No me quejo de que España haya sido eliminada del Mundial de
Fútbol por la fórmula del penalti después de la prórroga. Solamente un equipo
puede ser el ganador y poco importa si quedan segundo o dieciseisavo:
simplemente sólo uno gana y todos los demás son derrotados. En este caso le ha
tocado a España. Cosas del fútbol, para el que les guste ver fútbol. Pero de lo
que sí me quejo es de algo que me ha llamado la atención. Veo que en algunas poblaciones catalanas, no sólo en este último
partido, sino en los anteriores, cuando algún equipo metía un gol a la
selección española, estallaba el alborozo general. Se celebraba el gol del
contrario con euforia y el de la selección española parecía inducir al suicidio
de muchos espectadores. Bueno, a fin de cuentas, Cataluña hace tiempo que
ha olvidado lo que es el “seny” y se
ha entregado a la “rauxa”, así que no
me extraña excesivamente, ni, por tanto, me voy a quejar exactamente de eso. Recuerdo,
eso sí, la rabia y la frustración del nacionalismo moderado cuando España gañó
hará ocho años la copa y que llevó a la guardia urbana a multar a los
motoristas que hacían sonar el claxon…
El independentismo,
ha perdido la partida. Y de qué manera. Y con qué falta de honor y de dignidad.
Pero ni lo reconoce, ni lo reconocerá jamás, hasta el momento en que inicie su
pendiente electoral, final obligado de todo nacionalismo frustrado. Es
cuestión de tiempo. Ha ocurrido en el Québec canadiense y ocurrirá en Cataluña.
Si no ha ocurrido antes ha sido por que la izquierda española, incluida la
catalana, ve con cierta condescendencia todo lo que rompe la “unidad” del país
considerada como un criterio franquista.
Todos los presidentes del gobierno pretenden no dar
argumentos para la victimización que la Generalitat tiene como leit-motiv. El
otro día en la inauguración de los Juegos Mediterráneos de Tarragona, el tipo
este que pasa como presidente de la Generalitat, entregó al Rey un dossier
sobre la “represión el 1-O”. El Rey, en ejercicio de esa función de
representación del Estado, cogió la carpetilla con gesto de hastío y le dio la
espalda al fulano. Todavía están con eso. Y en muchos balcones de paletillos de
pueblo todavía aún se ven carteles animando a votar SI en aquel reférendum. El tiempo se ha parado para esta pobre
gente que no quiere asumir que se han quedado solos en Europa y que no son
más de ¼ parte de la población en su propia tierra. Su esperanza es que el PSOE
“indulte” a los detenidos por aquella asonada. De momento, Sánchez intenta por todos los medios hacer las paces con el
independentismo. Pero ahí está la mirada vigilante de Josep Borrell para que
esta política de “buena voluntad” no se convierta en otro idilio del PSOE con
los centrifugadores.
De hecho, el gran error de Sánchez no es éste, sino el
atrasar la celebración de elecciones generales. Corre el riesgo de que la
opinión pública termine añorando a Rajoy a la vista de los “planes de gobierno”
del nuevo equipo de gobierno (insistir en el asunto del Valle de los Caídos y
no ser capaz de afrontar al próximo millón de inmigrantes que entrarán en
Europa a través de España y en los próximos meses. Lo del Aquarius ha sido un sondeo para ver la reacción y ésta ha sido la
que cabía esperar de un gobierno socialista).
Sánchez intentará llegar a las elecciones en buenas condiciones, pero lo que
salga de las urnas será, casi con seguridad, un gobierno de coalición, en el
que Ciudadanos dará el poder a uno o a otro (al PP o al PSOE y lo dará al que
parezca menos erosionado). El otro problema es que la opinión pública
olvidadiza termine apoyando de nuevo a un PP si este partido es capaz de
dotarse de un liderazgo fuerte.
En cualquier caso, la
“cuestión catalana” está zanjada: Cataluña no puede ser independiente sea cual
sea la coalición de futuro (resulta impensable que el PSOE termine
apoyándose en Podemos que sería, a fin de cuentas, la única combinación que
daría cierto margen al independentismo: no se olvide que el PSOE está en el
campo de la socialdemocracia y del gran capital), el independentismo irá
perdiendo su posición privilegiada en Cataluña por puro desgaste y harían bien
los independentistas en mirar en el espejo de sus colegas quebequeses y obtener
alguna enseñanza.
Mientras, lo que
parece evidente es que los independentistas se nutren de “pequeñas victorias”
(el nacionalismo ha hecho siempre de la derrota una victoria en su particular
interpretación histórica que parece sacada del lema del Ministerio de la Verdad
orwelliano: “la mentira es la verdad y la verdad es la mentira”): la
pérdida del partido España-Rusia fue una de ellas. Los tontorrones olvidar que
hay varios jugadores de su club icónico en la selección. Pero, qué le vamos a
hacer, son independentistas, no se puede esperar mucho de ellos. No, si de lo que me quejo es precisamente de eso:
de que en algún momento alguien los pueda tomar por gente razonable.