He oído todos los argumentos posibles para defender la causa
de los okupas. Que si el precio de la vivienda, que si la rapacidad de los
bancos y de las inmobiliarias, que si la mentira del derecho constitucional a
la vivienda, que si hay pisos vacíos… Lo lamento, pero siendo cierto, todo
esto, no es suficientemente convincente para dar una patada a un piso, entrar y
decir, ya “tengo hogar”. He conocido a
ocupas que, efectivamente, en las crisis económicas reiteradas que ha sufrido
este país desde 1973, se han visto obligados a entrar en un piso y hacer de su
capa un sayo por necesidad. Pero, estos no se preocupaban por airear de sus
“ocupaciones”, sino que trataban, por el contrario, de pasar desapercibidos y
sobrevivir. De lo que me quejo es de que con el rótulo de okupas se agrupan
gentes de discutible moralidad y más discutibles medios de vida. Porque cuando
la ocupación es un fin en sí mismo, lo que se llega es a una simple forma de
parasitismo y a la ley del mínimo esfuerzo. Me quejo, por tanto, de la
existencia de okupas y de que se les trate como a un “grupo social” que merece
algo más que el resto. Me quejo de la política de paños calientes que se
utiliza con ellos y de que lo mismo sirven para un roto que para un descosido.
Primera objeción:
¿Por qué todos los okupas están compuestos por bandas de colgados? Respuesta:
porque hay un sector de juventud que es perfectamente consciente de su falta de
competitividad y se resigna a ello; lo que tenían de combatividad se ha ido con
el humo del canuto. Ni-nis que incluso sienten pereza de ser eso y que
preferirían ser alimentados con un salario social que les cubriera
especialmente las necesidades de porros y litrona.
¿Qué se hacen “actividades”
en los “centros sociales okupados”…? Hombre, llamar “actividades culturales” a
cuatro tonterías parece excesivo. Buena parte de los que están cerca de un “centro
social ocupado” son conscientes de que la primera actividad realizada, a despecho de las molestias que se puedan
producir a los vecinos, es el fiestorro, el botellón a cubierto. Malabares,
cursos de macramé, clases de okupación, lo lamento pero se podrían dar en
cualquier centro cívico municipal de los que languidecen por falta de
actividad.
El problema es que
los okupas quieren eternizarse siéndolo hasta tener un golpe de suerte que les
permita dejar de serlo: un rasca-rasca, la herencia de papá o de los
abuelos, el ser nombrados asesores de alguna concejalía o el formar parte de
una candidatura alternativa en las municipales. Vamos, el mismo camino que
siguieron los ecologistas de hace 30 años. Y mientras, vivir del cuento.
Que se venden por dos
duros es algo suficientemente conocido. Si algún promotor inmobiliario quiere
hacer moving a los últimos vecinos de una casa que quiere transformar en “apartamentos
turísticos”, tiene en las grandes ciudades a legiones de okupas que se
disputarán tal misión “social” por unos pocos euracos. Que su naturaleza de
colgaos se pone de manifiesto en el estado en el que dejan las casas ocupadas
es algo que también parece notable. Que la legislación española les ampara es
otro de los elementos contradictorios con su naturaleza “rebelde y alternativa”.
Me quejo de que los
que parecemos idiotas somos usted y yo pagando alquileres o hipotecas.
Deberíamos ir de okupas por la vida y es incluso probable que el ayuntamiento
nos diera agua, luz y gas por la patilla. Si no ocupamos es, sabe usted,
por dignidad hacia nosotros mismos, hacia los vecinos y hacia algo tan
elemental como el parecer indigna la pretensión de aprovecharse de lo que ni es
nuestro ni nos hemos ganado.
La legislación
española sobre el tema es de risa: una familia ha pasado veinte años
ahorrando y decide comprarse una segunda vivienda en la costa. La acondicionan
para vivir. Como no hay nadie empadronado, viene una tribu okupa, patada en la
puerta y ya tienen casa. No se le ocurre desalojarlos a las bravas porque el
que pagará será usted. Presente una
denuncia, deje que los tiempos judiciales transcurran, que, al final, el juzgado
correspondiente emitirá una sentencia clónica cambiando dirección y nombres como resultado de cientos de
fotocopias y papeleo que le confirmará en lo que usted ya sabe: que esa es su
propiedad y que se la han dejado para el arrastre. Los ocupas serán condenados
a pagar los gastos… (Sería la primera vez que un okupa pagara algo más que el
canuto y la xibeca).
Luego están los
narcopisos. Si hasta ahora las okupaciones eran cosas de colgaos, ahora
vienen las mafias de la droga (ninguna, por cierto, nórdico-germánica, ni
siquiera galo-bretona, ni dinárico-danubiana... sino más bien llegadas del Magreb para abajo, mire usted
por dónde), dan la consabida patada a la puerta y durante meses, la policía
autonómica tarda en certificar lo que saben todos los vecinos desde el primer
día: que allí se vende jaco y rulas. Entonces intervienen y desalojan el piso…
¿Quién dice que no sirven para mantener el “orden público”? También en esto hay que recordar que los
okupas polarizan determinados ambientes delictivos. Así que con tener una “casa
okupada” vigilada o con un chivatillo dentro (y todas tienen uno, al menos), la policía sabe de las actividades ilegales que se realizan en la
zona, quien es quién y qué se cuece. Si hay algún episodio que genere alarma
social, la policía rasca un poco en la casa okupada y ahí tendrán al
delincuente ideal.
No resisto sin contar un detalle: el otro día voy a hacer
una gestión a la comisaría del pueblo. Llegan dos moros, pasan los primeros
delante de una larga cola. Venían ¡a pedir la
llave de la “casa ocupada”! El poli dejó sus quehaceres, se levantó, buscó
la llave y se la dio solícito, no fuera que tuvieran que esperar. Eran, por cierto,
marroquíes. De los que vienen a pagar la pensión de los abuelos, claro.
Podríamos seguir hasta el infinito: me quejo de que las okupaciones de inmuebles sean otra de las muestras
de “savoir faire” del gobierno de la nación, de la pericia de las autoridades de la España autonómica y del rigor de los gobiernos municipales. Que la izquierda transija y le
haga gracia, me parece normal. Que los conservadores no hayan hecho nada
absolutamente en siete años de gobierno, es acorde con su
espíritu conejil y asustadizo. Unos por otros, la casa sin barrer. De eso
me quejo: de que en este jodido país hay mucho que barrer y los okupas forman parte,
acaso de lo más rastrero, del panorama social patrio.