lunes, 23 de julio de 2018

365 QUEJÍOS (85) – OKUPAS


He oído todos los argumentos posibles para defender la causa de los okupas. Que si el precio de la vivienda, que si la rapacidad de los bancos y de las inmobiliarias, que si la mentira del derecho constitucional a la vivienda, que si hay pisos vacíos… Lo lamento, pero siendo cierto, todo esto, no es suficientemente convincente para dar una patada a un piso, entrar y decir, ya “tengo hogar”. He conocido a ocupas que, efectivamente, en las crisis económicas reiteradas que ha sufrido este país desde 1973, se han visto obligados a entrar en un piso y hacer de su capa un sayo por necesidad. Pero, estos no se preocupaban por airear de sus “ocupaciones”, sino que trataban, por el contrario, de pasar desapercibidos y sobrevivir. De lo que me quejo es de que con el rótulo de okupas se agrupan gentes de discutible moralidad y más discutibles medios de vida. Porque cuando la ocupación es un fin en sí mismo, lo que se llega es a una simple forma de parasitismo y a la ley del mínimo esfuerzo. Me quejo, por tanto, de la existencia de okupas y de que se les trate como a un “grupo social” que merece algo más que el resto. Me quejo de la política de paños calientes que se utiliza con ellos y de que lo mismo sirven para un roto que para un descosido.

Primera objeción: ¿Por qué todos los okupas están compuestos por bandas de colgados? Respuesta: porque hay un sector de juventud que es perfectamente consciente de su falta de competitividad y se resigna a ello; lo que tenían de combatividad se ha ido con el humo del canuto. Ni-nis que incluso sienten pereza de ser eso y que preferirían ser alimentados con un salario social que les cubriera especialmente las necesidades de porros y litrona. 

¿Qué se hacen “actividades” en los “centros sociales okupados”…? Hombre, llamar “actividades culturales” a cuatro tonterías parece excesivo. Buena parte de los que están cerca de un “centro social ocupado” son conscientes de que la primera actividad realizada,  a despecho de las molestias que se puedan producir a los vecinos, es el fiestorro, el botellón a cubierto. Malabares, cursos de macramé, clases de okupación, lo lamento pero se podrían dar en cualquier centro cívico municipal de los que languidecen por falta de actividad.

El problema es que los okupas quieren eternizarse siéndolo hasta tener un golpe de suerte que les permita dejar de serlo: un rasca-rasca, la herencia de papá o de los abuelos, el ser nombrados asesores de alguna concejalía o el formar parte de una candidatura alternativa en las municipales. Vamos, el mismo camino que siguieron los ecologistas de hace 30 años. Y mientras, vivir del cuento.

Que se venden por dos duros es algo suficientemente conocido. Si algún promotor inmobiliario quiere hacer moving a los últimos vecinos de una casa que quiere transformar en “apartamentos turísticos”, tiene en las grandes ciudades a legiones de okupas que se disputarán tal misión “social” por unos pocos euracos. Que su naturaleza de colgaos se pone de manifiesto en el estado en el que dejan las casas ocupadas es algo que también parece notable. Que la legislación española les ampara es otro de los elementos contradictorios con su naturaleza “rebelde y alternativa”.

Me quejo de que los que parecemos idiotas somos usted y yo pagando alquileres o hipotecas. Deberíamos ir de okupas por la vida y es incluso probable que el ayuntamiento nos diera agua, luz y gas por la patilla. Si no ocupamos es, sabe usted, por dignidad hacia nosotros mismos, hacia los vecinos y hacia algo tan elemental como el parecer indigna la pretensión de aprovecharse de lo que ni es nuestro ni nos hemos ganado.

La legislación española sobre el tema es de risa: una familia ha pasado veinte años ahorrando y decide comprarse una segunda vivienda en la costa. La acondicionan para vivir. Como no hay nadie empadronado, viene una tribu okupa, patada en la puerta y ya tienen casa. No se le ocurre desalojarlos a las bravas porque el que pagará será usted. Presente una denuncia, deje que los tiempos judiciales transcurran, que, al final, el juzgado correspondiente emitirá una sentencia clónica cambiando dirección y nombres como resultado de cientos de fotocopias y papeleo que le confirmará en lo que usted ya sabe: que esa es su propiedad y que se la han dejado para el arrastre. Los ocupas serán condenados a pagar los gastos… (Sería la primera vez que un okupa pagara algo más que el canuto y la xibeca).

Luego están los narcopisos. Si hasta ahora las okupaciones eran cosas de colgaos, ahora vienen las mafias de la droga (ninguna, por cierto, nórdico-germánica, ni siquiera galo-bretona, ni dinárico-danubiana... sino más bien llegadas del Magreb para abajo, mire usted por dónde), dan la consabida patada a la puerta y durante meses, la policía autonómica tarda en certificar lo que saben todos los vecinos desde el primer día: que allí se vende jaco y rulas. Entonces intervienen y desalojan el piso…

¿Quién dice que no sirven para mantener el “orden público”? También en esto hay que recordar que los okupas polarizan determinados ambientes delictivos. Así que con tener una “casa okupada” vigilada o con un chivatillo dentro (y todas tienen uno, al menos), la policía sabe de las actividades ilegales que se realizan en la zona, quien es quién y qué se cuece. Si hay algún episodio que genere alarma social, la policía rasca un poco en la casa okupada y ahí tendrán al delincuente ideal.

No resisto sin contar un detalle: el otro día voy a hacer una gestión a la comisaría del pueblo. Llegan dos moros, pasan los primeros delante de una larga cola. Venían ¡a pedir la llave de la “casa ocupada”! El poli dejó sus quehaceres, se levantó, buscó la llave y se la dio solícito, no fuera que tuvieran que esperar. Eran, por cierto, marroquíes. De los que vienen a pagar la pensión de los abuelos, claro.

Podríamos seguir hasta el infinito: me quejo de que las okupaciones de inmuebles sean otra de las muestras de “savoir faire” del gobierno de la nación, de la pericia de las autoridades de la España autonómica y del rigor de los gobiernos municipales. Que la izquierda transija y le haga gracia, me parece normal. Que los conservadores no hayan hecho nada absolutamente en siete años de gobierno, es acorde con su espíritu conejil y asustadizo. Unos por otros, la casa sin barrer. De eso me quejo: de que en este jodido país hay mucho que barrer y los okupas forman parte, acaso de lo más rastrero, del panorama social patrio.