sábado, 21 de julio de 2018

365 QUEJÍOS (83) – EL DOGMA DE LA IGUALDAD


¿Cuál es el origen de todas las neurosis sociales que estamos viviendo en Europa Occidental? Respuesta inequívoca: el dogma de la igualdad. Detrás de las ideologías de género, detrás de la multiculturalidad, detrás de los promotores del mestizaje étnico, detrás del humanismo integral, detrás de la new-age y de todas sus variantes, lo que subyace es la idea de igualdad llevada al límite. Ni siquiera existe una respuesta unánime para la pregunta de ¿dónde se inició el mito de la igualdad? Me quejo de que no somos conscientes de a dónde conduce este dogma.

El lema “libertad, igualdad, fraternidad” con que irrumpieron las revoluciones liberales marca un antes y un después en la civilización occidental. Desde 1789 no hay forma de zafarse de ese lema: está presente en las democracias liberales, luego reapareció en la revolución de 1917 y más tarde en la nueva izquierda y en las revueltas de mayo del 68, para cuarenta años después ser heredada por los “indignados” y demás variedades taxonómicas de la izquierda. La excusa para este tránsito ha sido que en su anterior formulación, la igualdad no se ha hecho posible, así que los que han venido detrás de las revoluciones liberales, han intentado reactualizarlo. Dicho de otra manera: desde hace 230 años, los “revolucionarios” siempre han pedido “libertad, igualdad y fraternidad”. Ya saben: ¡Imaginación al poder!

Claro está que, desde el momento en que alguien se le ocurrió decir “todos somos iguales antes Dios”, cagada pastoret, porque ni ante Dios éramos iguales (laética del artesano no es la misma que la del guerrero, ni que la del monje, ni dentro de cada grupo todos cumplían exactamente igual y con el mismo celo, los preceptos de su gremio, de su orden militar o de su orden religiosa). Se dirá que el dogma tenía un sentido religioso… pero era evidente que, antes o después, existirían aquellos que lo considerarían realizable no en el “más allá”, sino en el “más acá”. Ese momento llegó en 1789.

Desde entonces ha sido imposible huir del dogma de la igualdad (es dogma en tanto que indemostrable, y si se nos apura, falso dogma, porque en la naturaleza lo que rige es el principio de la desigualdad y de la diferenciación progresiva). Y hoy, en Europa Occidental y entre los liberales norteamericanos se está llegando a la aplicación del dogma en sus últimos extremos (en el resto del mundo, este dogma ni se considera, salvo como una patraña para idiotas): ¿igualdad racial? El extremo es el mestizaje. Y se propone el mestizaje. En cuestión de cultura: todas las culturas son iguales y se propone la multiculturalidad y la “fusión cultural” (hip-hop + Betthoven = cacalavaca). En cuestión religiosa: ecumenismo y “nueva religión mundial” porque, como se sabe, todas las religiones “son iguales”. En cuestión sexual: igualdad hasta el extremo de restar toda la polaridad que pueda haber entre los dos sexos y trasladar la “lógica borrosa” al mundo de los sexos: no existe blanco y negro, sino una gama interminable de grises. Y luego está la “cuestión nacional”: cualquier puede reivindicar el cantonalismo porque las fronteras ya no importante en un mundo globalizado.

¿Cuál es la clave? El mundo globalizado dirigido por una pequeña élite que controla el capitalismo financiero y una gran masa que no se plegaría a ese dominio si formara grupos sociales homogéneos y poderosos. La clave es que toda esta ideología de la igualdad se ha establecido para atomizar la sociedad, evitar la existencia de clases o de élites con peso e influencia suficiente para oponerse a la globalización. Dicho de otra manera: los promotores de la globalización, a través de sus correas de transmisión (Bildelberg, Trilateral, Club de Roma, UNESCO, etc.) transmiten una ideología igualitaria destinada a convertirnos en granos de arena en una playa, absolutamente idénticos, absolutamente iguales, absolutamente minúsculos, incapaces de ser roca en el océano y de frenar las embestidas de la globalización.

No sea iluso: usted no es igual a nadie. Usted tiene su personalidad. Usted tiene sus rasgos diferenciales. Es más, usted debe tenerlos. Usted tiene rostro propio. No es un grano de arena. Usted pertenece a un grupo, usted tiene una Identidad. Usted tiene carácter propio: es hijo de una familia, es hijo de una cultura, es hijo de una tradición, ha bebido de las fuentes de todo esto y ahora se lo quieren amputar unos ideólogos enloquecidos al servicio de un proyecto globalizador cuyo paradigma es: “Todos sois iguales e insignificantes antes el capital financiero”.

De eso me quejo: de que en el país en el que he nacido –y que hoy por hoy, ya no considero “mío”- muy pocos piensan en estos términos. Rectifico: que en el país que fue el mío, casi nadie ejerce la funesta manía de pensar.