viernes, 15 de octubre de 2010

Los Gays vistos por un hétero (V de VII). El calambrazo de la sexualidad

Se dice que el ojo humano es la gran construcción de la evolución. Será por que el que suscribe es miope, hijo y nieto de miopes y padre, a su vez, de miopes, que me parece que, con nuestra familia la evolución, en este terreno, no ha hecho precisamente maravillas y estas, sin embargo, han correspondido a la óptica de la esquina. No nos engañemos: el gran logro de la evolución es el orgasmo.

Los orgasmillos o el bien morir


Células nerviosas y plantas productoras de hormonas que, bajo determinadas circunstancias, están en condiciones de generar una sensación invasiva de suspensión de todas las funciones vitales, acompañada por gozo y armonía sin fin, eso si que es una maravilla de la evolución y no mi miopía. El pensamiento lógico puede ser reproducido por los algoritmos de una máquina que razona tan rápidamente como la mente humana más ágil y brillante. Pídanle a una máquina que tenga algo parecido a un orgasmo y, como máximo, se le fundirá el transformador. Y eso es lo maravilloso: que el orgasmo parece trasladarnos en vida más allá de la vida, hasta un punto límite que parece fronterizo e incompatible con la vida -las frases de los amantes a este respecto son elocuentes: "me muero", "me matas", "estoy muerto", "matame"- o una experiencia de éxtasis trascendente. Puede entenderse la insistencia con que la mística española del Siglo de Oro y el mismo Eclesiastés o el Cantar de los Cantares, tenían fugas tan evidentes hacia lo erotísimo.

No tengo idea de cómo pueda ser el orgasmo homosexual pero, a la vista de las confidencias de unos y de otros, me maquino que igual de potente que el hétero. Por alguna descripción, me da que tiene tendencia a ser más genital que global, pero es posible que me equivoque, vosotros sabréis como son vuestros orgasmos homosexuales, que servidor tiene suficientes con los suyos.

No tengo la menor duda de que el orgasmo es un estado psicofísico inducido por la excitación de determinadas células nerviosas, que genera descargas hormonales y convulsiones musculares; mayor o menor según se den unas u otras condiciones de la mente. No siempre es de la misma intensidad y no siempre depende de la habilidad y el savoir faire del, o, de la amante. Es curioso, pero incluso los mismos amantes no tienen habitualmente orgasmos de la misma intensidad. Diríase que no hay una ley física que determine la duración y la intensidad del orgasmo y que éste depende muy poco de la voluntad consciente de la pareja. Si por ellos fuera, calambrazo diario y estrellitas día sí día también. Es fácil explicar el orgasmo heterosexual en clave de mito y a la luz de de la ciencia de los Volta y los Amper. Verán ustedes de donde sale esta teoría de la polaridad sexual.

En realidad, Platón no iba mal enfocado con la historia del andrógino, sólo que lo complicó todo en su afán de intentar dar una explicación a las relaciones homosexuales y lésbicas. Si exceptuamos esa coletilla, ausente, como hemos visto, en toda la literatura anterior y posterior sobre el mismo tema, veremos que, en el fondo, la separación de los sexos y su atracción irresistible parecen tener casi una base electromagnética. Se sabe aquello de que los polos opuestos se unen y los polos del mismo signo se repelen. Luego entraremos en la inclusión del hecho homosexual dentro de esta teoría. Limitémonos ahora a llegar hasta las últimas consecuencias lógicas e inevitables de esta concepción.

Las civilizaciones tradicionales, anteriores a Platón y, en cualquier caso, pre-modernas, tenían una curiosa cosmogonía que partía de una base conceptual: no veían el mundo como nosotros, sino como símbolo. Y, en tanto que tal, reconocían pares simbólicos equivalentes, derivados de la totalidad originaria. No importa qué cosmogonía examinamos, siempre, en el origen de los tiempos, previo a la creación, existía el  Caos. Llegado a un punto, el Caos era ordenado por el "principio generador". El Caos tenía como símbolo el círculo que se cierra sobre sí mismo y dentro del cual bullen indiferenciados todos los elementos. Ese caos ordenado, daba como resultado el mundo manifestado. Pero ese mundo creado estaba sometido a la ley de la dualidad y de la contradicción: es entonces cuando aparecía el Bien y el Mal, lo alto y lo bajo, lo positivo y lo negativo, el Sol y la Luna, lo Masculino y lo Femenino, el Oro y la Plata, el Fuego y el Agua. Y, con alguno de estos pares establecieron relaciones de equivalencia simbólica; por ejemplo: a un lado, Positivo, Sol, Masculino, Oro, Fuego y, al otro, Negativo, Luna, Femenino, Plata, Agua que, obviamente implicaban derivaciones culturales y sociales.

En realidad, estos dos pares ordenados de polaridades tienen su equivalente en el género humano en dos tipos fisiológicos bien determinados: hombre y mujer. La importancia que las civilizaciones tradicionales daban a la división de roles sexuales era una prolongación de su visión dualista del mundo y de la vida. El hombre arcaico, además de sobrevivir, observaba el mundo que le rodeaba. Aquellos milenios oscuros de los que apenas sabemos gran cosa debieron ser épicos: la lucha por la supervivencia de un lado, por conquistar el alimento, engendrar, proteger a la prole, reponer fuerzas, volver a conquistar el alimento y así sucesivamente, debieron permitir liberar tiempo para observar el mundo. Nuestro cerebro, que permanece idéntico en capacidades, volumen y circunvoluciones cerebrales, desde hace miles de años, empezó a tomar conciencia de sí mismo y del mundo y a preguntarse el por qué de todo: por qué existe el Mal en el mundo, por qué es preciso luchar por la vida, por qué hay día y hay noche; y empezó a valorar las respuestas en orden a lo que veía en torno suyo: hombres y mujeres que se atraían unos a otros, hombres que luchaban por la vida y mujeres que alumbraban nueva vida y se encargaban de su cuidado. Y en ambos vio una maravillosa simbiosis y una necesaria complementareidad. Alzó su mirada y vio Sol y vio Luna. Vio Tierra y vio Agua. Y en cuanto empezó a saber trabajar los metales, vio oro y vio plata. Eso fue el origen de todo. ¿Simplista? Quizás ¿Erróneo? No lo creemos.

Les seré sincero: las manzanas también caen en Tasmania. La frase que no es una boutade: para que la teoría de la gravedad de Newton sea cierta, no era suficiente que una manzana cayera desde lo alto de una rama, sobre un tipo en una tarde del siglo XVII en un lugar concreto de Inglaterra, sino que en todas las épocas las manzanas fueran cayendo en cualquier lugar del planeta. Incluido en Tasmania, aquí y ahora. Y eso quiere decir que una teoría es tanto más fiable, cuantas más veces se haya constatado en la historia el fenómeno que la inspira, y es tanto más cuestionable, cuantas menos veces se haya manifestado. Y nos parece que está fuera de toda duda que, desde los albores del paleolítico, el género humano siguió las pautas marcadas por la evolución y organizó a la sociedad en dos sexos cada uno con sus funciones específicas derivadas de su particular rol biológico.

Por eso, deberemos de convenir que la definición de Hombre y Mujer como sexos opuestos y complementarios es una tautología. En efecto: todo lo opuesto, en gran medida, es complementario. ¿Y lo gay? Pregúntenselo a Platón que sugiere que es complementario de sí mismo. Y luego, intenten encajar dos piezas de machihembrado por el lado que no procede y ya me dirán...

Aceptar lo anterior es reaccionario, políticamente incorrecto, "regre" y, hasta cierto punto, inconveniente. Significa, en principio, negar 150 años de teorización feminista. Eso es, efectivamente, lo que estamos haciendo. Nuestro amigo Pol Ubach en un encantador volumen de esta misma colección - "¿Aún votas, merluzo?"- explicando la génesis del sistema democrático, venía a decir: si bien es rigurosamente cierto que el origen de las democracias formales actuales está en la odiosa teoría política luterana y calvinista, el resultado final no ha sido malo. Una mala teoría ha dado lugar a un sistema aceptable. Las ideas feministas del último tercio del XIX y de todo el siglo XX, han sido, cuanto menos, cuestionables o manifiestamente falsas, pero han servido para rescatar a la mujer de un plano absolutamente secundario en el que el concepto de familia burguesa la había sumido. Nuevamente, una mala teoría ha hecho triunfar una causa justa.

Pero la cuestión es plantearse a estas alturas, en las que nadie niega el derecho de la mujer a la igualdad, a dónde puede llevarnos. Me da la sensación de que es hora de lanzar algunas advertencias. Si nos atenemos a algunos rasgos de la crisis social actual, veremos que derivan directamente de la aplicación de los principios emanados del feminismo.

Polaridad rima con sexualidad


Las relaciones heterosexuales se conciben como la unión de dos polaridades diferentes de signo opuesto que se atraen irremisiblemente y que corresponden a los dos sexos fisiológicos. Esta concepción debería tener un corolario: contra más fuerte es la polaridad, más atracción genera. Pero este concepto de la sexualidad no sirve para explicar las relaciones homosexuales. El problema, a fin de cuentas, es de punto de partida: si se parte de la base de que existe un sustrato, casi diríamos "electromagnético" en la sexualidad o si, por el contrario, se basa en el libre albedrío de los sujetos que tendrían una innata tendencia a unirse entre sí al margen de su sexo físico, el problema, desemboca en que la educación y las costumbres sociales siempre, inevitablemente favorecerán a una u otra concepción. Una vez más aparece aquí la necesidad de tener claro un concepto de "normalidad" en torno al cual ordenar los valores sociales. Por que, desde nuestro punto de vista, tras haber definido el paradigma de normalidad la conclusión es que el Estado y la sociedad deben favorecer las relaciones heterosexuales. Favorecer unas, no implica prohibir las otras, pero tampoco hacerles el caldo gordo para ganar unos cuentos miles de votos o por simple profesión de fé "progre".

Sexo físico y sexo mental

¿Qué problema subyace en las relaciones homosexuales? Que sacan a la superficie un elemento interesante, antes lo hemos apuntado: existe un sexo corporal y un sexo mental. No siempre coinciden. Así pues hay dos polaridades a considerar: cuando coinciden, estamos ante tipos heterosexuales, cuando difieren, esto es, cuando sexo físico y sexo mental no coinciden, aparece la posibilidad homosexual. Dando por supuesto que el cerebro es completamente independiente de la fisiología (que no lo es). Por que la química del cerebro opera maravillas y haría falta saber si las secreciones de angrógenos -hormonas de la sexualidad masculina- son del mismo nivel e intensidad en heterosexuales y en homosexuales. Por que a la postre somos un sustrato biológico gobernado por neuronas, las cuales, a su vez, se ven influidas por determinadas secreciones hormonales. Es decir, que somos química. Tenemos libre albedrío... si, pero hasta cierto punto, por que resulta muy difícil deslindar donde termina un impulso generado por sobreabundancia o miseria hormonal y donde empieza y termina nuestra libertad de opción.

Si aceptamos lo anterior, con todos los matices que se quiera, las conclusiones pueden llegar a ser pasmosas y corren el riesgo de conmover los cimientos sobre los que se ha edificado nuestra sociedad en los últimos 30 años. Observen sino. Coeducación, por ejemplo. Nadie la cuestiona -ni nosotros tampoco, claro-, pero... servidor es hijo de la educación diferenciada. Gracias a la educación por separado, para mí y para los de mi generación, la mujer era un "misterio". Tras la salida del colegio de los Escolapios, íbamos a ver a las alegres muchachas que salían del vecino colegio de las Damas Negras. Para nosotros la mujer era algo que nos atraía por lo que de misterioso adivinábamos instintivamente en ella. Mirábamos a aquellas chicas y las comparábamos con la estatuaria clásica; a los 10 años nos dimos cuenta de que a la mujer no le colgaba nada entre las piernas. Por algún motivo los senos revestían una particular atracción para todos nosotros. Éramos niños, apenas habíamos cumplido 10 años y, ya entonces, la sexualidad ejercía sobre nosotros una irresistible atracción.

Nadie nos había dicho que las chicas debían gustarnos, pero nos gustaban. Durante años acumulábamos una tensión erótica que luego pagaba la primera novieta. Había pasión contenida durante años en aquel primer beso y no se relajaba con el primer coito. El misterio acentuaba la polaridad y, ésta, multiplicaba la atracción. Los niños con los niños y las niñas con las niñas, es hoy un principio más que superado y la coeducación es incuestionable. Lo que quiere decir que no es políticamente correcto, cuestionarla. Servidor tiene tendencia a cuestionarla, como un pour parler. Fue el misterio el que acentuó nuestra atracción por la mujer. Veamos el caso opuesto, donde el misterio es inexistente.

No hay nada más antierótico que una playa nudista. Salvo cuatro degenerados, tres exhibicionistas y dos mirones, los nudistas de estricta observancia no suelen empalmarse en las playas. Un bañador cubre entre un 5 y un 20% del pellejo, así que llevarlo o no llevarlo, ni libera en exceso, ni oprime hasta lo insoportable. Así que me parece irrelevante mostrar o no lo poco que queda a cubierto con un bañador. Ahora bien, el nudista no tiene secretos, es la negación misma del misterio. La tensión erótica, entre hombre y mujer, queda literalmente pulverizadas en cualquier playa nudista. Conclusión: si usted considera más importante ligar bronce hasta en la raja del culete antes que sentirse irresistiblemente atraído por el otro sexo, no lo dude, lo suyo son las playas nudistas; ahora bien, si usted quiere tener una relación sexual intensa, necesariamente en ella deberá existir algo de misterio. Y si quiere un consejo, en ese caso no visite una playa nudista o el misterio se desvanecerá.

Entre un sexo y otro hay un misterio

El "misterio" es lo que hace que dos seres humanos se interesen, el uno por el otro. El erotismo es lo que nos diferencia de las especies animales. La mera existencia del concepto implica la necesidad de cierto grado de pudor. El pudor, no es otra cosa que el mantenimiento del misterio de cada sexo hacia el otro, a fin de aumentar la atracción entre ambos seres. Pero hoy, el pudor es una idea condenada. De hecho, me temo que si realizáramos una macroencuesta entre gente menor de 40 años, sobre lo que es el pudor, la respuestas podrían sorprendernos y mucho más el porcentaje de aciertos.

¿Pudor? ¿para qué? No, desde luego, por una cuestión moral o por restricciones de tipo religioso, sino, fundamentalmente para mantener el misterio masculino y el misterio femenino, para acentuar la polaridad, para lograr una atracción más continuada e intensa entre los sexos, para evitar banalizar el sexo, para situarlo en el lugar que ha ocupado desde el origen de la especie, como dispensador de placer y generación. Juntos y por separado: placer por el placer y placer para la generación.

Está claro que determinadas formas extremas de pudor implican -como los niveles extremos de exhibicionismo- la existencia de problemas de la mente. Como siempre, la vía media es la más adecuada. La moderación, es la madre de todas las dichas. No se trata de defender una moral sexual restrictiva y pacata, sino de asegurar una sexualidad que pueda seguir dando placer y que sea compatible con el mantenimiento de la especie. El placer puede ser cotidiano, incluso varias veces al día; la generación debe ser responsable y consciente. Esto implica niveles de educación sexual. Yo la tuve a los 12 años, gracias a un escolapio cubano exiliado por Castro. No me sorprendió lo que me explicó, por que me confirmó en lo que hablábamos los chicos entre nosotros ya desde los 10 u 11 años. El despertar de la sexualidad es algo maravilloso... pero si se tiene demasiado cerca al otro sexo, el misterio tiende a diluirse; entonces, la polaridad mengua: la calidad y la intensidad de la atracción también. Conclusión: para mantener la tensión sexual es preciso una educación diferenciadora y un cultivo del "misterio" de cada sexo... contrariamente al modelo, igualitarista.

Si el niño convive seis o siete horas con niñas, y viceversa, y ambos reciben la misma educación en base a los mismos principios establecidos por el dogma de la coeducación, se cierran las puertas a la diferenciación cultural entre los sexos. Diferenciación que existe en base a la misma diferenciación fisiológica y a los distintos niveles de secreciones hormonales masculinas y femeninas. Pero, aunque la coeducación y el progresismo, cierren la puerta a la diferenciación de sexos, ésta entra por la ventana.

Las niñas suelen estudiar más. No pueden competir con los niños en juegos que impliquen grandes esfuerzos y prefieren competir en el terreno de los estudios. Habitualmente, son más aventajadas y, desde luego, porcentualmente, no cabe la menor duda de su superioridad en aplicación. Los niños, por el contrario, son conscientes de su fuerza y la evidencian precisamente por que intuyen que ese rasgo diferencial no está, habitualmente, al alcance de las chicas. Además, para diferenciarse de ellas, suelen recurrir al gamberrismo más exaltado. Creen que así adoptan una identidad propia, alejada de las chicas. Por lo demás, las chicas maduran mentalmente antes y los chicos tardan algo más. También, físicamente, las chicas experimentan un "tirón" previo al de los chicos. Pero luego su crecimiento se detiene, justo cuando el de ellos arranca. ¿El resultado? Un mayor rendimiento de las chicas en los estudios. ¿Su efecto social? Una mayor presencia de la mujer en determinadas profesiones liberales y cuerpos funcionariales, y, consiguientemente -junto a otros factores-, un descenso en la demografía y un aumento en la edad en la que se tienen hijos. Y quizás, incluso, cierta inestabilidad creciente en las parejas. Por que hoy el "hasta que la muerte nos separe" ha pasado a ser una frase hecha en la que nadie cree y en la que muy pocos piensan. Y, sin embargo, servidor sostiene que no hay nada más grande que un abuelo y una abuela que se han soportado durante toda una vida, con sus grandezas y sus miserias, con sus alegrías y sus problemas y que, finalmente, tras cuarenta o cincuenta años de vida en común, siguen amándose hasta el punto de que la muerte de uno suele acarrear, en menos de un año, la del cónyuge. Créanme que siento felicidad y satisfacción al ver estas parejas paseando por la calle y temo que sea cosa de otro tiempo.

El drama de nuestra época que espero me lo explique algún sexólogo progre, consiste en que, nunca como ahora, han estado ausentes trabas y barreras para el ejercicio de la sexualidad, es decir, nunca como ahora han saltado por los aires las barreras del pudor y se ha vivido un clima tal de libertad sexual y, "parajódicamente", nunca como hoy, ha existido un nivel tan elevado de patologías, disfunciones sexuales y perversiones lacerantes; y, finalmente, nunca como ahora, los niveles de duración de las parejas (básicos a la hora de la generación y educación de los hijos) son tan breves. Algo falla, compañeros. Las concepciones progres de las que se ha alimentado nuestra civilización en los últimos cuarenta años, no han llevado a algo "mejor" respecto a lo que fue la familia burguesa y las concepciones burguesas clásicas... sino a algo "diferente". Mejor en algunos aspectos... y peor en muchos otros.

Algo no funciona

Hoy hay aumentado los crímenes sexuales y de la violencia doméstica; existe también un problema de infertilidad, superior a cualquier otra época. Hace unas décadas, los afrodisíacos eran una rareza, hoy, el Viagra se vende en farmacias y está al alcance de cualquiera que le pida la receta a  su médico. A fuerza de banalizar la sexualidad y poner cualquier forma de erotismo al alcance de todos en todo momento, incluso con encender simplemente un ordenador o a la hora de ver buena parte de la publicidad televisiva, lo que se ha logrado es despojar al erotismo de cualquier halo de misterio. Con esto se ha logrado la persecución acelerada de la "novedad". Y esto es peligroso en materia de erotismo. La búsqueda de la novedad termina acelerando la propia sexualidad y llevándola por caminos cada vez más excéntricos, como si persiguiéramos una meta móvil que corre a la misma velocidad, delante nuestro.

El erotismo está hoy fuera de cualquier control. Lo importante no es la "liberación sexual", sino la "liberación del sexo". Por que el sexo, devenido obsesión, no es la mejor de las perspectivas, créanme. Y no albergo la menor duda de que pedófilos, mirones, masturbadores compulsivos, internautas erotómanos adictos al chateo unos y al sexo extremo otros, consumidores acelerados de líneas eróticas, ayer 906 y hoy 801, turismo erótico, sin olvidar los "baby cocoon" (adultos atraídos por el uso de inofensivos pañales que les permiten orinarse encima experimentando así el dudoso gustirrinín de un calorcillo húmedo) y demás lindezas, son rarillos, autoexcluidos de la idea de normalidad, que campan en zonas fronterizas entre el principio del placer y la chaladura. Y cada vez son más. Hoy todos los fenómenos sociales son fenómenos de masas.

Enséñese a controlar la sexualidad en las clases de educación sexual. Enséñense estándares de normalidad y de anormalidad. Enséñese que hay vida fuera de la sexualidad. Enséñese, finalmente, que la sexualidad ha sido considerada en todas las épocas como un gran misterio y que es bueno que así haya sido. Recuérdese que cuando ha dejado de ser un misterio y se ha banalizado, la explosión de las neurosis y sociopatologías de base sexual se ha enseñoreado en la sociedad. Lo dicho, que estamos ante una perspectiva que no es como la echar cohetes.

Pues bien, es en este marco sociopatológico en el que hay que insertar la eclosión de la "cuestión homosexual" que vivimos hoy. No en mundo idílico y "normal".

(c) Ernesto Milá - infokrisis - PYRE - http://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.