Vivimos tiempos de confusión en los que el lenguaje se
altera con una facilidad pasmosa y deliberada. Se tilda de “bolcheviques” a
individuos que apenas tienen una remota idea de en qué consistían los
principios de Lenin, confunde el “ni derechas, ni izquierdas” de los años 30
con el centrismo de la transición y de nuestros días, se intenta distinguir
entre “presidente de la república” y “rey de una monarquía”, como si hoy
existieran diferenciales esenciales, se nos habla de “violadores”, grosso modo,
sin atender ni a su origen, ni a su procedencia, los programas sobre
alimentación presentados como “grands gourments” nos incitan a comprar en
supers famosos por esquilmar calidades, los políticos se presentan como “humanitarios
y solidarios” cuando son, en realidad, psicópatas y solidarios sólo con ellos
mismos. Proundhom en el siglo XIX ya dijo aquello de “Cuidado, quién dice ‘humanidad’ pretende mentir” y esto es cierto
hoy hasta tal punto que el doble lenguaje está instalado en lo más íntimo de nuestra
sociedad y que, tras mensajes de la mayoría de ONGs se esconde, simplemente, una
“estafa humanitaria” a la que hemos dedicado algunos quejíos.
Ayer mismo, en el Aeropuerto de Barcelona vi ocho paneles de
anuncios de dos ONGs, Médicos sin Fronteras y Manos Unidas, se trata de ONGs de
primera línea (esto es, de las que mueven más presupuesto), de las que sabemos
que van pidiendo dinero, pero mucho menos de dónde ni cómo lo utilizan. Lo
cierto es que, tampoco, el gobierno fiscaliza las cuentas de estas
organizaciones y debería hacerlo porque el grueso de sus ingresos procede de
fondos públicos. El caso es que el cartel de Médicos sin Fronteras presentaba gráficamente
la alternativa: “o nos apoyas o eres un criminal” y este verdadero insulto a la
inteligencia se decía gráficamente presentando la alternativa de una pastilla
médica o bien de una bala. Si usted pone un mensaje al número que se indica
contribuye con 1,20 euros a comprar la pastilla y si no lo hace, usted opta por
la bala que asesinará seguramente a algún inocente del Tercer mundo. Es
evidente que las cosas no son así y que para ser sinceros la ONG debería
explicar, además: qué se queda al banco, qué se queda la compañía telefónica
que gestiona las llamadas, qué se queda de ese 1,20 euros, la gestión
burocrática de la ONG y, finalmente, cuántos céntimos van a parar a comprar
pastillas para niños africanos… cuyos gobiernos, por cierto, ya que son
independientes y han querido la independencia, están dirigidos, en buena
medida, por psicópatas sin escrúpulos que amasan en paraísos fiscales fortunas
enormes que deberían poner al servicio de su población. Todo eso se me ocurrió
mientras esperaba el avión. Y todo esto, lo examine como lo examine me pareció
incuestionable, por mucho que reconozca la “incorrección política” con solo
plantearlo.
Vayamos un paso más allá. Miro antes de poner el móvil en modo avión, los mensajes recibidos. Me encuentro con varios de conocidos grupos que mantienen posiciones correctas en materia de sociedad y de vertebración del Estado. Leo alusiones a las “feminazis” y a los “lacys” entendiendo por tales a los que ponen plásticos amarillos en las calles creyendo dar testimonio de independentismo. Entiendo lo que se intenta decir: equiparando las feministas radicales y a los independentistas radicales con los “nazis”, se logra un desprestigio inmediato que, de otra forma, haría falta matizar mucho más. Sí, pero no. Porque el problema es que, con toda la buena voluntad del mundo, se está incurriendo en una falsificación histórica, cuando lo que se está tratando de criticar es precisamente eso: la falsificación histórica.
En efecto, se podrá achacar a los nazis dictadura, totalitarismo, antisemitismo y se podrá discutir cuánto y en qué número, pero resultará mucho más difícil explicar que el concepto de mujer que se forjó aquel régimen no solamente no tenía nada que ver con el feminismo radical, sino que era, simplemente, su antítesis, porque en el fondo -criticable o no- lo que anidaba en él era una recuperación de la belleza y del ideal del eterno femenino. No creo que valga la pena profundizar mucho más en esta temática que tiene a su alcance cualquiera que coloque en la selección de imágenes de Google “mujer + tercer Reich” y luego lo compare con “feministas + radicales”. Noche y día, simplemente.
Item más: “lacys”. En primer lugar, el nombrecito no es muy afortunado y no todos tienen la intuición suficiente para deducir que “nazis” y “lacys” aluden a intolerantes políticos totalitarios del Tercer Reich y del proceso independentista. Y aquí ocurre exactamente lo mismo que con las “feminazis”: no solamente en el Tercer Reich no se dio un concepto centrifugador del Estado, sino unitario hasta el punto de, de no ser por la referencia “imperial” (el deseo de unificar todos los territorios de lengua alemana), el modelo “nazi” hubiera podido ser considerado como jacobino, en el sentido de que durante el Reich se abolieron la mayoría de privilegios de los länders.
Por otra parte, existe una enormidad histórica de comparar a Puidemont, Torra o sus mariachis, con los estadistas de los años 30: hoy todos tenemos una aproximación sobre quién era Hitler… pasado mañana los nombres de los prohombres del independentismo no serán recordados ni por los que hoy les jalean. Resulta imposible comprar al “estadista” con el “pasarell”. Y, por favor, no valoramos a ninguno, simplemente nos limitamos a aplicar la clasificación nietzscheana: en política no hay “buenos” o “malos”, hay “grandes” y “pequeños”.
Entiendo lo que todos estos bienintencionados pretende decir: que el feminismo radical es malo y que el independentismo es una coña marinera. Vale, pero, casi mejor no olvidar que ambos son movimientos de izquierda surgidos de las alcantarillas del progresismo y no han tenido, ni en su forma ni en su fondo, nada que ver con el Tercer Reich. La mejor forma de defender la verdad histórica, la razón y el sentido común, no consiste en vulnerar la verdad histórica, simplificar la razón y dejar el sentido común para mejor ocasión.
De hacerlo, lo que tendremos serán individuos superficiales incapaces de llegar a algo más que asimilaciones primarias, las mismas que utiliza el “encantador de perros” para educar a sus animalicos en la tele: estímulos positivos y estímulos negativos, extremadamente simples. Con animales puede hacerse, claro, no hay otra forma de educarlos. Pero, queridos, la especie humana precisa algo más de respeto, especialmente si de lo que se trata es de recuperar rigor y cordura. Flaco servicio haremos a la verdad, si en lugar de restablecerla buscamos el aplauso fácil de mentes simples, retorciendo la verdad, ensombreciendo la objetividad y convirtiéndola en caricatura.