miércoles, 13 de octubre de 2010

Locura y Milicia (III e V). Unger Khan, el Barón Loco

Infokrisis.- Aquellos pocos que se aproximan a la figura de Ungern Khan reconocen en él, a primera vista, el paradigma del guerrero enloquecido. Su hazaña es similar a la expedición de los “marañones”: como ellos cruzaron el Amazonas, Ungern Khan y su división asiática de caballería cruzaron Siberia. Ambos, Lope y Ungern fueron despiadados con sus enemigos y más todavía con sus propios hombres. Los dos eran hombres cultos, los dos habían nacido guerreros y ambos tenían delirios místicos que estuvieron presentes en el trasfondo de sus aventuras. Los dos terminarían rodeados de sus últimos leales y muertes bajo el fuego enemigo. Ambos, estaban locos.
 

Jalones de una vida

Ungern Khan von Stemberg había nacido en Graz, Austria, hijo de una familia de Baltenritter (“barones del Báltico”, de origen alemán. Creció en Reval, Estonia. Estudió en la Academia Militar de San Petersburgo, y de paso por Siberia quedó fascinado por el estilo de vida de los nómadas. Al estallar la I Guerra Mundial es destinado al frente de Galitzia, en Polonia, donde se acreditó como un oficial valiente, a menudo temerario y en torno al cual proliferaban los chismes sobre sus excentricidades. Se decía que el general Wrangel, su superior en el Ejército Ruso, tenía miedo a ascenderlo intuyendo lo que sería capaz de hacer. En su expediente como oficial de operaciones figuraba una palabra que sintetizaba la opinión que tenían sus superiores de él: “imprevisible”.

Al igual que Lope de Aguirre, Ungern era un guerrero cultivado, familiarizado con las literaturas europeas, cuyas lenguas dominaba: Dante, Goethe, Dostoïesky o Bergson constituían algunas de sus lecturas favoritas. Ambos experimentaron un deseo de independencia de los poderes establecidos, fueron incapaces de adscribirse a ningún bando y, finalmente, la desmesurada ambición de sus obras denotaba por sí misma su grado de locura. Tanto Ungern como Lope evidenciaron un extraño impulso místico. La megalomanía y la crueldad, mezcladas con una lucidez extrema, desembocaron en la locura absoluta entre ambos. Ambas vidas son incuestionablemente paralelas.

Es posible que su atracción por Asia procediera del recuerdo de su abuelo, un aventurero que finalmente resultó expulsado de la India por los británicos para retornar a la isla Báltico en donde los von Stemberg tenían su feudo. Poco después se le acusó de “naufragador” pues encendía fuegos que despistaban a los navíos y les hacían embarrancar en la isla donde eran saqueados. Con tales antecedentes familiares no era raro que Ungern Khan se considerara procedente de un “linaje de guerreros donde la sangre de los hunos y la de los germanos se mezclan”.

Las primeras noticias que llegaron a España sobre este personaje se deben a la obra de Ferdinand Ossendowsky, Bestias, Hombres y Dioses, publicado en España antes de la guerra civil. En su obra, Ossendowsky que había sido ministro en el gobierno contra-revolucionario, narra su atribulada fuga de la revolución bolchevique que le lleva por Siberia y Mongolia. Gracias a él conoceremos la tradición del “Rey del Mundo” y la figura de Ungern Khan. Hubo de pasar mucho tiempo, casi cincuenta años, para que el cómic de Guido Crepax diera unas pinceladas breves sobre el personaje en uno de los cómics de su serie Corto Maltés. En 1973, Julius Evola le dedicó un artículo  en el diario Roma, en donde explicaba que había conocido a su hermano: “Nosotros mismos tuvimos ocasión de oír hablar directamente de Stemberg por su hermano, que debía ser víctima de un destino trágico: habiendo escapado a los bolcheviques y regresado a Europa a través de Asia tras toda clase de vicisitudes increíbles, él y su mujer fueron asesinados por un portero preso de la locura cuando Viena fue ocupada en 1945”. Poco antes, la revista Etudes Traditionelles, aportó algunos datos sobre la personalidad de Ungern Khan transmitidos por el que había sido jefe de artillería de su división. Evola comentaba que en Mongolia la figura de Ungern Khan fue adorada en templos budistas como “manifestación del dios de la guerra”, Mahakala.

En tanto que Mahakala, Ungern tomó partido contra los bolcheviques y recorrió Asia combatiéndolos. Se enfrentó a los chinos a los que expulsó de la zona que ocupaban en el Tíbet, marchó hacia Mongolia y ocupó el país contando con el apoyo de la jerarquía lamaísta local. Tras vencer a los rusos blancos, a los ejércitos bolcheviques solamente les quedaba terminar con la “división asiática de caballería” comandada por Ungern Khan. Y a eso se aprestaron en agosto de 1921. Tras su muerte y durante muchos años la figura de Ungern Khan alcanzó especial relieve entre las comunidades budistas de Asia Central siendo considerado como una especie de santo y venerado como tal aún hoy en los templos budistas de Mongolia.

A lo largo de toda su vida solamente tuvo una filosofía en la que creyó profundamente y que él mismo resumió así: La victoria o la derrota son dos putas mentirosas. Solo me interesa la guerra, nunca lo que viene después. Es preciso combatir hasta el final. También yo considero que esta guerra está perdida, pero la desesperación es tan mentirosa como la esperanza. Sólo cuenta una cosa: ser aquello que se es y hacer lo que debe hacer”. 

En el infierno de la guerra civil rusa

Evola, en su artículo publicado en el diario Roma, nos confirma que Ungern-Stemberg pertenecía a una vieja familia báltica de origen vikingo y añade que “mandaba en Asia, en el momento en el que estalló la revolución bolchevique, numerosos regimientos de caballería, que poco a poco acabaron convirtiéndose en un verdadero ejército. Ungern decidió combatir con éste la subversión roja hasta las últimas posibilidades”. En realidad, Ungern estuvo contra los bolcheviques pero también contra los “blancos”. Lo que Evola no explica es que, Ungern fue enviado por el Gobierno Provisional ruso, el último democrático antes de la ocupación el poder por los bolcheviques, al extremo oriente ruso acompañado por el general Semiónov, atamán de los cosacos. Una vez allí les sorprendió la revolución de octubre de 1917 y ambos militares optaron por el campo contra-revolucionario. Cuando esto sucedía, la fama de Ungern como personaje excéntrico e irracional ya era suficientemente conocida en el ámbito militar. Allí, en Siberia y Mongolia demostró que estos adjetivos no eran inmerecidos. Pronto empezó a actuar fuera de cualquier disciplina de Wrangel y Kolchack, los jefes militares de la contra-revolución y haciendo gala de un comportamiento cada vez más exaltado, excéntrico y cruel hasta el punto de que cuando conoció al ingeniero Ossendowsky le dio: «Mi nombre está rodeado de tal odio y de tanto terror que nadie consigue distinguir la historia de la leyenda».  

Su ejército englobaba a cosacos de Transbaikalia, mongoles, buriatos, y rusos, y era una muestra de selección natural: le seguían aquellos que estaban lo suficientemente locos o que experimentaban un impulso místico enfebrecido como mínimo tan grande como su jefe.

Resulta difícil establecer de dónde sacaban medios económicos para financiar a sus dos divisiones, aunque hoy está fuera de duda que recibían apoyo japonés con la intención de que el llamado Extremo Oriente Ruso se independizara de Moscú y fue relevado por un gobierno pro-japonés dirigido por Semiónov. Cuando el Estado Mayor de los ejércitos blancos se enteró de la operación, consideraron a Ungern Khan y a Semiónov como traidores y pasaron a combatirlos. A Ungern Khan no pareció afectarle en absoluto el contar con otro poderoso enemigo y pasó a combatirlo con la misma violencia que a los bolcheviques. La división de caballería de Ungern hizo prácticamente imposible el aprovisionamiento de las tropas “blancas” de Kolchack, saqueando constantemente los trenes que cruzaban Siberia en dirección a los Urales. También atacaba destacamentos y trenes de los bolcheviques, desde sus bases de operaciones en el Tíbet.

El tránsito de Ungern por el Tíbet fue fugaz pero extraordinariamente productivo para este país que gracias a él se liberó de la ocupación china. Conoció al Dalai Lama el cual lo instruyó en el budismo tibetano. Después de esta operación, inició el hostigamiento de convoys rojos y blancos, hasta que finalmente, unos y otros, experimentaron serios problemas de abastecimiento y decidieron acabar con el poder de Ungern Khan. Tras varios encuentros de resultado incierto, Ungern fue traicionado y fusilado por los bolcheviques

Algunos llamaron a la unidad de Ungern “caballería salvaje” y otros “caballería asiática”, entendiendo por “asiático” algo que generaba terror irracional. Ungern era un personaje extremadamente cruel, un guerrero desviado que había intentado crear una “orden de caballería budista” a imagen y semejanza de los templarios hasta el extremo de imponer a sus hombres el voto de castidad. Ellos eran los primeros en saber que Ungern no bromeaba: quien prometía y no cumplía era entregado a Sipailov, el verdugo de cámara de Ungern. No fueron solamente los rojos y los blancos y las poblaciones a través de las que pasó las que sufrieron el terror que sabía generar Ungern, sino también y muy especialmente, sus propios hombres que fueron ahorcados, torturados y fusilados por su jefe.

Se contaba de Ungern y sobre este punto hay varios testimonios, que en el curso de la guerra civil, en las noches de luna se sentaba en una silla de tijera a la vista de los tiradores enemigos que intentaban acertarle. Al cabo de unos minutos, según decían sus hombres, sacudía su capote, para deshacerse de las balas que había recibido…

El proyecto de Ungern Khan  

Evola recuerda que según Ungern, “el bolchevismo no era un fenómeno autónomo, sino la última e inevitable consecuencia de procesos involutivos que se han verificado desde hace tiempo en el seno de la civilización occidental. Como antaño Metternich, percibía justamente una continuidad entre las diferentes fases y formas de la subversión mundial, a partir de la Revolución francesa”. Ahora bien, según Ungern la “reacción debería partir de oriente, de un oriente fiel a sus tradiciones espirituales y unido, frente al peligro amenazador, con todos aquellos que hubieran sido capaces de una rebelión contra el mundo moderno”. Por eso se interesó tanto por la vida de los nómadas de Mongolia y Siberia y por eso mismo quiso ganarlos para su causa. Por Ungern Khan tenía un plan…

El primer paso era vencer al bolchevismo uniendo a los pueblos que practicaban viejas tradiciones ancestrales. Quería liberar el Tíbet y Mongolia y si bien mantuvo contactos de los que hay rastros muy evidentes con las jerarquías lamaístas, también es cierto que mantuvo contacto con representantes de otras religiones tradicionales de la India, el Japón y el Islam. Evola, a este respecto comenta que el proyecto de Ungern Khan en su segunda fase consistía en “Se trataba de realizar poco a poco la solidaridad defensiva y ofensiva de un mundo todavía no herido de muerte por el materialismo y la subversión”.

Ungern Khan, practicaba una de las corrientes del budismo tántrico dirigido por Hutuktu que en aquellos años dominaba en Mongolia Exterior y que había manifestado en la conferencia pan mongola del 25 de febrero de 1919 su voluntad de restablecer la teocracia lamaísta, “para que de allí parta la vasta liberación del mundo”.  Ungern hizo suyo este proyecto entre otras cosas porque compartía la convicción de que allí, en aquellos territorios se encontraba la sede del Rey del Mundo, en un lugar oculto, Shambala, la Tierra de los Iniciados.  Hutuktu era el tercero en la jerarquía lamaísta después del Dalai Lama y del Panchen Lama, y era considerado como la “proyección física” de Maitreya, el “Buda que vendrá”.

Se suele decir que Ungern era monárquico y que se alineó con los “blancos” para restaurar la monarquía zarista. Esto es parcialmente erróneo. Es cierto que era monárquico, pero él mismo había expresado a Ossendowsky que abominaba de los Romanov, de los Borbones o de los Hohenzollern, dinastías que para él eran cosa del “pasado”. Su proyecto monárquico discurría por otros derroteros: instalar en Urga (actual Ulán Bator) a Hutuktu como monarca teocrático de un Asia unificada y como representante del mítico “Rey del mundo” que residiría, según la tradición, en un palacio subterráneo en Shambala. Esto supondría sellar un pacto con las fuerzas “ocultas” de la antigua tradición tibetana. Ungern intentó sintonizar su proyecto con las persistentes tradiciones asiáticas que establecían que en zonas desérticas de Asia Central residía en la soledad de un mundo subterráneo, en la ciudadela de Shambala, un monarca llamado el “Rey del Mundo” del que la jerarquía lamaísta era su representante en el mundo.

Los lamas habrían dicho a Ossendowsky: "El Rey del Mundo aparecerá ante los hombres cuando haya llegado el momento de guiar a todos los buenos en la guerra contra los malos. Pero este tiempo aún no ha venido". Se trataba de una vieja leyenda que circulaba en el área de implantación del budismo tántrico (Asia Central) que era exactamente de la misma naturaleza que la leyenda del Asgard en donde reside Odín con sus fieles guerreros dispuestos a escuchar su llamada para acudir a la batalla final contra las fuerzas del mal. Esa misma leyenda, casi en los mismos términos se relaciona con Shambala en donde esperan los guerreros la llamada del “buda que vendrá” para combatir la maldad.

Hay que decir que el relato de Ossendowsky destila frescura y no puede dudarse de su autenticidad. En los momentos en los que escribía estas líneas, los pueblos y las costumbres de Asia Central así como su sistema religioso eran mal conocidos en Europa. Fue a partir del relato de Ossendowsky cuando apareció un interés en Europa por las mitologías y las creencias de esa zona del planeta en donde investigaciones posteriores han confirmado aquellas primeras notas del emigrado ruso. Para aquellas poblaciones la figura del “Rey del Mundo” no es un mito sino que alude a una realidad oculta e inencontrable que solamente corazones puros de guerreros pueden alcanzar.

Ungern tenía proyectado crear una “orden de caballería budista” de la que habla a Ossendowsky explicándole que bebían hasta el delirium, consumían cualquier droga, y despreciaban a la muerte. Esta “orden” debería de haber sido la columna vertebral de su proyecto geopolítico que se perdió en los primeros pasos.

A pesar de su innegable impulso místico y de su fe budista, lo cierto es que exista cierta confusión en torno a la ortodoxia de sus criterios religiosos especialmente en los últimos años de su vida. Por origen era cristiano protestante, pues no en vano sus antepasados eran los famosos barones alemanes del Báltico que colonizaron Curlandia con hábito de los Caballeros Teutónicos. Evola cuenta –y la información se ha transmitido el hermano de Ungern- que desde antes de ir a Mongolia profesaba el budismo y que conocía dicha religión en profundidad. Jean Mabire quien lo ha biografiado quizás con mayor vigor y fuerza, hace de él un místico pagano. En efecto, había dicho a Ossendowsky: “El 21 de junio de 2001, solsticio de verano, he ordenado a mis cosacos encender fuegos en las colinas que rodean Dauria. Los bolcheviques se preguntarán qué estamos preparando para ellos. Sencillamente, otra revolución, un poco más terrible que la suya. Ellos adoran la estrella roja, nosotros el sol amarillo. Es una guerra de religión”. Y sobre el budismo opinaba: “Algunos pastores buriatos se han unido a nosotros durante toda la noche en torno a nuestros fuegos. El budismo tiene una vaga nostalgia del culto solar. Hace mucho tiempo Asia era blanca. Se adoraba al fuego desde el mar del Japón a Finlandia. El chamanismo permanece como la religión de las raíces. Los finlandeses, los blancos del Yangtzé y los ainu celebran los mismos misterios de la tierra, al ritmo obsesivo de los tambores”. Y, como él mismo afirmó, su sueño consistía en “hacer revivir todos estos cultos antiguos. Infundir en Asia, la nostalgia por su pasado blanco”.

Desde el punto de vista militar, Ungern Khan fue un hábil caudillo, mucho mejor táctico que estratega. Cuando tardíamente, después de varios asaltos y de una acumulación insoportable de bajas, comprendió la imposibilidad de asaltar Urga frontalmente rodeó la ciudad de hogueras en las montañas vecinas, haciendo creer a los sitiados que estaban rodeados por un poderoso ejército. En febrero de 1921 la ciudad se rindió sin resistencia. Un mes después, Ungern proclamó a Mongolia como “monarquía independiente”, constituyéndose él como dictador. Era evidente que su megalomanía no quedaría satisfecha: aspiraba a mucho más, aspiraba a realizar su sueño. Quería restaurar el imperio de Gengis Khan y para ello requisó cuanto oro pudo. Sin embargo, al trasladarlo a Jailar para su depósito, sus soldados enterraron el tesoro en medio de la estepa. Siempre, detrás de cualquier guerrero enloquecido, el oro brilla con destellos inevitables. Aún hoy, la zona que recorrió ese destacamento es recorrida por buscadores de tesoros que aspiran a encontrar los casi 2.000 kilos de oro que se perdieron.

Un cerebro enloquecido

En Mongolia los cadáveres no se enterraban sino que se abandonaban en el campo cubiertos con una fina capa de tierra para que fueran devorados por animales. Se consideraba que así su espíritu se reencarnaría en ellos. Un antiguo oficial de la división de Ungern contó que los días en los que no se ejecutaba a nadie, los locos aullando se acercaban hasta las puertas del cuartel. Era frecuente que Ungern cabalgara sobre territorios literalmente cubiertos de osamentas devoradas o a medio devorar por los lobos, víctimas de las masacres realizadas por él mismo o por sus enemigos. En este ambiente, saturado de misticismo, brutalidad, costumbres primitivas y chamanismo, discurrió el último capítulo de la aventura de Ungern Khan.

Lo cierto es que en la personalidad de Ungern existen elementos anómalos: quienes estuvieron bajo sus órdenes y sus propios familiares reconocen que tenía intuiciones que inevitablemente se cumplían: conoció su destino con exactitud (sabía que sería traicionado y fusilado por los bolcheviques), supo también que sería herido en el asalto a Urga. Evola dice: Ungern poseía ciertas facultades supranormales: algunos testigos han hablado de una especie de clarividencia que le permitiría leer en el alma del otro, según una percepción tan exacta como la relativas a las cosas físicas”.

Cualquier oficial de su unidad que hubiera cometido una falta por leve que fuera, debía de permanecer semanas enteras en un tejado sin poder descender y si estaba en campaña, no descenderían de los árboles. Antisemita fanático, en cuanto tuvo poder, hizo detener a los judíos de los territorios que conquistaba: “En relación a los judíos no debe quedar ni hombre ni mujer en condiciones de procrear” hacía escrito a uno de sus oficiales.

Para Evola, el proyecto de construir un imperio teocrático que abarcara Asia Central y uniera la potencia germana al empuje mongol, absorbió todo el interés e incluso la personalidad de Ungern. El autor italiano escribe: “Es posible que una gran pasión hubiera "quemado" en él todo elemento humano, no dejando subsistir en su persona más que una fuerza indiferente a la vida y a la muerte”. Nada más tuvo interés para él fuera de ese proyecto irrealizable. Como si se tratara de un fuego que va creciendo y que termina arrasándolo todo, el cerebro de Ungern Khan fue quemando también los recuerdos de su vida pasada, cualquier otro sueño o ambición, cualquier rasgo de su propia personalidad. Y entonces vio el vacío bajo sus pies y sobrevino la locura, también aquí, producto de la pasión. Pero ese “sueño” existía. Ungern había escrito: “No soy un aventurero o un mercenario. Soy un hombre de un sueño y no se cambia de sueño más que se cambia de piel”.

Evola resume su personalidad “humana” en apenas línea y media: Hombre de un prestigio excepcional y de un coraje sin límites, era también de una crueldad despiadada, inexorable hacia los bolcheviques, sus mortales enemigos. No es pues extraño que recibiera de sus hombres y de sus enemigos el apodo de "barón sanguinario". Ungern tuvo un sueño y ese sueño se convirtió en su obsesión. Ese sueño consistió en conquistar un imperio y a través suyo regenerar al mundo. “No combatimos a un partido político sino a una secta cuya misión es destruir la cultura […] ¿Por qué no tengo el derecho de liberar al mundo de los que matan el alma del pueblo?” preguntaba Ungern al sorprendido y timorato Ossendowsky en plena estepa mongola.

Para Léonid Youzéfovitch, biógrafo de Ungern, éste “fue uno de los primeros hombres del siglo XX que efectuaron el traidor recorrido muy conocido en la historia, en el curso del cual el caballero errante se convierte en salteador de caminos, el soñador en verdugo y la mística en ideología”. Dos años antes de morir tenía muy claro cuál iba a ser su destino: «Moriré pronto, pero ¡qué importa! Mi cuerpo morirá, no mi sueño… Y en la última batalla, el Rey del Mundo saldrá de su palacio subterráneo…”

Ungern apenas gobernó seis meses en Urga, capital de Mongolia, del 2 de febrero al 11 de julio de 1921 intentando ganar tiempo para que Hutuktu pudiera completar su misión pan-mongola. En ese tiempo combatió en el sur a los chinos y en el norte a los bolcheviques. El último informe que existe sobre él es de principios de agosto de 1921. La “división asiática de caballería”, tal como se llamaba a la unidad de Ungern, intenta interrumpir el ferrocarril Transsiberiano entre Chita y Kiakhta; luego da una orden aparentemente absurda en términos militares, dirigirse hacia Altai y la Zungaria abandonando las posiciones más seguras. Estaba guiado por un impulso místico que le llevaba, según confesó al general Rjesusín, a la “fortaleza espiritual tibetana donde debía regenerarse él mismo y su división”. Sus exégetas han dicho de él que no intentaba salvar la vida sino comunicar con el Rey del Mundo en la fortaleza mítica de Shambala.

El 21 de agosto sería detenido y dos días después fusilado en Novonikolajevsk o quizás en Verkhne-Udinsk, después de ser declarado culpable de “complot antisoviético para llevar a Mikhail Romanov al trono, conspiración y asesinato de masas de trabajadores rusos y chinos”. Cuando se extendió la noticia de su muerte, se dice que en todos los monasterios budistas de Asia se honró su memoria. Antes de morir, Ungern Khan von Stemberg, se tragó una cruz de San Jorge que llevaba al cuello para evitar que los bolcheviques la profanaran… Jean Mabire, al término de su biografía, escribe: “Hasta el último momento, permaneció fiel al único hombre que hubo conocido como jefe: él mismo”.

Ungern es el Lope de Aguirre germánico, el hombre que rompe lazos con todo y con todos, que alumbra un insensato proyecto imperial que se convierte en su obsesión y en función de la cual todo lo demás pierde importancia e interés e incluso realidad existencial. Sus comportamientos se vuelven erráticos, la obsesión del sueño de un imperio germano-mongol que renueve el mundo mediante la sangre y el fuego, queman cualquier rastro de humanidad que hubiera podido tener. Los últimos relatos de quienes le acompañaron evidencian que en los dos años anteriores a su muerte, el espacio vacío que dejó este incendio ideal en su interior, había sido cubierto por sus miedos, sus extravagancias, sus pasiones y sus odios: por Ungern era capaz de las mayores heroicidades y muertas de justicia justo antes de cometer cualquier tropelía en la persona de alguno de sus subordinados. La tensión interior que debió soportar Ungern Khan fue de tal magnitud que terminó arrastrándolo a los abismos de la locura.

Con Ungern Khan como con Lope de Aguirre es imposible aplicar los códigos mundanos para valorar sus personalidades. Solamente la filosofía de Nietzsche nos ayuda a situarlos en la historia: ellos no fueron ni buenos ni malos; no era una clasificación moral, esto es, horizontal la que pedían, a un lado los pobres de espíritu y los tibios y a otro los malvados y los crueles. Era solamente con una clasificación vertical como podían valorarse sus vidas: o eran grandes o eran pequeños y la grandeza les acompañó a ambos, incluso la desmesura, la hybris, tanto en la selva amazónica, como en la estepa siberiana. Grandes fueron sus méritos y su heroísmo y grande fue también su locura. Grandes fueron sus proyectos y sus ambiciones, tan grandes que su cerebro no pudo soportar la tensión ideal y sucumbió. Allí donde la razón se rindió, el territorio fue conquistado por la locura. Lope y Ungern fueron grandes.

© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.eshttp://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen