viernes, 15 de octubre de 2010

La Colonización de Europa. Guillaume Faye. Capítulo II. Los mecanismos de la colonización y de la inversión demográfica. La implacable lógica de las cifras

Cuando los franceses colonizaron Argelia, la población europea fue siempre minoritaria en relación a los árabes. Más aún: la tasa de reproducción de las poblaciones indígenas se convirtió rápidamente en más fuerte que la de los europeos, ya que estos, con su habituales ligerezas filantrópicas, crearon hospitales y dispensarios que hicieron caer las cifras de mortalidad infantil entre los indígenas. Vivimos en Europa una situación rigurosamente inversa y, paradójicamente, similar: inversa porque el colonizador extranjero tiene un dinamismo demográfico superior al de los autóctonos europeos (amplificada por las constantes nuevas llegadas); y similar porque el crecimiento numérico de las poblaciones no europeas es rápido mientras que los europeos no renuevas sus generaciones.

Se trata de una inmersión demográfica. La consecuencia es clara, y es ahora visible para todos sin tener necesidad de consultar sabias estadísticas: desfiguración antropológica y la modificación en profundidad del sustrato étnico de Francia y seguramente de Europa. Más adelante veremos los riesgos de este fenómeno histórico rápido e inaudito, en progresión geométrica: decadencia de la civilización y de las culturas europeas, pérdida de independencia para el continente, posibilidad de una guerra civil étnica, etc. Al mismo tiempo, la presión del islam agrava la nocividad y los peligros de esta invasión demográfica.

Los defensores de las Luces, los medios progresistas y democráticos, los lobbis antirracistas, todos los inmigracionistas, ignoran que han abierto la caja de Pandora, la jaula del Tigre. Su hermosa concepción de una "sociedad de tolerancia" corre el riesgo de ser barrida por el cambio del sustrato étnico y cultural de Europa que han permitido sino impulsado. Más generalmente, la historia considerará que los europeos fueron víctimas de la misma ceguera que los indios de América del Sur. Abrir la puerta a los colonos, creyendo que les van a traer beneficios, y despertarse cuando ya es demasiado tarde.

Iban Rioufol escribe (Le Figaro, 01/04/1999): "La llegada de inmigrantes está en camino de cambiar la fisonomía del Viejo Continente […] Francia se hace mestiza. Según los datos oficiales, sobre 102.500 extranjeros que se establecieron regularmente en 1997, el 59%  procedían de África, el 22% de Asia y un 8% de Europa, sin contar los de la Unión Europea. La reagrupación familiar está en el origen del 70% de estas entradas. El actual gobierno ha relajado las normas. La Dirección de Población  de Migraciones del Ministerio de la Solidaridad acaba de registrar un alza del 35% de la inmigración legal, desde 1997. Es estas llegadas se añaden las más imprecisas pero importantes, de los clandestinos. Los sin-papeles -mala conciencia de la izquierda- habiendo obtenido la seguridad de que no serán jamás expulsados por la fuerza […], Francia no ha sabido proveerse de los medios de una política de inmigración disuasiva. Por el contrario, sus protecciones sociales y jurídicas siguen siendo extremadamente atractivas".

Menos que cualquier otro país de Europa, Francia no controla a la inmigración. Peor aún, como veremos más adelante, una ideología cosmopolita se emplea con todas sus fuerzas en abrir el grifo de entrada de extra-europeos con objetivos étnicos y políticos muy precisos. El suicidio étnico no se sufre solamente, es deseado por algunos.

La cifra aproximada de inmigrantes extranjeros en Francia en el año 2000 oscila de 5 a 8 millones, sin contar a los clandestinos y a todos los no-europeos presentes declarados "franceses" por aplicación del derecho del suelo.

Desde hace cuarenta años, 4,5 millones de alógenos se han instalado en el Hexágono francés y se han reproducido vertiginosamente. Nunca, en toda su historia, Francia ha conocido tal flujo de población. Es imposible que un choque étnico de estas características no tenga finalmente consecuencias históricas de envergadura. Por otra parte, el fenómeno no se detiene, ni siquiera se ralentiza.

El presidente del INED (Instituto Nacional de Estudios Demográficos), Jean Claude Barreau, un hombre de izquierdas poco sospechoso de agitar el "riesgo migratorio", declaraba tranquilamente: "Por término medio, en un año normal, se cuenta más o menos un flujo de 100.000 inmigrantes por año. La distorsión estadística de 1997 en relación a 1996 procede casi completamente de las regularizaciones inmigrantes ilegales y de las reagrupaciones familiares".

En diez años, sin tener en cuenta el número de nacimientos generados en el seno de familias inmigrantes y clandestinas, son pues ¡mucho más de un millón de alógenos no europeos, jóvenes y deseosos de reproducirse, los que han llegado a Francia! En la demografía las cosas van muy rápidas: sumando la tasa demográfica de los etno-alógenos ya presentes, mas fuerte que la de los autóctonos, los nuevos inmigrantes y la progenie de estos últimos, así como los mestizajes, en el horizonte del 2010, si nada lo impide, la población de Francia corre el riesgo de contar con mas de 15 millones de personas de origen extra europeo, de los que la mayoría será más joven que la población de cepas autóctonas.

El INED evaluaba en 1007 en 12 millones el número de personas con ascendencia "extranjera". El espectáculo de la calle está confirmado por los demógrafos. Contra más jóvenes son las generaciones, mayor es la población de alógenos: el efecto bola de nieve está llegando.

Por su parte, el experto demógrafo Jean Paul Gourevitch estima que en 2000 había 4,5 millones de inmigrantes, esto es el 8% de la población francesa, el flujo de entrada de los que quieren instalarse definitivamente en Francia; para 7 millones (12%) la población debería ser reconocida como parte integrante de la comunidad nacional, y a 7,8 millones (13,5%) el conjunto de la población de origen extranjero viviendo sobre Francia (en Immigration, la fracture legale, Le Pré aux Clercs, 1998). En realidad, estas cifras son ampliamente subestimadas.

Señalemos también que el número anual de naturalizaciones, en alza constante, (45.000 en 1987 y 73.000 en 1993) es enorme. Adicionados a los hijos de extranjeros que nacieron jurídicamente franceses en virtud del "derecho del suelo", estos "nuevos franceses" permiten a los sofistas afirmar que el número de "extranjeros" en el sentido jurídico es casi estable. Estas cifras (los 1 millones de "extranjeros en sentido amplio" del INED y los 7,5 millones de "extranjeros en el sentido estricto y reciente" de Gourevitch), ¿no tienen en cuenta los residentes en los DON-TOM y de las antiguas colonias, que son franceses de pleno derecho? Una reciente nota de coyuntura de la Embajada de Argelia en París (07/4/1999) no comunicada a los periodistas, pero que pude procurarme mediante trampas y hacer traducir del árabe, señalaba con júbilo de Argel, que el número de árabo-musulamnes presentes en Francia era muy superior en proporción a la de los europeos en África del Norte antes de la independencia.

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El mestizaje, por su parte, así mismo, avanza -lo que no es el caso en los EEUU, país de impermeabilidad racial-, dejando aparte el hecho de que la mayoría de uniones mixtas termina mal a causa de la distancia etno-cultural. Se estima que el 30% de los niños que nacen en Francia hoy tienen un ascendente extranjero de primera o segunda generación, la mayor parte de origen afro-asiático. El 11,25% de los casamientos oficiales son mixtos, sin contar las uniones de concubinato que pasan a través de las estadísticas. La gran mayoría de los mestizajes (a causa de la "desvirilización" del hombre europeo de la que hablaré más adelante) afecta a parejas en las que la mujer es europea. Y los mestizos, en su mayoría, no se sienten psicológicamente europeos, sobre todo los varones. Los otros países de Europa conocen la misma situación que Francia, pero con un retraso de en torno a diez años. Globalmente, Europa vive una tragedia demográfica y etno-cultural, enmascarada por el frágil parabrisas de las ilusiones económicas.
Todo esto terminará mal. Pero, en el fondo, para salir de esta situación, será preciso desear este final. Todo renacimiento, como todo nacimiento, se realiza en la sangre y en el dolor.

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En 1998, la llegada de inmigrantes regulares aumentó un 35% en relación a 1997 según las cifras del Ministerio del Interior, prueba que el gobierno francés ha renunciado a toda limitación seria de las entradas. La Oficina Estadística de la OCDE estima que el número acumulado, solo para Francia, de llegadas de inmigrantes regulares (refugiados, reagrupación familiar, etc.) y de clandestinos es de 150.000 por año. Sin contar los visados concedidos cada vez más generosamente para las "estancias turísticas", que se prolongan indefinidamente. El número de retornos o de expulsiones es cada vez mas débil, el saldo de las entradas está en torno a 200.000, el doble de las cifras oficiales citadas anteriormente. En diez años, a causa de este flujo serán dos millones de personas más los que tendrán sus hijos en nuestro suelo, sobre todo si son clandestinos a fin de impedir cualquier medida de expulsión.

Pero hay algo mucho peor. Un hecho capital del que no se habla jamás y que los medios de comunicación ocultan cuidadosamente, pero que el personal hospitalario conoce bien. Sobre 780.000 nacimientos anuales en Francia, una de las cifras más bajas de nuestra historia, 250.000 son nacimientos de madre magrebí, africanos o asiáticos, o bien de parejas mixtas. Se puede hablar pues de catástrofe étnica con una dimensión que jamás hemos afrontado en nuestra historia. Un tercio de los nacimientos son protagonizados por alógenos extra europeos según una encuesta del INSEE de 1994. La mitad de estos hijos ya es francesa porque son padres están naturalizados, la otra mitad adquirirá automáticamente la nacionalidad a su mayoría de edad, según el derecho del suelo. Es la "inmigración interior". Las maternidades son una vía de invasión más eficaz que las fronteras.

Hoy, el 8% de los adultos residentes en Francia son de origen extra-europeo, pero el 20% de los colegiales, mayoritariamente afro-magrebíes, y ¡el 34% de niños menores de cinco años! A este rimo, un tercio -seguramente más- de los adultos será afro-magrebí o asiático en una generación y ¡cerca de la mitad entre los "jóvenes"! Pero las cifras podrán ser aún más graves por la llegada constante de nuevos inmigrantes, jóvenes y prolijos, que vendrán a añadir su capacidad de procreación a la de los extranjeros ya instalados. Las minorías de hoy corren el riesgo de convertirse en mayorías mañana.

La realidad estadística está maquillada por las autoridades y los medios de comunicación "bienpensantes", pero se hace imposible camuflar lo que se instala en la calle. Se induce hipócritamente a creer que el número de extranjeros en Francia es estable -en torno a 4,5 millones- mientras que la proporción de inmigrados y de alógenos no cesa de crecer. Pero el derecho del suelo y las naturalizaciones masivas camuflan las verdaderas proporciones. El calificativo de "francés", en las actuales circunstancias, ya no tiene ningún significado: las naturalizaciones se realizan aceleradamente -¡desde 1996 a 2000 se han producido 100.000 naturalizaciones anuales que han "salido de las estadísticas" de inmigración- y los hijos de extranjeros nacen franceses. Estos "nuevos franceses" no están, sin embargo, integrados en la sociedad francesa.

De forma que, por un simple cálculo demográfico, es posible pronosticar que, si nada lo interrumpe, este proceso rápido y masivo, al igual que los EEUU (pero con consecuencias mucho más graves), Francia en el curso del siglo XXI corre el riesgo de no ser ya mayoritariamente un país de raza blanca ni de cultura europea. 

Ya hoy partes enteras del territorio nacional, como la comuna de Marsella, la villa de Rouvaix, el conjunto del departamento de Seine-Saint-Denis, los distritos XII, XIX y XX de París son zonas donde los europeos ya son una exigua minoría cuando no han desaparecido completamente. La cuestión que plantearé sin temor a lo largo de esta obra será saber si esta colonización de población masiva y brutal no atenta contra nuestros fundamentos biológicos, no corre el riesgo de arruinar nuestra civilización -incluso nuestro sacrosanto crecimiento económico- y hacer progresar nuestra cultura.

Un desastre demográfico

La situación de Europa es demográficamente desastrosa, tanto o más grave que durante la gran peste del siglo XIV y, desde luego mucho más que tras las dos guerras mundiales. Europa envejece, ya no renueva sus generaciones al mismo tiempo que acoge a masas afro-asiáticas que cada tienen un mayor protagonismo en la natalidad interior.

El informe de 1998 sobre las migraciones internacionales publicado por la OCDE anuncia resultados más que alarmantes: "Las migraciones juegan un papel no desdeñable en el crecimiento de la población de numerosos países. Así, desde 1988, el crecimiento demográfico de Europa deriva principalmente de la inmigración más que de los nacimientos, mientras que en los Estados Unidos los nacimientos juegan siempre un papel dominante".

Y a pesar de la aportación migratoria y de los nacimientos de alógenos, la población europea continúa envejeciendo y en algunas zonas de Italia y Alemania las cifras absolutas son impresionantes. Es decir, la increíble debilidad demográfica de los europeos de origen, puede compararse al etno-suicidio, del que hablaré más adelante. El informe explica: "Francia, el Reino Unido, los Países Bajos y Noruega deben su débil crecimiento demográfico a los nacimientos, mientras que en otras, como España, Grecia, Portugal, Austria y Dinamarca, es la aportación migratoria la que domina".

Y aún, hay que precisar que en los países donde los nacimientos aseguran aún un minúsculo crecimiento demográfico (debido igualmente a la disminución de la mortalidad esto es a la "multiplicación de los ancianos") una gran parte de los nacimientos y de la renovación por fecundidad natural no es debida a los europeos sino a los inmigrados.

Es un signo que, simbólicamente, no engaña: que incluso países como Portugal, Italia, Grecia o España, hasta no hace mucho generadores de inmigración y dotados de una alta natalidad, y cuyo nivel de vida económico no es el de Francia o Alemania, sufran hoy una profunda depresión demográfica y proyecten flujos migratorios llegados de África, participando en la enfermedad de Europa.

El informe observa continuación: "En Alemania y en Italia una muy fuerte inmigración no logra compensar una demografía natural negativa. Es pues difícil contar en la aportación de las migraciones para reducir o frenar el declive demográfico fuertemente marcado en algunos países".

Así nos encontramos frente a una situación dramática en Europa o no solo la población global disminuye pero donde la proporción de europeos no cesa de decrecer y la de los alógenos de aumentar. La relación de la OCDE precisa: "La aportación demográfica de la inmigración no se limita a las entradas de extranjeros. Se añaden sus hijos, en número más elevado que el de los hogares autóctonos. Así los nacimientos extranjeros o de origen extranjero representan una parte importante del total de los nacimientos en algunos países: 10'1% en 1996 en Francia (mientras que los extranjeros constituyen el 6,4% de la población), 13,3% en Alemania e incluso 22'8% en Suiza". Estas cifras no tienen en cuenta, para Francia, los nacimientos de padres naturalizados o convertidos en franceses por derecho de suelo… Ya que entre los "padres franceses" que hacen hijos, existe una fuerte proporción de magrebís o de africanos que tienen ya la nacionalidad francesa. Los Beurs de la "tercera generación" por ejemplo, los que protagonizan la crónica por sus razias incesantes, no solo son buenos jóvenes franceses sino que ¡también sin jurídicamente hijos de padres franceses! Sin embargo no entran en las estadísticas de nacimiento de extranjeros. En realidad, tal como he dicho antes, los "nacimientos de extranjeros reales" en Francia, es decir, los nacimientos étnicamente no europeos (y esto es lo más importante), son en torno al 30% o incluso más. Y la cifra corre el riesgo de progresar…

Y de todas formas para agravar el conjunto, todos los que nazcan se convertirán automáticamente franceses… Gracias al derecho del suelo, habrá siempre estadística y jurídicamente muchos franceses en Francia, una mayoría de hecho. Si, pero no serán europeos. Como tampoco los colonos europeos en América no eran indios… Para Europa, finalmente, y no tan lejos en el tiempo, tendrá lugar una explosión o una implosión, la crisis liberadora o el hundimiento. Volveremos a este tema en el capítulo final.

(c) Guillaume Faye
(c) Editions de L'Aencre
(c) Por la traducción: Ernest Milà