martes, 29 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (39) ¿PORQUÉ LAS ZONAS MÁS "ESPAÑOLISTAS" DEL ESTADO SE TRANSFORMARON EN LAS MÁS INDEPENDENTISTAS?


Lo más sorprendente de nuestro país es que las dos zonas en las que ha prendido el independentismo, Cataluña y Vasconia, fueron, no hace tanto, las dos zonas más conservadoras y “españolistas” del Estado. Pero, no “un poco”, conservadoras y españolistas, sino las más de lo más… Y esto hasta las dos últimas décadas del siglo XIX. Luego todo cambio, y en esas mismas regiones prendió el independentismo. Hay explicaciones para ello, pero son parciales y, como máximo, contribuyen a aclarar algunos aspectos. Hoy, aportaremos algún otro punto de vista.

La explicación más habitual a la aparición del independentismo en España se basa en que, tanto Cataluña como el País Vasco eran las dos únicas zonas con una relativa industrialización en el momento en el que aparece el fenómeno nacionalista. Como se sabe, el nacionalismo no es más que la expresión reivindicativa de la burguesía que aspira a un marco político que le pertenezca en propiedad para asegurar la buena marcha de sus negocios. Para garantizar ese resultado precisan que su poder económico se traduzca en poder político. Y ese poder se coagulaba en un Estado-Nación. La aparición de un “nacionalismo” siempre es previo a la formación de una “nación” y, por tanto, a la independencia del Estado-matriz. Lo que está claro es que no existe “nacionalismo” sin que, al final, aparezca “independentismo”.

En Cataluña, existió una fase previa, que fue el “regionalismo” que ya colmaba las expectativas de una burguesía que había adoptado un tono de superioridad y que aspiraba, no solamente a llevar las riendas de Cataluña, sino también a dirigir el Estado Español. A fin de cuentas, a la burguesía catalana no le había ido mal con las políticas “proteccionistas” impulsadas por los gobiernos del Estado, así que era consciente de que el destino de sus negocios estaba íntimamente vinculado a la suerte de España. Regionalismo sí, nacionalismo un poco, independentismo nada. Los negocios, son los negocios. La mayor parte de la alta burguesía catalana de nuestros días sigue pensando igual.


No puede extrañar que el nacionalismo catalán y vasco se gestaran a finales del XIX. España contaba con una burguesía débil y solamente en estas dos zonas tenía una mínima densidad y una conciencia de sí misma. Hacía muy pocas décadas de que se había vivido “la primavera de las naciones” y era inevitable que allí donde existiera una lengua regional y una burguesía creciente, apareciera el nacionalismo. Porque el nacionalismo precisa de una cultura propia dotada de una mitología particular para poder prosperar y elaborar su “historia nacional”. Las burguesías catalana y vasca “pagaron” al peso la recuperación, actualización o simple invención de esa cultura. Y en el caso catalán, la crearon los Maragall y los Verdaguer a golpe de talonario de los Güell (no fueron los únicos).

El hecho de que se tratara de zonas “fronterizas” con Francia es interpretado por algunos como determinante: unos afirman que en estas zonas se tenía mayor contacto con “Europa” y otros que esa posición geopolítica facilitaba el progreso económico y, con él, el nacionalismo. Discutible. Especialmente porque el “vecino”, Francia, es un país centralizado y centralizador y las zonas del Sur, fronterizas, no eran particularmente ricas ni desarrolladas.

Los hay que sostienen que el final de la Tercera Guerra Carlista determinó el hundimiento de este movimiento antiliberal y la liberación de fuerzas “forales” que contenía. La derrota carlista entrañaría la aparición de un vacío político en las zonas en la que había sido más fuerte: Cataluña y el Norte Vasco-Navarro. El “tetralema” carlista está compuesto por “Dios – Patria – Fueros – Rey”, por este orden de importancia. Los fueros son anteriores y superiores al rey que encarna la legitimidad dinástica, pero antes están, Dios y la Patria. Y ningún carlista dudó nunca de que su patria era España, fuera andaluz, catalán, vasco, navarro o castellano.

Otro elemento a destacar, ligado al anterior: tanto en el País Vasco como en Cataluña, el peso del catolicismo era decisivo, hasta el punto de que el regionalismo primero y el nacionalismo después, se tiñeron de una fuerte patina religiosa. En ambos casos, puede decirse que entre los impulsores del primer regionalismo-nacionalista figuran elementos del clero de ambas regiones. Y, en el caso catalán, la otra componente son elementos masónico-carbonarios que aparecen en las primeras formaciones (Jove Catalunya) y en algunos líderes (Almirall), reforzados por antiguos federalistas (igualmente de extracción mayoritariamente masónica). Esto no puede extrañar: detrás de todo movimiento nacionalista y republicano en el siglo XIX y en buena parte del XX, siempre han aparecido masones (en tanto que expresiones organizadas del pensamiento burgués y liberal).

Pero, en todo esto, falta algo. No explica el porqué en el País Vasco se ha asesinado en nombre del nacionalismo hasta hace poco, ni explica el fanatismo independentista de sectores de la sociedad española. Seguramente, se debe a que ambos fenómenos, al margen de que son dos expresiones del mismo fenómeno, tienen orígenes diferentes. Los abuelos de los actuales independentistas lo sabían: en 1926 cuando Macià fue a la URSS a buscar apoyo para su proyecto independista, los nacionalistas vascos, furibundamenta anticomunista (e incluso, antimasones y antisemitas) lo dejaron solos y costó más de un lustro recomponer la situación.

El nacionalismo vasco, se inició como un fenómeno étnico. Y aquí si que hay que reconocer que, a pesar de que la historia común haya soldado al País Vasco con España, lo cierto es que el factor étnico está presente en la ecuación. El telurismo propio de la sociedad vasca, en donde la “maru” es el eje, contrasta con las sociedades patriarcales del resto del Estado (incluida Cataluña). Suelen existir allí “mannerbünde” (sociedades de hombres) bajo la forma de “sociedades gastronómicas”, deportes sólo para hombres, las “peñas”, en el que el hombre vasco se refugia en sí mismo y en otros que son como él, creando una realidad a parte distanciada del universo de la madre. Se ha recordado que ETA nació en un seminario y que, por tanto, estuvo cerca del modelo originario del nacionalismo vasco (ultracatólico). Basta leer los textos de la época o el Vasconia de Federico Krutwig, para darse cuenta de que, tras de la cascada de datos para interpretar la historia vasca, lo que se termina proponiendo es un “alzamiento de hombres vascos”. Lo que Krutwig, Txillardegui y la primera generación de ETA hizo, no fue más que crear otra “mannerbünde” en la que demostrar su virilidad y afirmarse como hombres en el seno de una sociedad telúrica y ginecocrática.


El nacionalismo catalán es completamente diferente. Se hubiera eternizado como “regionalismo” de no ser porque los problemas económicos y la inestabilidad política de la última fase de la Restauración, generaron una serie de fenómenos entre los que figuran, la crisis económico-social y de orden público que se desencadenó en Cataluña a partir de 1918 y hasta la Dictadura de Primo de Rivera; las oleadas de inmigración interior que habían llegado a Cataluña y que generaron, en los pueblos que se iban industrializando una sensación de pérdida de identidad y de verse anegados por recién llegados a los que no se apreciaba en absoluto y que, para colmo, se integraban en los sindicatos libertarios sin ocultar deseos de revanchismo social. El "drama" del nacionalismo catalán, experimentado especialmente a partir de la Semana Trágica de 1909, fue tener que recurrir al ejército español para que conjurara la amenaza obrera, pero, al mismo tiempo, tener que pagar por ello impuestos al Estado Español que, hasta ahora, se invertían en las zonas más deprimidas del país, aquellas que generaban más migración interior. La situación no tenía más salida que la demagogia de la que Maciá empezó a ser la encarnación sustituyendo el “seny” por la “rauxa”. Lo racional por lo irracional.

Aun así, incluso antes de la guerra civil, buena parte del nacionalismo y todo el regionalismo catalán, seguía apegado a los valores católicos. Y así siguió ocurriendo también hasta los años 60. A partir de ese momento, la crisis de la Iglesia tras el Vaticano II y su casi total desaparición en nuestros días como fenómeno social, tendieron a liberar “fuerzas místicas” que hasta ese momento se habían orientado hacia el culto religioso y que, a partir de ahora, pasaron a ser formas de “providencialismo” y de “misticismo” nacionalista.

La religión exige un alto grado de irracionalismo, mientras que la política es, sobre todo, la gestión racional de ideas y recursos. Hace una década, bastaba leer los comunicados de ETA y sus formas de justificar sus asesinatos, para darse cuenta de que el irracionalismo estaba presente en ellos. Hoy, basta cambiar dos palabras con los que cercan la estación de Sans, cortan carreteras o queman contenedores, para advertir que en ellos está presente una nueva fe religiosa, mística e irracional, providencialista y alucinada.

En las zonas más católicas del país (Cataluña y la zona Vasco-Navarra) es donde más ha prendido el nacionalismo: eran zonas adaptada para las “grandes creencias”, la fe (entendida como una fuerza irracional que liga a una determinada creencia indemostrable y subjetiva). Una vez más se cumple la ley que Spengler enunció hace un poco más de cien años: cuando una religión tradicional declina, lo que la sustituye no es un período de razón y objetividad, sino de supersticiones y subjetividad. El vacío creado por el hundimiento de la Iglesia y de la fe católica, ha generado estos islotes de irracionalidad que han cristalizado como “impulsos a la independencia” en zonas en las que se daban las distintas circunstancias que antes hemos enumerado.