Ochenta y tres años son muchos como para que el tiempo no
haya desgastado y difuminado el recuerdo de uno más del medio millón de muertos
de la última Guerra Civil. Y, sin embargo, hay algunos que nos resistimos a
pasar página y dejar atrás la figura de Ramiro Ledesma. Lo más terrible de
aquel fusilamiento fue que dejó en la incógnita lo que hubiera sido su vida
intelectual posterior y, por otro lado, dio pie a malas o malísimas interpretaciones
de su obra, que iban paralelas a exaltaciones y retórica tanto o más ridículas.
Ramiro Ledesma era “fascista”, claro está que entendía el
fascismo de manera genérica como una tendencia internacional “de las juventudes”
que había que adaptar en cada país: patriotismo + justicia social. La síntesis
que él creó para España se llamó nacional-sindicalismo. Ni siquiera hoy el
nombre resulta comprensible en un momento en el que la tercera revolución industrial
se solapa con los inicios de la cuarta, mientras que el sindicalismo fue la
forma de organización de los trabajadores mientras duró la segunda revolución
industrial, para ser hoy un simple arcaísmo sólo apto para mantener a unos “interlocutores
sociales” subsidiados, que representan muy poco.
Era diferente, claro está, en los años 30, cuando la CNT era
el sindicato mayoritario en Cataluña y Andalucía y estaba separado por unos
pocos miles de afiliados de la UGT. Y la CNT era el “sindicalismo revolucionario
apolítico”. Así que se trataba de “politizar” a las masas obreras. Ramiro
Ledesma no fue el único en intentar ganarlas para su causa. Todo el
nacionalismo catalán de la época había intentado otro tanto (y fracaso,
igualmente). Los únicos que lograron controlar el sindicato, para su desgracia,
fue la FAI que logró incluso invertir los términos: no fue el nacionalismo
catalán el que logró conquistar al sindicato, sino el sindicato el que logró
que, durante los 10 primeros meses de guerra civil, la Generalitat comiera de
la mano de la CNT-FAI. Por entonces Ledesma ya había sido fusilado en Aravaca.
Ledesma, por cierto, no había sido el padre de la consigna de
“nacionalizar a la CNT”. Su conocimiento del alemán le permitía estar al
corriente de lo que se cocía en Alemania desde finales de los años 20 y era
inevitable que aquella consigna de “nacionalizar a la clase obrera alemana”
lanzada por Adolf Hitler, resonara en sus oídos. A fin de cuentas, cuando José
Antonio Primo de Rivera viajó a Italia poco antes del mitin del Teatro de la
Comedia, el propio Mussolini le aconsejó que contactara con Ángel Pestaña
para integrarlo en su proyecto político (detalle que demuestra el interés y
la información que poseía el Duce sobre el movimiento obrero europeo; el
detalle lo aporta Ángel María de Lera en su biografía de Pestaña, transmitido
por el propio biografiado que cuando explicó cómo había ido la entrevista con
José Antonio).
Hasta última hora, Ledesma mantuvo en pie su idea de “nacionalizar
a la CNT” y, de hecho, tal era la intención de su última aventura editorial “Nuestra
Revolución”. A 83 años de su fusilamiento, parece evidente que, de todos
los temas que propuso en su época, éste no ha sido de los que conservan más
actualidad.
En las biografías de Ledesma aparecen cinco “actividades
profesionales”: “filósofo, político, escritor, ensayista y periodista”.
Efectivamente, fue todo eso, pero no en el mismo grado y, por lo demás, habría
que especificar qué tipo de político fue, porque su historial nos revela que no
tuvo nada que ver con el político al uso tal como se entendía en la época.
Ledesma fue, especialmente doctrinario y estratega.
Lo primero nos induce a plantear qué queda de la “doctrina”
enunciada por él enunciada. Es simple: su patriotismo que viene acompañado
de una “cualidad”, es un “patriotismo crítico”. No se limita a cantar las
glorias, reales o míticas del pasado, sino que apunta a solventar los problemas
y las carencias de España en aquel momento histórico.
En este terreno, cabe decir que, después suyo, salvo la polémica entre Calvo Serer y Antonio Tovar sobre “España sin problema” o “España como problema”, no ha existido ningún intento de revisión del patriotismo español como la realizada por Ledesma. Quizás ese sea el problema que sufre hoy el patriotismo español: que no ha vuelto a tener intérpretes, ni ser objeto de revisiones en un momento en el que la historia lleva unas décadas acelerada. La revisión de Ledesma en su Discurso a las Juventudes de España esta, ciertamente, lastrado por el espíritu de los años 30, pero el “patriotismo crítico” sigue siendo, en estos momentos, la única forma de ser razonablemente “patriota”.
Y luego está el otro aspecto, el de “estratega”. Ledesma era
a principios de los años 30, uno de los pocos españoles que se había leído La
Técnica del Golpe de Estado de Curzio Malaparte y conocía al dedillo la
evolución del NSDAP y sabía que elementos habían aportado pujanza al nacional-socialismo.
Sabía que lo esencial no era generar brillantes ideas, sino cómo traducir estas
en políticas de Estado y, para eso, había que construir un movimiento político
utilizando las piezas dispersas que figurasen en el tablero. Y eso hizo en los
últimos momentos de la Dictadura cuando concibió la idea de llevar a la
práctica en nuestro país aquello por lo que, primero Giménez Caballero le había
ilustrado y que luego él mismo fue capaz de asimilar.
¿Y cuál era la “estrategia” de Ledesma? La de “construcción
del partido” en torno a un núcleo duro que fuera ampliando su radio de acción.
Todo fue bien hasta la crisis generada a finales de 1934 cuando la ampliación
de ese radio de acción pasaba, simplemente por integrar a Calvo Sotelo en
Falange o trasladar el proyecto a otra sigla. La “escisión de los jonsistas”
fue negativa para el partido de José Antonio, pero extremadamente buena para el
nacional-sindicalismo. El período de reflexión, hasta que ambos reconstruyeron
la relación a lo largo de 1936, generó un texto de referencia, sin duda el
documento más brillante emitido por aquella área política durante el período
republicano: el Discurso seguido por las dos Digresiones sobre el
destino de las juventudes. Textos para la posteridad.
Leer toda aquella literatura, en el 2019, puede aportar poco
en sí misma. Nos indica solamente cómo fue una época y cómo Ledesma trató de
influir sobre su tiempo. Ochenta años después, las técnicas políticas son
completamente diferentes, los procesos de “construcción del partido” se
realizan con otras técnicas, lo que Malaparte pudo sugerirle en su libro es
hoy, en cualquier caso, irrealizable. Y las obras doctrinales de Ledesma
o su nacional-sindicalismo ideado para una situación de pujanza de la clase
obrera y del sindicalismo revolucionario, ya no tiene sentido. Y, en lo
relativo al “patriotismo crítico”, vale más como método de análisis, pues no en
vano la época de los Estados-Nación ha periclitado.
Estas reflexiones, así como la percepción de que lo peor
sobre Ledesma eran los intérpretes de su obra que creían poder arribarla a sus pequeños
chiringuitos, fue lo que nos indujo una tarde en la que salir a la calle en
Montreal suponía quedar congelado, a escribir una serie de ensayos sobre él, que
se publicaron en los primeros números de la Revista de Historia del
Fascismo, y que luego fueron recogidos en el volumen Ramiro
Ledesma a contraluz publicado en 2014.
Lo que sobrevive de Ledesma, junto al “patriotismo
crítico”, es la necesidad de un método en política, de una estrategia (plan
general de operaciones para la conquista de un objetivo político). Si hoy
vemos partidos que nacen, crecen y mueren en apenas 10 años, si vemos movimientos
de masas lanzadas a la calle por sus mentores, pero sin esperanzas, es precisamente
por que desconocen el “método” sobre el que solamente un filósofo matemático
como Ledesma, podía establecer con conocimiento de causa. Pero, claro está, las
respuestas a estos dos problemas, el “patriotismo crítico” y el “método”, que
Ledesma teorizó en los años 30, no puede ser el mismo, en ningún caso, que el
necesario hoy en España. Así pues, ni basta con leer escritos redactados
hace entre 80 y 90 años, ni con conocer su biografía: es preciso tener la
imaginación suficiente, la creatividad, la objetividad y la voluntad (siempre
la voluntad, por encima de todo la voluntad) de adaptar “método” y “patriotismo
crítico” a la mutación científico-histórico-social, en medio de crisis
económicas derivadas de la globalización, que se nos viene encima en la próxima
década.