Ciudadanos es, sin duda, el partido que ha resultado más
desgastado desde las elecciones de abril de 2019. Solamente Rivera se
mantiene en la cúspide del grupo de fundadores del partido. Poco a poco, se han
ido produciendo pérdidas por goteo y rara es la semana que no se desgaja algún
que otro notable. De todas formas, Cs puede reivindicar el haber tenido una vida
más larga que las anteriores fórmulas centristas. UCD apenas duró seis años y
el pico del CDS no se prolongó más allá de cinco. Claro está que Cs ha
tenido dos fases: en la primera fue un fenómeno exclusivamente catalán que
recogió el favor de los catalanes que no se reconocían ni en la línea timorata
del PP ni en el soberanismo. Eso le hizo aparecer ante la opinión pública
española como defensor de la “unidad del Estado y de la constitución” y
facilitó su tránsito, en una segunda etapa, a la política nacional. Pero
eso es hoy apenas un recuerdo.
Lo cierto es que Cs llegó a ser el partido más votado en
las elecciones al parlamento de Cataluña en 2017, en lo que supuso una
verdadera humillación para los nacionalistas. Hoy, suerte tendrían si
consiguieran recuperar la mitad de aquellos 1.109.732 votos. El propio Rivera
se movía bien torpedeando a los botarates independentistas o ejerciendo de
azote a los eclécticos socialistas. Menos tablas se le han visto en los debates
en el parlamento español o respondiendo en campaña a cuestiones sobre economía
de las que ha evidenciado no tener la más remota idea. Y otro tanto, le ha
ocurrido a Inés Arrimadas: un 10 en la asignatura de antiseparatismo y un
suspenso en cualquier otra materia. Cero absoluto, por cierto, en inmigración.
Lo peor que le pudo ocurrir a Cs fue la convocatoria de
elecciones municipales este año y la llegada extemporánea de Manuel Valls, presentado
como “el azote de la delincuencia en París” (y en cuyo mandato la
delincuencia en París se mostró como incontrolable). Fue primer ministro del
vecino país entre 2014 y 2016. Para él, incluso lugar contra el terrorismo estaba
llamado al fracaso. Tras los atentados yihadistas en Niza llegó a decir “Francia
tendrá que vivir con el terrorismo”, siendo abucheado por ello. Fracasó al
postularse como candidato socialista en las presidenciales de 2017 y fue entonces
cuando llamó a la puerta de Ciudadanos, recordando que había nacido en
Barcelona…
Era evidente que el objetivo político de Valls no era ser un modesto concejal en BCN, sino que se había propuesto un plan en tres etapas: ser alcalde de Barcelona, ser secretario general de Ciudadanos y ser presidente del gobierno español. Pero Cs fracasó en aquellas elecciones, apenas obtuvo 6 escaños (solo 3 eran miembros de Cs) y el plan descarriló desde la primera fase. Eso no impidió que Valls cediera sus votos a la Colau para evitar que el Maragall-separata candidato de ERC fuera nombrado alcalde y que, desde entonces, sus propuestas en política municipal y sus protestas por la caída de Barcelona al nivel de ciudad faro de la delincuencia mundial fueran nulas. Valls intentó que se olvidara su fracaso personal en Barcelona protestando por el hecho de que Rivera apoyara al PP y negociara con Vox. Y, a partir de aquí, ya todo se volvió un mar de lágrimas para el partido de Naranjito.
El centrismo solamente aparece en momentos de crisis
(apareció en Cataluña con la crisis generada por el Maragall-sociata y su Nou
Estatut y saltó a nivel nacional con la crisis económica de 2009). En esos
momentos es tenido por una parte del electorado como referencia. Pero, luego,
pasado el momento álgido de la crisis (o, lo que es aún peor, cuando el
electorado se habitúa a la crisis permanente), el partido centrista, que en
campaña electoral nunca ha desvelado sus cartas alegando que quería “gobernar
por mayoría”, se ve obligado a decidir con quién se acuesta: parte de su
electorado que procede del PSOE aborrece en lo que se ha convertido el PSOE y
la otra parte que viene de los pastos del PP no quiere saber con el partido al
que acaba de dar la espalda. Así que unos y otros se sienten traicionados y
estafados. El partido sobrevive una legislatura más por los cargos que ha
obtenido y porque, a fin de cuentas, para los miembros de su “aparato”, es tan
lucrativo como cualquier otra opción política. Y entonces empiezan las fugas,
las luchas por el poder, los “posicionamientos” de sus cargos públicos para ver
en qué siglas podrían satisfacer otra legislatura a sus electores, la crisis,
la oscuridad, la agonía y la muerte final, por mucho que el dinero de La
Caixa esté detrás.
Rivera, ha esperado a que Sánchez rechazara cualquier pacto
con Podemos, para esperar su hora de postularse como apoyo incondicional al
presidente en funciones. Se adelante así a Valls y le corta cualquier
posibilidad de que se presente como el “centrista aceptable para los
socialistas”. Pero Rivera actúa también por puro interés: sabe que, en los
tres últimos meses el desgaste de su partido ha sido continuo e imparable y
que, de convocarse nuevas elecciones, perdería, como mínimo, entre un tercio y
una cuarta parte de sus votos que se repartirían entre la abstención, el PP y
el PSOE (sin excluir que alguno fuera a parar a Vox). Así que mejor
garantizar el que, aunque Naranjito esté agónico, él, Albert Rivera, pueda
mantener unos años más la atención del electorado.
Lo más probable es que la desintegración de Cs tenga lugar
tras las próximas elecciones, cuando lo que hasta ahora ha sido una fuga por
goteo con abandonos notables, se convierta en tránsitos masivos a otros
partidos en el nuevo Gotterdamerung centrista.
El esperpento político español, que ha alcanzado sus más
altas cotas tras las elecciones de abril, todavía no ha terminado. De los
partidos que nacieran de la crisis del régimen político español en 2010
(vinculada a la crisis económica y que termino siendo una crisis política) queda
poco: Podemos está más despiezado que una vaca en el matadero y Cs quiere vivir
su momento de gloria colocando a Rivera en un ministerio antes de colapsar. Así
que, de las nuevas siglas de aquel momento, sólo parece quedar Vox. En las
próximas elecciones se verá si esas siglas se consolidan, desaparecen u optan
por retornar al redil de la derecha liberal. “España Suma”, pero los partidos
restan.