Históricamente, cuando más catalanista se ha presentado el
PSC ante su electorado, más votos ha perdido. Esta actitud es dependiente de su
origen: durante los años del franquismo, los únicos que se decían “socialistas”
en Cataluña eran hijos de la alta burguesía, los padres de muchos de ellos
habían sido “lliguistas” o, simplemente, habían colaborado con el franquismo,
mientras los hijos formaban parte -para mayor inri- del Front “Obrer” Català
(FOC), compuesto casi completamente por estudiantes...
En 1975, la Federación Catalana del PSOE (que no tenía nada
que ver con todo ese ambiente) era poco menos que inexistente y de no ser por
la unión entre el PSC (reagrupament), los más nacionalistas, y por el PSC
(convergencia), los antiguos FOC más sectores de la “gauche divine”, el PSOE en
Cataluña hubiera estado prácticamente ausente de la transición.
El PSC, finalmente, terminó surgiendo de la unión de las
tres fracciones (Federación Catalana del PSOE, PSC(r) y PSC(c). Solía tener
mayoría en las elecciones generales y quedaba rebasado por CiU en las
autonómicas. Los socialistas nunca parecieron preguntarse el por qué. Su
clientela procedía, al alimón, de las clases medias urbanas y de los barrios
obreros que, poco a poco, se habían ido desencantando del PSUC. Cuando
Santiago Carrillo, realizó la última traición de su vida (liquidar
deliberadamente al PCE para asegurarse la vejez a cuenta del PSOE), el PSC
vivió sus momentos de mayor seguimiento. Pero lo que ocurrió luego fue
significativo.
En los años 90, el PP empezó a subir electoralmente en
Cataluña, especialmente, en zonas obreras. Los votos procedían de sectores que
hasta ese momento habían votado al PSC y antes al PSUC. Esta tendencia siguió
hasta 2003, cuando los votantes procedentes de la izquierda catalana rechazaron
la política absurda de Aznar de alineamiento con Bush en el latrocinio de Irak.
Antes, el flujo ya se había ralentizado cuando Aznar desplazó a Vidal-Quadras a
Madrid y manifestó que hablaba catalán “en familia”. Desde entonces, el PP catalán
tiene dificultades para afirmar su credibilidad.
Para el observador atento las cosas estaban claras: la
clase obrera catalana nunca ha sido nacionalista, ni mucho menos
independentista. Hoy mismo, la afiliación a los sindicatos mayoritarios en
Cataluña es inferior a la que se da en otras partes del Estado, simplemente por
la actitud ambigua de las direcciones de UGT y de CCOO respecto al
independentismo. Cuando más ha insistido un partido de izquierdas en el “nacionalismo
catalán”, más votos ha perdido hacia su derecha. Sobre el “izquierdismo” de
ERC habría mucho que hablar: su nacionalismo independentista es anterior y
superior a los elementos “de izquierdas” de su programa y, de hecho, el
futuro -cantado- de ERC, será o morir en la pira de la independencia frustrada
u ocupar el espacio del nacionalismo moderado. ¿Izquierda en ERC? Más bien
clase media y “Cataluña profunda”.
El PSC, deliberada o inconscientemente, ha ocupado un
papel objetivo en Cataluña: tratar de neutralizar a la clase obrera catalana,
evitar que surgiera, como en el primer tercio del siglo XX, un “lerrouxismo”
obrero que combatiera frontal y radicalmente al nacionalismo. El PSC no
eran más que los hijos de la alta burguesía catalana dirigiendo a los obreros
castellano-parlantes y conduciéndolos como ganado hacia los pastos cercados ofrecidos
por la gencat.
De ahí el papel extraordinariamente ambiguo del PSC: “socialista”,
pero no nacionalista, aunque sus dirigentes siempre han manifestado que Cataluña
es una “nación”. Contrarios al “procés”, pero sin ocultar una predisposición
hacia el “derecho de autodeterminación”. No “independentistas”, pero partidarios
de que Cataluña alcance sus “más altas cotas de autogobierno”. Y, por supuesto,
ni un solo socialista ha dicho nada sobre la “inmersión lingüística”, ni sobre
el derecho de los ciudadanos que viven en Cataluña a recibir enseñanzas en el
idioma que elijan. Ni chicha, ni limoná o, si se prefiere, eclecticismo
ambiguo, oportunista y timorato.
El error táctico del PSC consistió durante todo el ciclo
de Pujol en querer competir con él en “nacionalismo”. Esto le costo a Obiols y
a Maragall varias derrotas inexorables. Cuando el electorado catalán ya no
tuvo dudas de que el “pujolato” había convertido a Cataluña en la región más
corrupta del Estado (a corta distancia y compitiendo con el socialismo
andaluz), Maragall logró para el PSC una victoria circunstancial en las
autonómicas. El Pacto del Tinell, un acuerdo anti-PP, suscrito con ERC y con
ICV, fue el origen del “tripartito”. Maragall encontró a su mejor aliado en
un Carod-Rovira que ya por entonces pronosticó la independencia catalana para
el 2014. El “nou Estatut” debería ser el paso previo. Y Maragall -ya por
entonces con el cerebro desbaratado, hay que recordarlo, incluso disperso y
enfermo antes desde finales de los 90- encontró en ERC a su aliado natural,
convencido de que había que “ser más nacionalista que CiU” y rebasar a CiU en
búsqueda de la autodeterminación. Los “lodos” independentistas de hoy son,
directamente, el resultado de las apuestas erróneas del PSC en 2003.
Maragall quiso dar una forma doctrinal a este proyecto tan
simplón. Y un buen día, sin consultarlo a nadie, se sacó de la manga el “federalismo
asimétrico”: España seguiría siendo un Estado, pero no unitario, sino federal.
La asimetría vendría porque Cataluña sería “más” que el resto de federaciones
regionales… La única forma de encajar esta concepción excéntrica dentro de
un programa político era olvidando la “asimetría” y rescatando el término “España
federal”.
¿Qué es el federalismo? Algo muy simple: se coge una nación,
se la trocea en tantos fragmentos como sea menester, se le dice a cada
fragmento que son un “Estado” y luego se les asocia… ¿En España? ¡Todavía más
fácil! Bastaría con dar rango de “Estado” a las 17 autonomías y luego reunirlas
de nuevo… Absurdo desde todos los puntos de vista. Por lo demás, si bien es
cierto que existen “Estados Federales”, también es cierto que nunca han surgido
del desmantelamiento de un Estado unitario, sino de la agregación de piezas que
inicialmente eran independientes.
Lo que el PSC proponía no era más que el proyecto de un
cerebro que cuando lo elaboró estaba enfermo. Pero entre 1998 y 2003, el
PSC no tenia otro líder visible y en condiciones de batir a Pujol que Maragall
y nadie se atrevió a desmentirle. Primero hacía falta llegar al poder
autonómico y luego colocar a un “charnego” tapado al frente del PSC que se
popularizara desde el poder y que luego lo sustituyera (Montilla, en concreto).
La cosa no fue bien, ni para el PSC, ni para Cataluña.
En primer lugar, porque en el primer tripartito de Maragall, no gobernó éste,
sino Carod-Rovira, como “primer conseller” y luego, tras su ignominiosa reunión
con los etarras de Perpiñán (“no atentéis en Cataluña, matad más allá del Ebro”),
desde la sombra. Y el proyecto de Carod era mucho más claro: “independencia en
el 2014 y, para ello, nou estatut”. El programa del PSC era “autodeterminación
versus federalismo en todo el Estado”.
La crisis económica iniciada en 2008, relanzó el
independentismo y el PSOE se olvidó del federalismo que era como echar leña al
fuego. El horno no estaba para bollos. Incluso el PSC puso en barbecho tan
peregrina idea. Sin embargo, ayer se supo que el programa original del PSOE
para estas elecciones no incluía el federalismo. Iceta montó en cólera (dentro
de lo que Iceta puede montar en cólera) y telefoneó directamente a la Narbona
para que introdujera sin más dilación la referencia al “federalismo”.
Sánchez dijo que la omisión se debía a que el documento estaba inacabado.
La suerte para el PSOE es que nadie se preocupa por leer los
programas políticos y que el discurso socialista en Cataluña será “federalista”
(especialmente de cara a los medios regionales), pero en el resto del Estado
será “unitarista, democrático y constitucionalista”.
Lo peor para el PSOE es que, si aspira a obtener buenos
resultados electorales precisa de una “buena tajada” de diputados catalanes. Es
muy posible que en estas elecciones se produzca un desplazamiento de votos del
Cs al PSC e, incluso de ERC al PSC. Pero el verdadero drama del PSOE consiste
en que mientras piense que su crecimiento en Cataluña se debe a su “federalismo”
y no adopte una postura clara en materia de vertebración del Estado (y sólo hay
una: o Estado unitario o centrifugación indepe), siempre será vulnerable
en el resto del Estado e incluso esta temática supondrá un germen de disolución
interior.
Está claro, por lo demás, que la dirección nacional del
PSOE no tiene la más mínima intención de embarcarse en una “reforma federal del
Estado” que no haría más que añadir problemas y que está destinado a defender
la unidad del Estado o arriesgarse a entrar en crisis en el resto de España
(incluso en Cataluña).
Yo me pregunto, si los electores piensan antes de votar.
Creo que la inmensa mayoría no lo hacen. Pero de lo que no me cabe la menor
duda es que los dirigentes de los partidos políticos tampoco piensan mucho más
allá de tratar de contentar a lo que ellos creen que es su electorado natural lanzando
mensajes en los que ni siquiera ellos mismos han meditado.
En cualquier caso, ese intento desesperado del PSC por
mantener la equidistancia entre independentismo y unionismo, empieza a resultar
de un patetismo y de una fatuidad exasperantes. Sobre todo, porque estamos
en 2019 y la monserga de “federalismo y plurinacionalidad” empieza a ser tan
cargantes como una docena de críos cortando una autopista en nombre de un
proyecto independentista fracasado, pan de cada día en esta Cataluña
crepuscular.