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viernes, 5 de noviembre de 2021

LA ESPIRITUALIDAD PAGANA EN EL SENO DE LA EDAD MEDIA CATÓLICA - (3 de 4) - EL SENTIDO DE LA CABALLERIA

LA ESPIRITUALIDAD PAGANA

EN EL SENO DE LA EDAD MEDIA CATÓLICA

V. EL SENTIDO DE LA CABALLERIA

La caballería es al Imperio, lo que el sacerdote a la Iglesia. Y, de la misma forma que el Imperio conoció el intento de reconstruir la unidad suprema de los dos poderes según el ideal pagano, igualmente la caballería conoció un intento de referir a un plano ascético, es decir, metafísico e iniciático, el tipo del guerrero, del aristócrata y del héroe. En el ideal político medieval, está presente un doble aspecto -uno relativo al "ethos" feudal, el otro al aspecto interno del mito del Imperio- de irreductibilidad, ética y esotérica.

Por lo que respecta al primer aspecto, relativo al ethos, la constatación es casi banal. La caballería, teniendo por ideal al héroe antes que al santo y al vencedor antes que al mártir; para quien todos los valores se resumían en la fidelidad y el honor, más que en la caridad y el amor; viendo en la dejadez y la vergüenza males peores que el "pecado": poco inclinado a no resistir al mal y a devolver bien por mal, sino, más bien, habituada a castigar la injusticia y devolver mal por mal; excluyendo de sus filas aquellos que mantuvieran el principio cristiano de "No matarás", teniendo por principio no amar al enemigo sino combatirlo y no demostrar magnaminidad con él sino tras haberlo vencido; en todo esto la Caballería afirma, casi sin alteración, una ética heroico-pagana y aria en el seno de un mundo que tenía de católico solo el nombre.

Hay más. Si la "prueba de las armas", la solución de las conflictos por la fuerza, considerada como una virtud concedida por Dios al hombre para hacer triunfar la justicia y la verdad, es la idea fundamental sobre la que reposa el espíritu caballeresco y se extiende del derecho feudal al plano teológico proponiendo el uso de las armas y el "juicio de Dios", incluso en materia de fe, tal idea pertenecía, también, al espíritu pagano; más directamente aún, se refería a la doctrina mística de la "Victoria", que -ajena a los dualismos propios de las concepciones religiosas- unía el espíritu a la potencia, transformando la victoria en una especie de consagración divina, al vencedor y al héroe en un ser tan próximo a los "cielos" como podían estar un santo o un asceta; mientras que asimilaba al vencido, por el contrario, al culpable y casi al pecador. Las edulcoraciones teístas en nombre de las cuales, en la Edad Media se quería ver, alegóricamente, una intervención personal y directa de Dios, no muestran nada del fondo anticristiano presente en las costumbres de los que acabamos de hablar y que restituye al concepto de "gloria" (reducida por el cristianismo a la aureola de los santos y de los mártires) su significado original y viril, ya que la "gloria", es el varenô iranio, el arr de las más recientes tradiciones, es decir, el fuego divino propio de las naturalezas solares que alumbra a los reyes de la victoria su derecho de orden trascendental.

Se nos objetará: la caballería ¿acaso no reconoció la autoridad de la Iglesia? La caballería ¿no emprendió las cruzadas en defensa del cristianismo? Si, todo esto es cierto, pero debe ser situado en su justo lugar, sin olvidar todo lo demás. Si el mundo caballeresco, en general, proclama su fidelidad a la Iglesia, y también, al mismo tiempo al Imperio, demasiados elementos hacen pensar que, más que una aceptación de la creencia cristiana, se trataba de un homenaje similar al que se rendía igualmente a los diversos ideales y a las "damas" hacia las cuales el caballero se volvía de forma desindividualizada, pues, para él, y conforme a la vía que se había trazado, solo era decisiva la facultad genérica del sacrificio heroico de su propia felicidad y de su vida, y no el problema mismo de fe en el sentido específicamente teológico. En realidad, el espíritu mismo de las Cruzadas no fue diferente. En el ideal de las Cruzadas, está implícito aquel otro, no reductible evidentemente solo al cristianismo evangélico, pero fácilmente reconocible, por el contrario, tanto en la tradición irania como en la hindú (Bhagavad-gita) o en el Corán, sin hablar de las concepciones clásicas referidas a la mors triunphalis o la "guerra santa" como vía heroica de superación de la muerte y de inmortalización.

Incluso admitiendo que se combatiese para liberar a la tierra en la que murió el apóstol galileo, en las Cruzadas se encuentra una vez más, un fenómeno que, por su origen, entraba en el marco de estas visiones del mundo a las cuales pertenece la máxima: "La sangre de los héroes está más cerca Dios que las oraciones de los devotos y la tinta de los sabios", que mantenía el Walhalla (el "palacio de los héroes") como ideal celeste, la "isla de los héroes" donde reina el rubio Radamanto sobre el trono de los inmortales. Estas concepciones no tenían nada en común con el horror pelasgo-meridional hacia la sangre, que se percibe en la sentencia agustiniana: "Aquel que puede pensar en la guerra y soportarla sin grave dolor, verdaderamente ha perdido todo sentido de lo humano", o en expresiones aún más drásticas como las de un Tertuliano, fiel al evangelio -"quien a hierro mata a hierro muere"- y al mandato de Jesús a Pedro para que retornara la espada a su vaina.

En realidad, si los cruzados pudieron aparecer como cristianos y ser queridos y santificados por la Iglesia, la conclusión que debe extraerse de todo esto, es que la tradición heroica, nórdico-germánica, había terminado por prevalecer sobre el cristianismo, incluso durante las Cruzadas. En lugar de una edulcoración de esta tradición por el cristianismo, por el contrario, tras las formas cristianas, se constata la restauración de la antigua virilidad espiritual, donde la vía del guerrero sacro, sustituye a la del santo y el devoto.

El tipo de guerrero sacro es, en el fondo, el tipo del caballero de las grandes órdenes medievales. En ellas la idea ascética se une al ethos nórdico, y fueron estas órdenes las que practicaban, no en el sentido religioso, sino en el heroico, los mismos votos que los monjes: pero en fortalezas, y no en iglesias. Poseyeron ceremonias regulares de consagración, llegaron en ocasiones hasta dotarse de iniciaciones en el sentido propio y de símbolos enigmáticos propios de una espiritualidad superior.

A este respecto, la orden de los Templarios fue naturalmente una de las más significativas: y aún más significativa aún, fue su feroz destrucción bajo los golpes de la Iglesia y de un soberano, enemigo de la aristocracia y ya próximo al tipo laico moderno, como Felipe el Hermoso. Se sabe que, a través de las acusaciones formuladas contra los Templarios, existía, en el grado preliminar de su iniciación, el rito de imponer al neófito el rechazo al símbolo de la cruz y de ver en Jesús un falso profeta cuya doctrina no conducía a ninguna salvación. Otra acusación se refería a ritos abominables entre los cuales, se decía, figuraba, la quema de los niños. El aspecto sacrílego expresamente dado a estas supuestas confesiones arrancadas mediante la tortura, a pesar de la declaración clara y concordante por parte de los acusados de que se trataba de símbolos, no debe impedirnos presentir un sentido mucho más profundo. Rechazando la cruz, no se trataba, con toda seguridad, más que de rechazar una forma inferior de creencia, en nombre de una forma superior. La famosa acción de quemar a un recién nacido no significa otra cosa que el bautismo del fuego destinado a la regeneración (este símbolo puede ser aproximado al de la salamandra animal que, como el Fénix inmortal, se baña en el "fuego" del renacimiento heroico) -que es también uno de los signos que Federico II habría recibido del "Preste Juan"- rito que puede también hacer pensar en la ceremonia ritual de la cremación de los cadáveres practicada por casi todas las grandes civilizaciones arias, y especialmente prescrita por Odín para aquellos que están destinados a entrar en el Walhalla.

Por otra parte, el simbolismo del Templo, al cual se habían consagrado los templarios, y por el cual la mayor parte de los cruzados luchaban y morían en la esperanza de transmutar la muerte en vida nueva e inmortalidad, de obtener la "gloria absoluta" y "conquistar un lecho en el paraíso", no se reduce, sin más, a ser un sinónimo de Iglesia. Justamente se ha dicho que “Templo” es un término más augusto, vasto y menos condicionado que el de "Iglesia". El Templo está por encima de la Iglesia: las iglesias pueden destruirse, pero el Templo permanece como el símbolo del parentesco de todas las grandes tradiciones espirituales y de lo perenne de su espíritu. Es por ello que el gran movimiento universal de las Cruzadas hacia Jerusalén, hacia el Templo, en el cual Europa realiza, por primera y última vez, el ideal imperial de una unidad supranacional a través del rito de la acción y de la guerra santa, no está desprovisto, en nuestra opinión de un significado esotérico. El papel que jugaron los albigenses y los templarios, su carácter eminentemente gibelino, deberían bastar para atraer la atención. En realidad, en la corriente hacia Jerusalén se esconde frecuentemente una corriente oculta contra la Roma de los papas y que Roma, sin percibirlo, alimentaba ella misma, de la que la caballería era la militia y que debía encontrar su apoteosis con un emperador estigmatizado por Gregorio IX como aquel "que amenaza con sustituir a la fe cristina por los antiguos ritos de los pueblos paganos y, acusado en medio del templo, de usurpar las funciones del sacerdocio".

La figura de Godofredo de Bouillon -representante más significativo de la caballería de las Cruzadas, llamado lux monachorum (lo que nos lleva de nuevo a la unidad del principio ascético y espiritual y del principio guerrero propio de estas órdenes)- es la de un príncipe que no acepta ascender al trono de Jerusalén, sino después de haber traído a Roma la sangre y el fuego, matando con su propia mano al anticésar Rodolfo de Rhinfeld, y expulsando al papa de la ciudad d los Césares.

Además, la leyenda establece un "parentesco" significativo entre este rey de los Cruzados y el mítico "Caballero del Cisne" (el Helias francés, el Lohengrim germánico) quien, a su vez, se refiere a símbolos imperiales paganos (algunos sugieren, incluso, una conexión genealógica con el mismo César), solares (ver las relaciones etimológicas entre Helias, Helio y Elías) y pagano-hiperbóreas (el cisne que conduce Helias o Lohengrin a la "sede celeste" es el mismo animal emblemático que lleva Apolo entre los Hiperbóreos y aparece frecuentemente en las huellas paleográficas del culto nórdico-ártico prehistórico). Tal conjunción de elementos hace de Godofredo de Bouillon fuera un símbolo más -en relación con las mismas Cruzadas- dando el verdadero sentido a esta fuerza secreta que, en la lucha política de los emperadores germánicos y en el triunfo mismo de un Otón I, no revela más que su manifestación superior más visible.


martes, 9 de marzo de 2021

UNA RAZA EXTINGUIDA: LOS NOBLES VIAJEROS

El turismo, en tanto que fenómeno de masas, es algo propio del siglo XX. Pero desde la más remota antigüedad el hombre sabio gustó de viajar y aprovechó su ir y venir como escuela de carácter y método de conocimiento. A estos hombres se les llamó "nobles viajeros"; su historia jalona los mejores momentos del mundo tradicional.

Vale la pena recordar su aventura.

DE LA PEREGRINACION COMO PEDAGOGIA

Todavía hoy los "Compañeros Carpinteros del Deber de la Libertad", una fraternidad artesanal francesa, en el tercer grado de aprendizaje, el de maestro, animan a sus alumnos a que realicen un "tour de France", esto es, una peregrinación por todo el país. En cada etapa son acogidos por los compañeros de la misma fraternidad y colocados en sus talleres; así pueden adquirir un bagaje práctico para el desarrollo de su profesión, aprendiendo los trucos del oficio en cada región.

Cambiemos de tercio. A principios de siglo cuando algún joven ingenuo solicitaba al mago y satanista inglés Aleister Crowley ser admitido como discípulo, éste ordenaba seguirle y no precisamente a la esquina; sino a través de los más inverosímiles horizontes: desde los glaciares hasta las selvas africanas, de las altas cumbres alpinas hasta barrios hostiles magrebíes, incluso en la ascensión al peligroso K-2.

En ambos casos se trataba de someter al discípulo a situaciones extremas; los artesanos franceses quieren que el nuevo miembro, no tenga más punto de apoyo que su trabajo: para ello deberá alejarse de sus amigos y familiares, de todo aquello que pueda suponer un sostén fuera de sí mismo y de su empeño. Igualmente, Crowley situaba al discípulo en condiciones límite en las que se hacía realidad la palabra de Nietzsche, "lo que no me destruye me fortalece".

EL IX ARCANO DEL TAROT

Se debe a los gitanos, pueblo viajero por excelencia, el haber traído el Tarot a Europa. Pueblo viajero por excelencia, desplazados de la India durante el siglo XIII, iniciaron una lenta e inexorable marcha hacia el Oeste. En el curso de su migración atravesaron la ruta de las más grandes culturas de la humanidad: debieron cruzar la india védica, Babilonia y Persia, Egipto (al llegar a París fueron llamados "egyptiens", palabra que, por corrupción, derivó en su nombre actual, "gitanos") y, ya en Europa, de Bohemia pasaron a París y luego descendieron camino de Andalucía. En todas estas etapas se familiarizaron con las artes mágicas para las que estaban excepcionalmente dotados. Court de Gibelin afirma que fueron ellos quienes trajeron el Tarot a Europa.

Una de las cartas del Tarot, el Arcano IX "El Ermitaño", representa a un personaje cuyas características son propias del viajero: cubierto con una gruesa capa que lo defiende de las inclemencias del tiempo, en su mano izquierda sostiene el cayado del peregrino, mientras que en su derecha alza un farol que ilumina su ruta.

El Ermitaño no es un ser "errante", viaja con una misión: aprender para enseñar. Sus atributos simbólicos sugieren una larga marcha, a lo largo de la cual convierte en luz en la oscuridad. La carta de El Ermitaño, es inmediatamente posterior a las de El Carro y la Justicia. La primera indica rapidez, velocidad, impaciencia; La Justicia, por el contrario, es su contrario, retarda los procesos, huye de las improvisaciones y busca el orden y lo estático. El Ermitaño concilia el antagonismo de estas dos cartas: es dinámica, pero serena.

Tales eran las características de los "nobles viajeros".

DE LA CABALLERIA ENTENDIDA COMO PEREGRINACION

Cervantes escribía en "El Quijote": "Soy caballero. Como tal viviré y moriré si place al Altísimo. Marcho por el sendero estrecho de la Caballería errante, despreciando las riquezas, pero no el honor. He vengado las injurias, he enderezado entuertos y castigado insolencias. No tengo intención que no sea recta y no intento más que hacer el bien a todo el mundo. Un hombre que piensa, un hombre que actúa de esta suerte, ¿merece ser tratado de loco? Os lo pregunto a Vuesas Mercedes".

Cuando Cervantes escribía estas líneas, la caballería ya había desaparecido. De hecho, la verdadera caballería se fundamentó sobre los textos del "ciclo del Grial" que aparecieron en poco menos de cincuenta años, entre el último cuarto del siglo XII y el primero del siglo XIII. En ese breve espacio de tiempo, como obedeciendo a una consigna oculta, aparecen por toda Europa relatos que tienen como temática central el viaje iniciático de un grupo de caballeros en busca del Grial. Luego la corriente se oculta, obedeciendo igualmente a una consigna. Renacerá 120 años más tarde y prolongará su vigencia durante un siglo, pero estereotipada y sin interés iniciático. Serán estos textos espurios y sin contenido los que Cervantes hará quemar al boticario y al cura de su famosa novela.

La llamada "caballería del Grial" fue una caballería errante y nos equivocaríamos si pensáramos que solamente existió en los relatos épicos. Están perfectamente documentadas hasta mediados del siglo XVI, caballeros errantes que recorrían los caminos retándose a duelo e impartiendo justicia.

René Guénon, el famoso esoterista francés, comenta que los "nobles viajeros" tienen su origen en los héroes clásicos cuyas aventuras tienen frecuentemente el carácter de un viaje: Jasón y sus argonautas afrontarán mil peligros antes de alcanzar la Cólquida, Ulises, igualmente de la raza de los héroes, recorrerá todo el Mediterráneo hasta regresar a su amada Ítaca; Hércules, paradigma de las virtudes heroicas, recorrerá el cosmos a través de sus doce trabajos o escalones de perfección.

El hecho de que se aludiera a los viajeros con el calificativo "nobles" es, para Guénon, el símbolo de que están relacionados con la iniciación guerrera, esto es, aquella que tiende a reforzar las cualidades de acción en el seno de la personalidad del sujeto.

OPERACIONES ALQUIMICAS Y VIAJE INICIATICO

Guénon coloca la tradición guerrera propia de las órdenes ascético-militares en el mismo plano que la tradición hermética. Afirma que ambas abren la puerta a los "pequeños misterios", aquellos que no son de carácter metafísico, sino cosmológicos y aplicativos.

Es rigurosamente cierto que la alquimia está jalonada de "nobles viajeros". Nicolás Flamel el famoso alquimista francés, abandonó sus hornos y su oficio de escribano, se despidió de su mujer Perrenelle y viajó hasta Santiago de Compostela; a lo largo de su peregrinación comprendió el camino para fabricar la piedra filosofal.

Otros muchos, después de él, han seguido idénticos periplos. Se conocen las cualidades viajeras de Alejandro Sheton, alquimista inglés, que fue llamado "El Cosmopolita", pero también Valentín Andreae, Robert Fludd, Filaleto y Bernardo, príncipe de la Marca Trevisana, alquimistas de los que están documentadas transmutaciones de plomo en oro, cruzaron Europa de Norte a Sur y llegaron incluso al Medio Oriente. Del último se sabe que visitó Italia, España, Turquía, Grecia, Egipto, Palestina y Persia, en una época en la que la dureza de los caminos y la dificultad de comunicaciones no favorecían ninguna empresa viajera.

Los auténticos rosacruces asumieron los valores inherentes a la peregrinación. Del fundador de esta escuela, el mítico Christian Rosenkreutz, se afirmó que había conocido Chipre, Damasco, Fez, Egipto y España. También circuló la leyenda según la cual, antes de iniciarse la guerra de los Treinta Años, los últimos auténticos rosacruces habrían emigrado "hacia Oriente" a un punto que se identificaba con el mítico reino del Preste Juan al que aludían los relatos del Grial.

Todo esto nos confirma en el sentido pedagógico del viaje. Es evidente que se trata, fundamentalmente de un viaje interior en el cual el adepto se sumerge progresivamente en estratos más profundos de su personalidad y va tomando posesión de sí mismo. En ocasiones ese viaje interior es favorecido por la experiencia exterior traumática de un viaje real y objetivo.

NOBLES VIAJEROS DE TODOS LOS TIEMPOS

El más famoso "noble viajero" de la antigüedad se llamó Apolonio de Diana. Su biografía se conoce a la perfección gracias a Flavio Filostrato en la que presente a Apolonio como un santo pagano, contemporáneo de Jesús y con rasgos muy parecidos. Como Jesús sorprende a los sabios, no del Templo de Jerusalén, sino del Templo de Esculapio en donde es iniciado en los misterios pitagóricos; si Jesús viaja a Egipto, Apolonio lo hace a Babilonia, India y Tíbet; Jesús es juzgado, condenado, muerto y resucita. Apolonio abrevia este periplo; juzgado, exclama ante el tribunal "Podéis detener mi cuerpo, pero no mi alma y añado, ni siquiera mi cuerpo podéis detener"; al decir estas palabras desapareció envuelto en un cegador resplandor...

El caso de Apolonio es particular por la abundante documentación que existe sobre él, pero no fue el único caso. Demócrito, iniciado en los secretos de la alquimia por los sacerdotes egipcios, movido por su ansia de conocimiento viajó a Egipto y Caldea. Pitágoras, otro "noble viajero" a medio camino entre la historia y el mito; en las Galias conoció la sabiduría druídica, en Persia fue instruido por el mago Zaratas; se afirma también que sus desplazamientos le llevaron a India y China. Tales de Mileto, otro de los grandes pre-socráticos, fue formado al calor de los templos egipcios y caldeos.

Más recientemente el médico alquimista Teophrastus Bombast Paracelso, miembro de la orden rosacruz, ya en el siglo XVI, adquirió conocimientos por las rutas de Francia, Austria, Alemania, España y Portugal, y permaneció largos años en el Este europeo, Valaquia, Dalmacia, Rusia, Polonia, Lituania; su afán de saber le llevó incluso a Turquía. Otro alquimista Balthasar Walter se instruyó durante de seis años en las ciudades de Arabia, Siria y Egipto.

Los grandes sabios de la antigüedad consideraban el viaje como una oportunidad excepcional para absorber conocimientos de los lugares que visitaban. Probablemente su sabiduría derivaba de este espíritu viajero.

LA RAZA EXTINGUIDA

Con el Renacimiento aparecen los descubridores y grandes conquistadores de los que Francisco Pizarro es el arquetipo. Se trata, más que de héroes, de aventureros en el sentido propio de la palabra; no son "guerreros" sino "soldados" (es decir, los que luchan por la "soldada", el sueldo). El viaje no es para ellos una pedagogía educativa o un recorrido iniciático, sino una aventura lucrativa.

Todavía aparecerán algunos nobles viajeros, a título póstumo en los siglos XVII y XVIII. El misterioso conde de Saint-Germain será uno de ellos; Josep de Balsamo, conocido como conde de Cagliostro, muestra ya rasgos problemáticos; recorrió todas las grandes capitales europeas seguida por su amante Lorenza Feliciani. Nadie dudaba de sus cualidades paranormales y los nobles se afiliaban gustosos en el Rito Egipcio de la franc-masonería que acababa de crear. Durante su paso por Barcelona se alojó en el Hostal del Sol, próximo a Santa María del Mar. Allí mismo sería detenido junto a su amante acusados de estafar a un cura...

Después la calidad de los "nobles viajeros" se encontrará de forma residual en la figura de exploradores como Savorgan de Brazza, Stanley, o el español Alí Bey, sobrenombre de Domingo Badía.

Hemos visto como los nobles viajeros de la antigüedad tuvieron un carácter sagrado; luego fueron sustituidos por los caballeros errantes, formulación "turística" adaptada a la nobleza; en una tercera etapa aparecen los viajes ligados a las hermandades corporativas, esto es, a los artesanos. Finalmente, durante el siglo XX se produce la última mutación: aparecen los circuitos turísticos abiertos a la gran masa de la población. El turismo se convierte en una forma de ocio. Hay que celebrarlo.

En la evolución última de la industria turística se percibe una tendencia a añadir al viaje unos contenidos educativos que cada vez ganan importancia hasta situarse, en algunos productos, al nivel de los lúdicos y festivos. El mercado tiende cada vez más a ofrecer circuitos temáticos en los que la presencia de guías especializados, conocedores, tanto de la historia como de los lugares de interés turístico, aparece como imprescindible. El viajar vuelve a ser una actividad formativa y educativa.

Esto es volver a los orígenes...


 

 

viernes, 10 de enero de 2014

Hacia un modelo de interpretación de la modernidad (I de IV)


La ambición de todo pensamiento crítico es construir modelos capaces de interpretar los aspectos sometidos a análisis. Un modelo de interpretación es un esquema dentro del cual se pueda situar e integrar los fenómenos más representativos de la época, de la persona o del fenómeno que se analiza. El resultado debe ser un esquema simple en función del cual pueden entenderse aspectos muy diferentes del mismo fenómeno, en el caso que nos ocupa, el devenir de la modernidad y el advenimiento del futuro inmediato.

Antes hemos aludido al “proceso de solidificación” del mundo, tal como lo interpretaba René Guénon, el maestro del tradicionalismo integral. En menos de cien años el mundo ha evolucionado de una forma sorprendente: de considerar que un pequeño movimiento artístico o un grupo de activistas resueltos, o simplemente, eso que se ha dado en llamar “voluntad popular”, podían cambiar la faz de la tierra, se ha pasado a la sensación de que ningún esfuerzo, por titánico y amplio que sea, sirve absolutamente para nada, todo está ya “decidido” y enfocado y nada de lo que un individuo, un conjunto social o ni siquiera una élite puedan hacer, va a servir para evitar que se altere el camino emprendido por la humanidad: la marcha hacia un mundo globalizado parece hoy ineluctable, o al menos se tiene la sensación de que así será por mucho que este destino pueda ser rechazable para la mayoría.

lunes, 18 de noviembre de 2013

El símbolo, su naturaleza y su justificación


Info|krisis.- Cualquier estudio sobre la Tradición ha de ocuparse, más tarde o más temprano, del mundo de los Símbolos. Los arcanos ma­yores del Tarot, por ejemplo, constituyen conjuntos simbólicos que, sin duda, están en condiciones de ayudarnos a comprender y a meditar sobre aspectos de la vida y de la naturaleza humana. El primer arcano nos presenta la imagen de un joven con un hatillo al hombro que camina hacia un precipicio; un perro le muerde una pierna. Si tomamos cada uno de estos elementos ‑joven, hatillo, precipicio, pe­rro‑ en su sentido simbólico ‑pureza, necesidad, devenir, instintos y pasiones, respectivarnente‑ obtendremos un significado de conjunto: el devenir de la vida humana, emprendida al nacer con los mínimos imprescindibles, nos arrastra hacia el abismo en caso de que nues­tros instintos y pasiones no sean controlados. Y al mismo tiempo irá implícita una enseñanza: hay que salir de la corriente del devenir, bloqueando primero y anulando después el impulso aninial que ani­da en nosotros. La carta en cuestión se llama "El Loco”, “The fool”, "Le Mat”. Despojando al Tarot de la devaluación y banalización que su­fre en los tiempos modernos como objeto predilecto (le todo tipo de charlatanes y estafadores, se convierte en un "mutus liber”: un libro mudo, sin texto, pero con imágenes ‑esto es, símbolos‑, en las cuales se encierran algunas "enseñanzas".