En la primavera de 2018 dedicamos un volumen de la Revista
de Historia del Fascismo, íntegramente al fascismo rumano. Lo
dividíamos en tres partes: una historia de la evolución del fascismo y del
nacional-socialismo en Hungría entre 1918 y 1945 escrito por el exdiputado del MSI
Michele Rallo, una descripción del coronel de las SS Otto Skorzeny sobre su
aventura en Budapest y, finalmente, un estudio sobre lo que se ha dado en
llamar “populismo y europescepticismo húngaro” tras la caída del Muro de Berlín
escrito por nosotros mismos. Alguien
puede estar tentado de pensar que el actual gobierno de Viktor Orban y el hecho
de que el mapa político húngaro esté absolutamente desequilibrado en relación a
los occidentales tiene algo que ver con la magnitud que alcanzó en los años 30
el Movimiento Hungarista o partido de los Cruces Flechadas, dirigido por Ferenc
Szálasi. De hecho, no es así. Si el mapa
político húngaro actual está escorado absolutamente a la derecha de la derecha
liberal, no es a causa de los Cruces Flechadas, sino de la Revolución Húngara
de 1956 que marcó a fuego a aquella sociedad, le proporcionó la convicción de que
no podía esperarse nada de Occidente y supuso una sensación de opresión que
duraría todavía treinta años más. Basta pasearse por Budapest para
comprobar que en cada rincón del centro de la ciudad y, no digamos, del entorno
del parlamento, hay alguna placa y flores renovadas, en honor de los muertos por
los tanques comunistas, mientras Occidente mirada a otro lado.
Sea cual se la
concepción de la historia que se defienda, parece evidente que el éxito del
fascismo húngaro estuvo ligada al rechazo y a lo inolvidable de la revolución comunista
protagonizada por Bela Kun y una pequeña camarilla en la que todos sus miembros
eran intelectuales de clase media y origen judío como él. La brutalidad de
aquel breve período, del 21 de marzo de 1919 al 1 de agosto del mismo año,
conocido como la República Soviética Húngara, fue tal, que vacunó al pueblo
húngaro para cualquier experiencia posterior que procediera de la izquierda.
Hasta, claro está, 1945.
El Movimiento
Hungarista y los Cruces Flechadas fueron, en su momento, el partido con más
implantación popular de todos los fascismos europeos que no se encontraban en
el poder. Su influencia fue mayor que la de la Guardia de Hierro rumana. El
problema fue que, tras el breve período comunista, pronto llegó al poder el
almirante Von Horty que encabezó un gobierno autoritario conservador, estilo
franquista. No era esa, desde luego, la línea del movimiento Hungarista (cuyo primer
nombre fue Partido de la Voluntad Nacional). Horty prohibió las actividades del partido al comienzo de la Segunda Guerra
Mundial y éste pasó a la clandestinidad. Por entonces ya se había
convertido en un amplio movimiento popular de carácter anticapitalista y
anticomunista, pero con una personalidad propia extremadamente acusada. Era,
claro está, la versión húngara del fascismo genérico y, poco a poco, fue
incorporando a otras formaciones menores hasta que en 1940 se constituye el Partido
Nacional Socialista Húngaro de los Cruces Flechadas. Pero siempre, hasta principios
del año 1944, el “regente” Von Horty fue quien dictó las reglas de la política húngara
y estas implicaban, alianza con el Eje… pero desde un conservadurismo
monarquizante y burgués que nada tenía que ver con el partido de Szalási que a
poco de su fundación protagonizó una larga huelga de la minería.
Durante la guerra, Horty
se alineó con el Eje… hasta que el segundo ejército húngaro resultó masacrado
por los soviéticos en Voronesh el año 1943. A partir de ese momento, el
dictador-regente multiplicaría sus contactos con el Reino Unido para lograr un
armisticio. Los alemanes cortaron esta posibilidad y obligaron a Horty a
ser fiel a los pactos asumidos. A partir de ese momento, mediados de 1943, los
jóvenes húngaros pudieron alistarse en las dos divisiones de las SS constituidas
formadas íntegramente por cruces flechadas. Sin embargo, una vez más, a pesar
de la palabra dada, Horty reintentó contactar con los ingleses. Fue entonces
cuando se produjo una acción conjunta protagonizada por el coronel Skorzeny que
se hizo con el control del Palacio Real y del gobierno húngaro en un audaz
golpe de mano, mientras los partidarios de Szalási se sublevaban y formaban un
gobierno que manifestaba su voluntad de seguir vivos y activos en la cruzada
anticomunista y de aplicar reformas sociales en la sociedad húngara.
Los meses en los que Szálasi estuvo en el poder fueran de gran
tensión: las tropas soviéticas mordían suelo húngaro y de nada sirvió la
heroica resistencia de Budapest después de cuatro meses de asedio. El 1946,
Szálasi y sus colaboradores, entregados por los norteamericanos a los
soviéticos, fueron ejecutados después del consabido proceso. Los cruces flechadas
emprendieron el camino del exilio o de la clandestinidad y en los años
siguientes debieron soportar una presión que asfixió cualquier posibilidad de
subsistencia del movimiento salvo en el exilio.
Se les achaca antisemitismo y el que en los meses que
gobernaron ejercieron actos de violencia contra adversarios políticos. Un
superviviendo de los que vivieron aquellos días y que encontramos en Québec, nos
confirmó que, efectivamente, había sido un período extremadamente duro y que la
represión sobre la comunidad judía se debió al papel que ésta tuvo con la
resistencia que trabajaba para la URSS.
En el centro de Budapest existe hoy un “museo” sobre la
violencia política (la Casa del Terror)
en el que, en su cornisa, pueden verse los emblemas de los cruces flechadas y
la estrella comunista. En la nueva Hungría, solamente el Jobbik, honra la memoria del “regente” von Horty. Todos
honran a los muertos de 1956. Nadie parece recordar que en los años 30 el
movimiento popular más extendido en el país era el dirigido por Szálasi y
que se trató de un partido con una componente proletaria innegable que tomó
distancias tanto del fascismo italiano como del nacional-socialismo alemán, como
una variedad nacional específica de esta corriente.
La literatura sobre los crímenes que se atribuyen a los
Cruces Flechadas parece excesiva a la vista del poco tiempo que estuvieron en
el poder y que, en todo caso, su mayor esfuerzo se orientó a movilizar a la
población y combatir en el frente. Pero los 40 años de régimen comunista
tendieron a reforzar la propaganda antifascista que no cedió tras la caída del
Muro de Berlín. Ciertamente, en la actualidad, algunos historiadores están
contribuyendo a poner los puntos sobre las íes sobre el fascismo rumano más
allá de la propaganda y de las “verdades oficiales”. Pero en 2019, por mucho que la prensa occidental se empeñe y los partidos
liberales y socialdemócratas lo proclamen en la Hungría de Viktor Orban lo que
ha renacido no es el fascismo, sino una forma de “derecha nacional”, sin
contacto con aquella experiencia histórica (aunque en algunos casos evite,
significativamente, pronunciarse sobre ella).
Si el fascismo rumano y el fascismo español son paralelos en
algunos aspectos, cabe decir que entre
el fascismo español y el húngaro solamente existe una similitud: su voluntad de
atraerse a las clases trabajadoras y su deseo de reforma social que en España
resultó frustrado y en Hungría conquistó el sentir de las masas trabajadoras.
Por lo demás, con quien si existen paralelismos es entre la figura de Franco y
la de Von Horthy: ambos monárquicos, ambos militares, ambos autoritarios, ambos
paternalistas… Pero está, claro está, es
otra historia: la del conservadurismo autoritario, no la del fascismo.
El número especial sobre el Fascismo Rumano puede ser
adquirido y verse su contenido en RHF-nº 55.