Durante muchos años participé en programas de radio que
habitualmente se financiaban con publicidad procedente de videntes y demás
fauna paranormal. No puedo decir que todos fueran unos farsantes, pero sí que
la mayoría habían desarrollado un sexto sentido para saber qué quería la otra
persona que le dijera. No percibí en la inmensa mayoría, ni siquiera, una
intuición superior a la normal o el desarrollo de alguna cualidad de
anticipación. De ahí que me sorprenda el que todavía, a estas alturas, sea frecuente
encontrar en revistas e incluso en la calle, publicidad de videntes que le van
a arreglar el futuro. Me quejo de que
todavía haya ciegos que guíen a ciegos.
El problema es que, los videntes no son solamente una de las
muchas coberturas que la sociedad moderna tiene para gentes que no son capaces
de andar por sí mismas por la vida y precisan muletas, sino que van acompañados
de todo tipo de elementos supersticiosos e irracionales. Una vez más, hay que
dar la razón a Oswald Spengler cuando decía que en el momento en el que se produce la caída de una religión
tradicional, lo que la sustituye, no es una época de racionalismo, cientifismo
y objetividad, sino más bien un tiempo de supersticiones y creencias
excéntricas. Es lo que está ocurriendo ahora mismo y ante nuestros ojos.
Se ha dejado de creer en el cura de la parroquia de la
esquina. Y he de decir que, a pesar de que hoy permanezca alejado de cualquier
religión, en mis primeros años encontré a sacerdotes que eran verdaderos “directores
espirituales” y cuyos consejos jamás olvidaré. También tengo que agradecer al
catolicismo el que fuera la religión de mis padres y de mis abuelos y que les
diera a todos ellos ideales para vivir y esperanza en el momento de la muerte.
Pero nada de todo esto tiene que ver con las “nuevas religiones” o con el mundo
de la videncia. El término “nuevas
religiones” es un simple artificio para evitar pronunciar el nombre maldito: “sectas
destructivas” o, lo que es peor “gilipolleces seudoespiritualistas”. Toda
la “new age” hay que clasificarla dentro de este amasijo y allí se encuentran:
videntes, “terapeutas”, “psicólogos transpersonales”, magos, brujos, grandes
maestres e incluso obispos de iglesias virtuales, chamanes, ufólogos, babalaos
y un largo, larguísimo etcétera.
La irracionalidad nos ha invadido y los “videntes” son
solamente la punta del iceberg. Las “ideologías de género”, por ejemplo, forman
parte de esa misma irracionalidad, como muchas de las decisiones de los
gobiernos o de las actitudes personales. Hay
momentos en la historia en los que la irracionalidad que cada uno de nosotros
lleva dentro (porque forma parte de nuestra herencia animal) es modulado,
conjurado o contenido por impulsos superiores (hacia la ciencia o hacia la
espiritualidad, esto es, hacia las posibilidades de trascender el “ego”). Hay
otros momentos en los que los diques se han roto y la marejada de lo irracional
lo invade todo. Hoy hemos llegado a esos tiempos.
Conozco videntes que son incapaces de predecir si en un día
nublado con relámpagos en el horizonte, va a llover. Conozco gente que me ha
intentado vender “castañas mágicas”. He visto como otros han hecho publicidad
de “colchones magnéticos”. Gentes que practicaban imposición de manos cuando te
dolía un poco la garganta y cinco minutos después, en lugar de estar sanado,
tenías 39º de fiebre. He visto “sanadores filipinos” diciendo que curaban el
cáncer mediante “operaciones psíquicas”. Chamanes que decían administrar
ayahuasca y lo único que hacían era dar LSD con colacao. He conocido
estafadores de la peor especie y mariquitas saltarines haciéndose pasar por babalaos bendiciendo barcos o
mirando orines y determinando que la culpa de una afección renal era el haber
ofendido a Amaterasu diosa del mar.
He visto tipos que me han tirado los buzios
(las caracolas) y que no acertaban ni una. He visto “fisiognomistas” que no
eran sino frenólogos con otros nombre y la misma carga de autosuficiencia. He
visto echadoras de cartas que han respondido lo primero que les venía a la
mente pensando que eso salía de “alguna intuición espiritual profunda”. Y luego
les he visto sistemáticamente decir que si algo iba mal en la vida era por un
mal de ojo que podía curarse gratis y solamente había que pagar la harina de
mandioca, los velones y el polvo de ángel utilizados en la operación. Un fortunón,
vaya.
Y he visto pobres gentes, en el
fondo buenas gentes, minusválidos sociales, que picaban y creían en todo esto,
así como radios de gran audiencia que permitían estas publicidades. ¿Qué si
me quejo? Si, me quejo y también me río de que la superstición ocupe un lugar
axial en nuestro mundo. Que quejo de este fraude a la esperanza.