La ambición de todo pensamiento
crítico es construir modelos capaces de interpretar los aspectos sometidos a
análisis. Un modelo de interpretación es un esquema dentro del cual se pueda
situar e integrar los fenómenos más representativos de la época, de la persona
o del fenómeno que se analiza. El resultado debe ser un esquema simple en
función del cual pueden entenderse aspectos muy diferentes del mismo fenómeno,
en el caso que nos ocupa, el devenir de la modernidad y el advenimiento del futuro
inmediato.
Antes hemos aludido al “proceso
de solidificación” del mundo, tal como lo interpretaba René Guénon, el maestro
del tradicionalismo integral. En menos de cien años el mundo ha evolucionado de
una forma sorprendente: de considerar que un pequeño movimiento artístico o un
grupo de activistas resueltos, o simplemente, eso que se ha dado en llamar
“voluntad popular”, podían cambiar la faz de la tierra, se ha pasado a la
sensación de que ningún esfuerzo, por titánico y amplio que sea, sirve
absolutamente para nada, todo está ya “decidido” y enfocado y nada de lo que un
individuo, un conjunto social o ni siquiera una élite puedan hacer, va a servir
para evitar que se altere el camino emprendido por la humanidad: la marcha
hacia un mundo globalizado parece hoy ineluctable, o al menos se tiene la sensación
de que así será por mucho que este destino pueda ser rechazable para la
mayoría.