Policías locales,
policías regionales, policías nacionales, guardia civil, servicios de seguridad
privados, cámaras de videovigilancia por todas partes, hasta en la sección de
detergentes del super y todo para que cada vez haya más chorizos, la sensación
de inseguridad sea cada vez mayor y al subir al metro de cualquier gran ciudad
se nos advierta que “cuidado con los carteristas”. Para ese viaje no
necesitábamos alforjas. De eso me quejo de que la seguridad que, a fin de
cuentas, es el primer derecho humano, sin el cual, ninguno de todos los demás
pueden ejercerse, esté cada vez más ausente de nuestras vidas.
Me voy a la playa. Dejo mis ropas y la toalla sobre la
arena. Tengo que estar pendiente de que no me lo roben. Hay choros operando en
la zona. Lo sabe todo el mundo e incluso todos los hemos visto. La policía les
deja hacer. En otra zona no muy distante, los coches aparcados ven como sus
vidrios son regularmente rotos y su interior saqueado. A pesar de que se trata
ya casi de una “tradición”, por allí las dotaciones policiales pasan muy
raramente. Están algo más adelante poniendo multas de tráfico. Luego hay otra
zona, es la habitual de los pequeños traficantes de droga, allí es donde se
hacen los bisnes. Tampoco es un lugar frecuentado por la policía. De hecho,
incluso los pisos en donde se cultiva marihuana in door pueden localizarse por
el olfato en las calles interiores del pueblo. Pero la policía local parece no
tener el olfato en perfecto estado de revista.
Y lo mismo pasa en la estación
de la RENFE, en donde se reúne la escoria de las escorias para realizar sus
pases descaradamente. También allí están los okupas con sus perros pulgosos y
su mugre. ¿Lo más sorprendente? Que en todo el pueblo hay una casa ocupada
¡cuyas llaves guarda la policía local para los okupas en tránsito! Hay en este
pueblo mío un paseo paralelo al mar en donde la policía local y los mossos d’esquadra
pasean sus vehículos con frecuencia. Allí no ocurre nunca nada. Pero cuando
acaba ese paseo y empiezan playas nudistas, es fácil ver a moros apostados en
las rocas ejerciendo de simples mirones o masturbándose sencillamente. La
agresión sexual está en el ambiente. Pero esto está ya fuera del alcance de las
policías porque hay que ir a pie. En la parte alta del pueblo se han producido
saqueos de pisos. Tampoco por allí se suelen ver dotaciones de la policía
local. No digamos en las urbanizaciones vecinas.
Cuando me voy de casa, siempre
dejo alguna luz encendida para que los eventuales revientapisos entiendan que
hay alguien dentro y se vayan al piso de al lado (solidario que es uno)… El día
que fui a la policía local a denunciar que habían intentado robarme la mochila
al descuido y que al salir tras el gitano rumano salió corriendo y la tiró, ni
me hicieron caso. A fin de cuentas el robo no se había consumado. Cuando les
dije que el trío de choros (un varón y dos hembras) habían pasado delante de
las propias oficinas de policía y se dirigían a la estación de RENFE,
ofreciéndome a identificarlos, me dijeron que ya me llamarían… Luego, por
cierto, tuvieron un incidente en un Clarel y unos minutos después se las vieron
con el del Todo a 100 chino.
Una pareja denuncia un robo en la estación y llama a la
policía. Le dicen que las cámaras dentro del tren están solamente para que el
maquinista pueda ver subidas y bajadas, pero que no filman. El chino la ha
emprendido a porrazos con un descuidero. Las chicas del Clarel están
soliviantadas porque las gitanas rumanas las han razziado. Un par de chicas
jóvenes me vienen desesperadas y llorando: les han robado la cartera y lo que
parece peor para ellas, el móvil. Que si he visto quién ha sido. Un par de
colgados británicos con signos de no estar en sus cabales recorren el pueblo.
Un exhibicionista de 70 años de la misma nacionalidad se pasea por las calles a
todas horas. Nadie le dice nada…
Así es la vida en mi pueblo. No más de 3.000 habitantes. Eso
sí, en el Ayuntamiento luce una bandera independentista, una pancarta por la
liberta de los “presos políticos”, una bandera gay y otra pidiendo “libertad”… Habrá
una docena de policías locales, todos chicos jóvenes, ninguno de los cuales
parece apto para combatir a la delincuencia. Hacen bien en irse por donde no
hay riesgo de que se crucen con algún choro. Otro tanto puede decirse de los
mozos. Hacen bien, porque, total, aun deteniendo a algún ladronzuelo, el juez
lo pondría en libertad, así que… para ir y volver, vale más no ir. Así es la
vida en mi pueblo que está considerado como una zona idílica y tranquila. Claro
está que me quejo de esta situación que ya todos los vecinos consideramos
normal.
¿Qué si esto podría paliarse? Claro que sí: leyes más duras, menos contemplaciones,
menos garantismo, juicios rápidos, exigencia de que las policías combatan el
delito o se busquen agentes más eficaces (¿no sería bueno exigir a todos los
que se presentan a uno de estos puestos que tengan experiencia militar?) y,
sobre todo, derecho del ciudadano a llevar armas de fuego. Porque no me
importa decir que si alguien entra en mi casa sin mi permiso, es hombre muerto.
Vamos que, a estas alturas, no estoy para gaitas…