El “sistema” (entendido como el poder político-mediático-cultural
sostenido por una clase que actúa mancomunadamente con los intereses de los
promotores económicos del mundialismo y de la globalización) no ha encontrado
la “fórmula mágica” para vacunar a las poblaciones del virus del “populismo”.
Las fórmulas utilizadas hasta ahora ya no sirven: cada fórmula empleada, si
bien logra contener el ascenso de las fuerzas populistas, están van, poco a
poco, royendo las bases electorales de los partidos “del sistema”. A lo mejor
es que las posiciones populistas no son tan descabelladas desde el punto de
vista del electorado y el problema es que el “sistema” ha generado una brecha
creciente e insuperable entre la clase política que ha asumido la defensa de
sus intereses y el electorado. Desde este punto de vista, los votantes a los
partidos tradicionales, serían los “últimos engañados” por las fantasías
generadas por “el sistema”, los últimos mohicanos que aún creen en la
multiculturalidad, las bondades del “mercado”, las posibilidades de estabilizar
la globalización, el relativismo y la mitología progresista (que no termina de
advertir que cada “progreso” supone un paso al frente ante el precipicio) o de
la fatuidad conservadora (que no se ha enterado que, en la cotidianeidad, ya no
queda nada digno de ser conservado). El problema que tienen los partidos “del
sistema” es que hoy están todos desgastados y en horas bajas después de más de casi
ochenta años de regir los destinos de Europa y en España tras la experiencia de
cuarenta años de partidocracia. Y, a diferencia de hace apenas una década, las
opciones “populistas” ya no son marginales: están situadas en el eje del
panorama político. ¿Qué lo demuestra? El que el debate político, ya no lo
marcan los partidos tradicionales sino las fuerzas populistas: se habla de
inmigración masiva, se habla de decadencia cultural, se habla de la
globalización imposible y de la multiculturalidad, de evitar el contagio
islamista, se habla de identidad… ya no se habla de lucha de clases, no se tiene
fe ciega en “el mercado”, los defensores de la inmigración y del mundialismo
cada vez están más arrinconados: los intelectuales “del sistema” ya no son
leídos, seguidos ni respetados en sus opiniones, están cayendo como las hojas
en otoño.
¿Qué fórmulas están recomendadas por el poder económico,
están empleando en estos momentos, los partidos tradicionales para frenar a las
fuerzas populistas?
- 1) Aislar políticamente al “populismo”,
- 2) Ignorar su existencia y hacer como si no existiera
- 3) Crear una legislación de contención y,
- 4) Tratar de integrarlo en el establishment
Cada una de estas opciones tiene sus pros y sus contras.
Veámoslas con algo de detenimiento:
1) Aislar
políticamente al “populismo”: el “cordón sanitario”
Es lo que se hizo con el franquismo durante la transición:
se le aisló, se le redujo a partidos testimoniales, se creó y se favoreció la
creación en torno suyo de un aura de violencia y terror. A ello contribuyeron
grupos mediáticos (Prisa, Cadena 16 y Cadena Z, fundamentalmente), poder
económico (intereses del capitalismo español para entrar en la UE y de grupos financieros
extranjeros que deseaban invertir en España), que encumbraron a una clase
política que quizás tuviera talla para dirigir una huelga en un centro
universitario o ejercer de panfleto parlante, pero que carecía de experiencia en
gestión política. La consigna era: “todos contra la extrema-derecha”. Antes se
había aplicado en Italia y se resumía, en una palabra: “Antifascismo”, es decir,
“todos contra el Movimiento Social Italiano”. No faltaron, ni en España ni en
Italia, provocaciones procedentes de servicios de inteligencia que asumieron su
parte en la tarea de aislar a la extrema-derecha. Quienes comprendieron la
tormenta que se cernía sobre este espacio político, simplemente, lo abandonaron.
En Italia quedó configurado un “espacio de protesta”, protagonizado por el MSI
que nunca superó el 12-15% de los votos. En España, solamente en las elecciones
de 1979 la Alianza Nacional pudo colocar un diputado en el parlamento. Así pues,
la primera aplicación de la política del aislamiento se saldó de manera
positiva. Pero, el problema es que, todo ha cambiado extraordinariamente: el
nuevo “populismo” no tiene nada que ver con la vieja “extrema-derecha”: no
estamos hablando de neofascistas, neonazis o neofranquistas, sino de un
verdadero movimiento social y popular que si tiene nostalgia es de la
estabilidad y de la tranquilidad y quiere reinstalarlas en sus vidas. No quiere
ni alzar el brazo, ni cantar el Cara al Sol, ni vestir una camisa, ni aplaudir
a una retórica patriótica: es un movimiento que exige eficiencia a las instituciones
y que, en lo personal, figura en el bloque de los “damnificados de la globalización”.
Al sistema, seamos claros, le faltan argumentos suficientes como para articular
un discurso culpabilizador sobre este “populismo” y, por mucho que lo intenten,
mediocres tertulianos y políticos temerosos de perder su poltrona, lo cierto es
que sus argumentos chocan con la realidad de los hechos: hoy no puede tildarse
de “extremistas de derechas, radicales y violentos” a gentes que conocemos de
toda la vida, que hablan, conversan, discuten y lo hacen sin aspavientos ni
actitudes violentas: la diferencia cada vez más marcada entre el “discurso
antifascista” y la realidad del “populismo” es tal, que inhabilita de partida a
los primeros que, para colmo, no pueden alardear ni de honestidad, ni de
eficiencia en la gestión, ni siquiera de claridad de ideas.
Es otra actitud habitual. Lo importante para el “stablishment”
es que ni se consideren, ni se atiendan, ni se responda a los debates que plantea
la “extrema-derecha”: entrar a discutir es perder. Si se empieza a discutir
sobre la inmigración masiva, no existe ni un solo argumento válido para
seguirla defendiendo aquí y ahora. Si se discute sobre la eficiencia de los
partidos tradicionales, incluso a los militantes de estos partidos, les falta valor
para defender públicamente la gestión de un Gonzáles, un Zapatero, un Aznar o
un Rajoy; así que mejor no discutir. Si se admite a un “populista” en un debate
sobre la corrupción, el problema es que aparecerá como el único no contaminado
y podrá lanzar salvas contra el resto de interlocutores que han hecho de la
política su huerto particular. Y si se deja que un “populista” explique que ni
es radical, ni es fascista, se corre el riesgo de que el arsenal contra él
quede vaciado de argumentos. Así pues, lo mejor es que no aparezca en lugar en lugar
alguno, que, en los debates sobre la inmigración, no se invite a ningún “populista”,
que se cierren las puertas de los medios de comunicación a los representantes
del “populismo” y que se genere un muro de silencio en torno suyo. La existía de
grupos radicales “antifas” y el ejercicio de la “permisividad”, hará que las
reuniones y mítines convocadas por los “populistas” sean, allí donde puedan
serlo, obstaculizadas e impedidas: porque de lo que se trata, a fin de cuentas,
es de negarles el derecho a la libertad de expresión, no sea que convenzan a
sectores de la población. Es aquí en donde el “stablishment” utiliza a mano de
obra barata y marginal para completar la creación de un muro de silencio impenetrable.
La estrategia funciona, mientras el populismo no alcanza una masa crítica
suficiente como para que resulta imposible ignorar su existencia. A esto se une
el hecho de que las nuevas tecnologías han convertido a las redes sociales en
extraordinariamente permeables para la actuación del “populismo”. Las políticas
del “muro de silencio” se muestras, por todo ello, cada vez más inoperantes.
3) Crear una legislación
de contención: “el muro legal”
Lao-Tsé dijo: “La justicia es como el timón; hacia donde se
le da, gira”. Así es, efectivamente, el “legislador” puede hacer y deshacer
leyes a su antojo. Cuando en los años 80 el Front National en Francia logró
colocar a un grupo de diputados en el congreso nacional, la iniciativa del
régimen fue modificar el sistema electoral e introducir la “segunda vuelta” en
las elecciones generales. Obviamente, el grupo parlamentario del Front National
no fue reelegido en las elecciones siguientes y el régimen pudo continuar
tranquilamente otros treinta años. Luego están los obstáculos puestos a la
libertad de expresión, el aguijoneo constante a los partidos disidentes
mediante denuncias y apertura de investigaciones, la infiltración por parte de
los servicios de seguridad del Estado que pueden llegar, incluso, a las
provocaciones para conseguir introducir actitudes legalmente punibles. Esto
llegó hasta tal punto que hablar sobre la inmigración masiva sin expresar un
deseo favorable a la llegada de más y más inmigrantes, en países como Francia,
Alemania o el Reino Unido, acarreaba inmediatamente la sospecha de ser “xenófobo
y racista”. El “legislador” creó, en toda Europa, una legislación que
penalizaba estos comportamientos y que, para colmo, impedía, incluso, en
algunos casos, aludir siquiera al grupo étnico de un delincuente o de un
violador o a impedir que se publicaran estadísticas sobre el origen étnico de
los presos en las cárceles de países como Francia. No hace mucho se anunció que
un partido parlamentario, en realidad, la única fuerza de oposición que existe
en Alemania en estos momentos, estaba siendo “vigilada” por los servicios de
seguridad. Algo parecido ha ocurrido en Francia. El arsenal legal construido ad
hoc, llega allí en donde no alcanzan otras medidas. Pero también esta
estrategia conlleva un problema: el primero de todos es lo que podríamos llamar
“la evidencia”. Muchos comportamientos y problemas que han llegado con la
inmigración masiva, son demasiado evidentes como para poderlos negar y, por
supuesto, para condenarlos por parte de jueces conscientes de que se trata de
una legislación de carácter político. Por otra parte, lo realmente terrible
para el “stablishment” es que los partidos “populistas” no sostienen posturas “anticonstitucionales”,
ni comportamientos ilegales, sino que hacen todo lo posible por mantenerse, no
solo dentro de la legalidad vigente, sino incluso obligando a que esa legalidad
se cumpla. Por otra parte, la aplicación de “represión legal” contra los “populistas”,
por sus opiniones políticas, rompe el “frente único” de las fuerzas democráticas:
en efecto, algunos sectores consideran estas medidas como afrentas y
vulneraciones a la “libertad de expresión”. Por tanto, no solo la eficiencia de
estas medidas sino, incluso, la posibilidad de aplicarlas, va siendo cada vez
más difícil.
4) Tratar de
integrarlos en el “stablishment”
Es la última opción y la más arriesgada. Se trata de negar
las tres opciones anteriores y, mediante pactos y acuerdos, comprometerlos en
la gestión cotidiana, lo que equivale a reducirlos a un simple partido más que,
antes o después, empezará a tener los mismos problemas que cualquier otra
formación del régimen: corrupción, errores de gestión, puntos incumplidos de su
programa, ejercicio del transfuguismo, problemas interiores, etc. Problemas que
plantea esta opción: estos partidos “populistas”, si, además de visibilidad,
logran encaramarse a puestos de poder, exigirán reformas y giros políticos que comprometen
la viabilidad misma del sistema mundial globalizado. Y desde el momento en el
que uno de sus miembros alcanza un puesto ministerial, se corre el riesgo de
que quiera aplicar la política que ha venido defendiendo desde la oposición o,
en cualquier caso, parece evidente que sus declaraciones tendrán más eco y
alcanzará una mayor visibilidad. Es lo que ocurre en Italia en estos momentos
con el “caso Salvini”. Por el momento, las “órdenes” que llegan de la “internacional
del dinero” son claras: aislar a los populistas, afianzar el “muro de silencio”,
construir una política de aislamiento. Tal es el papel que va a ejercer Manuel
Valls en Ciudadanos, de cara a evitar pactos entre Vox y PP y para eso,
finalmente, está aquí, aspirando a la alcandía de Barcelona y luego a la
dirección del propio partido. España, una vez más -y las elecciones andaluzas
lo han demostrado- es el eslabón más débil en la cadena de defensa ante el “populismo”
europeo: aquí la derecha está predispuesta al pacto, si eso evita que la
izquierda llegue al poder: aquí, las décadas han demostrado en situaciones
mucho peores que la actual, que no existe “cultura de Gran Koalición” a la alemana
y que un pacto de este tipo podría hundir electoralmente tanto al PSOE como al
PP y para siempre. Es el tributo que tienen que pagar a 40 años de bipartidismo
y a la fractura de la sociedad española en derecha-izquierda. Después de su
fracaso en las anteriores elecciones generales, Vox entendió el mensaje: había que
actualizar el discurso y ocupar un espacio que existía en toda Europa y que en
España todavía no estaba ocupado. Introdujo nuevos temas y la erosión del PP y
su debilidad en relación al tema catalán, hicieron el resto. Ahora es el PP el
que no tiene muy clara cuál es su situación, ni cuál es su política
preferencial de alianzas. Y si tenemos en cuenta que Ciudadanos, como todo
partido centrista, tiene una vida corta que dura lo que duran las causas que generaron
su aparición (la necesidad de la transición en 1977 y la respuesta a la crisis
independentista en 2010), el futuro del PP es muy complicado en este momento,
en donde, por primera vez desde Cánovas, a la derecha tradicional le ha
aparecido un adversario a su derecha. El “populismo” europeo, finalmente, no ha
renunciado a su intención de “reformar” el régimen e introducir correcciones en
beneficio de la población de sus respectivos países. Integrarlo en el régimen
supone, en definitiva, un altísimo riesgo para que el régimen se mantenga en su
actual configuración. Y si bien es cierto que los aparatos legislativos, no
permiten reformas radicales y a corto plazo, si que toleran reformas
progresivas y continuas. Vetar, por ejemplo, la importación de cítricos no
europeos, supondría una revolución económica como lo sería instalar un régimen
de aranceles para determinados productos o favorecer desde el Estado Español o
desde la UE, la creación de empresas semi-públicas en el sector de las nuevas
tecnologías. A esto tiende el “populismo” europeo: a que una serie de reformas
progresivas bloqueen los mecanismos del mundialismo y de la globalización y
estabilicen la situación económico-social y cultural en el continente.
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Si bien, la “integración es la fórmula que, antes o después,
terminará imponiéndose (en Francia el “frente anti Le Pen” se está desgajando
en estos momentos, con el tránsito de antiguos miembros del partido de Sarkozy
a la formación “populista” y en otros países, fuerzas “populistas” ya están en
el poder y han trenzado pactos con otros sectores políticos), lo cierto es que
los sectores cavernícolas del “stablishment” (frecuentemente salidos de los
medios masónicos más apegados a los “inmortales principios”, o a los medios
ultraliberales vinculados a la banca o a la alta finanza internacional) tratarán
por todos los medios -y en los cuatro meses que quedan hasta las elecciones
europeas de seguir aplicando las tres fórmulas habituales (“muro de contención”,
“muro de silencio” y “el muro legal”), lo cierto es que ninguna de estas
opciones ofrece garantías de éxito. Todas tienen pros, pero, sobre todo,
contras y todas hacen aparecen al “populismo” como algo radicalmente diferente
al resto del panorama político en un momento de crisis de las fórmulas
tradicionales. En esa óptima, el problema para el “stablishment” es que el “populismo”
aparece ante los ojos del electorado como una alternativa viable y
esperanzadora. Ahí reside su fuerza.
365 QUEJÍOS (250) – LA EUROPA QUE MUERE Y LA EUROPA QUE QUIERE VIVIR (3 de 3) – LAS TRES CORRIENTES DE LA POLÍTICA EUROPEA
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