La no alineación en la Europa de los sesenta
Este nuevo período, en la evolución
política de Jean Thiriart, no nace –y esto es lo importante– solamente de una
reflexión sobre política internacional –que, en reglas generales no había
variado sustancialmente en relación al período en el que Thiriart debutó en la
acción política con el MAC–, sino de las frustraciones por experiencias
anteriores que le obligaron a rectificar posiciones. Es decir: el “segundo
Thiriart” es el resultado del fracaso del “primer Thiriart” y que este fracaso
no es el resultado solamente de la selección de estrategias y tácticas (a favor
de los colonos del Congo, del nacionalismo convencional, del activismo y del
anti–electoralismo, de tomas de posición identificadas con el neo–fascismo
convencional, etc), sino, además, de que la militancia que iba ingresando en el
movimiento no seguía la evolución de Thiriart a su misma velocidad, ni, por
tanto, estaban suficientemente identificados con sus tesis.
El problema real es que un individuo como
tal puede evolucionar en su pensamiento y realizar todas las piruetas
intelectuales que considere necesarias, pero esto no puede aplicarse a un
movimiento político (salvo en casos excepcionales; ejemplo: el tránsito de
Hitler del “golpismo” de 1919 a 1923, a la convicción de que había que vencer a
la democracia con la democracia, de 1926 a 1933). Thiriart pretendía, incluso
de sus más próximos colaboradores, que aceptaran todos los cambios de
perspectiva que iba incorporando al constatar que el movimiento progresaba,
pero no a la velocidad necesaria. Y la mayoría de estos colaboradores se habían
incorporado al mismo, por el espíritu que emanaba el Manifiesto a la Nación
Europea, que era lo suficientemente atractivo, pero también demasiado ambiguo
como para que algunos temas esenciales quedaran poco precisados. A medida que
Thiriart intentó precisarlos más –especialmente, a partir de que la creación de
la Escuela de Cuadros, le obligara a ello– empezó a producirse la debacle.
Esto, unido al carácter de Thiriart, que toleraba mal las discrepancias dentro
de su movimiento, fue el germen del rosario de expulsiones y dimisiones que se
produjeron entre 1963 y 1965[1].
A esto se unía una evidente “rigidez”
doctrinal, en cierta medida, producto del “jacobinismo leninista” del concepto
que se había forjado de cómo debía ser su organización política. Europa era
demasiado diversa y amplia como para que la irrupción de un “movimiento europeo
integrado” pudiera aplicarse en la práctica. Entendemos perfectamente que Von Thadden,
tras la conferencia de Venecia, adujera que, para su organización, la creación
de un “partido europeo” era prematura. O que el MSI no quisiera renunciar a su
cuota electoral en beneficio de una nueva organización intereuropea,
innovadora, efectivamente, para la militancia, pero que tenía mucho menos
atractivo para el electorado que estaba atento a problemas mucho más inmediatos.
No es que Thiriart se hubiera “adelantado
a su tiempo”[2],
era, simplemente, que había olvidado que las distintas naciones europeas
caminaban a diferentes velocidades y que, en su conjunto, la Europa de los 60 era
muy rica en matices, variaciones económicas, diversidad de problemas sociales, divergente
en legislaciones nacionales, confesiones religiosas y, para colmo, estaba
partida en dos por el “telón de acero”; sin olvidar que las condiciones para la
acción política en España, no eran las mismas que en Alemania, y completamente
diferentes a las de Rumania o Yugoslavia. Era imposible aplicar un sistema
rígido de organización y liderazgo continental en estas circunstancias y, sobre
todo, cuando se partía de núcleos minúsculos de militantes cuyo discurso –basado
en el concepto de “Europa”– estaba también en boca de la clase política de la
época y, la opinión pública tenía la sensación de que, al menos en Europa
Occidental, la Comunidad Económica Europea, podía conducir a la construcción de
ese ideal.
Contrariamente a lo que pensaba Thiriart,
no es que Jeune Europe atrajera a militantes neo–fascistas que no habían
llegado a entender el mensaje de la “Europa Nación” (lo que era cierto, en
alguna medida), es que la cruz céltica, los uniformes, los llamamientos a
“Europa se defiende en Argel”, la colaboración con la OAS, la actitud adoptada,
primero contra la descolonización del Congo y luego a favor de la independencia
katangueña, los llamamientos a luchar contra la partidocracia que empezaron con
el CABDA, siguieron en el MAC y estuvieron presentes en Jeune Europe, el
militantismo, los choques con la izquierda, el anticomunismo y el
anticapitalismo, todo eso, absolutamente todo, eran los rasgos con los que el
ciudadano de la calle identificaba al neo–fascismo convencional y éste había
sido encerrado en un gueto político por los vencedores de 1945, en toda Europa
Occidental y, no digamos, en la Europa del Este.
En 1964, existían solamente dos actitudes
posibles ante esta situación:
– o bien, flexibilizar la concepción del movimiento, adaptarlo a las condiciones de cada país, reconocer la imposibilidad de crear un único movimiento europeo compuesto por “secciones nacionales” (que, en la práctica, en la mayor parte de los casos, en Joven Europa, no terminaban de funcionar y sólo tenían importancia propagandística, para dar la sensación de que el movimiento “crecía”)
– o bien tratar de coordinarse con aquellos grupos nacionales que estuvieran sólidos y consolidados en sus propios países, intentando de federarlos, estableciendo criterios comunes (algo que se había tratado de hacer desde la creación del Movimiento Social Europeo y que siguió intentándose, en buena medida, en el Parlamento Europeo hasta la transformación del MSI en 1995 y hasta la transformación del Front National en Rassemblement National en 2018).
Pero, pensar, como pensaba Thiriart en
aquellos momentos, que 10 “cuadros” alemanes, 40 belgas, 25 españoles, 100
italianos, etc, podían alumbrar un “movimiento europeo integrado”, era algo más
que una ingenuidad: suponía instalarse en el irrealismo político más absoluto.
A partir de 1964–65, empezaron a
manifestarse todos estos problemas. A partir de aquí, o bien se daba marcha
atrás y se rectificaban algunos de los postulados originarios, o se intentaba
una “fuga hacia adelante”, manteniendo la misma concepción del movimiento, pero
con planteamientos y objetivos completamente diferentes. Thiriart optó por esa
segunda opción. Las consecuencias fueron deletéreas: cuatro años después, el
movimiento, ya esquelético, estaba completamente desintegrado: le faltó “aire”
para respirar, se asfixió por falta de espacio político, no logró conquistar la
credibilidad que precisaba para ser tomado en serio y poder expandirse. En ese
período, Thiriart se refugió en concepciones geopolíticas (seguiría en ellas
hasta su muerte) excesivamente teóricas y desplazó su temática de Europa al
Tercer Mundo.
Como era de esperar –y no podía ser de
otra manera– la teorización de Thiriart entre 1965 y 1969, condujo a los restos
de Jeune Europa (transformados, como hemos visto, en PCE) a la extinción. El
propio Thiriart, fue realista al apreciar que su camino político, iniciado en
la CABDA, acababa aquí. Optó por recluirse en su trabajo como óptico y a
presidir la Asociación Mundial de Optometristas, prosiguiendo en silencio, como
hobby, sus reflexiones geopolíticas. Atendía en ese tiempo a los curiosos y/o
inquietos que llamaban a su puerta para conocer al que fuera líder de Jeune
Europe, a algunos estudiosos que elaboraban tesis universitarias y a esperar un
momento para salir de nuevo a la superficie, aprovechando la desintegración del
bolchevismo. La muerte le sorprendió en ese momento.
Lo que vamos a seguir en esta parte son
las ideas que “el segundo Thiriart” imprimió al PCE y que, por su naturaleza
misma, muestran, el gran problema del neo–fascismo de los años 60: la
imposibilidad de construir un discurso político realista y creíble por un lado
y de traducirlo en orientaciones estratégicas con posibilidades de aplicarse en
la práctica.
1. Los elementos que contribuyeron a
impulsar la evolución de Thiriart tras el fracaso de Jeune Europe.
El folleto titulado De Jeune Europe aux
Brigades Rouges (De Joven Europa a las Brigadas Rojas)[3]
nos sitúa en la Europa de los años 60. El autor –José Cuadrado Costa– lo escribió
con la intención de destacar el “compromiso antiamericano” de Jean
Thiriart y de su organización Jeune Europe, así como, especialmente, de la
revista La Nation Européenne. El punto de partido es que, a partir de
1964–65, como hemos visto, Thiriart aumenta la carga de su antiamericanismo y
reduce los ataques contra el bloque soviético, se olvida de la descolonización
y de la OAS y se interesa por la no-alineación.
El marco histórico en el que aparecen esta
mutación en el pensamiento de Thiriart está caracterizado por cuatro elementos:
1) La crisis de la no–alineación constituida en los años 50. Hasta la Guerra de los Seis Días (1967), era posible creer que un grupo de pueblos, los “no alineados”[4], podían mantener actitudes de colaboración, independientes y equidistantes a los dos imperialismos que en aquel momento pugnaban por la hegemonía mundial. Pero, a partir de la espectacular derrota árabe de 1967 y de la guerra del Vietnam, el “tercerismo” se fue difuminando: la realidad demostraba que, o se estaba alineado con la URSS contra los EEUU, enarbolando temáticas de “liberación nacional”, o se permanecía al lado de los norteamericanos en función de políticas anticomunistas, liberales y democráticas.
2) El ascenso de las “luchas de liberación” (con frecuencia, “luchas armadas”) desarrolladas en tres frentes, coordinados –al menos desde el punto de vista de la propaganda– por la Organización Latinoamericana de Solidaridad con los Países de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), la llamada “Tricontinental” (creada en 1966 y disuelta en 2019)[5], impulsada desde La Habana por el régimen castrista. La “tricontinental” apoyó especialmente al Vietcong y a las guerrillas promovidas por la izquierda iberoamericana, así como a los movimientos de liberación de las antiguas colonias portuguesas y, por supuesto, a la resistencia palestina. Era evidente que se trataba de una iniciativa financiada por Moscú, que se radicó en Cuba para dar una mayor sensación de proximidad e independencia[6].
3) La aparición de la “nueva izquierda” que rompía con el “revisionismo” soviético y (en gran medida) seguía los pasos del maoísmo chino que, por eso mismo, a pesar de pertenecer inicialmente al bloque soviético, se escindió tras la muerte de Stalin y se situó en el área de la “no alineación” en relación a los EEUU y a la URSS. La “nueva izquierda” hizo otro tanto allí donde tuvo algún peso. Estaba interiormente fragmentada en tendencias que se reconocían, como denominador común, en el antiyanquismo, el marxismo–leninismo por una parte, las distintas capillas trotskistas y marxistas–revolucionarias por otro, y el viejo anarquismo y las corrientes utopistas y “situacionistas”[7] que desembocarían quince años después en el ecopacifismo.
4) Se produce un momento de alta politización de la juventud europea en cuyo imaginario colectivo adquiere un peso decisivo los tres elementos enumerados anteriormente y que darán vida a las distintas componentes estratégicas de la “nueva izquierda”:
1. El “Movimiento Estudiantil” que unirá las modas incipientes de la época (maoísmo, trotskismo, situacionismo, anarquismo) a una reflexión inicial sobre la “condición estudiantil” y la “ideología estudiantil” que desaparecerá pronto del “movimiento del 68” para ser sustituida por una doctrina de extrema–izquierda en la que el antifascismo (es decir, en la práctica, la lucha contra otros movimientos estudiantiles de carácter neo–fascista o, simplemente, no marxistas) pasó a ser el elemento dominante[8].
2. Los primeros intentos de llevar la “lucha armada” a Europa, siguiendo el ejemplo de las guerrillas tercermundistas y el recuerdo de la “resistencia” durante la Segunda Guerra Mundial. Sorprende el número de “intelectuales” diletantes que coqueteaban con la “lucha armada” (Debray en Francia, Feltrinelli en Italia, y en España el matrimonio Foret–Sastre), literalmente fascinados por las “acciones heroicas antiimperialistas” que tenían lugar en otros países (sin embargo, a la hora de expresar afinidades, por supuesto, siempre exaltaban al general vietnamita Giap, antes que al estudiante checo Jan Pallach inmolado como protesta por la invasión soviética de su país en 1968, lo que demuestra su inclinación y preferencias)[9].
3. El ascenso y el rápido reflujo del “movimiento estudiantil” y de la primera oleada de extrema–izquierda que se extenderá desde 1967 hasta los primeros años de la década de 1970, para luego reaparecer de manera todavía más agresiva, en la segunda mitad de esa misma década y cristalizar en fenómenos como las Brigadas Rojas, Action Directe, la Rote Armee Fraktion, ETA(p–m), los GRAPO, etc, De todos estos grupos, las Brigadas Rojas italianas llevaron esta vía más lejos que ninguna otra organización terrorista europea. Hacia principios de los 80, todo este conjunto estaba ya desintegrado y la extrema–izquierda había sido sustituida por los “partidos verdes”, mucho más tranquilizadores y que permitían una militancia más reposada.
Thiriart, empezó a ser consciente de todos
estos cambios desde el momento mismo en el que se produjeron, especialmente
después de que la ruptura chino–soviética se diera, no solamente en el plano
ideológico, sino especialmente en el geopolítico. También percibió los cambios
de preferencias de la juventud “revolucionaria” que empezó a estar fascinada
por la figura del Ché, por la actividad de los movimientos de liberación.
Intuyó que los nuevos “mitos” sobre los que apoyarse, ya no podían ser ni la
descolonización del Congo, ni la defensa de la Argelia francesa, sino que la
lucha de los palestinos contra Israel, el conflicto chino–soviético y la “no
alineación”, podían integrarse en su idea de “Europa Nación”. Y, a partir de la
creación de La Nation Européenne–PCE, todos estos temas aparecieron cada
vez con más frecuencia en sus columnas.
Los cambios no suficientemente valorados
por Thiriart
No parece –o al menos no queda constancia,
que conozcamos– de que Thiriart se interesase por otros cambios en profundidad
que estaban sucediendo en aquellos momentos. Si lo hubiera hecho, posiblemente,
su discurso habría sido diferente: pero optó por la “frialdad geopolítica” en
el análisis central que realizó. Y, sin embargo, aquella fue una época –de 1960
a 1973–, de grandes cambios económicos, sociales y culturales, especialmente en
el “primer mundo” (utilizamos el término “primer mundo”, para eludir el término
“Occidente” que tanto repugnaba a Thiriart[10]).
Sobre todos estos elementos (las
condiciones objetivas, las condiciones subjetivas, la inadecuación creciente del
área neofascista, el espacio político del que había partido Jean Thiriart y
toda su militancia), se deslizaban los cambios económico–culturales que estaban
teniendo lugar en el Primer Mundo y que repercutieron especialmente en las
sociedades occidentales durante esa fase de la Guerra Fría[11]:
– Sociedad de la abundancia en el Oeste, frente a las sociedades de la precariedad en el Este. El período de reconstrucción y prosperidad económica que se prolongó desde 1945 hasta 1973, hizo que mejoraran las condiciones de vida de la clase obrera. La “conciencia de clase” proletaria se fue deslizando progresivamente hacia las convicciones y los modos de vida burgueses. El proletariado europeo dejó de ser “revolucionario” (si es que alguna vez lo había sido), para convertirse en una fuerza más que aspiraba, legítimamente, a un modo de vida burgués y convencional. Algo que ya quedó demostrado en la actitud de los sindicatos mayoritarios franceses durante las jornadas de mayo de 1968. Desmintiendo al marxismo, la “conciencia de clase proletaria” demostró ser nada más que una aspiración a disfrutar del estatus y de la capacidad adquisitiva que hasta ese momento era propia de la burguesía.
– La transformación funcional de la sociedad en un amasijo de “productores alienados” (que no eran dueños de su trabajo) y de “consumidores integrados” (que tenían el consumo como único horizonte vital y no podían prescindir, por tanto, del “sistema”). La realidad social –y, a fin de cuentas, la sociedad era el terreno en el que se dirimía la lucha política en ese momento– iba en una dirección completamente diferente a la enunciada por Thiriart, para quien las “realidades geopolíticas” se situaban por delante y por encima de las “realidades sociales” y, por tanto, para él, los destinos de las sociedades dependían de la geopolítica mucho más que de la economía y de la estructura económica de las naciones. Es significativo que, en economía, las ideas de Thiriart fueran excepcionalmente sumarias: había elegido un campo, ignorando casi completamente el otro.
– Crisis de la religión católica evidenciada a partir del Concilio Vaticano II, a lo que se sumó una crisis general de “la espiritualidad” con la aparición de una “segunda religiosidad”, esto es, sectas y creencias exóticas. Tampoco este terreno pareció interesar a Thiriart que se definía como “materialista” y poco dado a las “fugas espirituales”. Y, sin embargo, el destino del cristianismo estaba íntimamente ligado a la cultura europea. Porque, a fin de cuentas, el problema –algo sobre lo que “el segundo Thiriart” no se pronunció– fue si aspiraba a construir una “sociedad tradicional” o bien una “sociedad progresista”. La segunda opción, implicaba una desvalorización del papel de la religión en la sociedad, pero la primera implicaba aceptar el papel jugado por la Iglesia en la estructura social (la familia como célula básica). Por otra parte, el “segundo Thiriart”, sin duda, pensaba que la pérdida de la fe religiosa en Occidente llevaría a una época en la que reinarían lo valores científicos y objetivos y no sería necesario recurrir al “pensamiento mágico”, sin embargo, desde Spengler se intuía que el hundimiento de la religión tradicional implicaba la aparición de un período de supersticiones y creencias excéntricas, sin raíces, esto es, en la aparición de un nuevo “pensamiento mágico” que, a diferencia de la religión cristiana, carecía de arraigo social.
– Cambios en las relaciones sexuales: generadas por el lanzamiento de la píldora anticonceptiva, la irrupción del primer feminismo, las modas en el vestir, la aparición del movimiento hippy, el aumento de la pornografía, desaparición de la idea del “pudor”, todo lo cual llevaba a la normalización del “pansexualismo” (esto es de la omnipresencia del sexo en todos los órdenes, desde la publicidad hasta los espíritus). Tampoco en este terreno, Thiriart pareció tener nada que decir.
– Cambios en la estructura mundial del capitalismo: durante los años 60 el capitalismo, inició la etapa final de su período “industrial” y tendió a transformarse en “multinacional”. Las corporaciones ganaron en peso e influencia, no solamente en los EEUU, sino en todo el mundo. Las economías del Oeste, esto es, capitalistas, respondieron mejor a esta nueva época en la que ya se había superado la reconstrucción de Europa, que las del Este Europeo y de la URSS, que todavía manifestaban problemas de abastecimiento de los mercados, agilidad en la gestión e innovación tecnológica. Thiriart pareció no advertir –y ni en su larga entrevista con Gil Mugarza ni en otros escritos, parece darse cuenta de la importancia del factor económico en la evolución de los pueblos y de sus sistemas de gobierno– que el capitalismo occidental demostraba, mayor ambición, más capacidad depredadora, pero también mucho más dinamismo que las economías del Este y sus sistemas (que tendían a la burocratización). A pesar de que el “primer Thiriart” había dejado constancia de la necesidad de organizar la economía en tres niveles (iniciativa privada, industrias estratégicas que debían ser propiedad del Estado e iniciativa mixta), no volvió a insistir en esta temática. Tampoco pareció conceder gran importancia a la aparición de La Era Tecnotrónica [12], en la que el principal inspirador de la Comisión Trilateral[13] que se fundaría tres años después, enumeraba las implicaciones futuras de las nuevas tecnologías entonces emergentes y como afectarían a la “gobernanza” de los pueblos. Y, si bien es cierto que existió un punto de encuentro entre el autor de esta obra y Thiriart (ambos en efecto, centraban sus análisis en la geopolítica[14]), lo hacían desde posiciones divergentes: el primero tratando de demostrar las vías a través de los que los EEUU podían seguir detentando la “hegemonía global” y Thiriart tratando de definir un “destino mundial” para Europa.
– Caída del nivel cultural de las nuevas generaciones con la aparición de nuevas teorías educativas heredadas de las viejas ideas de Amos Comenius, en las que se desvalorizaba la memoria y el bagaje cultural de los pueblos, esto es, su identidad. A esto se unió la difusión de la psicodelia que irrumpió con la contracultura. Thiriart no pareció prever la caída de nivel cultural y moral que iban a producir directamente las mutaciones del capitalismo y que se evidenciaban a partir de mediados de los 60, cuando las nuevas generaciones occidentales se convirtieron en cada vez más dependientes de las “modas” (incluso de las modas políticas).
Es posible que Thiriart, aun siendo consciente
de todos estos cambios, no estuvo en condiciones de integrarlos en el esquema
geopolítico que estaba presente en su nuevo punto de vista de las relaciones
internacionales y del futuro de Europa. De hecho, apenas hay referencias en su
obra a todos estos problemas sociales.
La nueva orientación que Thiriart dio a su
movimiento, cuando este pasó a llamarse “Partido Comunitario Europeo”, tuvo dos
fases:
– en la primera, que ya hemos mencionado, atenuó las cargas contra el “imperialismo soviético”, aumentando las invectivas contra el “imperialismo americano”.
– en la segunda, buscando puntos de apoyo, trató de encontrarlos en la “no–alineación”, primero en el mundo árabe (en tanto que estaba enfrentado al Estado de Israel, plataforma para el desembarco de los marines en Oriente Medio) y luego en China (cuando aumentaba la tensión en la frontera del Usuri entre este país y la URSS, que llegó hasta enfrentamientos armados de cierta importancia y cuando se desarrollaba la guerra del Vietnam). Finalmente, en una última fase de su evolución (lo que hemos llamado “el tercer Thiriart”), llegar a la conclusión de que la URSS primero y luego la Federación Rusa, tras la descomposición de la anterior, eran el “aliado natural de Europa”.
Toda esta temática ha dado lugar a
distintos “anécdotas”[15]
sistemáticamente recogidas en el folleto antes mencionado de Cuadrado Costa: De
Joven Europa a las Brigadas Rojas. La lectura de este opúsculo en la
actualidad, genera inevitables confusiones, distorsiones y malentendidos, como
ya los formuló cuando se publicó. Digamos, desde ahora, que las grandes “temas”
que da el autor sobre el “segundo Thiriart” (el autor, no llegó a conocer la
última evolución, que llamaremos, “el último Thiriart”), son, sin excepción,
problemáticos, conflictivos, poco claros. Estos temas son:
– La figura de Roger Coudroy y las relaciones de Thiriart con la Resistencia Palestina.
– Joven Europa y las “Brigadas Rojas”.
– La unión revolucionaria entre Joven Europa y el maoísmo.
– La concepción “jacobino–leninista” de Thiriart.
– Las relaciones con la República Popular China.
Cuadrado Costa[16]
fue uno de los jóvenes que, sin haber militado en Joven Europa, ni en su avatar
posterior, el Partido Comunitario Europeo, contactaron con Thiriart –a finales de los años 70 o a principios de los 80– y recibieron de éste,
directamente, las informaciones que vertió en el opúsculo mencionado.
Así pues, para abordar al “segundo
Thiriart” es preciso seguir estos hitos; el primero de todos ellos son las sombras
que planean sobre Rober Coudroy.
[1] Cuando Joan Colomar, Enrique Moreno y el autor
de estas líneas, nos entrevistamos con Thiriart en Barcelona, nos llamó mucho
la atención que nos recomendara evitar cualquier discusión interior dentro de
la propia organización: “hay que evitar las polémicas interiores, si alguien no
está de acuerdo, no vale la pena polemizar, es una pérdida de tiempo, suivant!
(¡el siguiente!)”. Suivant!, implicaba que no había que perder el tiempo
tratando de convencer a discrepantes sobre la justeza de una línea política.
Personalmente, sentí que esta frase resumía, en sí misma, los motivos del
fracaso de Jeune Europe.
[2] “Jean
Thiriart decía habitualmente que se había adelantado veinticinco años a su
tiempo, lo que era exacto”, Y. Sauveur, Qui suis-je…, op. cit., pág. 7.
[3] José Cuadrado Costa, De Jeune Europe aux
Brigades Rouges – Antiaméricanisme et logique de l’engagement révolutionnaire,
ed. Ars Magna, Collection Les documents d’Ars Magna, 2021.
[4] El Movimiento de Países No Alineados, fue el
resultado de dos fenómenos: la descolonización y la Guerra Fría. La idea
central de este bloque fue conservar la neutralidad y no declararse a favor de
ninguna de las dos superpotencias en litigio, USA y URSS. El primer intento de
organización de este bloque data de 1955, cuando el presidente indio Nerhu, el
egipcio Nasser y el indonesio Sukarno, convocaron la Conferencia de Bandung de
la que saldría el movimiento. Luego, en 1961 se convocó la conferencia de Belgrado
(Tito se había sumado a la no-alineación). El movimiento sigue existiendo, al
menos en teoría, en la actualidad. Sus objetivos, aparte de sus buenas
intenciones iniciales, resultaron ser bastante pobres: lucha contra el
imperialismo, desarme, fortalecimiento de la ONU, desarrollo, democratización,
no participación en pactos militares con ninguna de las superpotencias, lucha
contra el apartheid y el racismo, etc.
[5] A pesar de ser posterior a la creación de la
OSPAAAL, el texto que más influyó en la organización (y también en La Nation
Européenne-PCE, fue el escrito de Ernesto “Ché” Guevara, Crear dos, tres
muchos Vietnam, publicado en
La Habana, Cuba, el 16 de abril de 1967, en forma de folleto como suplemento
especial para la revista Tricontinental, órgano del
Secretariado Ejecutivo de la OSPAAAL.
[6] De hecho, cuando se inició la Perestroika, la
OSPAAAL cayó en la atonía. En sus 53 años de
historia, la OSPAAAL contó con un total de nueve secretarios generales
designados, sin excepción, por el Partido Comunista cubano, que, como se puede
observar, en su mayoría permanecieron en el cargo por un largo periodo: Osmany
Cienfuegos Gorriarán (1966-1980, el gran impulsor de la organización), Melba
Hernández Rodríguez del Rey (1980-1983), René Anillo Capote (1984-1994), Ramón
Pez Ferro (1994-2000), Juan Carretero Ibáñez (2000-2003, que había acompañado
al Che en el Congo y en Bolivia), Humberto Hernández Reinoso (2003 a 2005),
Alfredo León Álvarez (2005-2006), Alfonso Fraga Pérez (2006-2012), y Lourdes
Cervantes Vázquez (2013-2019). Cuando se disolvió la organización, sus
funcionarios fueron recolocados por el Partido Comunista en otros puestos de
trabajo. Tras la interrupción de las subvenciones procedentes de la URSS, hacia
1987, la actividad de la OSPAAAL se redujo a seguir publicando su revista
mensual, dejando de “impulsar luchas de liberación nacional”. Fue sustituido en
2019 por un Instituto de Investigación Social con ambiciones mucho más
limitadas. Por cierto, Cuba era la única nación iberoamericana incluidas entre
los no-alineados, cuando era suficientemente conocido que había optado, en la
práctica, por alinearse con la URSS y así estuvo hasta la crisis que la llevó a
disolverse.
[7] De todos los elementos que formaron el
conglomerado de la “nueva izquierda”, sin duda, el “situacionismo” es el más
interesante y el único que, realmente puede considerarse “nuevo”. Sobre la
Internacional Situacionista, su historia, su origen y su evolución, pueden
leerse: Historia de la Internacional Situacionista, Jean-François
Martos, Editorial Montemira, San José, Costa Rica, 2012; Los situacionistas.
Historia crítica de la última vanguardia del siglo XX, Mario Perniola,
Acuarela Libros & A. Machado Libros, Madrid, 2008; Internazionale
Situazionista: Textos completos de la sección italiana de la Internacional
Situacionista (1969-1972), Pepitas de calabaza, Logroño, 2010. También
existe una base de artículos situacionistas traducidos al castellano en Archivo
Situacionista Hispánico, https://sindominio.net/ash/
[8] Cf. Sobre los contenidos doctrinales del
movimiento estudiantil, puede leerse el texto clásico que los sintetiza: La
ideología revolucionaria de los estudiantes europeos, Alejandro Nieto,
Editorial Ariel, 1971.
[9] Una síntesis de estos movimientos está contenida
en el texto Lucha armada en Europa, Peio Aierbe, Editorial Revolución,
1989. Sobre las Brigadas Rojas, la organización más conocida, véase Pertenencia
a banda armada. Ataque al corazón del Estado y terrorismo en Italia, Matteo
Re, Madrid, 2013.
[10] “El Occidente del que tanto alardean los
derechistas franceses no es más que esto: el área de expansión de la limonada americana
(…). Vomitamos sobre este Occidente. Y vomitamos también sobre los que se hacen
sus cómplices [e idolatran a los EEUU], primer Estado judío del mundo” (La
Nation Européenne, 15 de marzo-15 de abril de 1966).
[11] Amor Dibo y Magí Bertrán, Fotogenia de la
Guerra Fría, Agora de Ideas, Barcelona, 2017. Cf. Capítulo El Aspecto
Histórico, págs. 20-89. Y, especialmente La fase de distensión,
págs. 50-56
[12] Zbigniew Brzezinsky, Editorial Paidos, Madrid,
1970.


[13] La “Trilateral”, que todavía existe, fue un
“Estado Mayor” de personalidades de la economía, la política y la comunicación,
de los tres bloques económicos líderes en los años 70: EEUU, Europa y Japón. En
gran medida fue un centro de intercambio de información, “sugerencias”, tráfico
de influencias y orientación de la vida política, cultural y económica mundial
que alcanzó su máxima influencia durante el período presidencial de Jimmy
Carter (1977-1981).
[14] Véase, El Gran Tablero Mundial, Zbigniew
Brzezinsky, Editorial Paidos, Madrid, 1998.
[15]
Definimos a casi todos los capítulos de ese trabajo como “anécdotas” y no
“relatos históricos”, en la medida en que los últimos son crónicas que
sucedieron en el paso y que disponen de elementos suficientes como para
comprobar su veracidad, mientras que una “anécdota” es un relato de episodios
pasados, que no necesariamente son ciertas y que, en cualquier caso, son de
imposible comprobación.
[16] Los
datos sobre José Cuadrado Costa de que se disponen hoy son los mismos que
existían en 1990 y que incluyó Carlos Caballero en su prólogo a Ramiro
Ledesma Ramos, un romanticismo de acero (Ediciones Barbarroja, Madrid 1990,
págs. 5-8: “Cuadrado Costa ha desaparecido. Algunos amigos me han informado de
que ha muerto. Pero jamás he podido confirmarlo. Mi correspondencia con
Cuadrado se interrumpió bruscamente hace algunos años y jamás he vuelto a saber
nada de él. Pronto llegué a la conclusión de que tenía una sólida formación
intelectual y -gracias a su conocimiento del alemán- podía beber directamente
en las fuentes de Ramiro Ledesma. Aparte de Ledesma, los otros objetos
privilegiados del estudio de Cuadrado eran los nacional-bolcheviques alemanes,
la “Segunda Revolución” que intentó Ernst Röhm después de 1933, Joseph
Goebbels, Pierre Drieu La Rochelle y el pensamiento de Jean Thiriarth. Nada
casual, como se puede comprender. (…) Creo que Cuadrado es el único y auténtico
“nacional-bolchevique” que he conocido. Un prototipo del “fascista de
izquierda”. Siempre aborreció las componendas que ciertos grupos
autocalificados como “fascistas” o “nacional-revolucionarios” mantenían con las
fuerzas conservadoras de la derecha nacional”.
