Oswald Mosley fue con Per Enghald, el único de los líderes
de los partidos fascistas históricos que siguió en activo en sus países de
origen tras el marasmo que supuso la Segunda Guerra Mundial. Personajes como
Leon Degrelle u Horia Sima, debieron abandonar sus países, partir para el
exilio y limitarse a mantener sus ideas, pero sin posibilidades de poder difundirlas
en sus respectivos países. Resulta curioso constatar que, tanto Mosley como
Enghald parecen estar en el origen del “neofascismo europeísta” por el que
luego circuló Jean Thiriart y tantos otros. La apreciación no es completamente
exacta. De hecho, a principios de los años 30, distintas revistas -especialmente
Die Tat- afectas al área de la “revolución conservadora” alemana, ya
habían mostrado esa tendencia europeísta que luego incorporaron al Tercer Reich.
Seguir estas evoluciones es algo curioso.
Cualquier observador imparcial puede llegar a la conclusión
de que, de no haber estallado la Segunda Guerra Mundial, Alemania, antes
incluso de 1945, hubiera hecho gravitar toda la economía europea en torno suyo.
Era el resultado de la política “racial” hitleriana que consistía en unir a
todos los territorios poblados por ciudadanos de lengua alemana en una sola
nación. Tras los acuerdos de Munich, este plan estaba casi completo, a
falta de llegar al acuerdo sobre el “corredor de Danzig”. Parece evidente que
un bloque de 100 millones de ciudadanos, unidos en torno a un régimen con
una alta capacidad industrial y tecnológica y excepcionalmente estable, hubiera
hecho que todas las economías europeas gravitaran en torno suyo, y eso implicaba
también que Berlín hubiera sido -como, de hecho, se estaba convirtiendo- en el centro
político de Europa.
- el primero el “germánico” (lo que luego sería el Tercer Reich),
- luego el danubiano (la llamada Mittleleurope) y, finalmente,- un tercer círculo que abarcara a todo el continente europeo.
Tales eran las tres etapas de crecimiento económico en los
que se basaba el Tercer Reich. El resultado final era una “Europa alemana”…
¿por conquista militar? No, por el peso de la economía alemana.
Cuando, durante la guerra, especialmente, tras la Operación
Barbarroja, el Reich insistió en la idea de “nuevo orden europeo” y en la
incorporación de voluntarios de todos los países europeos a la lucha antibolchevique,
no estaba haciendo nada más que aportar un contenido político-emocional al
proyecto económico continental. Per Enghald, presidente del Nysvenska Rörelsens
y director del Vägen Framät, y Sir Oswald Mosley, presidente del Union
Movement, después de 1945, asumieron la idea de construcción de una “Europa
unitaria y comunitaria” en un momento en el que nadie hablaba aún, ni de Unión
Europea, ni de Mercado Común y, solamente, el Movimiento Federalista Europeo,
surgido al calor de los Coudenhove Kalergi en los años 20.
El fascismo sufrió una mutación al transformarse en
neo-fascismo tras la derrota de 1945. El nacionalismo quedó en segundo plano en
relación a la afirmación europeísta. Es cierto que, los partidos
electoralistas (básicamente, el MSI, y más adelante el Socialistische
Reichspartei, convertido luego en NDP) volvieron a utilizar el “nacionalismo”
como argumento electoral (las masas siempre van más retrasadas en relación a
las necesidades de su tiempo), pero lo cierto es que la gran aportación de
Mosley y de Enghald después de 1945, fue recuperar el hilo paneuropeista presente
en el nacional-socialismo y transformarlo en “nacionalismo europeo”.
Recientemente, hemos traducido para el número 63 de la Revista de Historia del Fascismo una serie de entrevistas realizadas a Mosley en la postguerra, así como una biografía sobre el personaje escrita por nuestro amigo quebecois, Rémy Tremblay. Mientras nos dábamos cuenta de la lucidez y de la novedad que aportó el personaje en cada momento de su vida, meditábamos sobre cómo fue posible que las masas que aplaudieron a Mosley en 1948 en su primer mitin de postguerra en Trafalgar Square, en el que proclamó la necesidad de la unidad europea, pasados los años, se convirtieran en primeros detractores de aquel proyecto y tomaran la vía del “brexit”.
Es fácil interpretar lo que ocurrió: Mosley no se equivocó
en absoluto en sus apreciaciones, ni sobre el plano económico (veía la
globalización y el multiculturalismo como los grandes peligros que aquejaban a
Europa y, particularmente, al Reino Unido, desde principios de los años 30), ni
sobre Europa (que sigue siendo hoy más necesaria que hace 70 años). Lo que
Mosley en 1948 no podía prever es que la bandera de la “unidad europea” la
asumieran los que han terminado siendo grandes valedores de la globalización en
nuestro continente.
En efecto, después de un primer período en el que la
Comunidad Económica Europea se “vendió” como un intento para racionalizar las
relaciones económico-comerciales entre Francia y Alemania y evitar una guerra
entre ambas generaciones, luego, ya en los años 70, pasó a ser una excusa para “democratizar”
el Sur de Europa con el atractivo de ampliar las relaciones comerciales de países
que iban más atrasados en el desarrollo económico, con mano de obra más barata
y con la zanahoria de las subvenciones para el desarrollo. Luego cayó el muro
de Berlín, y cuando parecía que la unidad europea estaba al alcance de la mano,
bruscamente nos dimos cuenta de que la Unión Europea no era nada más que la
pieza continental de la globalización.
El proyecto de crear una Europa libre, fuerte e
independiente, autosuficiente en materia económica y que exportara excedentes
de producción a cambio de las materias primas necesarias, quedó completamente
desnaturalizado. Y entonces surgió la consigna: “Sí a Europa, no a esta
Europa”.
Mosley, ya no pudo ver esta fase. Falleció en París en diciembre
de 1980, ocho años después de haber abandonado la dirección de la Union Movement
que dio vida al National Front, por un lado, y a la League of Saint Georges por
otro. La traducción de textos de Mosley, nos ha dado ocasión para reflexionar
sobre tres aspectos:
1) Las diferencias entre el fascismo y el neo-fascismo y la mutación histórica y doctrinal que supuso el tránsito de uno al otro.
2) El carácter europeísta del primer neofascismo, impulsado por Per Enghald y por Oswald Mosley que luego perfiló y recuperó Thiriart en el área francófona.3) El juicio crítico que el neofascismo realizó del fascismo histórico y que Mosley resumió en las entrevistas que le realizaron en la posguerra medios de comunicación de primera fila.
El neofascismo tuvo que cargar con la losa de la derrota y
de la criminalización. Pasará el tiempo, pasarán las décadas y los siglos y
llegará el día en el que algún historiador, manejando biografías, documentos,
declaraciones y manifiestos, llegará a la conclusión de que el primer
neofascismo de la postguerra (el desarrollado entre 1948, fecha en que se inició
la “guerra fría” y 1973, fecha en la que concluyó el período de expansión de la
economía mundial y se inició el tiempo de las grandes convulsiones y
transformaciones del capitalismo), fue excepcionalmente lúcido en sus previsiones,
ponderado en sus críticas y realista en sus juicios.
Si no fue más lejos, si
Mosley nunca recuperó su escaño en la Cámara de los Comunes y si Per Enghald
tuvo que contentarse con presidir la creación del Movimiento Social Europeo en
1951 que falleció víctima del electoralismo de unos y del extremismo verbalista
de otros. Pero, sobre todo, porque sobre ellos pesaba el estigma de la
derrota.