En estos meses se ha cumplido el primer centenario de la
organización de los Cuerpos Francos (“Freikorps”) en la Alemania de la Primer
Postguerra Mundial. Tras el fracaso de la ofensiva del verano de 1918, el Estado
Mayor advirtió al Kaiser de la necesidad de pedir la paz. A fin de obtener
mejores condiciones, la única posibilidad que le quedaba a Alemania era
aprovechar la flota de guerra, que había permanecido después de la batalla de
Jutlandia, en los puertos y se encontraba en condiciones de combatir contra la
armada inglesa. En los grandes acorazados se habían destinado a las
tripulaciones más conflictivas, o con escaso valor combativo o sospechosas de
indisciplina. Los marineros más seguros, experimentados y aguerridos estaban
destinadas a la flota de submarinos o a los pequeños torpederos y buques que
continuamente abandonaban las defensas de los puertos para hostilizar el
adversario que les bloqueaba.
Cuando los acorazados recibieron la orden de encender las calderas, los marineros entendieron que podían ser sacrificados en los últimos días de guerra para mejorar las condiciones de paz. Y se sublevaron. A partir de ahí se desencadenó la llamada “revolución de noviembre”. En pocos días, a pesar de que la marina recuperó pronto el control de la situación en los puertos y en los acorazados, lo cierto es que, al extenderse la noticia, socialistas, socialdemócratas, comunistas y anarquistas, llamaron a la constitución de “Consejos de Soldados”, y el frente del Oeste, en territorio franco-belga, se deshizo como un azucarillo. En los días siguientes empezó la retirada.
Cuando los acorazados recibieron la orden de encender las calderas, los marineros entendieron que podían ser sacrificados en los últimos días de guerra para mejorar las condiciones de paz. Y se sublevaron. A partir de ahí se desencadenó la llamada “revolución de noviembre”. En pocos días, a pesar de que la marina recuperó pronto el control de la situación en los puertos y en los acorazados, lo cierto es que, al extenderse la noticia, socialistas, socialdemócratas, comunistas y anarquistas, llamaron a la constitución de “Consejos de Soldados”, y el frente del Oeste, en territorio franco-belga, se deshizo como un azucarillo. En los días siguientes empezó la retirada.
A finales de 1918, algunos oficiales y suboficiales, hartos
de que los mandos superiores hubieran desaparecido, se organizaron en unidades
libres bajo el mando de líderes militares improvisados y con alta conciencia
política y patriótica. Conscientes de que comunistas y extrema-izquierda habían
sido los responsables de la desintegración del ejército y de haber asesinado a
oficiales que se opusieron, detuvieron y ejecutaron a los dirigentes “espartaquistas”
(una de las fracciones comunistas), Rosa Luxemburgo y Karll Liebknecht y, poco
después, aplastaron al “Gobierno de los Consejos” de Baviera que se había
caracterizado por una represión durísima contra la oposición nacionalista.
En ese momento, para los sectores más lúcidos del Estado
Mayor, los “Freikorps” eran las únicas unidades que estaban en condiciones de
oponerse a los comunistas y de acudir a las zonas fronterizas del Reich que
estaban en peligro de ser conquistadas por los polacos o por los soviéticos. Además
de militares profesionales y soldados curtidos por cinco años de trincheras,
empezaron a sumarse estudiantes cuyos hermanos habían muerto en el frente,
guiados por un espíritu patriótico. Querían hacer ahora lo que no habían podido
hacer por su minoría de edad durante la guerra: luchar por la patria. Unidades
de veteranos y de estudiantes fueron a combatir a Alta Silesia contra los
polacos. Otros fueron enviados por el propio gobierno alemán a los países bálticos
para salvaguardar a la población de las amenazas bolcheviques. Su propio
gobierno les engañó, ofreciéndoles tierras a cambio de sus servicios.
A finales de 1919, habían perdido todas las esperanzas en el
gobierno de Weimar que ni siquiera era
capaz de reconocer e identificar a sus enemigos. Sus unidades fueron disueltas
en 1920, después que el “peligro comunista” fuera completamente conjurado, pero
la mayoría de los Freikorps siguieron con su compromiso por Alemania. Unos
crearon redes clandestinas, atentaron contra los políticos que más se habían
destacado en el trabajo de desintegración del país y, cuando los franceses
ocuparon el Ruhr, miembros de los Freikorps procedentes de toda Alemania
confluyeron generando una oleada de atentados y sabotajes contra el invasor.
Pero en esos momentos ya se había constituido el Partido
Obrero Alemán Nacional Socialista, compuesto, precisamente, por muchos de estos
Freikorps. Las Secciones de Asalto fueron una prolongación de aquellas unidades
que aparecieron en la postguerra, hasta el punto de que uno de los primeros
mártires del NSDAP, Albert Leo Schlageter, era, además de Freikorps, miembro de
las SA.
En realidad el “último acto” de los Freikorps fue el golpe
de Munich del del 8 y 9 de noviembre de 1923 dado por Hitler con la intención
de proclamar una “dictadura nacional”, operación mucho más ambiciosa que el “golpe
de Kapp”, dado entre el 13 y el 17 de marzo de 1920, precisamente por los Freikorps.
Cuando Hitler salió de la prisión, tras purgar su condena
por esta intentona insurreccional, entendió que una época había terminado e
hizo todo lo posible por integrar a los Freikorps en la organización del
partido. Una parte de ellos pasaron a engrosar la SA y otros ingresaron, en ese
momento, o posteriormente, en las SS. Pero, lo cierto fue que la mayoría se
habían habituado a la guerra como estilo de vida. Es natural: jóvenes
reclutados a los 18 años para servir en el frente, que habían conocido la
camaradería y la exaltación de los combates, que además de los casi cinco años
de guerra, sirvieron durante cuatro o cinco años más en los Freikorps, habían
acumulado, en total, 10 años de experiencia bélica. Era imposible que se
reintegraran a la vida civil y que recuperaran su vida donde antes le habían
dejado.
El hecho de que en los Freikorps, más que el cemento de la disciplina, fuera la sensación de un destino común y el juramento realizado de hombre a hombre de cumplir las misiones para las que habían sido creadas, hizo de ellos, una tropa turbulenta, apasionada, salvaje e indisciplinada. Fueron eficaces en el combate en tanto que la experiencia bélica les había dotado de sentido táctico, pero cuando Hitler intentó transformarlos en “unidades políticas”, el resultado no fue el que cabía esperar.
El hecho de que en los Freikorps, más que el cemento de la disciplina, fuera la sensación de un destino común y el juramento realizado de hombre a hombre de cumplir las misiones para las que habían sido creadas, hizo de ellos, una tropa turbulenta, apasionada, salvaje e indisciplinada. Fueron eficaces en el combate en tanto que la experiencia bélica les había dotado de sentido táctico, pero cuando Hitler intentó transformarlos en “unidades políticas”, el resultado no fue el que cabía esperar.
Durante la etapa de ascenso al poder, las SA se convirtieron
en unidades turbulentas y prácticamente incontrolables. Hitler mismo tuvo que
llamar a Ernst Rohen en su ayuda, cuando este se encontraba en Bolivia en 1927:
“Te necesito” decía el telegrama. En los últimos meses previos a la conquista
del poder, las SA berlinesas protagonizaron varios conatos y, a pesar de que la
revuelta no estuviera en las intenciones de Rohem, en julio de 1934, lo cierto
es que se habían extendido por Alemania los rumores de una próxima insurrección
de las SA para realizar la “segunda revolución”. Hitler, metralleta en mano, liquidó
de un plumazo la situación. El espíritu de los Freikorps quedó incorporado
completamente al NSDAP, después de ese episodio o bien, algunos de sus
elementos, se integraron en la oposición clandestina de derechas.
¿Qué puede retenerse de aquel episodio de los Freikorps del
que ahora se cumple un siglo? Seguramente ellos fueron los que inspiraron a
Spengler su frase sobre el “puñado de soldados que salvan a la civilización”.
Lo cierto fue que, cuando el Estado Alemán y el Ejército habían sido
absolutamente destruidos, en la hora más negra de la patria, un grupo de
oficiales libres llamaron a quienes quisieran proseguir la lucha por la patria
a organizarse en torno suyo. A los pueblos no los salvan, ni las urnas, ni las
leyes del mercado, sino los hombres de carácter.