Info|krisis.- Hay que ver con calma los 169
minutos de esta película de Christopher Nolan y adoptar la reverencia y
solemnidad requerida cuando se está ante una buena película en una época en la
que alguien se ha creído obligado a filmar la segunda parte de Dos tontos muy tontos. La película es
ineludible para los fanáticos de la ciencia-ficción y necesaria para todo buen
aficionado al cine medianamente exigente.
A pesar de las dos horas y media
de proyección, el espectador no sentirá en ningún momento el peso de su cuerpo
sobre sus nalgas. No hay tiempo para preocuparse de otra cosa más que de no
perder ni una frase de los diálogos, ni un gesto de los actores, ni una
secuencia de la filmación. Se suele decir que el Quijote de Cervantes es la novela perfecta porque en ella no falta
ni sobra nada. Otro tanto podría decirse del lenguaje cinematográfico utilizado
por Nolan en esta cinta. Son 169 minutos bien aprovechados que valen lo que el
espectador ha pagado por ellos.
Encontramos a un Matthew
MConaughey, ya cuarentón, pero que como el vino viejo va ganando con el paso de
los años. Lejanos están los tiempos en los que a efectos de promoción,
McConaughey debía de mantener romances atropellados con Penélope Cruz.
Confesamos que no nos lo hemos tomado en serio como actor hasta que no le vimos
junto a Woody Harrelson en la serie televisiva True Detective que marca un antes y un después en su carrera.
Filmada en 2013, inmediatamente después filmó Interestellar. La edad ha hecho ganar expresividad a su rostro y
la experiencia ha transformado a un actor hasta hace poco del montón en ganador
de premios cinematográficos. En efecto, todos los premios que ha recibido en el
curso de su carrera, los ha obtenido entre 2013 y 2014. Desde el Oscar al mejor
actor por Dallas Buller Club, hasta
el Emmy por su papel en True Detective. Y así hasta seis.
El resto del casting está igualmente acertado: un crepuscular Michael Caine es
seguramente el mejor secundario. Como siempre, su presencia imprime carácter.
Anne Hathaway y Jessica Chastain están a la altura. También son actrices en
ascenso. La primera se recordará siempre por su papel en Los miserables (2013) y a la segunda le han llovido papeles después
del estreno de Interestellar. Ambas son
actrices de las que puede preverse un largo recorrido.
La técnica de filmación sorprende
para una película de ciencia-ficción: las escenas de la tierra devastada por
tormentas de polvo, epidemias y catástrofes ecológicas, es pintada sin
exageraciones apocalípticas y escatológicas; bastan una cuantas pinceladas para
entender porqué algunos piensan en abandonar el planeta y colonizar otras galaxias.
Situada en un futuro imperfecto, quizás dentro de cincuenta años, esas primeras
escenas parecen situarnos en la América profunda y rural de mediados del siglo
XX. La civilización ha retrocedido. El progreso ya no es indefinido. La raza
humana está a la desbandada. Se diría que no es cine de ciencia ficción, sino
de catástrofes ecológicas. Lugo todo cambia.
Las otras escenas nos sitúan en
el espacio exterior. Es de agradecer que Nolan no haya caído en el error de
usar y abusar de los efectos especiales generados por ordenador. Hay en esta
cinta los justos y necesarios, con cierta sobriedad. Nada innecesario o que
aspire a fascinar por sí mismo apoyando a un guion mediocre como tantas veces
hemos visto y sufrido. Era inevitable que apareciera aparece un robot. Desde el
Robby de Planeta Prohibido, hasta HAL 9000 o R2D2 y C3PO, no hay película de
ciencia-ficción que se precie sin robot. Ni es melancólico-borde como el HAL
9000 de 2001, ni un perfecto cretino como el C3PO de La Guerra de las Galaxias. No es, seguramente, lo más logrado de Interestellar, pero tiene a bien el que
al menos apretando “delete” entra en
letargo. Algo que hubiera agradecido el astronauta David Bowman al HAL9000 de Kuprik o el mismísimo Darth Vader.
En cuanto a la banda sonora, de
Hans Zimmer y Thomas Bergernster, es el acompañamiento hipnótico imprescindible
en algunas escenas, rematando, junto a un montaje lleno de flash-backs manejados con habilidad, una película que se aproxima a
la perfección y que hace que el público salga de la sala silencioso y meditando
sobre lo que acaba de ver. ¿No es este el objetivo de la ciencia ficción?
Cabría decir –se ha dicho– que Interestellar evoca en ciertos momentos
a 2001 Odisea en el Espacio de
Kubrick, a condición de hacer un matiz. En efecto, se trata de dos películas
paralelas: cada una refleja el tiempo en el que fueron filmadas. En 2001 había
lugar a la esperanza, era la época del movimiento hippy, de la contestación, se
vivía aún el remanente de los “años gloriosos” de la postguerra mundial, época
de crecimiento económico y pocos problemas, con el estómago lleno hay tiempo
para filosofar. Arthur C. Clarke había compuesto un libro inspirado en la
lectura de Teilhard du Chardin y en sus doctrinas sobre el Punto Omega de la evolución y el “Cristo Cósmico” como límite extremo del progreso de la humanidad,
sin cuyas claves la película, vista hoy, puede ser incomprendida y transformada
en un mero espectáculo visual. Interestellar
es, así mismo, el reflejo de otra época, nuestro tiempo, en la que se ha
agotado cualquier esperanza y los espíritus más críticos y las mentes más
analíticas, perciben que no hay salida para el planeta y que, antes o después
será preciso abandonar una tierra convertida, no en antesala del infierno, sino
en el infierno mismo.
Se ha intentado comparar Interestellar a otras películas de
ciencia ficción (Contact de Zemeckis,
extraordinaria, sin duda, e Inteligencia
Artificial de Spielberg, entretenida pero olvidable), cuando, realmente con
la única con la que es posible establecer un paralelismo es con 2001. A fin de cuentas, ambas terminan
bien: las paradojas de la mecánica cuántica, permiten ser optimistas. El mañana
es hoy, el anteayer pasado mañana. Del mundo de tres dimensiones al de cinco.
Lo maravilloso del futuro anida, recóndito, silencioso, olvidado, en otra
dimensión de nuestro presente, tan cerca y tan lejos. Las paradojas científicas
hacen que el mundo “parajódico” que el espectador volverá a encontrar a la salida
del cine se afronte con un optimismo que ya no puede dar ni la religión
periclitada, ni la filosofía especulativa.
Sí, porque la última esperanza de
este pobre y polvoriento planeta es hoy, a fin de cuentas, la ciencia. Tal es
lo que Nolan nos ha querido transmitir. Véanla, se entretendrán y pensarán. Si
es que pensar es a lo que aspiran.
(c) rnesto Milá - info|krisis - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.