
llamar al hardware “maquinari”, al software “programari” y al mouse
“ratolí”. Eso es todo. Encomiable, pero limitado. La gencat no puede luchar
contra el gigantismo de los tiempos modernos que, para mayor crueldad, la ha
condenado a tener que coexiste con una lengua pujante que se configura como una
de las que más están siendo habladas en la actualidad y más futuro tiene. En la
misma historia del “procés” se percibe que sus mentores hubieran sido capaces
de cualquier cosa, incluso de vender Cataluña al peso a Soros, a los chinos o a
quien estuviera dispuesto a quedarse con la parte del león de un Estat Catalá,
a cambio de un apoyo para la independencia…
Pero la independencia catalana no es hoy, para nadie, un
buen negocio. Incluso Soros tiene más intereses (en comandita con Goldman
Sachs) en Madrid que en Barcelona y respecto a los chinos, temen que una intervención
irresponsable les impidiera progresar en la Unión Europea que, a fin de
cuentas, no es más que los antiguos Estados-Nación que caminan renqueando y con
muletas, sin tener valor para forjar un futuro común dada la escasa calidad de
su clase política, en el mundo que se inicia se la cuarta revolución industrial.
El carcamal sentado en la presidencia de la Generalitat o el
paleto de Waterloo, está claro que ni entienden ni son capaces de asumir la
dirección en la que circula nuestro momento histórico. Creen que hace cinco
años hablando de “2.500.000 de asistentes a la diada” (cifra de la ANC y el
Onmium) y que ayer aludiendo a “600.000 asistentes”, lo resuelven todo: “las
masas quieren la independencia”. Ni entonces ni ahora las cifras corresponden
a la realidad, pero ¡qué importa! Todos mienten y todos lo saben en esto de las
cifras para consumo interior. Lo que cuenta es el hecho objetivo: el tiempo del
nacionalismo y el tiempo del independentismo han quedado atrás. Que ellos no lo
adviertan no es problema: la misma dinámica histórica se encargará de
recordárselo. Las cunetas de la historia están llenas de cadáveres similares
desde los barqueros del Támesis en el siglo XVIII hasta los que se les ocurrió
abrir un videoclub en 1995…
El nacionalismo independentista ha engañado a la historia
simplemente porque ha detentado la llave de la caja durante estos últimos 40
años y ha impuesto el control ideológico de la sociedad. Esto ha generado una Catalula
que se ha negado a sí misma: la tierra del “seny” ha pasado a ser el paraiso de
la “rauxa”. Pero lo inevitable, antes o después, termina ocurriendo. El criado
del mercader de Bagdad de esta historia tiene un destino idéntico al del independentismo
catalán. La historia la habréis oído, pero quizás no contada por la pluma de
Cortázar
Había en Bagdad un mercader que
envió a su criado al mercado a comprar provisiones, y al rato el criado regresó
pálido y tembloroso y dijo: señor, cuando estaba en la plaza del mercado una
mujer me hizo muecas entre la multitud y cuando me volví pude ver que era la
Muerte. Me miró y me hizo un gesto de amenaza; por eso quiero que me prestes tu
caballo para irme de la ciudad y escapar a mi sino. Me iré para Samarra y allí
la Muerte no me encontrará. El mercader le prestó su caballo y el sirviente
montó en él y le clavó las espuelas en los flancos huyendo a todo galope.
Después el mercader se fue para la plaza y vio entre la muchedumbre a la
Muerte, a quien le preguntó: ¿Por qué amenazaste a mi criado cuando lo viste
esta mañana? No fue un gesto de amenaza, le contestó, sino un impulso de
sorpresa. Me asombró verlo aquí en Bagdad, porque tengo una cita con él esta
noche en Samarra. (Julio Cortázar, Cita en Samarra).