George Bush padre, aquel en el que los conservadores habían
depositado tantas esperanzas, proclamó solemnemente al acabar la guerra de Kuwait
que los EEUU se consolidaban como única potencia garante de un Nuevo Orden
Mundial. Fukuyama estaba tecleando, en esos momentos, su teoría sobre El fin
de la historia. La guerra fría había concluido. La URSS estaba dando las
últimas boqueadas y China no contaba (por entonces tenía un hospital para cada
3.000.000 de habitantes y se la consideraba potencia agrícola subdesarrollada y
superpoblada, al igual que la India). Así pues, todo estaba dispuesto para
iniciar la “globalización”, esto es, contemplar un mercado único mundial en el
que el liberalismo económico y la desregulación, condujeran automáticamente a
todos los pueblos del mundo al oasis democracia liderados por los EEUU.
A fin de cuentas, si la URSS había caído por la imposibilidad de competir con
el liberalismo, otro tanto ocurriría con China, con Cuba, con las dictaduras
africanas y árabes, etc, etc, etc. Vanas alucinaciones que empezaron a
disiparse en la primera década del milenio.
El primer “susto” fueron los extraños ataques del 11-S, casus
belli para las expediciones coloniales de EEUU en Afganistán e Irak. De
pronto, entendimos que al “fin de la historia” había que añadir el “conflicto
entre civilizaciones” augurado por Huntington. Cuando esto permanecía aún en
el horizonte apareció un segundo bache para la “globalización”: la crisis
económica mundial de los años 2007-2011. Fue otro aviso de que el “libremercado
mundial”, no solamente no era la solución, sino que además estaba lastrado
por las malas decisiones, apresuradas, irreflexivas, optimistas o, simplemente,
corruptas de los “agentes económicos”.
Aquella crisis económica se saldó, primero con un aumento
del número de parados y mutó pronto en “crisis social”, para,
finalmente, desembocar en “crisis política” que tomó distintas formas en cada país, pero cuyos nuevos
elementos fueron:
1) la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas de 2016,
2) la aparición de nuevos populismos de derechas e izquierdas, y
3) en un cierre el falso de la crisis, cuyas consecuencias se hicieron palpables en los años siguientes (aumento de la deuda mundial, inflación, inestabilidad económica).
En ese contexto, lo normal hubiera sido que los poderes políticos,
a partir del 2008, reflexionaran sobre lo que había ocurrido: la
desregularización económica mundial, no llevaba a la democracia ni al edén de
las libertades, sino que reforzaba el poder político del gobierno chino que,
gracias a la deslocalización, lejos de aumentar las libertades, iba concentrando
más y más poder, invirtiendo los excedentes que no se utilizaban para
modernizar y reforzar el país, en adquisición de influencia en el exterior… En ese momento, seguir apostando por la deslocalización y la
desregularización mundial constituía un suicidio económico (lo que,
nuevamente, garantizaba que, de ahí derivaría una crisis que mutaría pronto en “crisis
social” y, finalmente en “crisis política”). Tras la crisis de 2007-2011, era
un buen momento para reformular la “globalización”. No se hizo, sino que se
hizo todo lo contrario.
Además, habían aparecido nuevos actores en escena:
1) Rusia, desahuciada en 1989, había vuelto a ocupar un lugar en la escena internacional. El pueblo de la Federación Rusa demostraba formar un todo con sus dirigentes y no reivindicar una “partidocracia liberal” a la Occidental, sino una propia fórmula de gobierno y de liderazgo.
2) El mundo islámico se había dividido en función de tes polos: Irán, Arabia Saudí y Turquía, cada uno de los cuales disponía de una “agenda” propia para convertirse en hegemónico dentro de su marco geográfico. Salvo Arabia Saudí, los otros dos polos miraban con buenos ojos el nuevo curso de Rusia en quienes veían cada vez más un aliado potencial.
3) En los EEUU, las desigualdades sociales se habían convertido en endémicas y abismales: no solamente se habían instalado en los guetos negros de otros tiempos, sino que la pobreza alcanzaba a la clase media blanca.
4) Los grandes consorcios tecnológicos habían demostrado ser los grandes beneficiarios de la globalización, estaban presentes en todo el mundo y obtenían beneficios multimillonarios, con inversiones relativamente modestas y poco personal pero muy especializado.
5) Los populismos estaban normalizando su presencia en buena parte de los parlamentos nacionales y sus criterios suponían una ruptura con los de la “vieja derecha”, liberal a ultranza que aceptaba acríticamente algunas de las medidas propuestas en las “agendas” liberales: “feminismo”, “igualdad”, “inmigración”, “cambio climático”, “LGTBIQ+”, “corrección política”, etc. El populismo chocaba con todo esto y se enfrentaba a las nuevas orientaciones de la “vieja derecha liberal”.
6) La pandemia demostró por espacio de dos años el poder de las “big-tech”: cuando todo el mundo está confinado, estas empresas fueron las únicas que garantizaron la comunicación. Esto evidenció la situación de oligopolio de este sector y el riesgo de que el gigantesco poder económico y la influencia mediática que habían conseguido terminara condicionando las decisiones de los poderes políticos nacionales.
Y así estaban las cosas a finales de 2021. Luego vino el
conflicto ucraniano: y, a partir, de aquí, todo esto saltó por los aires.
No importa que los tertulianos y los “analistas” políticos no
hablen de ello en los medios de comunicación, ni la temática esté presente en
los vídeos (censurados) de youTube, pero la realidad, es que en, en estos
momentos, se está produciendo una verdadera revolución mundial. Esto es, una
revolución que afectará a todo el mundo y que se superpondrá a otros
conflictos. El causante directo, ha sido el conflicto ucraniano, pero no hay que olvidar las causas que han llevado a que la
guerra, iniciada por fuerzas irregulares ucranianas en 2014, tras la secesión
de las repúblicas del Donetsk y Lubanks, atizada por la llegada al gobierno de
Kiev de una camarilla corrupta mediatizada por las oligarquías locales, ávida
de los fondos de la Unión Europea, aceptara, para obtenerlos, pedir el ingreso
en la OTAN. Si esto hubiera ocurrido en 1995 o, incluso en el 2002, no hubiera
ocurrido absolutamente nada: pero ocurría justo en el momento en el que Rusia
había reconstruido su poder, trazado una red de influencias y alianzas
internacionales y, previsto lo que iba a ocurrir cuando pusiera las cartas
sobre la mesa: “no habrá vectores nucleares a 1.000 km de Moscú”.
Era evidente que, con Donald Trump en la presidencia de los EEUU,
este conflicto no hubiera tenido nunca lugar. Nadie hubiera empujado a Kiev al
regazo de la OTAN, ni nadie hubiera puesto en riesgo la seguridad rusa en las
circunstancias que ya se dieron durante el período trumpista. Ahora bien, con
la llegada de un anciano decrépito a la Casa blanca, lo que llegaban eran los “ultraliberales”,
los mercaderes de armas, los halcones, los que no estaban dispuestos a que los
EEUU se encerraran en un aislacionismo que les permitiera reconstruir
infraestructuras y rompiera con la globalización: han sido estos los que han
puesto al pueblo ucraniano en el frente. El nacionalismo ucraniano ha hecho lo
demás (de la misma forma que el nacionalismo polaco jugó un papel análogo en
1939).
Pero, desde que se inició el conflicto hemos asistido a algo
imprevisto: cada parte ha utilizado sus mejores recursos adaptados para la
guerra psicológica. Era normal que así ocurriera. Pero la novedad ha sido
que estos esfuerzos se han vehiculizado a través de las big-tech. Y
estas han impuesto sus reglas: corrección política, fair play a través
de “verificadores”, unido al consabido “Rusia es culpable”… Todos los mensajes,
incluso de líderes políticos, que no entraban dentro de estos parámetros, eran baneados
de las redes sociales. En cuanto a los “verificadores”, todos, sin excepción,
tomaban partido por una de las partes. Los intereses del gobierno
norteamericano y de los gobiernos de buena parte de los países integrados en la
OTAN, coincidían, al menos en esto, con los intereses de las big-tech y con
los de las multinacionales clásicas.
¿Por qué adoptaron esta orientación “pro-occidental”?
Es muy fácil de explicar: las big-tech percibían la
debilidad de los gobiernos occidentales. Bastaba con que un emisario de Facebook,
de Google, de Amazon, de Apple o de Netflix, hablara con ellos, para que los
gobiernos se plegaran a sus exigencias. Esto era imposible con otros gobiernos:
de haber empleado el mismo tono en Pekín, Moscú, Teherán o Nueva Delhi,
probablemente esos mismos emisarios y gestores habrían terminado entre rejas.
Esta era la diferencia.
Así pues, en los primeros meses del conflicto ucraniano se han
dado cuatro convergencias de intereses:
1) Convergencia de los intereses de las big-techs con los gobiernos occidentales.
2) Convergencia de los intereses de las viejas multinacionales con las nuevas big-tech.
3) Convergencia de los intereses del gobierno de los EEUU -una vez más- con el “complejo militar-petrolero-industrial” y con las tecnológicas.
4) Convergencia de los intereses del gobierno de los EEUU con los gobiernos de Europa dentro del marco de la OTAN.
Todo esto genera un entrelazado endiablado de intereses que explican cómo hemos llegado al punto en el que nos encontramos.
Pero no hay que olvidar que, también, a partir de todo esto se han
generado contradicciones insuperables. Se diría
que los gobiernos occidentales se han visto arrastrados, casi sin darse cuenta,
por una orgía de operaciones psicológicas, no solo a decantarse del lado de los
EEUU, adoptando posiciones irreflexivas y prescindiendo de las consecuencias
que pudieran tener para ellos mismos a corto plazo. Y, no digamos, de los
efectos que se van a generar a medio plazo.
Estas contradicciones insuperables son:
1) Contradicción entre los intereses de las poblaciones y los intereses de los gobiernos de Europa occidental: las decisiones apresuradas de los gobiernos están generando problemas de abastecimiento energético, inflación, inseguridad ante el futuro y van a redundar negativamente en su permanencia en el gobierno… con el consiguiente aumento de la cuota de votos de las opciones populistas de derechas e izquierdas.
2) Contradicción entre los intereses globales de las big-tech, que aspiran a estar presentes en todo el mundo y que, a partir de ahora, solamente estarán presentes en una parte del mundo (“Occidente”), pero serán proscritos en la otra (Rusia y China) y sometidos a control de los Estados en otra parte. Esto implica, así mismo, que Rusia, China, India e Irán, especialmente, fomentarán la creación de sus propias “redes sociales” nacionales e impondrán controles a las big-tech con base en los EEUU. La merma de más del 50% de su campo potencial de operaciones puede general una caída en bolsa progresiva del valor de estas corporaciones.
3) Contradicción entre los intereses del dólar norteamericano y su necesidad de seguir siendo “sobrevalorado” como “única moneda de cambio global” de un lado, y de otro, el hecho de que varios países estén en estos momentos estudiando la creación de otra monera de cambio común: conversaciones en las que están embarcados Rusia, China, India, Irán, con posibilidad de que se sumen otras potencias de tamaño medio. El gran riesgo para la economía mundial y, sobre todo, para la de los EEUU, es que el dólar se reduzca a su valor real: entre un 80 y un 40% inferior a su valor actual.
4) Contradicción entre la inercia de la globalización abordada desde 1989 y cuyos “beneficiarios” se niegan a realizar rectificaciones, pensando que nada ha cambiado y que los objetivos que la motivaron siguen siendo válidos, y el fracaso del modelo que es constatable para la mayor parte de las poblaciones y de los Estados que pueden considerarse como “damnificados” por la globalización.
5) Contradicción entre las “agendas globalistas” y la imposibilidad de aplicarlas más allá de “Occidente”. Las “agendas” abortistas, de muerte voluntaria, la agenda sobre el cambio climático y el conglomerado LGTBIQ+, los estudios de género, así como los “estudios de género” y el dogma de la igualdad a ultranza con la pérdida de cualquier identidad, es un fracaso fuera de “Occidente” y cada vez encuentra más resistencia en los países occidentales.
6) Contradicción entre las sociedades arraigadas en sus valores tradicionales y las sociedades que han aceptado las “agendas progresistas” y, por tanto, asumen una pérdida de identidad absoluta, rechazan cualquier forma de “exclusión” y consideran que nunca hay suficientes grados de “libertad” e “inclusión”. Esta contradicción se da entre Estados-Nación, pero también en el interior de cada unidad nacional.
7) Contradicciones entre el momento histórico (revolución científico tecnológica que proseguirá a lo largo del siglo XXI) y la forma de gobierno de las Naciones-Estado anclada en principios y en formas que tienen su origen en la primera revolución industrial (siglo XVIII).
Todas estas contradicciones, algunas de ellas latentes desde el
principio del fenómeno globalizador, han salido a la superficie desde el inicio
del conflicto ucraniano.
¿Hacia dónde vamos?
La salida lógica a todas estas contradicciones puede preverse que generará
-está generando- un nuevo escenario cuyas características principales serán:
1) Ruptura de la globalización e imposibilidad de aplicar las “agendas progresistas” más allá de “Occidente”. Incluso en los países occidentales, a pesar de que exista una “derecha progresista” y una “izquierda progresista”, la irrupción de los populismos hace difícil el que estas “agendas” pudieran imponerse sin el concurso decidido de las big-tech.
2) División del mundo en dos bloques: ya no queda nada de la “teoría del arco dorado de la paz mundial”, el logotipo de McDonald. Según esta teoría, dos países que tuvieran establecimientos McDonald nunca entrarían en guerra porque sus sociedades ya estaban unidas por los hábitos alimentarios… La salida de Mc Donald y de otras multinacionales occidentales de Rusia, escenifica a las claras que ya no hay “UN” mundo sino “DOS”. No es el esquema de la Guerra Fría, en donde existían dos imperios que disputaban la hegemonía, ahora lo que existen son dos “bloques” en posiciones antagónicas: uno sigue teniendo las mismas características de la Guerra Fría, la OTAN, pero el otro, es un frente amplio de países opuestos, a la globalización, al mundialismo, a las corporaciones multinacionales todopoderosas, que tienen incluso quintacolumnistas dentro de las naciones “occidentales” en forma de populismos (y viceversa, en la medida en que el mundialismo y la globalización también tienen “agentes” entre las élites del bloque antiglobalizador.
3) Aumento de las tensiones internacionales: los conflictos internacionales, históricamente, han estallado cuando un país ha hecho valer su voluntad de poder tratando de imponerse sobre otros o bien cuando una élite cuestionada y en riesgo de perder su hegemonía, opta por generar un conflicto artificialmente en el exterior, para mantenerse en el poder, retrasar su caída o debilitar al contrario. La tendencia actual es a que, después de la pandemia (que contuvo la crisis inflacionaria durante dos años: encerrados en sus casas, el consumo cayó en picado y, por tanto, se hizo imposible la inflación), los EEUU de la administración Biden, harán todo lo posible para generar una crisis bélica en un escenario alejado de los EEUU (conflicto ucraniano) que mantenga en pie la política anglosajona en vigor desde el siglo XVIII: generar conflictos en el viejo continente para evitar el eje Paris-Berlín-Moscú. El complejo militar-petrolero-industrial y las big-tech, han impulsado el conflicto ucraniano, comprometiendo -a través de la OTAN y de los políticos de bajo nivel que gobiernan en Europa- el bienestar y la seguridad de las poblaciones europeas en beneficio de las exportaciones norteamericanas (de gas y de armamento).
4) Exigencia en los países occidentales de que las big-tech sean vigiladas y tuteladas por los Estados: el peso de estas compañías ha crecido excesivamente y hoy se sienten en condiciones de dictar reglas. Personajes como Elon Musk tienen la seguridad de que cualquier declaración que hagan será reproducida inmediatamente en TODOS los medios de comunicación y redes sociales de todo el mundo inmediatamente y se permiten el lujo de especular con criptomonedas, crear de un día para otro burbujas que aumentan sus beneficios y hunden a pequeños accionistas e inversores, y sobre todo dictar sus normas a los gobiernos aterrorizados de que los propietarios de las redes sociales se vuelvan contra ellos en caso de no acceder a sus exigencias. Ante esto, la única salida es: gobiernos sólidos que impongan un rígido control a las corporaciones tecnológicas en todos los terrenos. Que sean consideradas como “empresas de utilidad pública” y, por tanto, sometidas a una vigilancia que excluya el que sus propietarios puedan intervenir políticamente a través de “lobbys” o de presiones sobre los gobiernos y se persigan sus vulneraciones a las legislaciones de cada país y sus ambiciones monopolistas.
5) Exigencia de renovación política radical en los países occidentales con nuevas formas de liderazgo: ni Montesquieu, ni el parlamentarismo, ni la partidocracia, tienen lugar hoy. Han demostrado demasiadas veces su fracaso y han evidenciado que no están en condiciones ni de comprender ni, mucho menos, de gestionar el mundo del siglo XXI. Hace falta una profunda renovación política y cada vez es más visible que los partidos tradicionales no van a acceder a ello, ni a aplicar reformas constitucionales (y, mucho mejor, nuevas constituciones) que contemplen reformas políticas en profundidad.
6) El sistema económico mundial pende de un hilo que puede romperse al constatar la ruptura de la globalización y cuando esta sea todavía más evidente. Sufrirán los eslabones más débiles de la cadena, esto es, aquellos países que han ido deslocalizando su industria en los últimos 25 años y que ahora tienen exceso de paro y altas tasas de endeudamiento público. Obviamente, el país más expuesto son los EEUU y en segundo lugar los países de Europa Occidental y la UE, verdadero enano político y puzle económico en el que cada uno de los asociados intenta suplir sus propias carencias, aprovechándose de los demás. Un pequeño tropiezo en la política norteamericana (¿quién sucederá dentro de dos años a Biden?), la caída del dólar, la retirada masiva de fondos de inversión chinos, petrodólares, inversores europeos, y yenes de las bolsas norteamericanas, ante el primer síntoma de crisis del dólar, puede llevar a la catástrofe en pocas horas a la economía norteamericana. La ruptura de la globalización, por lo demás, puede generar el desabastecimiento en Europa y alcanzar la hiperinflación que, en las actuales circunstancias, y por breve que fuera, supondría el colapso del sistema económico mundial, que generaría una crisis social de dimensiones incalculables y, por supuesto, una crisis política de la que las “partidocracias occidentales” no podrían recuperarse.
Todo esto es lo que puede deducirse de la observación de la marcha
del conflicto ucraniano y de las reacciones intemperantes y poco meditadas de
los gobiernos occidentales. El mundo está cambiando ante nuestros ojos: no
lo vemos porque tenemos exceso de información, pero desde el momento en el que
nos paramos a meditar e incorporamos informaciones que, poco a poco, van
apareciendo en los medios, percibimos las tendencias y los entrecruzamientos complejos
de intereses sin salida.
Es la hora en la que los marmolistas pueden empezar a cincelar una losa fúnebre: “RIP. Aquí yace la globalización. Lo que no pudo ser ayer, es imposible hoy”. Preparad las palas para cavar una fosa bien profunda.