viernes, 15 de octubre de 2010

Los Gays vistos por un hétero (IV de VII). El andrógino platónico y las raíces teóricas de la homofilia postmoderna

Se ha citado frecuentemente a Platón y a su diálogo "El Banquete" como la mejor exposición del mito del andrógino a efectos de explicar el origen de la atracción heterosexual. No es así. Al menos no es exactamente así. Esto queda para muchos otros antes y después de Platón, pero en el ateniense la cuestión resulta completamente alterada cuando se lee la letra pequeña. En "El Banquete", da la sensación de que Platón explica cualquier tipo de atracción erótica, heterosexual u homosexual. Pero se trata, sin duda, de la interpretación más superficial y pedrestre que puede realizarse sobre el tema, sólo posible por quien ha aislado el texto platónico del contexto que le es propio: el de la filosofía clásica no exenta de fugas hacia el misticismo y el mundo mágico que luego, en el período alejandrino, serán todavía más claras con el neoplatonismo. Aun a riesgo de que les aburramos, hagan un esfuerzo por seguirnos en la aventura intelectual de definir el origen de la pulsión erótica.

Unidad superior a dualidad


El texto de Platón es suficientemente conocido: en "El Banquete" (parágrafos XIV y XV) recoge, a través de un diálogo entre Aristófanes y Diotima, un mito que era anterior a él y que probablemente fue establecido en el origen de la Grecia Dórica. Hay que remontarse al texto concreto, para apreciar su verdadero sentido. Citamos los párrafos más significativos por que paja, lo que se dice paja, no falta: "En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia".

Viene luego el famoso párrafo en donde describe el carácter "luciferino" o "prometeico" (es decir, la tendencia a revelarse contra el dios) de estas razas: "Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses". Evidentemente, las estructuras míticas son siempre muy parecidas y toda esta temática está muy próxima de la concepción bíblica de la "caída", sustituyendo el manzanazo de Eva por la "conspiración" y el "asalto al cielo" por la torre de Babel.

Sigue describiendo Platón el castigo por la osadía de estas razas: "Zeus y los demás Dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban solución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes". A lo que sigue la decisión "salomónica": "Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos"

Simbólicamente, la esfera es el sólido más perfecto por que todos los puntos de su superficie distan lo mismo del centro y, por lo demás, si en el centro hay infinitud de puntos, lo paradójico es que en la superficie de la esfera, proyección exterior de esos puntos centrales, existan esos mismos infinitos puntos. El cero y el infinito parecen unidos en la esfera. Para el griego antiguo la esfera era el símbolo de perfección divina y de la superación de las contradicciones, en tanto que cuerpo más móvil que existe, mientras que el cubo lo era de estabilidad: lo que en la esfera remite al universo sutil de los dioses, el cubo (la piedra cúbica de los masones) remite al universo más estable y material. 

Y ahora vienen las conclusiones de Platón: "Una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros". Por si no hubiera quedado claro, Platón, por boca de Aristófanes, añade: "Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia, cuantos hombres son sección de aquél ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras. Pero cuántas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas. Cuántos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando a lo que es similar a ellos. Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando ya son unos hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía".

El texto platónico mezcla conceptos metafísicos, morales y religiosos en una inextricable mixtura que, en su conjunto, produce sonrisas y la sensación de que antes de Platón hubo pre-filósofos que lo tenían todo más claro y en cuyas fuentes mamó el ateniense. A fin de cuentas, tal como la plantea Platón, la doctrina del andrógino explica, a través de un mito, ingenuo, sino infantil, que las dos medias naranjas, forman una sola. O mejor dicho, dos medias naranjas forman una sola, dos medios limones uno solo y dos medios melocotones uno solo...

Si bien es cierto que Platón contemplaba la existencia de tres entes primordiales (el andrógino, el masculino y el femenino), en la perspectiva de la metafísica griega, no existía entre ellos igualdad: el ente andrógino -es decir, el compuesto por hombre y mujer, andros y gynos- se le concebía superior a los otros dos. O si se quiere: los entes masculino y femenino se presentaban como netamente inferiores al modelo andrógino. Y añado: si la mayoría de comentaristas del universo mítico no citan estas otras dos "esferas" (la masculina y la femenina) no es como resultado de una conspiración para ocultar lo que todo el mundo sabe, a saber, que la homosexualidad no fue particularmente perseguida en el mundo clásico, sino... porque era completamente irrelevante. En la estructura de un mito, no todo lo que se cuenta es esencial; al igual que en los sueños hay que estar en condiciones de aislar lo esencial de lo accidental, lo prioritario de lo secundario, el grano de la paja, con perdón. Sueño que vuelo y que paso junto a una castañera... lo esencial es el arquetipo simbólico del vuelo; en cuanto a la castañera, carece de interés onírico, su imagen quizás sea un residuo inconsciente de una castañera real que haya visto ese mismo día. En el mito del andrógino ocurre otro tanto: lo esencial es aquello que se repite en otros mitos y en otras latitudes, a saber, el poder atribuido a seres que tenían los dos sexos.

Pero se trataba de símbolos. De hecho, cuando en Grecia y Roma nacía un niño con rasgos andróginos, era sacrificado por sus mismos padres sobre la marcha. Mircea Eliade dice al respecto: "El hermafrodita concreto, anatómico, estaba considerado como una aberración de la Naturaleza o como un signo de cólera de los dioses y, por consiguiente, era suprimido en el acto". No era la realidad objetiva, sino el símbolo lo que otorgaba interés al mito. Cuando se confunde símbolo con realidad, lo que se ha producido es una degradación del primero, el espíritu ya no es capaz de percibir la significación metafísica de un símbolo e intenta interpretar un mitologema como si se tratara de un relato novelado en el que cada descripción es esencial a efectos de comprender el conjunto.

Además, Platón no fue el único en tratar el mito el andrógino. Otros muchos antes y después lo hicieron y solamente en el relato platónico se alude a las esferas "masculinas" y "femeninas" que Zeus separó. En uno de los textos alejandrinos más conocidos, el "Discurso Perfecto" del seudo Hermes Trimegisto, éste revela a Asclepio que "Dios no tiene nombre, o mejor dicho, que los tiene todos, puesto que es conjuntamente uno y todo. Infinitamente lleno de la fecundidad de los dos sexos, alumbra todo lo que se propone procrear.

¿Qué? ¿Pretendes decir, oh Trimegisto, que Dios posee los dos sexos?

Si, Asclepio. Y no sólo Dios, sino todos los seres animados y vegetales".

Y en el "Bereshit rabba", se dice "Adán y Eva fueron hechos espalda, contra espalda y unidos por los hombros; después Dios los separó de un hachazo, dividiéndoles en dos". Mucho más antiguas son las referencias que encontramos en la tradición oriental indo-aria desde el origen común de Ormuz y Arhimán en la tradición irania, hasta los conceptos  tardíos del tantrismo tibetano, pasando por las cosmogonías hinduistas que, sin apenas excepciones, aludían a dos principios opuestos -la "coincidentia oppositorun"- que se habían desgajado de la totalidad primordial. Podríamos multiplicar los ejemplos que nos llevarían a afirmar categóricamente que, no es sólo en Platón, sino en toda la literatura sapiencial donde se alude al mito del andrógino. Incluso en la literatura presocrática. La diferencia es que Platón coloca algunos elementos de su propia cosecha: lo relativo a las "esferas homofilas".

Platón, con toda esta historia, explica la atracción homosexual y lésbica, efectivamente, pero tanto en Platón como en absolutamente toda las demás fuentes, el complejo dual hombre-mujer, masculino-femenino, positivo-negativo, está presente como conjunto integrado, superior a positivo-positivo, negativo-negativo, masculino-masculino, femenino-femenino, etc. En tiempos de Platón no existía la noción de polaridad electromagnética. Hoy si se conoce. Los polos opuestos se atraen, los polos del mismo signo se repelen.

Textos iranios, hindúes e incluso bíblicos, anteriores a Platón, mantienen mucho más nítidamente la pureza del símbolo. En la propia Biblia, Adán, originariamente, es un ser andrógino en la medida en que sólo en un momento de su vida, a través de una costilla, queda generada Eva. Antes del episodio, Eva estaba incorporada a Adán. Es el mismo mito del andrógino explicado con otros códigos poéticos. Ni en la Biblia ni en otros textos sapienciales de la antigüedad, se habla de otros "seres" que puedan equipararse a los otros dos entes platónicos que dieron lugar a pares de homosexuales y lesbianas. Excepción rima con Platón... autor al que, al parecer, sus gustos y refinamientos, pesaron en la elaboración de su metafísica, al menos en este punto. Imperdonable. Y lo que es peor: creó confusión.

El símbolo del andrógino había servido hasta Platón para explicar el origen de la dualidad y su presencia en el mundo, como caída a partir de la totalidad originaria. El dios único, el Uno que gobernaba el Todo, al crear el mundo, genera el Dos, lo positivo y lo negativo, lo masculino y lo femenino, el sol y la luna, el bien y el mal. Así la teoría del andrógino tiene su lugar en un dualismo cosmogónico que tiende a explicar la totalidad del mundo manifestado, no fuera de él. Pero insertando al tercer "sexo", se sitúa fuera de la metafísica. Platón degrada esta temática, la incorpora de manera fragmentaria y confusa, difícil de entender si no se conocen los códigos simbólicos del mundo clásico y, por extensión, del mundo antiguo indo-europeo; y, para colmo, incorpora especulaciones de su propia cosecha sobre temas que le interesaban (la homosexualidad, por ejemplo). No es raro que la mayoría de sus comentaristas eludan la letra pequeña del mito platónico por lo poco que puede aportar a una concepción metafísica y a la fama del filósofo.

El origen de la atracción sexual


Tradiciones de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, coinciden, con una extraña unanimidad, en afirmar que el primer ser que vio la luz, carecía de diferenciación sexual: era, masculino y femenino a la vez. Los griegos, como hemos visto, lo llamaron Andrógino. Igualmente, todas las tradiciones, consideran que la "caída" -el pecado original del cristianismo- que debió afrontar la humanidad derivó de la diferenciación sexual. De lo que se consideraba estado de perfección originario, se descendió un peldaño que llevó a la separación de sexos. Así pues de lo que se trataba era de recuperar la pureza primitiva y reintegrar el ser andrógino en la unidad primitiva y, para ello, se establecieron distintas vías: sexualidad, magia, hermetismo, mística, alquimia, sistemas mistéricos e iniciáticos...

Antes hemos aludido al tema de Lucifer, arrojado a los infiernos por encabezar la revuelta contra Dios. En Lucifer, como en las demás jerarquías celestiales, existe una completa ambigüedad sobre su identidad sexual. Ángeles, Arcángeles, Serafines y Querubines, son seres andróginos y como tales han sido representados por la iconografía cristiana. Sin embargo, cuando se hace referencia a seres diabólicos a se establecen diferenciaciones sexuales: los textos canónicos, los sumarios de la Inquisición, insisten en que Satanás, tiene sexo, existen íncubos y súcubos, diablos tentadores masculinos y femeninos. Se hacen curiosas especificaciones como, por ejemplo, que el diablo tiene el semen frío o que su miembro produce un intenso dolor en las mujeres que posee. Las "diablesas", por el contrario, esconden su fealdad mediante todo tipo de tretas y, a la postre, lo único que les importa es robar el semen del varón en la oscuridad de los lechos, en ocasiones, mientras la esposa del sujeto tentado ha asistido a algún aquelarre de brujas o a la celebración del sabat en compañía del diablo masculino. Esta idea del diablo como ser andrógino está presente en la Edad Media europea, tal como puede verse en el arcano XIV del Tarot, que representa la imagen del Maligno mostrando caracteres masculinos y femeninos a la vez y manteniendo encadenados a una pareja de amantes.

Los ejemplos de casos de androginización simbólica no faltan en la historia. Se sabe, por ejemplo, que los chamanes indios de América suelen vestirse de mujer para celebrar sus ritos. Maria Sabina, una famosa chamán mazateca, en el curso de sus ceremonias y ritos con ayahuasca, se comporta en todo momento como varón. El travestismo de los sacerdotes era habitual en el mundo clásico europeo: los sacerdotes de Atis llegaban incluso a castrarse, mientras que algunos emperadores (Calígula, Nerón, Cómodo y Heliogábalo) asumieron los rasgos de bisexualidad andrógina, como elementos legitimadores de su autoridad, algo que no fue entendido por algunos historiadores de su tiempo (Dion Casio, Diodoro de Sicilia y el propio Juvenal) que tomaron el símbolo por realidad. Esta práctica se transmitió a los emperadores bizantinos cuya autoridad se cimentaba en dos principios opuestos, masculino uno, Cristo, y femenino el otro, la Iglesia. En la Iglesia de Occidente, algunas santas son representadas con barba y el signo andrógino de la Tau (trazo horizontal, femenino y pasivo, trazo vertical, activo y viril).

San Pablo, que conocía perfectamente los sistemas simbólicos griegos y romanos, introdujo ecos desfigurados del mito del andrógino en su versión particular del cristianismo y así en la Epístola a los Gálatas (3:28) afirma que "el bautismo borraba las diferencias entre el hombre y la mujer". Los cristianos gnósticos, veían un reflejo de la síntesis andrógina en la unión entre Cristo y María Magdalena. Luego, en lo más oscuro de la Edad Media floreció el mito de la Papisa Juana, elevada al trono de San Pedro, que dio a luz en el camino hacia la coronación. Para la mentalidad de las órdenes de caballería, el Sacro Imperio era la manifestación masculina y la Iglesia la plasmación femenina del principio de autoridad. El Emperador, en la concepción gibelina, era la síntesis de ambos principios y, por tanto, asumía una cualidad andrógina, como siglos antes habían asumido los emperadores mesopotámicos, que ascendían al trono vestidos de mujer. Como último eco de esta tendencia, en pleno siglo XVI, Francisco I, Rey de Francia, fue representado con unos atributos bisexuales que no correspondían a sus tendencias eróticas objetivas precisamente.

Entre las tradiciones orientales ocurre otro tanto. Existe una representación del "Buda de la nueva era" que incluye atributos masculinos y femeninos y, tanto en Oriente como en Occidente, se repite la leyenda de que el hombre que pasa bajo un Arco Iris, cambia automáticamente de sexo, pues no en vano, representa un puente entre el mundo humano y el divino. Un mito ruso afirma que ni Dios ni el Diablo fueron creados por nadie, pues, desde el principio de los tiempos, existían unidos. En "El Discurso Perfecto" de Hermes Trimegisto puede leerse: "Dios no tiene nombre, o mejor dicho, los tiene todos, puesto que es conjuntamente uno y todo". Afroditas barbudas, imágenes de Venus calvas, representaciones ambiguas de Dionisos, concepciones tántricas de la unión de Shiva con su esposa Shakti, entendidas como proceso de androginización, y un largo etcétera, no son ejemplos aislados, sino que evidencian una línea de tendencia, según la cual, el misterio del andrógino está en el origen de lo sagrado y la experiencia de lo sagrado pasa por la recuperación del estado andrógino. Llama la atención que en el siglo XII y hasta el XV, aparecieran en Occidente verdaderos caballeros andantes y trovadores que rendían culto a la dama. En la mayoría de los casos se trataba de una mujer inaccesible para ellos. Dante, por ejemplo, rindió culto a una mujer muerta que apenas había visto en vida, brevemente, en dos ocasiones, Beatriz, y otro tanto hicieron los grandes poetas gibelinos, Guido Cabalcanti o De Barberino. Los trovadores y caballeros, adoptaban como "dama del alma" a esposas de notables, reyes y nobles, que jamás hubieran consentido una relación erótica, carnal o platónica, muchas veces ni siquiera conocían a la dama que ofrecían sus victorias y gestas, sus poemas o canciones. La posibilidad de poseer efectivamente a esa "dama" quedaba siempre excluida de antemano. Y sin embargo, tanto la caballería como el trovadorismo fueron fenómenos realmente vivos en la humanidad medieval europea.

Los trovadores, en su lenguaje cifrado establecían que lo esencial de su concepción del mundo era el AMOR, entendido en su sentido etimológico, como "ausencia de muerte" ("a", partícula negativa, "mor-moris", muerte). A principios de siglo, una serie de eruditos y estudiosos del medievo europeo (Luig Valli, fundamentalmente) empezaron a intuir que, probablemente los caballeros y trovadores, cuando aludían a la "Dama" no se referían a una personalidad real, ni aludían a una mujer concreta, sino a un principio superior.

Julius Evola, en su "Metafísica del Sexo" escribe: "Era en la imaginación donde vivía y residía esencialmente esta mujer; en consecuencia, era sobre un plano sutil donde el caballero hacía actuar su amor, su deseo y su exaltación". La "dama del alma", la "princesa lejana", la "mujer inaccesible", pertenecían a la propia interioridad del trovador y del caballero, formaban parte de su ser más íntimo, que se trataba de seducir y conquistar. Lo que unos y otros hablaban con "versos extraños" (decía Dante en la "Divina comedia") era de conectar con su parte femenina: con su alma, la "mujer del conocimiento" o la "Santa Gnosis", entendida como un principio de iluminación, de salvación y de conocimiento trascendente.

Los caballeros y trovadores consideraban que existía una parte femenina en su interior, que correspondían a su alma y que, ésta no era más que el aspecto femenino de Dios. Pero el alma no era tenida como un principio pasivo o efectivamente existente por sí mismo, sino que era preciso activarlo y entrar en contacto con él y eso lo lograban a través de distintos procedimientos: la lucha y la gesta caballeresca, realizadas con total abandono de sí mismo y pureza de corazón, el canto continuado al amor identificado en la persona de una "dama" mediante cuyo servicio renunciaban a todo egoísmo, etcétera.

El mito del andrógino resistió el Renacimiento y, aunque progresivamente, arrinconado, sobrevivió en pequeños círculos de hermetistas y entre algunos literatos y pintores. En el siglo XVII, Jacob Böheme, recuperó el tema de la androginia de Adán; él y Johann Gichtel, hablaron de la vertiente masculina y femenina de la divinidad, traducidas en el ser humano, en alma y espíritu. Ellos y los rosacruces alemanes del siglo XVII, en su exégesis esotérica de los textos bíblicos, sostenían que la "Virgen Sofía" era la parte femenina de Adán que luego encarnó en la Virgen María, la cual, sin ayuda de hombre alguno, llevó en su vientre a Cristo en una equivalencia invertida al Adán que llevó en un tiempo anterior a la "caída", a Eva en sus entrañas. Todos ellos concebían el aspecto femenino de la divinidad como una luz irradiante, blanca, extremadamente intensa que les iluminaba interiormente en estados de éxtasis profundo. Con el paso de los tiempos, todas estas teorías, perdieron su significado y pasaron a interpretarse en clave exclusivamente psicológica.

Previamente la androginia había suscitado cierto hechizo erótico en figuras famosas del mundo de la cultura y las artes. Elémire Zola, en su estudio sobre la androginia, recuerda los escritos de Johann Winckelmann y su "anhelo de volver a la androginia"; alude a los versos del poeta inglés Cowley y a los casos de feministas que no dudaban en vestirse con ropas masculinas, o adoptar posturas y gestos ambiguos (desde Wilde hasta Colette). Balzac dedicó a la figura del andrógino una de sus grandes novelas, "Serafita", ser ambiguo, rodeado de amores imposibles, que es visto como hombre (Sefaritus) por una mujer y como mujer (Serafita) por un hombre. Balzac explica que los padres de Serafita habían sido discípulos del místico sueco Emmanuel Swedemborg quien también tocó el tema andrógino en sus divagaciones angélicas.

Todas estas aproximaciones al andrógino suponen una degradación del tema: si hasta la Edad Media y el Renacimiento se había tratado de algo sagrado, a partir de entonces pasa a ser un tema profano en el que, progresivamente, se penetra en el plano del esteticismo, previo paso para caer en el psicologismo. Había que llegar a Carl Gustav Jung para que se produjera el tránsito final. Jung, ve, en "Psicología y Alquimia", a la androginia como una proyección mental del sujeto a través de la cual quiere resolver las contradicciones inherentes a lo cotidiano. Freud, antes que él, había establecido que la situación de androginia, previa a la sexualización, corresponde a los primeros años de vida y al estado prenatal en el que el sujeto carece de problemas y conflictos, estado que se recuerda como edénico y que se aspira a recuperar.

Todas estas variaciones del mismo tema implican una degradación del símbolo que, todavía iba a banalizarse más en una etapa posterior. Marx decía que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como comedia. Así debía de ser también en el caso del andrógino. Al dramatismo del mito de la caída, de la separación sexual, de la división de sexos, debió seguir, ya en nuestros días, la parodia de la reconstrucción de la unidad andrógina en curiosas variantes de la sexualidad: travestismo, transexualismo, con sus modernas derivaciones, progresivamente exóticas ("drags") u operaciones radicales de cambio de sexo, incomprensibles para la mayoría.

La cultura sexual de nuestros días deriva directamente de las pautas generadas a partir de la revolución sexual de los años sesenta. Sobre la base de las teorías de Erich Fromm y Wilhem Reich, aparecen una serie de movimientos de liberación sexual; el lanzamiento de la píldora anticonceptiva y, por tanto, la posibilidad de una sexualidad no ligada necesariamente a la procreación, la relajación de las costumbres, la aparición de fenómenos aparentemente tan banales como la minifalda, la coeducación o la integración de la mujer en el mercado del trabajo. Son los años 60... La mujer, hasta entonces educada y formada -especialmente la mujer burguesa- para seducir al hombre, abandona ese arquetipo erótico-social y empieza a competir con el hombre en los terrenos que hasta entonces le habían sido propios. Se diría que, a partir de ese momento, la polaridad de las relaciones hombre-mujer, empieza a relajarse especialmente en algunos sectores que no se sienten seducidos por el nuevo tipo de mujer.

Esto coincide con un momento de avance de las técnicas de cirugía estética y con el aislamiento de las hormonas que contribuyen a la sexualización. Personas nacidas con problemas en el proceso de sexualización, o simplemente, con problemas psicológicos de identidad, aprovecharon estos avances para hacer realidad sus fantasías, apelando a la cirugía y a la ciencia allí donde la naturaleza no les había dado aquello que buscaban: la identidad sexual perfectamente definida.

Travestidos y transexuales hacen algo más que parecerse a mujeres: extremizan, hasta la caricatura, los caracteres y rasgos de la feminidad, desde los eróticos hasta los psicológicos, aquellos que la sociedad tuvo como arquetipos de la hembra. Es difícil encontrar un travestido o un transexual que vista como una mujer común y corriente, casi, unánimemente, recurren a maquillajes y prendas extremas, e incluso a dotarse de unos rasgos sexuales desmesurados (en labios, pómulos, senos, fundamentalmente). Esto genera el interés de aquellos varones que se han visto decepcionados por el nuevo modelo sexual femenino y de ahí el interés de sectores crecientes de la población masculina por el transexualismo o el travestismo.

La homosexualidad en la Historia

Las relaciones homosexuales en el mundo antiguo, no estaban particularmente mal vistas. Se practicaban tanto en Roma como en las ciudades griegas. Fueron, incluso, exaltadas. También es cierto que hasta el siglo XII no existió una prevención respecto a la homosexualidad. Fue a partir del siglo XIII y del XIV cuando fue imponiéndose tal actitud. Y, finalmente, con la aparición del modelo de familia burguesa y patriarcal, la homosexualidad quedó estigmatizada y, mucho más, como hemos visto, a partir de la irrupción de la revolución sentimental.

El historiador norteamericano, John Boswell, homosexual,  muerto a causa del SIDA, catedrático de historia Harvard, en su libro "Las bodas de la semejanza" (cosecha del 94) sostiene que la iglesia bendijo, desde el siglo III al XIII, a parejas homosexuales en lo que entonces se llamaron "ritos de hermanamiento". Boswell encontró contratos que firmaban dos hombres, para unirse por afecto, idénticos a los que se firmaban en las bodas heterosexuales. Pero la tesis de Boswell falla en el momento en que en esos contratos no se alude a relaciones sexuales. Más parece que se trata de la formalización de "pares", hombres del mismo rango y las mismas lealtades, que juran actuar juntos en compromisos o combates.

En uno de estos documentos procedente del siglo XI, puede leerse: "Nosotros, Pedro Didaz y Munio Vandiles, pactamos y acordamos mutuamente acerca de la casa y la iglesia de Santa María de Ordines, que poseemos en conjunto y en la que compartimos labor; nos encargamos de las visitas, de proveer a su cuidado, de decorar y gobernar sus instalaciones, plantar y edificar. E igualmente compartimos el trabajo del jardín, y de alimentarnos, vestirnos y sostenernos a nosotros mismos. Y acordamos que ninguno de nosotros dé nada a nadie sin el consentimiento del otro, en honor de nuestra amistad, y que dividiremos por partes iguales el trabajo de la casa y encomendaremos el trabajo por igual y sostendremos a nuestros trabajadores por igual y con dignidad. Y continuaremos siendo buenos amigos con fe y sinceridad, y con otras personas continuaremos siendo por igual amigos y enemigos todos los días y todas las noches, para siempre. Y si Pedro muere antes que Munio, dejará a Munio la propiedad y los documentos. Y si Munio muere antes que Pedro le dejará la casa y los documentos". Nada permite pensar que Pedro y Munio retozaban en  el catedra o se profesaban un amor homofílico.

Boswell, intenta convencernos de que el cristianismo primitivo admitía la homosexualidad y para ello cita textos del antiguo y del Nuevo Testamento aptos sólo para quienes quieren ser convencidos. Cita el caso de los mártires San Baco y San Sergio, dos oficiales romanos martirizados a finales del siglo III. Un icono posterior, los representa como si se tratara de un matrimonio. Pero el ejemplo no es convincente. De hecho, lo que muestra es que el paganismo logró prolongar su influencia a través del cristianismo, transplantando algunos de sus dioses (el ambiguo Baco, dios de la orgía, el exceso y el vino, con su sexualidad ambigua) al martirologio cristiano.

Ahora bien, es rigurosamente cierto que durante la Alta Edad Media apenas hay leyes que prohibieran la homosexualidad. Carlomagno, lamentaba la presencia de monjes sodomitas, algo que para él atentaba contra el voto de castidad, pero no parecía más grave que si esos mismos monjes hubieran copulado con ricashembras. Lo mismo vale para los benedictinos que en su regla preveían que pudieran caer en los pecados de la carne. Y, claro, como en un monasterio, solo existían varones, de lo que se trataba era de imposibilitar la ruptura del voto de castidad... con varones. Para ello se establecía que los monjes durmieran todos en un dormitorio común con la cama del abad en el centro, una luz encendida permanentemente. Todo, para evitar la tentación. Y si llega, cualquier cosa para procurar que no se materializara. No se impedían las cartas de amor entre los monjes, pero no está claro si están inflamadas de pasión erótica o simplemente de admiración por las virtudes de tal o cual cofrade.

Nada impedía que existieran las relaciones homosexuales llevadas al terreno de lo íntimo, a nadie se le castigaba con la hoguera, el descuartizamiento o la castración... pero tampoco existía ningún tipo de ventaja legal o fiscal que equiparase matrimonios heterosexuales a uniones homosexuales.

A partir del siglo XV, la homosexualidad sería condenada moral y jurídicamente. Toca ahora extraer algunas conclusiones de la teoría del andrógino... tal como Platón NO la formuló.

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