La música de mi generación tiene nombres propios: de entre todos
ellos, Bob Dylan fue el poeta que más me cautivó. Su canción “The Times Thy
Are A-Changin” (Los tiempos van cambiando), fue, de alguna manera,
uno de los himnos de mi generación. Decía algo así como “La línea se ha marcado
dibujado - la maldición se ha lanzado - El más lento será luego el más
rápido - Así como el presente ahora será luego el pasado - El orden
se desvanece rápidamente - Y el primero ahora será luego el último - Porque
los tiempos, están cambiando… - Vayan, por favor, señoras y señores - Y
reconozcan que la batalla se está librando afuera - Y es los tiempos están
cambiando… - El que está al mando es el que menos entiende - que los
tiempos están cambiando…”. Reconozco que no es la traducción que más me
gusta, pero creo que refleja bastante bien el espíritu de la canción.
Y todo esto viene a cuento, de que, hoy, aquí y ahora,
efectivamente, los tiempos van cambiando. El joven Dylan (hoy un venerable
abuelete con un Nobel de literatura bajo el brazo), se adelantó más de 60 años
a su tiempo. Obnubilado por la contracultura, la liberación sexual, la revuelta
de la juventud, Dylan (y también los Beatles y, por supuesto la muy
izquierdista, Joan Báez, otra abuelita), compuso estas estrofas que, en el
fondo, estaban cantando un tiempo en el que más que “cambio”, lo que existía
era un DESLIZAMIENTO hacia las últimas consecuencias de un sistema en el que,
quienes lo criticaban, dos años después, ya estaban integrados en él. El
propio Dylan no tuvo inconveniente en recibir el Premio Nobel, aun cuando es
discutible (por mucho que lo admire) que lo mereciera.
Entonces, en los años 60, los tiempos no cambiaban, SE IBAN
DEGRADANDO. Y a velocidad creciente. Ese
proceso de degradación no ha tocado a su fin, pero se empiezan a registrar
signos crecientes de que el péndulo está llegando al límite y empieza a retroceder.
Ahora es -y esto es lo que vamos a ver en este artículo- el momento en el que
todo lo cantado por Dylan hace 60 años empieza a adquirir sentido: porque la
degradación es un movimiento de caída, generado por la propia gravedad o por la
entropía del sistema que cada vez lleva a situaciones más caóticas, a medida
que se agota su energía.
Y lo que estamos registrando ahora es un proceso de RECUPERACIÓN Y
TOMA DE CONCIENCIA. No todo, pues, está perdido en 2025.
EUROPA OCCIDENTAL ANTE EL FIN DE LA SOCIALDEMOCRACIA Y LA CRISIS
DEL CONSERVADURISMO


El sistema implantado por los norteamericanos en Europa en 1945
fue una democracia formal con dos fuerzas que se turnaban en el poder: centroderecha
y centro-izquierda. Esto es democristianos conservadores y socialdemócratas
progresistas. Y esto se ha mantenido en relativa buena salud por espacio de
ochenta años. Tarde o temprano tenía que llegar la “tormenta perfecta” que
amenazara con hundir el tinglado.
Toda Europa Occidental (y en parte, Europa Oriental que llegó
tardíamente a la UE) tiene hoy los mismos problemas:
- inestabilidad política creciente.
- desgaste de los partidos hasta ahora dominantes, pérdida de “fuelle ideológico”, ausencia de modelo (o fracaso del propuesto), identidad práctica entre las dos alternativas de centro-derecha y centro-izquierda
- errores en la gestión, fracaso especialmente en las propuestas económicas que han llevado directamente al encarecimiento del coste de la vida y a la imposibilidad de crear una familia.
- corrupción de las élites políticas (muy superior a lo que sale a la superficie)
- deuda pública inasumible e impagable por las generaciones futuras que ya está llegando al límite
- aumento de la extorsión fiscal que impide que el trabajo pueda servir incluso para “sobrevivir” y perspectivas de que esta extorsión aumente en los próximos años
- inestabilidad en el empleo, alzas superiores del coste de la vida que cada vez se desvinculan más del poder adquisitivo de los salarios
- diferencias insalvables entre el “relato” del poder y la realidad perceptible por el ciudadano.
- inmigración masiva con el cambio “estético” que implica y lo “molestos” que resultan los recién llegados de otras latitudes, costumbres, credos y razas.
- aumento de la inseguridad, generado por “los visitantes” y negado por el stablishment mientras puede.
El crecimiento de todos estos problemas podía capearse o
resolverse mientras aparecían de manera aislada. Era evidente, desde el primer
momento, que la globalización iba a aumentarlos exponencialmente. En lugar de
tratar de resolverlos recurriendo al sentido común los gobiernos tanto conservadores
como socialdemócratas, optaron por hacer caso de las directivas que les
llegaban del “Foro de Davos”, de los centros de poder económico mundial, incluso
de Naciones Unidas. Lejos de resolverlos, los ignoraron o los parchearon. El
resultado fue que todas estas políticas, absolutamente irracionales, suicidas y
basadas en estudios que partían de los mitos económicos del momento y de las
tendencias dominantes entre las élites económicas, generaron políticas llamadas
a fracasar desde poco después de ponerse en práctica.
Ahora hemos llegado al límite: no es UN frente de crisis el que
el sistema debe afrontar, sino que es una CRISIS GENERALIZADA que ni siquiera
se tiene el valor de reconocer.
Resulta imposible que los partidos que más han contribuido a
generar esta crisis, reconozcan en un alarde de sinceridad, ser responsables del
perverso resultado de sus actos.
Por eso, en toda Europa: centro-derecha y centro-izquierda han
dejado de ser fuerzas que encarnen algún atractivo para la ciudadanía,
ESPECIALMENTE PARA LOS JÓVENES.
Esto viene sucediendo desde principios del milenio. Primero era en
pequeños países (Wilders en Holanda, Haider en Austria, el Vlaams Belang en
Flandes). Entonces se empezó a ejercer la tesis del “cordón sanitario”: se
trataba de aislar a los “outsiders”, no por sus propuestas radicales, sino para
mantener el consenso entre centro-derecha y centro-izquierda, justificándolo
en su “extremismo”.
El problema fue que, poco a poco, estas fuerzas fueron creciendo
tanto en esos países como en el resto de la Unión Europea. España ha sido el
último en incorporarse y lo ha hecho a raíz de la infame política de Aznar de
abrir las puertas a una inmigración innecesaria en lugar de favorecer la
natalidad. Luego Zapatero y Sánchez las abrieron de par en par y Rajoy, en su
condición de indolente, no se preocupó por el fenómeno en la medida en que la
vieja extrema-derecha había fracasado (habíamos fracasado) a la hora de
estructurar una alternativa.
La primera gran sorpresa se produjo en 2002 cuando el Front National
de Jean Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales.
Pero, por primera vez en la historia de Francia, en la segunda vuelta apenas
llegó a 19% de los votos y obtuvo peores resultados en las siguientes convocatorias
electorales.
El atractivo de Le Pen radicaba en que, por primera vez, hablaba
claro al electorado: demasiada inmigración, demasiado “principio de subsidiaridad”
con la UE, demasiado subsidio a la inmigración parasitaria, demasiados paños
calientes con la delincuencia, demasiada renuncia a la soberanía nacional… Eran ides que flotaban en el ambiente pero que nadie se atrevía
a reconocer en voz alta.
El lenguaje de Le Pen era el de la extrema-derecha clásica de postguerra
que el viejo líder había conocido desde su juventud. Y los tiempos empezaban
a cambiar.
El sistema optó por desconocer el “fenómeno Le Pen” y
desacreditarlo por todos los medios y desde todos los ángulos políticos (incluida la Nouvelle Droite de Alain de Benoist que siempre ha
permanecido al margen del crecimiento de la derecha política francesa). Incluso
cuando los analistas certificaron que la clase obrera francesa (o lo que
quedaba de ella), estaba votando a Le Pen, ni se inmutaron: “Bueno, la
deserción de la clase obrera francesa queda cubierta con los votos procedentes
de la inmigración”. Y así fue.
Pero eso no fue el final de la sangría de votos: primero las
clases medias más próximas a los barrios donde residía la inmigración se dieron
cuenta de que, efectivamente, el discurso lepenista tenía algo de cierto: los vecinos
eran “molestos” como mínimo, sin la menor educación cívica ni social, cuando no
“peligrosos”. Además, el paisaje de los barrios estaba cambiando hasta hacerse “feos”
e irreconocibles. Los más viejos recordaban que Courbevoi y Auvervilliers, o el
mismo Saint-Denis, repletos de inmigrantes españoles (algunos desde el período
republicano) en los años 50 y 60, seguían siendo inequívocamente franceses.
Pero, de la noche a la mañana, se habían transformado en barrios hostiles a
todo lo que no fuera africano: mujeres enveladas, olor a kebab y a falafel,
individuos con chilaba, niños y niñas desinteresados por la educación de
aspecto africano en los colegios, y una sensación de que había barrios en los
que muy pocos trabajaban o lo que era aún peor: que se habían transformado en “santuarios”
de la delincuencia en los que era peligroso deambular sin sufrir agresiones,
incluso para la misma policía.
La “intifada” de 2005 conmovió las raíces de la sociedad francesa.
Fue una verdadera sacudida social (a pesar de que
algunos ya habían advertido que esa convulsión podía producirse en cualquier
momento): pero, el sistema encontró el “relato” que lo explicaba todo. Era “la
pobreza” y el “racismo”. Todo se explicaba por la “pobreza” de esos barrios
y por el racismo de la sociedad francesa… Así que la “solución” implicaba
inyectar más fondos y ser más “tolerantes”. Además, la inmigración no se podía
frenar. Así que había que ir “integrándola”, o lo que era mucho más oportuno: “crear
una sociedad multicultural”.
Algunas aves de mal agüero advirtieron que “toda sociedad multiétnica
es, por eso mismo, multirracista”. No sirvió de nada. ¿Los subsidios y
las subvenciones? ¿las inversiones en infraestructuras? Era como tirar dinero a
la fosa de las Marianas… Los “centros culturales” creados en los barrios, eran
regularmente asaltados y destruidos. Los ordenadores de los colegios y de los
centros cívicos, desaparecían para reaparecer en el Magreb. Veinte años
después, la situación no solamente no había mejorado, sino que podía
establecerse una relación inversa entre subsidios y resultados: a más subsidios
y dinero invertido, menos resultados y más brecha entre los “nuevos franceses”
y los “viejos galos”…
Hoy la situación está más degradada que nunca y nadie pone coto a
lo que ya muchos consideramos con razón una “invasión”, una vulneración
continua de fronteras y un atentado contra nuestra integridad territorial.
Pero, durante esos últimos veinte años, el mismo problema que se había centuplicado
en Francia había crecido en la misma medida, incluso en el caso de España y
Portugal, a mayor velocidad, en otros países.
Lo paradójico de la situación en España y Portugal es que el
fenómeno migratorio se inició cuando ya estaba claro que ni necesitábamos ese
tipo de inmigración, sino que, además, era una fuente inagotable de problemas.
No había justificación posible para sus promotores.
