8. Contradicción entre
las aspiraciones del electorado socialista y la realidad del pedrosanchismo
¿A qué aspira el
electorado socialista tradicional? Respuesta: a que sus siglas triunfen sobre
la derecha y, sobre todo, que no se tenga que avergonzar de lo que ha votado.
El 30% de los votantes socialistas se avergonzaban a mediados de diciembre de
lo que habían votado en junio. Podían esperar un
gobierno de coalición con la izquierda (Sumar), pero nunca antes hubieran
podido esperar que fuera la no-España la que abriera a Sánchez las puertas del
gobierno de la nación. Cuando hablamos de “electorado socialista”, nos
referimos al “tradicional”, esto es, a aquellos electores que llevan décadas
votando los mismos colores y que considerarían un desdoro votar a cualquier
otro. Ese electorado es, fundamentalmente, perteneciente a la “tercera edad”.
Va menguando por causas biológica en cada elección. Fueron los que votaron a
Felipe González en 1977 y siguieron haciéndolo a sus sucesores, eso sí, cada
vez más descontentos. Los “viejos socialistas” tenían ya muy poco que ver con
ZP, pero nada absolutamente con Pedro Sánchez y las monsergas de sus ministras.
Durante la anterior legislatura,
esos electores achacaron todas las incongruencias del gobierno a las
ministrillas y ministrillos de Podemos, no a errores de Sánchez. Pero ahora no
hay error posible: si Sánchez ha elegido gobernar con los votos de la no-España
es porque él lo ha buscado. No es raro que sus
electores tradicionales se hayan visto decepcionados. Llevan de decepción en
decepción desde 2003 cuando ZP accedió al poder gracias a las bombas del 11-M.
Entonces se alegraron, pero unos años más tarde, cuando, desde La Moncloa se
empezó a ver en qué consistía el “buenismo”, loa perplejidad de estos electores
fue en aumento. Eran de los que consideraban que estaba bien no levantarse ante
la bandera USA y retirar las tropas de Irak… pero, por lo mismo, no entendieron
por qué había que enviar más tropas a Afganistán. Y luego, cuando estalló la crisis de 2007-2011, no entendieron como ZP en lugar
de salvar puestos de trabajo, se limitó a salvar a los constructores y, sobre
todo, a la banca.
Y es que la izquierda, la
de toda la vida, siempre ha sido jacobina. No ha sido en absoluto amante del
nacionalismo regional que, a fin de cuentas, era un subproducto de las
burguesías regionales que explotaban a los trabajadores. Han podido aceptar
el “Estado de las Autonomías” como garante de las libertades regionales dentro
de la unidad del Estado, pero nada más. Y si bien es cierto que los cuadros socialistas han visto en las
autonomías una especie de “oficina de empleo” para sus militantes de segunda y
tercera fila, también es cierto que una cosa son los afiliados al partido (que
buscan, sobre todo, su beneficio personal a cambio del pago de una cuota) y
otras muy distinta los electores que votan regularmente a la sigla “PSOE” y que
ven las cosas de una manera muy diferente.
Es más que posible que un tercio de los electores socialistas
decidan -especialmente en Cataluña- no volver a votar en su vida a esa sigla. Cuando han vivido decepción tras decepción
siempre hay un momento en el que se produce la ruptura: y, entonces, el amor
profesado a la sigla, se convierte en odio eterno. Hoy, el socialismo ha
llegado a ese punto.
9. Contradicciones entre
el paquete LGTBIQ+ y las obsesiones de género y el sentir de la sociedad
española
Todos tenemos algún amigo gay dentro o fuera del armario. Es un
buen tipo y eso nos da pie para que su vida sexual no nos importe. Ha decidido
un camino y allá él y sus amores. Pero otra cosa es el “misionero” LGTBIQ+, que
quiere que cualquier excentricidad sexual sea computada por la sociedad como
algo de lo más normal, que tengamos que soportar su espíritu misional, que
nuestros hijos tengan que soportar en la escuela adoctrinamiento obsesivo. Y,
no solo eso, sino que cuanto más
excéntrica sea su modalidad sexual, más debe estar presente en todas partes y
mayores esfuerzos hay que poner en preservar sus “libertades”. Lo malo del
mundo gay es cuando cree que se lo merece todo y que cualquier limitación a
“sus libertades” es una mancha para la democracia. Y una cosa es ser gay y otra muy distinta convertirse en misionero,
desmadrarse “el día del orgullo gay” y que los ayuntamientos subvenciones sus
manifestaciones y hagan la vista gorda a exhibiciones que pueden ser
consideradas como “escándalo público”. Ver a una comitiva gay en pelotas es
algo que puede causar hilaridad a algunos, curiosidad a otros, repulsión a
muchos, pero que puede resultar traumático para un menor. Y si a alguien no se
le permite ir en bolas un día de cada día, no se ve en función de qué derechos
puede aceptarse que desfile subsidiado en una manifestación que reúne a
aquellos que, a falta de sentirse orgullosos de algo meritorio, lo están de su
sexualidad.
Cuando ya descendemos a
grupos “de género”, más problemáticos y menos habituales (transexuales,
travestidos, queers y demás), emprendemos algo parecido al “descenso del
Mekong” de la película “Apocalypse Now”.
Hay un momento en el que estamos zambullidos en plena locura. España, con Pedro
Sánchez ha llegado hasta ese punto. En efecto, el
hecho de que un menor que todavía no puede votar, puede, por sí mismo,
“decidir” sobre una operación de cambio de sexo y que esta sea a cargo de la
Seguridad Social, al igual que toda la provisión de fármacos que deberá tomar
hasta que muera para mantener una ficción de que ha “cambiado” de sexo (cuando
su ADN seguirá siendo el mismo toda su vida: de hombre o de mujer, con el que
ha nacido), es solamente una muestra de la locura a la que han llegado las
vanguardias del movimiento LGTBIQ+.
Y esto en un momento en el que cada vez menos fármacos están
subvencionados, cuando para cualquier operación -incluso de urgencia- hay que
esperar semanas y/o meses y cuando el sistema sanitario está cada vez más
sobrecargado por millones de inmigrantes que han llegado a España en
condiciones de salud precarias o que mantienen hábitos insanos de vida. El
cálculo del pedrosanchismo es: “existen
gays, lesbianas y transexuales, y en torno a cada uno de ellos existen amigos,
vecinos, familiares, que los quieren y aprecian, por tanto, a pesar de que
algunos de estos grupos sean ínfimas minorías, globalmente suponen un
porcentaje que puede hacer ganar algunos diputados”. Es el razonamiento
perverso que el PSOE utilizada desde los tiempos de Felipe González cuando la
mayoría absoluto que obtuvo en 1983 se sustentaba en buena medida en la
“despenalización del consumo de drogas” (que generó, inmediatamente, en los
años sucesivos una epidemia de heroinómanos y facilitó la extensión del VIH).
Desde este punto de vista, vale la pena apoyar al feminismo de
“cuarta generación”, a gays, lesbianas en cualquier capricho y exigencia que
tengan, y no digamos a transexuales, queers, y cualquier otra variante que
puede añadirse. Y eso es lo que hacen como si no hubiera otros problemas mucho
más acuciantes, que afectan a grupos sociales mucho más amplios y más
necesitados… Y este es el problema: que la
mayoría de la sociedad española, está dispuesta a ser tolerante con todo este
batiburrillo de siglas, pero lo que no están dispuestos a sacrificar sus
propios derechos para capricho momentáneo de algunos que hubieran salido mejor
parados con entrar en una consulta de psicología en lugar de una y otra vez en
un quirófano con obligación de hormonarse durante toda su vida y todo para
parecerse -más o menos- a un hombre o a una mujer.
El pedrosanchismo está preso por esta minoría que ha carcomido
incluso sus propias filas. Y que, como todas las minorías que saben que son
imprescindibles para que alguien puede seguir gobernando, siempre “quieren
más”. El PSOE ya no puede dar marcha
atrás en la vía que ha asumido: el “todo por la patria” de algunos se ha
convertido en el “todo por lo LGTBIQ+”. Lo que pidan, lo que exijan: todo,
absolutamente todo, deberá pagarse, incluso las operaciones de cirugía estética
de este grupo. Y la sociedad
española está en otra perspectiva y no está dispuesta a seguir financiando con
sus impuestos, caprichos de cambio de sexo, ni chiringuitos subsidiados de este
colectivo. Y menos aún en momentos de precariedad económica.
Lo que los miembros del
colectivo LGTBIQ+ quieren es algo que el gobierno no podrá seguir dando hasta
el punto que ellos desean. Hay un punto en el que el PSOE deberá elegir entre
seguir cediendo a las exigencias LGTBIQ+ o asumir que buena parte de su propio
electorado considera que ya se ha llegado demasiado lejos en este terreno y
aceptar, incluso, que uno de los factores de pérdida del voto tradicional
socialista y de reforzamiento del voto conservador, es el apoyo prestado a este
grupo minoritario.
10. Contradicción entre
la “visión” del pedrosanchismo y la triste realidad
Lo peor que puede hacer un político es creerse sus propias
mentiras. Esto ya pasó con ZP, con la diferencia de que, más que mentir, se
había refugiado en los “mundos de bambi”, idealizados buenistas e ingenuos.
Zapatero nunca entendió porque la “economía iba bien” (cuando iba bien), ni por
qué empezó a ir mal. Ignoraba por completo que el PIB mide el volumen del
movimiento económico y, por tanto, que si anualmente la población española crecía
un millón de personas (gracias a la inmigración) y se trata de un grupo social
subvencionado, estará claro que en cuatro años se habrá producido un aumento de
población del 10% y, por tanto, un aumento similar de movimiento económico
medido por el PIB (porque esa población comerá, consumirá y vivirá, incluso
algunos, trabajarán). Pero no será un aumento de la “riqueza”, ni de la
“productividad”. Con Rajoy, España regresó al realismo: había que apretarse el
cinturón y superar la crisis como fuera. Y Rajoy consiguió capear el temporal a
costa de aumentar el endeudamiento público, pero cuando fue derrotado por una
moción de censura, la situación económica, aunque mucho mejor que en el momento
en el que se hizo cargo del poder, seguía lastrada por la deuda y por los
intereses.
Con Pedro Sánchez las
cosas fueron sensiblemente diferentes: en tanto que licenciado en economía,
Sánchez conoce muy bien la situación del país y para embellecerla se aferra a
unas cuantas cifras macroeconómicas interpretadas a su criterio torticeramente: selecciona la que da la sensación de prosperidad e
ignora todas las demás que indican regresión, pobreza y precarización. Pero
sabe muy bien que la situación es inviable a medio plazo. Piensa que todo
estallará en la cabeza de alguno de sus sucesores, no en la suya. Y eso le tiene
absolutamente sin cuidado: siempre tendrá la ocasión de echarle las culpas al
malhadado sucesor, sea quien sea, o a “la coyuntura”.
Eso es perfectamente acorde con la deformación psíquica de
Sánchez. La situación del país es catastrófica y ha ido empeorando desde 2019
cuando se hizo cargo del poder. Y no solo a nivel económico y moral. En todos los rubros de la vida social, el
país ha entrado en barrena: con la educación quebrada en todos sus niveles y
con una crisis que ha terminado por llegar incluso al sector universitario, con
el orden público desintegrado y la delincuencia campando a sus anchas, con una
inmigración masiva cada vez más descontrolada y con España convertida en el
“coladero de Europa”, con una sociedad que ha dejado de producir nacimientos y
que en apenas 20 años verá un vuelco étnico sin precedentes en la historia de
Europa, con una inseguridad jurídica que inhibe inversiones y sin un modelo
económico que suponga una orientación para inversores, con un mercado laboral
esclerotizado, un aumento de la vivienda, procesos de gentrificación en las
grandes ciudades, ruina y abandono del campo gracias a las políticas suicidas
de la UE (ante las que el gobierno español, que podía vetarlas, permanece
mudo), sin defensa nacional, con una crisis institucional y una constitución
avejentada, sin posibilidades de practicar políticas de austeridad adelgazando
el volumen del Estado y eliminando niveles burocrático-administrativos, con una
sociedad que ha renunciado a valores, a su propia identidad, a sus propias
tradiciones, etc, etc, etc… va a resultar milagrosos que España sobreviva y si
lo hace será como país irrelevante dentro de una Unión Europea no menos
irrelevante y sin futuro.
Pero Pedro Sánchez se niega a ver esta realidad: proclama, como
antes hizo ZP, que el país “avanza como una moto”, que no hay sombras en el
horizonte, que quien ve alguna posibilidad de perturbación es un “extremista
fascista” y que su forma de hacer las cosas es la mejor posible… y, sin duda lo
es, para llevar a un país a la ruina. Esta
es quizás la mayor contradicción de la que hace gala su gobierno Frankenstein
2.0: presentar una situación insostenible como el mejor de los mundos y cuando
no existen posibilidades razonables de recuperación de la normalidad (salvo por
la vía de reformas radicales de carácter económico, social o constitucional,
imposibles de realizar con las actuales simetrías parlamentarias). Cualquiera
de las diez contradicciones que hemos señalado es, en sí misma y con
independencia de las otras nueve, insuperable y bastaría para hacer caer el
gobierno. Ahora sabemos que unas tienen fecha de caducidad y que otras, antes o
después, se manifestarán inevitablemente. Y es por eso que resulta imposible
pensar que Sánchez va a soportar el peso de las circunstancias durante los tres
años y medio que quedan de legislatura.
Sánchez, aunque no lo quiera reconocer, es un cadáver político: lo es desde las elecciones autonómicas y municipales de 2023, logró salvarse en la medida en que tuvo la sangre fría y la irresponsabilidad de pactar con todos y entregarles lo que no era suyo: parcelas de soberanía nacional, flagrantes ilegalidades, concesiones que no estaban en manos del poder ejecutivo. Cada uno de sus aliados circunstanciales olió el miedo de Sánchez a perder el poder y elevó el listón de sus exigencias. Y Sánchez no tuvo el más mínimo reparo en conceder aquello que no le pertenecía. El resultado va a suponer una catástrofe más para España. Quizás lo único bueno que salga de todo esto es que, con su política insensata, la sigla “PSOE” habrá quedado quemada para siempre.