Después del estallido de la crisis económica de 2007-2008, los
medios neoliberales, en lugar de formular una crítica a la imposible
globalización, sostuvieron, contra toda lógica, que la reactivación de la
economía europea iba en función de lograr una mayor “competitividad” y eso
pasaba por bloquear los salarios y lograr que, estadísticamente, en cifras
macroeconómicas, los salarios tendieran a la baja en Europa: esto podía
hacerse, o por la vía de la imposición -lo que hubiera generado resistencias populares
y alterado los equilibrios políticos- o bien introduciendo inmigración volviéndola
presentable bajo la etiqueta de “refugiados”. Así pues, lo que le ha ocurrido al sistema es que, por una parte,
precisaba una salida “neo-liberal” a la crisis económica para salir de la
crisis política que se cernía, pero las fórmulas adoptadas (inmigración y
presión fiscal sobre la clase media) generaban respuesta política “populista”.
LA TEORÍA DEL CORDÓN SANITARIO
Si los regímenes
europeos, instruidos por los “seminarios” de Davos, las asambleas del Club de
Roma o por las conferencias del Club Bildelberg (que unifican los criterios del
poder económico, del poder político y del poder mediático), creían que podía ejercerse
presión sobre las clases medias e insertar más y más inmigración sin que la
estabilidad del régimen corriera peligro, fue porque habían pactado la “fórmula
francesa”: “alianza democrática frente a Front National”. En otras palabras:
todos unidos contra la única oposición real. Es la teoría del “cordón sanitario”: que nadie pacte con la oposición
para conseguir asfixiarla. Que todos los partidos tiendan a aislar al partido
opositor. Que la prensa lo bombardee de
continuo, que la clase política le niegue el saludo y que el poder económico no
le dé créditos electorales y lo presente como un “peligro para la economía”.
Esta teoría, tuvo su primera redacción a principios del
milenio, cuando Jean Marie Le Pen, llegó por primera vez a la segunda vuelta de
las elecciones francesas, en 2002, obteniendo 5.525.032 votos (un 17’7%), mientras
que el otro candidato, Chirac, obtenía 25.547.956 votos, (el 82,21%). Sin
embargo, en la primera vuelta, Le Pen había superado al candidato socialista, a
la candidata de la izquierda populista, y había quedado a muy poca distancia de
Chirac en la primera vuelta: 5.665.855 votos contra 4.804.713 votos, es decir,
apenas 861.142 votos de diferencia… Pero el resultado final era el que contaba
y aquella experiencia demostró que el “todos contra Le Pen” funcionaba… aunque
supusiera un desdoro y una vergüenza para todos los partidos “democráticos” el
aliarse con sus enemigos tradicionales (trotskystas con derechistas, gaullistas
con socialistas, ecologistas con liberales…
Una primera adaptación del “todos contra Le Pen” fue “inventado”
por Pascual Maragall, cuando después de varios intentos frustrados, finalmente,
logró hacerse con el control de la Generalitat al año siguiente, en 2003. En
efecto, el 14 de diciembre de 2003, el PSC, ERC y la izquierda alternativa,
firmaron un pacto para “aislar al PP2 de la política catalana. Era un pacto de
gobierno, pero también una mano tendida a CiU, el partido que acababa de perder
las elecciones, para que se uniera a la petición de un “nou estatut”, pero ante
todo, era un pacto anti-PP. Se sabe lo que ocurrió después. La idea fue
recogida por Zapatero en cuanto las bombas del 11-M le instalaron en la Moncloa
y pasó a regir un ciclo de política española, hasta que la crisis económica y
la irrupción de nuevas fuerzas políticas (Ciudadanos por el centro y Podemos
por la izquierda) se lo llevó por delante. El error de Maragall consistió en
confundir a un partido de centro-derecha como era el PP, en un partido “populista”
y alternativo.
LA PRÁCTICA DEL “CORDÓN SANITARIO”
Pero está ha sido la política imperante hasta hoy en el
terreno político europeo: aislar a los “populismos” mediante el “cordón sanitario”.
En la práctica, el resultado ha sido sorprendente: la unión no termina de funcionar y, los hechos demuestras que lo que es
“pan para hoy [el evitar que los partidos populistas participen en coaliciones
de gobierno] es hambre para mañana [por que terminan siendo considerados por el
electorado como la única oposición real]”.
A este fenómeno han contribuido tres factores decisivos:
- La imposibilidad para los partidos del “sistema” para evitar los efectos más perversos de la globalización: pérdida de poder adquisitivo de los salarios e inestabilidad laboral.
- Descrédito creciente de los medios de comunicación y pérdida de lectores de las cadenas que hasta este momento eran las referencias informativas de la población y las correas de transmisión de las ideas del poder económico en beneficio de la clase política “del sistema”.
- El estancamiento de la Unión Europea desde la parálisis de la “constitución europea”, por el rechazo en referéndum de Francia y de Holanda que ha dejado en un impasse al proyecto lastrado por unos traslados prematuros de soberanía a una estructura central incompleta e inoperante.
¿Cómo no iban a
crecer los partidos populistas si eran los únicos que denunciaban la
globalización y sus efectos más perversos -inmigración masiva- y se constituían
como defensores de las clases trabajadoras -esto es, por las clases que dependen
de una nómina- golpeadas por la crisis -y a los que, esa nómina posibilitaba
explotarlas fiscalmente?
Si Francia ha sido el país en el que antes se aplicó la
fórmula del “cordón sanitario”, ha sido también en Francia en donde el problema
ha alcanzado una mayor envergadura: si bien es cierto que en las elecciones
presidenciales francesas de 2017, volvió a imponerse el “frente único del
sistema” frente a la alternativa representada, otra vez, por el Front National.
Pero en esta ocasión lo hizo por un margen mucho más estrecho: 20.275.122 votos
(66%) de Macron, frente a 10.644.118 votos de Marine Le Pen, el 33,90%. De
haber vencido el “sistema” con cinco veces más votos en 2002, se había pasado,
quince años después, a vencer… pero sólo por el doble de votos.
En el curso esos quince años, la socialdemocracia
desapareció, el centro se reconfiguró una y otra vez, la extrema-izquierda
desapareció y, todos los que en 2002 habían elaborado la teoría del “cordón
sanitario”, pensando que en los años siguientes el FN se desintegraría, eran
ellos los que habían resultado desintegrados debiendo recurrir el poder
económico a un petimetre con look elaborado a última hora para auparlo mediante
lo que quedaba de “poder mediático”.
Pero una cosa es ganar unas elecciones y otra ser
considerado “presidente” por la ciudadanía y respetado como tal. En el momento
en el que Macron demostró su falta de solvencia política y se limitó a seguir
perrunamente los dictados del poder económico (presionar a las clases medias
para pagar la deuda y subsidiar a la inmigración para mantener la
competitividad), se produjo el estallido social. Hoy, Macron ha tenido que dar
su brazo a torcer ante las protestas de la clase media (los “gillets jaunes”, chalecos amarillos),
ha dado marcha atrás a sus nuevos impuestos, consciente de que ha perdido todo
apoyo en la calle. Es presidente, pero
no puede hacer lo que un presidente neo-liberal hubiera deseado hacer… El “populismo”
no está en el poder en Francia, pero ya condiciona el poder…
Esto ocurre cuando, en apenas cuatro meses se conocerán los
resultados de las elecciones europeas: si los “populistas” logran -y parece que
pueden lograrlo- entre el 20 y el 25% de escaños en Estrasburgo- estarán
presentes en los organismos de decisión de la UE, con capacidad para bloquear
cualquier proyecto que consideren contrario a sus intereses: esto es, a los de
las clases trabajadoras europeas. No puede extrañar que el pánico se haya
apoderado, no sólo de las instituciones europeas, sino de los partidos “del
sistema”. Literalmente, no saben qué hacer: a nadie se le escapa que ya están
en el poder en algunos países, sólidamente asentados en otros, salvo en la
Península Ibérica, por el momento, no tienen menos del 10% de los votos, han
roído las bases electorales de la izquierda, seducen a buena parte de los
electores de derecha e interesan, como única opción a considerar, a los
indiferentes y damnificados por la globalización.
¿Hasta cuándo
funcionará la política del “cordón sanitario”? Y esta es la cuestión: que la
última línea de defensa, se está deshaciendo como un azucarillo dentro del café
negro y cargado. Y ocurre lo que le ocurre a una taza de café: que si empieza a
caer, poco a poco, leche, no solamente cambia el color, sino también el sabor.
Y llega un punto en el que lo que se tiene en el interior de la taza es algo
completamente diferente a lo que había en un principio. No digamos si en lugar
de leche, se le añade coñac o ron… Porque el café que la globalización ha ofrecido a los europeos les resulta ya demasiado indigerible y toda la cuestión que se plantea el populismo europeo es si decide alterarlo suave o radicalmente.