En España, además, asistimos el 23 de febrero de 1981 a un nuevo
concepto: los golpistas víctimas de sí mismos y cuya iniciativa, en lugar de
servir a la causa que decían defender -revertir la transición- contribuyeron,
antes bien, a consolidar el Estado democrático y constitucional. De entre todas
las redes golpistas de aquel momento, solamente una tuvo una clara lucidez de
la situación: la encabezada por el coronel San Martín que, más que un
pronunciamiento militar, quería, simplemente, que un grupo de coroneles
significativos y con mando sobre unidades de élite, visitara el palacio de La
Moncloa y trazara las líneas rojas que jamás debería cruzar, al presidente del
gobierno de turno. El resto de líneas golpistas (tanto la que tenía a Tejero
como hombre más significado, como los capitales generales que veían a Milans de
Bosch como su “hombre fuerte” o el general Armada que creía haber entendido lo
que nunca dijo el monarca, actuaban conforme al concepto clásico de golpe de
Estado que se arrastraba en España desde el período de la dictadura de Primo de
Rivera. No es raro que quien, finalmente, se llevó el gato al agua, fuera la
“línea CESID”, esto es, el “no golpe”. A fin de cuentas, era la única línea que
estaba presente de manera transversal en las otras cuatro y, especialmente, en
las tres clásicas. El verdadero peligro de aquella coyuntura no era ni Tejero,
ni Milans, ni Armada. Cada uno de ellos tenía un concepto distinto de lo que
había que resultar de un golpe militar: para Tejero era volver al franquismo
puro y duro apoyado por los partidos y grupúsculos de extrema-derecha, para
Milans se trataba simplemente de formar un gobierno militar-militar con la
disolución de todos los partidos políticos, incluidos los de extrema-derecha y,
finalmente, para Armada el objetivo era crear un gobierno de “concentración
nacional” que abarcara desde Alianza Popular hasta el Partido Comunista. Era
evidente que, cualquiera de estos objetivos golpistas, de haberse realizado,
hubiera llevado a una situación insostenible para España y, al cabo de pocas
semanas -sino, días- los flamantes golpistas hubieran debido abandonar el
poder. El proyecto del coronel San Martín (que, al haber estado al frente del
Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno estaba mucho
más familiarizado con la actualidad política y con los mecanismos de la “cosa
pública”) era el único razonable en aquella situación: ni siquiera se trataba
de un “golpe convencional”, sino más bien de una visita a La Moncloa,
consensuada por un red de militares con mando sobre tropa, que ni siquiera
hubiera tenido que salir a la luz pública, pero que hubiera dejado muy claro
cuáles eran las líneas rojas que un gobierno no debería traspasar jamás.
Este era el verdadero peligro el 23-F y no los tanques que
hicieron saltar el asfalto en las avenidas valencianas o camino de Prado del
Rey. De hecho, si el golpe de Estado tuvo lugar el 23-F fue para evitar que esa
red golpista pudiera extenderse a todas las unidades operativas que constituían
la columna vertebral del ejército español en la época. En la confusión de los
primeros momentos y en el secreto que rodeaba las distintas líneas golpistas,
solamente una, el CESID, esto es los partidarios del “no golpe”, estaba
presente en todas y tenía una panorámica general de los movimientos que se
preparaban. Eso se dio una ventaja táctica que fue suficiente para invertir por
completo los efectos del 23-F que esperaban obtener sus promotores. En efecto,
el 22-F la democracia española estaba agonizando, cuatro días después, con la
manifestación en la que aparecían del brazo todos los representantes de los
principales partidos y sindicatos democráticos, la democracia española se
consolidó definitivamente.
¿Por qué fracasó el 23-F? En primer lugar, porque los oficiales más “prestigiosos” que participaron en la asonada tenían unos conocimientos políticos muy rudimentarios. Es más, su concepción del golpe de Estado, estaba más carca del golpe de Primo de Rivera, incluso, que del 18 de julio. Primo de Rivera apenas tomó contacto con la clase política, simplemente se “pronunció” en Barcelona y su ejemplo fue seguido por otras capitanías. Esto era, más o menos, lo que se pretendía el 23-F con alguna pequeña modificación. No existieron contactos previos dignos de tal nombre con partidos políticos. Incluso, las cenas de Armada con políticos de renombre eran casi iniciativas personales en los que nadie hablaba más allá de a título personal. El 18 de julio de 1936, por el contrario, los golpistas realizaron una distinción clara entre “amigos” y “enemigos”, tratando de integrar en la sublevación a los “amigos”, hasta el punto de que, erróneamente, se ha considerado que se trató de un “golpe militar”, cuando, en realidad, fue “político-militar” en el que las milicias del Requeté, de la Falange e, incluso las pequeñas unidades monárquicas alfonsinas, estuvieron presentes en primera línea. Nada de todo ello aparece el 23-F. Solo el “no golpe” tenía claros los objetivos: evitar por todos los medios el pronunciamiento militar. ¿Estrategia? Hacer fracasar el elemento desencadenante de la situación: la toma del congreso de los diputados. Y aquí, hay que hacer un alto en el camino.
El plan golpista inicial no estaba técnicamente mal planteado: un
grupo terrorista de origen desconocido (podía ser de extrema-derecha, etarra,
anarquista o grapo) tomaba el congreso y secuestraba al gobierno y a todos los
diputados. Ante esa eventualidad, el ejército estaba obligado a hacerse cargo
del poder, al haberse producido un “vacío de poder”. Es decir: el elemento
justificante del golpe era la acción terrorista de origen desconocido y el
vacío de poder generado. Y eso era, precisamente, lo que esperaban en las
capitanías generales comprometidas con el movimiento golpista. Eso era también
lo que esperaban ver los mandos de la División Acorazada Brunete de maniobras
en Aragón: “un acontecimiento terrorista de importancia nacional”. Lo que
vieron, fue todo lo contrario: el guardia civil más conocido en aquellos
momentos en toda España, el Teniente Coronel Antonio Tejero Molina, con
tricornio y bigotes entrando, con sus números del cuerpo, en el congreso. El
golpe se había vuelto, “impresentable”: no era de recibo que las fuerzas
armadas pusieran a los tanques en la calle para salvar al país de una situación
generada visible y evidentemente por las propias fuerzas armadas. No era un
“grupo terrorista de origen desconocido” el que había generado el vacío de
poder sino un grupo militar que actuaba disciplinadamente. El golpe había
perdido su “detonante estratégico”. Y, lo que era aún peor para los golpistas:
bruscamente, en lugar de “salvar al país”, habían pasado a ser, ante la opinión
pública de todo el mundo, justo los que habían puesto al país en peligro…
Y ese no era el plan golpista inicial: la prueba es que tres meses
antes, el propio Tejero había comprado con un crédito obtenido por su esposa,
autobuses de segundo mano al promotor de boxeo Martín Berrocal y cada domingo
adquiría en el Rastro de Madrid, capotes militares… La pregunta que nadie hizo
en el Juicio de Campamento para depurar las responsabilidades del 23-F fue
porqué ni los capotes, ni los autobuses se utilizaron. Los periodistas que se
lo plantearon, respondieron ellos mismos, que la “precipitación de los últimos
momentos”, lo impidió. Pero, en las horas previas al embarque de los miembros
de la Guardia Civil en los autobuses que les llevaron al congreso, nadie vio
“precipitación”, sino partidas de dominó en las que participó un Tejero particularmente
relajado. Así pues, existió una diferencia entre el “plan inicial” y el que,
finalmente se llevó a cabo. El grupo civil que, inicialmente, debía haber
participado en la toma del congreso, había resultado desarticulado por la
policía un mes antes del 23-F y que debería haber utilizado los uniformes y los
autobuses comprados por Tejero, por una parte; a la vista de lo cual, un
oficial del CESID, de amplio historial previo, desde los años 60 en
“operaciones especiales”, convenció a Tejero que fuera él directamente quien
ocupara el congreso de los diputados con una fuerza militar compuesta por
Guardias Civiles. Tejero no apreció la “sutil” diferencia entre la operación
realizada por un “grupo terrorista civil no identificado” y esa misma operación
llevada a cabo por una “fuerza militar organizada y disciplinada”.
Por eso -por pérdida del detonante que debía de movilizar las
capitanías generales- se perdió el “momento táctico” que hubiera posibilitado
el golpe. El “no-golpe”, a fin de cuentas, fue una “operación especial”. Vale
la pena recordar que este tipo de operaciones nunca se cierran: lo que explica
que, en los últimos 40 años, se hayan ido filtrando informaciones -unas ciertas
y la mayoría erróneas o mal explicadas- que han ido embarullando algo que, en
el fondo, era muy simple de explicar y, por cierto, muy poco glorioso para la
democracia española, asentada definitivamente sobre una gran mentira.
Para cazar una presa es preciso hacerla salir de su escondite,
dicho que conoce todo aquel que se haya interesado por la cinegética. El 23-F
tenía otra función, además de la de estabilizar definitivamente a la
democracia: se trataba de eliminar de una vez por todas a las redes golpistas
y, para ello, era preciso un golpe que fracasara y cuyos protagonistas
recibieran un castigo ejemplar que desalentara cualquier intento ulterior.
El hecho de que algunos de los oficiales golpistas -entre los más
conocidos, por cierto- no fueran molestados después del 23-F fue, simplemente,
la carta que guardaron algunos políticos de UCD para emplearla en caso de
necesidad. Esta llegó con el partido muy debilitado y con las elecciones de octubre
de 1982. A pesar de ser una red muy bien identificada por el CESID desde
incluso antes del 23-F, infiltrada y seguida muy de cerca incluso en sus
contactos civiles, se la permitió sobrevivir bajo control hasta apenas unos
días antes de las elecciones: el ya desaparecido Noticiero Universal de
Barcelona tituló en su primera página “Ante la próxima victoria socialista:
ruido de sables”. El País, por su parte, dio cuenta también en
primera página de la desarticulación de una red golpista el 14 de octubre que,
según informaciones -falsas- debía desencadenar una “acción de fuerza” para el
día de las elecciones del 27 de octubre. Como muestra de lo que decimos sobre
las operaciones de inteligencia que nunca concluyen del todo, en la actualidad
Wikipedia, contra toda lógica, sentido común y verdad histórica, sigue
sosteniendo que: “esta nueva intentona golpista estaba mejor organizada que
el 23-F y tenía un alcance mucho mayor, especialmente en lo referido a la toma
de los principales centros de poder”. En realidad, la iniciativa era poco
más que un juego de oficiales absolutamente ignorantes de los mecanismos de la
política, infiltrados, seguidos y grabados en cada conversación y, casi un
juego infantil (los “conspiradores” habían llegado a ofrecer ministerios,
alcaldías y gobiernos civiles a personas poco o nada representativas de la
extrema-derecha no organizada, meses antes del “golpe”). UCD, en esta ocasión,
tuvo la posibilidad de agitar por última vez el “fantasma del miedo” en su
favor: la desarticulación de la red golpista, implicaba decir, “si ganan los
socialistas se malogrará la democracia porque los militares siguen conspirando”…
Desde entonces, el estamento militar tuvo la lección bien
aprendida y aceptó su papel de funcionarios del Estado al servicio del partido
en el poder. Nunca más se han producido conspiraciones militares en España y
resulta dudoso, sino imposible, que hoy, cuarenta años después de todo esto, se
produzca algún movimiento similar.
Hemos creído necesario realizar este pequeño recordatorio sobre el golpismo en la historia reciente de España antes de entrar en el análisis sobre si existe o no una metodología para operar un golpe de Estado en un país desarrollado en las actuales circunstancias, tema que será objeto de la siguiente entrega.
LINKS DE LA SERIE
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (1) – Sobre las dictaduras de nuestro tiempo y España
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (2) – Cuando un golpe de Estado puede ser la solución a recurrir
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (3) - ¿Hay solución dentro de la constitución?
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (4) – Condiciones necesarias para un golpe de Estado
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (5) – La técnica golpista: justificaciones
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (6) – La técnica golpista: la práctica (A)
¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (7) – La técnica golpista: la práctica (B)