Napoleón fue un dictador, sin más, extendió, sin la más
mínima justificación la guerra por toda Europa, desde Lisboa hasta Moscú. Y ahí
lo tenéis, descansando en una urna monumental bajo la cúpula de Los Inválidos
de París. Lenin, que tampoco fue un santito, lo tenéis a la sombra del Kremlim.
Son historia, se dirá. Pues por lo mismo, entiendo que es historia el que
Franco o José Antonio tengan su lugar en el Valle de los Caídos y que esto no
sea una historia interminable, como está resultando. Me quejo de que cuanto más se invoca a la “memoria histórica”, más se
vive de espaldas a la historia.
Todos sabemos cómo acabará esto. Un buen día, los monjes del
Valle de los Caídos publicarán que, inesperadamente, una brigadilla de
albañiles, ha entrado en la cripta, incluso es posible que con nocturnidad, y
se ha llevado los restos de uno que murió hace 83 años y de otro que se fue
hace 43. Me quejo que, cuando yo era joven, es decir hace 50 años, en 1968,
todo lo que había sucedido cuatro u ocho décadas antes, era considerado
historia. Nadie reclamaba los restos de los caídos en las guerras carlistas, ni
consideraba que era preciso ejercer la “memoria histórica” ante las masacres
del Katipunán en Filipinas o reclamar compensaciones a los EEUU por el fraude
del Maine y el casus belli para generar la guerra hispanoamericana de 1899.
¿Qué está ocurriendo? Es muy simple de entender…
En 1960, cuando Edgar Neville, franquista de pro, estrenaba
con bastante éxito una película injustamente olvidada, Mi calle, ya clamaba por
la reconciliación nacional. Y es que en
1960 –y antes incluso- muchos ya creían que era necesario dejar atrás la guerra
civil. Como en toda guerra, hubo vencedores y vencidos y, como en toda
guerra la sociedad sufrió por el conflicto de 1936 a 1939. Explicar qué llevó a
aquel conflicto corresponde a los historiadores y a los sociólogos, no a los
partidos, ni a los panfletos parlantes de las tertulias. Lo que es patrimonio
de la historia no puede seguir en boca continuamente de una clase política lo
ignora todo sobre la historia y que no está más que interesada por la poltrona.
Debo decir que nunca
fui franquista y que en mi familia he tenido condenados a muerte en tanto que
militares republicanos y combatientes del sector nacional, fusilados por unos y
por otros, de la misma forma que he tenido familiares que se desinteresaban por
completo por la política. Que nadie me pida que tome partido por el abuelo
materno o por mi padre que lucharon en bandos rivales. Pero sí que es
necesario reconocer dos puntos:
- La II República,
desde el primer momento fue un régimen imposible porque los republicanos
querían revancha (especialmente en materia religiosa), los monárquicos querían
que todo siguiera igual (especialmente en materia religiosa), y a la república
desde el primer momento le crecieron los enanos: cuando no conspiraron los
socialistas, lo hicieron los monárquicos y aquello terminó generalizando la
situación que había vivido Barcelona entre 1919 y 1923 con los episodios de
pistolerismo. Quien quiera defender a la República con argumentos históricos
tiene una ardua tarea por delante. Aquello era inviable y fue siempre, el
preludio de la guerra civil.
- El franquismo tiene
su significado histórico: no fue nada más que 40 años de concentración de poder
para que todo un pueblo consiguiera despegar y recuperar el tiempo perdido
desde principios del siglo XIX. Y para ello era preciso: poder estable,
planificación y sacrificios (entre ellos la renuncia a las “libertades
democráticas”). España avanzó más en la década de los 60 que en los 200 años
anteriores. Aquello, está claro que no fue el régimen ideal y que hubo su cuota
de corrupción, burocratismo y contradicción entre lo escrito en las Leyes
Fundamentales y lo que se practicaba… vamos como ahora.
¿Cómo hemos llegado a esta situación en la que la “memoria
histórica” parece dictar la agenda política. Muy simple: la izquierda mesiánica española no quiere reconocer que se equivocó
en los años de la República y que sus errores tuvieron mucho que ver con la
guerra civil. La izquierda, hoy ya no tiene nada: no tiene clase obrera detrás,
no tiene método de interpretación de la historia, no tiene doctrina propia, no
tiene ni siquiera liderazgo, ni programa, después del zapaterismo ya no hay un “plus
ultra”. Así pues ha optado por mirar al pasado y, en un proceso que debería ser
examinado por los psiquiatras, ha entrado en una fase de negación: niega la
existencia de todo aquello que le molesta. Le molesta haber perdido una
guerra, le molesta recordar que solamente en los dos primeros meses de guerra
civil en Cataluña, hubo 9.000 asesinatos sectarios; le molesta recordar que la
Generalitat pactó con los asesinos; la molesta recordar que el campo
republicano antes, durante y después de la guerra civil, fue un caos y que en
todo momento en su bando hubo guerra civil dentro de la guerra civil; le
molesta recordar, en una palabra, que perdieron la guerra y que, salvo los
comunistas, estuvieron ausentes de la política española 40 años… esos mismos
que se obstinan en negar tratando por todos los medios de que desaparezcan de
la memoria. Como si los franceses decidieran que Napoleón no existió, llevaran
sus restos a un nicho de le Pére Lechaise, borraran los nombres de l’Avenue de
la Grand Armée, o de Jena, pasaran a llamar la estación de Austerlitz, la
Estación del Sena y así sucesivamente, para olvidar que, desde 1799 hasta 1815
gobernó Francia un tirano sanguinario y, además, fueron derrotados.
Mientras no dejemos
la historia a los historiadores, seguiré quejándome de que la “memoria
histórica” en versión española, es hemipléjica e ignorante. Estúpida, en una
palabra.