Barcelona se “terminó”
en 2004 cuando se abrió el Fórum Internacional de las Culturas que justificó la
apertura de la zona de Diagonal Mal y la urbanización de una zona abandonada de
la ciudad. De hecho, Barcelona, siempre se ha ido “completando” a base de
eventos: la exposición universal de 1889, la de 1929, las Olimpiadas de 1992 y,
doce años después, el Fórum de las Culturas. Desde el principio, la zona olía
mal. Se ha dicho y escrito que Diagonal Mar es una de las “zonas que peor huelen de España” (“de Europa” añadiríamos
nosotros). Como todo lo que intenta estar de moda, no es una zona
particularmente barata ni asequible para el ciudadano medio. Además, está
próxima a zonas conflictivas en las que, desde siempre, ha existido degradación
en las condiciones de vida.
A medida que crece la temperatura, el mal olor parece ir en
aumento. El ayuntamiento de la Colau
atribuye estos malos olores a un depósito de agua que hay en la zona y ha
habilitado un presupuesto de un millón de euros -otro más, unos pocos euracos
de nada- para su resolución. Tiempo perdido, porque el diagnóstico es deliberadamente
incorrecto. Cuando se construyó el Fórum (como concesión al lobby masónico del
ayuntamiento de la ciudad y, de paso, como nueva excusa especulativa), algún “iluminado”
en el sentido más real de la palabra, tuvo la brillante idea de colocar una
depuradora de aguas residuales bajo la superficie. No se ve y el ayuntamiento
prefiere no recordar que está allí, porque la siguiente sería que la ciudadanía
del barrio pediría su cierre inmediato. Así que, mejor hablar del “mal olor del
agua” que, por definición es colora, insabora e insípida… El mal olor no afecta
solamente a Diagonal Mar sino que se extiende en un radio de un kilómetro de
distancia a los barrios y poblaciones próximas e, incluso, en momentos en los
que el Garbí, viento del sur, el mal olor llega hasta Badalona.
¿Quién se arriesga a
parar la actividad de una planta depuradora que costó cientos de millones? ¿Y
cómo se construye una alternativa? Así que, mejor ir gastando, poco a poco, el
presupuesto público con “estudios” y “paliativos”. Lo más sorprendente es que
siempre se ha negado que fuera la depuradora del Fórum la productora de estos malos olores.
En 2015, cuando estallaron bruscamente en noviembre, se dijo
que los olores procedían de una finca del “Parc Agrari de El Prat”. En esa
ocasión, la peste se extendió por toda la ciudad, incluido el Ensanche (la
derecha y la izquierda hasta Glorias y Sant Andreu) y Gracia. Al final, se dijo
que todo era producido por los abonos utilizados en el parque agrario, en una
finca de cuatro hectáreas de las 3.500 del lugar. El encargado del lugar decía
que cada año se hacía lo mismo y que nunca había ocurrido nada. La Generalitat
lo respaldó por medio de su Departament d’Agricultura, pero… ¿se puede creer lo dicho por un departamento de una institución que
estaba en aquel momento volcado a la celebración del “referéndum” del 9-N (todo
esto ocurría el mismo mes de noviembre)?
Todo esto permanece envuelto en el misterio. Pero hay otros
aromas que son más fácilmente reconocibles. Se sabe, por ejemplo, en qué
barrios se ha celebrado la “festa major”, simplemente por el olfato. En esos
momentos, casi parece obligado para una parte de la asistencia, orinar en
cualquier lugar. Otro tanto ocurre en verbenas. Claro está que se trata de
momentos excepcionales y de fechas señaladas en el calendario, ante las que el
barcelonés, lo mejor que puede hacer es buscar otros horizontes. Pero luego
está el día a día de la ciudad. Y es lo más terrible. En Barcelona existen
150.000 mascotas por las calles, en su inmensa mayoría perros. A un litro de
orina por animalico, a nadie le puede extrañar que 150.000 litros diarias de
pis impriman a la ciudad ese carácter maloliente que tiene hoy. Los
propietarios de perros están obligados a recoger las cacas que sus mascotas
dejan por las calles. No siempre lo hacen, desde luego, muchos miran antes si
alguien los está mirando para hacerlo o no. Pero lo que nunca hacen -y no veo
por qué- es arrojar agua sobre el pis que sus perros sueltan en cualquier
lugar. ¿Qué es duro? Más duro es tener
que oler el pis de 150.000 mascotas.
Hay demasiado vehículo por Barcelona que, desde luego, no
ayuda a mejorar el olor. Quizás dentro de 30 años todos los vehículos sean
eléctricos o a pedales, pero el hecho es que hoy son de gasolina y la gasolina
quemada siempre huele con o sin ITV. Visto desde lejos -vivo a 40 kilómetros de Barcelona en un saliente
del mar- la ciudad se ve a lo lejos cubierta cada día, especialmente cuando el
calor aprieta, con una neblina amarilla. Es la contaminación, gran parte de
la cual se debe a los cientos de miles de tubos de escape. ¿Qué ayuntamiento se
atrevería a reducir el número de vehículos circulando por las calles? La
habilitación de carriles bici, los patinetes eléctricos en sus distintas
variedades, todo eso, ha contribuido a hacer aún más caótico el salir a la
calle. En lo que se refiere a los transportes públicos, desde hace quince años
actúan bandas de carteristas y choros, casi todos de origen magrebí o romani
del Este Europeo, así que no es raro que sea un medio que los barceloneses cada
vez ven con más desconfianza.
Porros. No hará mucho,
estaba por casualidad en Barcelona acompañando a mis nietos, ellos jugaban en
un parque público de la Avenida de Roma. A menos de metro y medio, en horario y
jornada de estudio, unos adolescentes empanaos liaban y consumían porros
compulsivamente. Barcelona, además de a orines de perro y de origen
festivos humanos, además de a tuvo de escape, además de a mierda inidentificada
u ocultada, además, huele a porro. Este olor es cada vez mas invasivo. Los ni-nis
han aprendido a hacer de su afición un medio de vida. Total, nadie les dice
nada y el “legislador” no está dispuesto a legislar el consumo de haschisch y,
simplemente, prefiere un vacío legal. Ya hay gente por las calles cuyas ropas
huelen a porro. Los tengo por colgaos, sin más. El hecho de que, a la vuelta de 5 ó 10 años, buena parte de todos ellos
hayan desarrollado enfermedades neurológicas asociadas al consumo de cannabis, realmente,
me importa muy poco: es su vida y es su camino; ánimo, el Estado les garantiza
los 433 euros/mes para porros y telefonía móvil y luego, un tratamiento para la
esquizofrenía y una pensión de por vida. Es su vida y así se la han organizado.
Pero lo que me molesta es trabajar para que estos empanaos puedan seguir siéndolo
los 40 o 50 años que tienen por delante. Y, sobre todo, me molesta que
cuando mis nietos vengan a España, tengan que convivir a metro y medio de
consumidores de haschisch, como me molestaría que vivieran en medio de una
comunidad de alcohólicos. ¿Y el “legislador”? ¿legisla o solamente se preocupa
de su reelección?
Menos mal que para
remediar esto se postula un candidato como Manuel Valls, el único hombre no
independentista aceptable por el loby masónico del ayuntamiento de Barcelona,
masón a su vez y cuyo paso por la política francesa se saldó con una fama de
crustáceo: duro por fuera, blando por dentro. Quiere ser alcalde, pero
mucho me temo que su ambición va más allá y que su intención es pisarle el
cargo a Albert Rivera. Bah, miserias de la política que ni nos van ni nos
vienen.
Barcelona huele mal. Incluso la mera presencia de Valls
contribuye a que huela peor. Esta es la única realidad. Si nos molestan los malos olores es, simplemente, por que nos remiten
al problema de la muerte. La vida humana, no tiene resuelto el drama de la
muerte que se asocia a la descomposición y a la putrefacción. Una sensación
olfativa desagradable en tanto que evoca muerte. Cuando una ciudad huele mal es
que está próxima a morir. Quizás por sus calles circulen perros meones,
colgados porreros, vehículos pestilentes y personajes salidos de The Walking Dead, pero la ciudad,
Barcelona, está muerta en su espíritu. Y la prueba, precisamente, van a ser las
próximas elecciones municipales: solamente un político amortizado en Francia
puede venir a Barcelona, como plato de segunda ronda, y aspirar a ser alcalde
por una formación “constitucionalista”.