INTRODUCCIÓN
En lógica, se llama “contradicción” a la incompatibilidad entre
dos proposiciones. Por ejemplo: “hace
frío y no hace frío”: o lo hace o no lo hace, en una misma frase no puede
darse “A” y el “no-A” al mismo tiempo. En general, las contradicciones, cuando son
insuperables, rompen las leyes del razonamiento lógico y no pueden incluirse
dentro de un proceso dialéctico tesis-antítesis-síntesis. Son una “avería” del
razonamiento que impide prosperar y/o comprender la realidad. Una especie de
final del camino, más allá del cual se agota el terreno.
A pesar de que la política no sea una ciencia exacta, es evidente
que las “contradicciones”, pueden enriquecer la convivencia, en tanto que sean
“superables”. Por ejemplo: tras la muerte de Franco se produjo una
contradicción entre la “oposición democrática” y el “aparato franquista”. Sin
que tengamos intención de mitificar la “transición”, es cierto que, lo que, a
primera vista, parecía una “contradicción”, terminó siendo el fermento de una
síntesis en la que, aparentemente, no hubo vencedores ni vencidos, y lo que
resultaba era una síntesis de posiciones “reconciliables” entre las dos
posturas iniciales: partidos políticos y democracia convencional a cambio de
mantener la monarquía como forma de Estado. En otras palabras, un simple
cambalacheo. Y eso pudo ser porque la contradicción era “superable”.
Pero en otras ocasiones,
las contradicciones resultan imposibles de superar, especialmente cuando
irrumpe en política alguien que, por encima de todo, sitúa su propia ambición,
sobrevalora su propia personalidad y su capacidad, creyendo que puede operar el
milagro de la superación de lo que es, simplemente, opuesto sin posibilidades
de estabilizar una síntesis y sin respetar las leyes de la lógica. Tal es
el caso de Pedro Sánchez, un personaje que será estudiado por generaciones de
psiquiatras y psicólogos sociales, como una mente deformada, capaz de creer que
todo puede sacrificarse -incluso la lógica- en el altar de su personalidad
megalomaníaca e hipertrófica, y creer que, finalmente, saldrá indemne…
En las elecciones de 2019, los resultados, así como la dinámica de
los hechos y los criterios de la socialdemocracia europea, casi le obligaban a
una “gran coalición” con el PP. Era la única fórmula que hubiera logrado dar a
España una estabilidad y permitir, incluso, reformas constitucionales urgentes
y necesarias. En aquel momento, existía aún la creencia de que el pueblo
español asumía posiciones centristas y que, por tanto, la mejor fórmula para
gobernar era la coalición PP-PSOE. Era la época en la que las contradicciones
entre los partidos políticos todavía eran “superables”, tal como se había
demostrado en muchos países; pero, el problema era que el PP era demasiado
grande y Sánchez tenía miedo de sufrir el “abrazo del oso”. Era mejor, pactar
con grupos de extrema-izquierda que llegaban muy debilitados tras el resultado
electoral y aceptarían cualquier oferta de coalición, vendiendo sus votos por
unas migajas: así se formó el gobierno
Frankenstein 1.0. en la que Podemos se conformó con una vicepresidencia
honoraria y 4 ministerios de tercera división sin apenas rechistar.
Sin embargo, el gran problema es que Podemos terminó siendo
dirigido por unas chicas muy “loquitas”, obsesionadas por unos pocos temas:
mascotas, LGTBIQ+, violencia doméstica, “consumo sostenible”, la memez del
“niños, niñas y niñes” y poco más. En realidad, era de esperar: Podemos había operado desde el mismo
momento de su fundación una “selección a la inversa” que fue mermando sus
filas, quedando, finalmente, solo el “dernier
carré” de loquitas y varones deconstruidos, con declaraciones e iniciativas
legislativas peregrinas, torpes y patéticas en muchos casos, que convirtieron
el Frankenstein 1.0. en una irrisión. A Sánchez no le preocupaba mucho
porque parte de su partido estaban en las mismas o parecidas posiciones.
Hubiera podido prescindir de las “ministrillas y ministrillos” de Podemos en
cualquier momento y relevarlos por otros mucho más competentes, pero eso
hubiera equivalido a perder la mayoría y hacer entrar en crisis la coalición.
Así que optó por asumir el deterioro: los votos perdidos por los “socialistas
de toda la vida” se compensarían con votos de grupos clientelares subsidiados:
ni-nis, okupas, LGTBIQ+, o inmigrantes recién nacionalizados.
El problema vino en las
convocatorias electorales de 2023 cuando se percibió la creciente debilidad
electoral del PSOE. Fue entonces cuando se reveló el resultado final del
gobierno Frankenstein 1.0.: el país se había partido en dos, el centrismo había
desaparecido. Toda la izquierda estaba asumiendo
las posiciones de las “loquitas” y los “deconstruidos” de Podemos y sus excesos
en materia de “ingeniería social” habían convencido, incluso a votantes
socialistas, de que ese camino era impracticable y lesivo para el futuro de la
sociedad. Así pues, a lo largo de 2023 cristalizó
un “bloque de la derecha” (reducido a dos partidos, PP y VOX) y el “bloque de
la izquierda” (en el que, además del PSOE, figuraban Podemos, Sumar y los
independentistas catalanes y vascos).
Las elecciones autonómicas confirmaron esta tendencia: PP y Vox
pactaron en varias comunidades importantes, liquidando los años de gobiernos
regional socialista. Creyendo que en las
elecciones generales ambas siglas mejorarían sus posiciones, ninguna de las dos
formaciones del “bloque de la derecha” (mucho más homogéneo y coherente que el
“bloque de la izquierda”) se preocupó por firmar un “programa común”: Feijóo
estaba convencido de que iba a lograr una mayoría absoluta o que, al menos,
podría pactar con algún partido pequeño (UPN, Coalición Canaria) o bien obtener
el apoyo de Vox sin integrarlo en el gobierno. El resultado fue catastrófico
para la estrategia del PP: la Ley de Hondt operó un castigo a la derecha y la
pérdida de una decena de escaños a causa de los “restos” que fueron a parar al
PSOE.
Durante unas semanas, Feijóo siguió pensando que, o bien se
convocarían nuevas elecciones e, incluso, inicialmente creyó que Sánchez
accedería, esta vez, a pactar con el PP. Error de apreciación: a pesar de haber
ganado las elecciones, de ser el partido más votado y de la pérdida en escaños
del PSOE, lo cierto es que Sánchez se preparó desde el primer momento para
pactar con el diablo en persona para seguir siendo presidente. Y ni siquiera
contempló la posibilidad de pactar con el PP, a la vista de que, de hacerlo,
hubiera tenido que renunciar a la presidencia: es decir, vivir el pacto como
una derrota.
Fue así como surgió el
gobierno Frankenstein 2.0. Y es aquí en donde se fueron acumulando
contradicciones. Alguien cuya vida estuviera guiada por las leyes de la lógica,
jamás hubiera intentado unos pactos con fuerzas tan dispares como Bildu y el
PNV, Junts y ERC, Coalición Canaria y Sumar… Pero la lógica de Sánchez es la
propia de un ególatra, en absoluto la del sentido común o la razón de Estado.
Fue así como apareció la
“gran contradicción” de esta legislatura: un partido socialista gobernaría el
Estado Español apoyado por las fuerzas del no-Estado, de la no-España (los
independentistas que siempre han querido escindirse y una extrema-izquierda que
solo ha creído en el “internacionalismo”). La idea de Sánchez era que todos
estos partidos que habían perdido votos y escaños en las elecciones generales
(y se encontraban en una situación parecida a la de Podemos en 2019), estarían
lo suficientemente debilitados como para acceder a cualquier pacto que les
presentase a modo de salvavidas, a la vista de que la convocatoria de nuevas
elecciones hubiera podido convertirse en una catástrofe para todos ellos. Y, de hecho, si vencía el PP, esa victoria hubiera supuesto el
alejamiento definitivo y absoluto de las perspectivas independentistas o de las
“conquistas LGTBIQ+”. Así pues, Sánchez encontró en la debilidad de los otros
un impulso para su política de pactos, olvidando que él también había resultado
debilitado en las elecciones y que la pérdida de 30 diputados socialistas hacía
de la sigla PSOE la “perdedora”. De hecho, el gobierno Frankenstein 2.0. es el
gobierno de los perdedores en las elecciones de 2023.
El problema vino porque
cada una de estas fuerzas exigía mucho más de lo que, en buena lógica, Sánchez
podía ofrecer. Esto tampoco le importó. Es muy fácil negociar cuando una parte
ofrece 5, la otra pide 15 y, al final, todo queda en 10… El problema es que los
independentistas siempre quieren más… y consideran aceptable cualquier pasito
grande o pequeño -en este caso, una verdadera zancada de gigante- que les
suponga un avance en el camino a la independencia. A Sánchez esto le tenía absolutamente
sin cuidado: aceptó todo lo que le pidieron y raro es que la ley de amnistía no
contemple la anulación por lawfare de los procesos contra Joan Laporta
por corrupción en la presunta compra de árbitros para el Club de Fútbol
Barcelona…
Fue así como se ha llegado a esta situación endiablada e imposible
de soportar para cualquier país democrático o que aspire a ser mínimamente
estable. De repente, los españoles nos
hemos encontrado gobernados por una coalición que suma un mínimo de diez
contradicciones todas ellas insuperables y que entrañarán a cortísimo plazo,
una crisis institucional y nacional de consecuencia incalculables. A
Sánchez, por supuesto, todo esto le importa, literalmente, un higo. Su sueño es
ocupar el trono de Von der Leyen o -¿por qué no?- convertirse en un futuro
Secretario General de la OTAN o de las Naciones Unidas (sin darse cuenta de que
sus juicios sobre Hamas, la crisis de Gaza y el Estado de Israel, le han
enajenado para siempre el apoyo de la “comunidad judía mundial”). Sánchez debería
moderar sus expectativas futuras y pensar que, si logra ser presidente de una
comunidad de propietarios, al jubilarse, ese será su techo tras abandonar la
jefatura del gobierno.
En efecto, las
contradicciones generadas por la política de alianzas de Sánchez, se traducen
en tensiones internas que van a imposibilitar la tarea de gobierno. Parece
difícil que el gobierno Frankenstein 2.0. supere el año 2024. Dos van a ser sus
momentos de crisis: las elecciones catalanas (hacia finales de año) y las elecciones
europeas (en junio). Vale la pena enumerar las diez contradicciones para
advertir su importancia y gravedad.
1. Contradicción entre
el PSOE y Sumar
Sumar es la izquierda de la izquierda, pero Sumar no es un
“partido”, ni siquiera una “federación”, es un frente estrafalario formado por
partidos muy diversos, de los que solamente uno, el PCE (o lo que queda de él)
tiene una estructura más o menos unitaria. El PCE en los años 80 ya asumió la
estrategia “frentista” con el nombre de “Izquierda Unida” (que subsiste también
está integrado en Sumar). Y luego están herencias evolucionadas de grupos
trotskistas, maoístas y marxistas revolucionarios de los años 80, “nuevas
izquierdas” setenteras, “indignados” postcrisis 2018-2011, los círculos
feministas, LGTBIQ+ y, por supuesto Podemos, sin olvidar que Podemos ni
siquiera es un partido, ni una federación, ni un frente, sino, más bien, un
batiburrillo de “círculos”, cada uno de los cuales está obsesionado por su
temática particular.
Sumar, no es nada, es,
como máximo, una ambición de unos cuantos dirigentes que precisan algo detrás
para satisfacer sus ambiciones; estas, por
cierto, deberían estar a la medida de su calidad humana. Pero, lo cierto es que
tanto en Sumar como en cualquier otro partido político español, tales
ambiciones están muy encima de la valía de quienes las esgrimen. Los discursos
de Yolanda Díaz resultan patéticamente infantiloides, no tanto porque tenga
tendencia a rebajar el listón para ponerse al nivel de quienes la escuchan,
sino porque no da más de sí. Yolanda Díaz no aspira más que a sobrevivir en el
proceloso mundo de la política: si dirigir Sumar le genera discrepancias
internas, no dudará en afiliarse al PSOE.
En cuanto a la formación en sí misma, Sumar ya está rota desde el momento en el que los cinco diputados de
Podemos han pasado al grupo mixto. Es una mala señal. Para mantener el
apoyo de lo que queda, Sánchez deberá ir realizando concesiones cada vez más
demagógicas, aparcar necesidades sociales urgentes y otorgar más subsidios de
los que la economía española se puede permitir. La intervención de los “hombres
de negro” de la UE, dará al traste con esta política, seguramente en la segunda
mitad de 2024. La sonrisa estúpida de Yolanda Díaz, su discurso
ingenuo-felizote, no serán suficientes como para mantener un apoyo
incondicional a Sánchez que redundará en perjuicio de la coalición en las
elecciones europeas.
Todos buscan apuntarse a
los éxitos, pero todos huyen del fracaso: y la política económica del
pedrosanchismo (o, más bien, su ausencia de política económica) no va a tener
“aliados” en el momento en el que caiga como una losa sobre la gestión de
gobierno y no haya estadística “macroeconómica” capaz de suscitar entusiasmos. Y eso va a ocurrir en 2024: con una inversión extranjera
paralizada, con entre 40 y 50.000 millones de obligaciones de pago por
intereses de la deuda, con un incremento del paro real que volverá a rondar los
5-6.000.000 de parados, con la locomotora franco-alemana paralizada y en
recesión y con unas elecciones europeas que van a golpear a la izquierda a
nivel continental y de la que Sumar va a ser otra de las víctimas. Tras las europeas, poco importará lo que
quede de Sumar, lo que importará es si habrán extraído consecuencias sobre su
hundimiento y lo que implica frecuentas “malas compañías” como el
pedrosanchismo.
2. Contradicción entre
Sumar y Podemos
¿Qué es Sumar? La
antigua Izquierda Unida que quedó relegada al cero absoluto cuando Podemos
inició su arranque mas unas cuantas incrustaciones procedentes del desmigajamiento de
Podemos. Los “titulares” de IU querían seguir dirigiendo a la izquierda de
la izquierda, a pesar de las limitaciones de su programa y la mediocridad permanente
de sus resultados electorales, mientras que los “suplentes” que esperaban en el
“banquillo” se desesperaban al ver que tenían obstruido el camino hacia la
conquista de un modus vivendi. Pablo
Iglesias tuvo la genialidad de aprovechar el movimiento “de los indignados”
para lanzar una nueva plataforma política que pudiera eclipsar a Izquierda
Unida. Aprovechó la decepción de la izquierda con la socialdemocracia
zapaterista que había optado por salvar antes a la banca (con inyecciones de
fondos nunca reintegrados para salvarlos de sus errores) y a los empresarios de
la construcción (mediante aquellos lamentables Planes E y E2020 que costaron casi
medio billón de euros e iniciaron la pendiente de la deuda insostenible).
Pero, el problema de “los
indignados” apareció desde el principio: pronto se retiraron de la protesta,
los sectores más conscientes que aspiraban a oponerse “a la casta”, la protesta
fue solo de izquierdas y ni se consideraba que hubiera gente de derechas que
pudiera estar indignado contra el establishment.
Y la cosa no paró ahí: cuando se lanzó Podemos, en el interior de los “círculos de afinidad” en los que se organizó ya
estaban presentes todo tipo de minorías obsesionadas con “su problema”:
feministas radicales, anti patriarcales, homosexuales, transexuales, okupas, pro
legalización del porro, ni-nis… todo
ello dirigido por una camarilla que, simplemente, aspiraba a la sustitución de
la “casta” por ellos mismos.
Aquello de que los diputados de Podemos cobrarían sólo tres veces
el salario mínimo, que nunca utilizarían coches oficiales, quedó pronto
desmentido por la realidad: menos de un año después de obtener un éxito
electoral en las elecciones europeas de 2014 con un 8% de los votos, Podemos
actuaba como cualquier otro partido, con la diferencia de que su cúpula estaba
constituida por un macho alfa, unos hombres deconstruidos y una corte de chicas
que tenían prendidos con alfileres unos cuantos temas obsesivos que ni siquiera
eran capaces de defender razonadamente ni apoyar con argumentos lógicos.
Podemos había obtenido en las elecciones europeas de 2014 un 8% de
los votos y en las autonómicas del año siguiente rompió ese techo llegando en
algunas comunidades al 20% (Asturias, Aragón, Madrid, Galicia) quedando como
tercera fuerza a nivel nacional con 170 diputados autonómicos de un total de
1384. Revalidó esa posición en las elecciones generales de 2015 alcanzando un
20,7% de votos, pero cuatro años después, la debacle los llevó casi al punto de
partida con un 13% de votos y adelantados ampliamente por Vox. Fue el inicio de la decadencia de Podemos y
el momento en el que Sánchez les arrojó un balón de oxígeno. Pablo Iglesias
sintió que el suelo faltaba bajo sus pies y aceptó el ofrecimiento de una
vicepresidencia honoraria de “asuntos sociales” y cuatro departamentos de
“segunda división” para Irene Montero, Yolanda Díaz, Alberto Garzón y Manuel
Castells (propuesto por En Común y que pronto se cayó del gobierno).
El resultado fue que Podemos,
tras alcanzar su punto álgido, fue cayendo en picado y cuando accedió a formar
el gobierno Frankenstein 1 con Sánchez, ya era un despojo que se conformaba con
ministerios de tercera división y presupuestos limitados. Y, aun así, su
gestión se convirtió en catastrófica allí donde pisaron una alfombra oficial.
Cuando se aproximaron las elecciones de 2023, era evidente que Podemos estaba
en las últimas, y con la sigla, la izquierda del PSOE se arriesgaba a volver a
ser residual. Fue así como desde La
Moncloa se realizó la “Operación Sumar”, colocando para ello a Yolanda Díaz al
frente y aspirando a que reuniera fragmentos regionales del Podemos originario,
para constituir una nueva coalición, menos marcada que Podemos, sin los lastres
de las “loquitas” y que recogiera también a grupos regionales como Compromís,
En Comú, o Mas Madrid.
Así que, tras los resultados electorales de junio, Sánchez formó
coalición con Sumar que, finalmente obligó a la antigua Podemos, a formar parte
de su cartel electoral en una de las humillaciones más grandes que ha visto la
política española desde la transición. Con
5 diputados propios, el problema vino cuando Podemos vio que estaba fuera de
cualquier ministerio, que sus fuentes de financiación se habían reducido al
sueldo de sus diputados y que estaba a un paso de desaparecer por completo
(lo que ocurriría en las elecciones europeas de 2024). Y la sorpresa mayúscula
se produjo cuando Podemos comprobó que con apenas dos diputados más, Junts per
Catalunya recibía de Sánchez el “oro y el moro”. La etiqueta Sumar taponaba cualquier aspiración que pudiera tener
Podemos. Menos de un mes después de formalizarse el nuevo gobierno Frankenstein
2.0., los cinco diputados de Podemos rompieron con Sumar y pasaron al grupo
mixto: ahora Sánchez deberá de negociar también con Podemos.
Y, de hecho, Sánchez deberá afrontar los resentimientos que las
“loquitas” Podemos y su macho alfa, alberguen contra sus antiguos “camaradas”
(porque Sumar, en el fondo, no es más que Izquierda Unida con algunos añadidos
regionales). El problema para Sánchez es
que, las ambiciones políticas pueden neutralizarse con concesiones, pero los
resentimientos, con su carga de odio, resultan imprevisibles. Sin los votos de Podemos, el gobierno
Sánchez se queda sin mayoría absoluta. Y, por el momento, la defección de
Podemos es el primer golpe a la política de “pactos sin principios” del
pedrosanchismo. En otras palabras: la contradicción insuperable entre Sumar y
Podemos ya ha estallado.