EMInves ha publicado una recopilación de
artículos, corregidos y aumentados, acompañados de una conclusión, titulada Teoría
del Mundo Cúbico. El libro ha aparecido precisamente la misma semana en
la que menos de la mitad del electorado acudía a las urnas para elegir sus
representantes en Europa y quizás sea este hecho por el que convenga empezar el
diálogo con su autor, Ernesto Milá:
– Nuestro pueblo no
parece ha estado muy interesado por las elecciones europeas… ¿Cómo sitúan en su
libro a la Unión Europea?
– Es simple: la UE podía haberlo sido todo y,
sin embargo, ha optado por no ser nada. La UE podía haberse constituido como
una de las “patas” de un mundo multipolar, una de las zonas con mejor nivel de
vida y bienestar de las poblaciones. Y, sin embargo, ha preferido ser una pieza
más de un mundo globalizado y, como tal, una víctima más de esa odiosa
concepción económico–política que aspira a homogeneizar el mundo en función de
los intereses de la economía financiera y especulativa.
– Así pues, no hay
futuro para Europa dentro de la globalización…
– Exacto, desde hace 25 años, Europa viene
siendo víctima de un doble fenómeno: de un lado la deslocalización industrial
en virtud de la cual, las plantas productoras de manufacturas tienden a
abandonar territorio europeo y a trasladarse a zonas del planeta con menos
coberturas sociales y, especialmente, salarios más bajos; de otro lado, la inmigración
masiva traslada masas ingentes del “tercer mundo” hacia Europa con la finalidad
de aumentar la fuerza de trabajo a disposición, logrando así tirar a la baja de
los salarios. Ambos procesos –deslocalización industrial e inmigración masiva–
tienden a rentabilizar el rendimiento del capital: se produce más barato fuera
de Europa y lo que no hay más remedio que se fabrique en Europa, cuesta menos
gracias a la inmigración masiva. Eufemísticamente, a este proceso, se le llama “ganar
competitividad” y registra en su nómina a una ínfima minoría de beneficiarios y
a una gran masa de damnificados. Por eso es rechazable.
– Hablando de “modelos”,
en la introducción dices que tu Teoría
del Mundo Cúbico es un modelo de interpretación de la modernidad, ¿puedes
ampliarnos esta idea?
– Lo esencial de toda teoría política es
interpretar el mundo en función de un esquema propio que ayude a explicar la
génesis de la coyuntura histórica que se vive y cuál será su evolución futura.
Esto es hasta tal punto necesario que, sin esto, puede decirse que ninguna
doctrina política, ninguna concepción del mundo, logrará definir los mecanismos
estratégicos para modificar aquellos aspectos de la realidad que le resulten
rechazables o discordantes. Para que un modelo de interpretación de la realidad
sea eficiente, es preciso que integre los aspectos esenciales del fenómeno que
analiza. Los modelos geométricos son particularmente interesantes por lo que
tienen de “visual”. De entre ellos, el cubo es, sin duda, el que mejor se
adapta a la globalización y, por tanto, es el que hemos utilizado para nuestro
análisis.
– Así pues, si no se
comprende bien lo que es la globalización, ¿más vale no intentar aventuras
políticas?
– Exactamente. Cuando emprendes un viaje, una
aventura, debes llevar contigo un mapa. El mapa es, en definitiva, el modelo de
interpretación que te llevará del lugar en el que te encuentras a aquel otro al
que quieres llegar. Nadie sensato se atrevería a iniciar un viaje sin disponer
de un plano susceptible de indicarle en cada momento dónde se encuentra y si va
por la buena o por la mala dirección. Hoy, el factor dominante de nuestra época
es el mundialismo y la globalización; el primero sería de naturaleza ideológica
y en el segundo destaca su vertiente económica, especialmente. ¿Qué podríamos
proponer a la sociedad si ignorásemos lo que es la globalización? Incluso
Cristóbal Colón tenía una idea clara de a dónde quería ir; para él, su modelo
de interpretación era la esfera; sabía pues que si partía de una orilla del
mar, necesariamente, en algún lugar, llegaría a otra orilla. Desconocer lo que
es la globalización y sus procesos supone no asentar la acción política sobre
bases falsas y, por supuesto, una imposibilidad para elegir una estrategia de
rectificación.
– ¿Qué pretendes
transmitir a través de estas páginas?
– En primer lugar la sensación de que la
globalización es el factor esencial de nuestro tiempo. Luego, negar cualquier
virtud al sistema mundial globalizado, acaso, el peor de todos los sistemas
posibles y, desde luego, la última consecuencia del capitalismo que inició su
ascenso en Europa a partir del siglo XVII. Tras el capitalismo industrial, tras
el capitalismo multinacional, no podía existir una fase posterior que no fuera
especulativa y financiera a escala planetaria. Cuando George Soros o cualquier
otro de los “señores del dinero” vierten alabanzas sobre la globalización, lo
hacen porque forman parte de una ínfima minoría de beneficiarios que precisan
de un solo mercado mundial para enriquecerse segundo a segundo, al margen de
que la inmensa mayoría del planeta, también segundo a segundo, se vaya
empobreciendo simétricamente. En la globalización hay “beneficiarios” y “damnificados”,
sus intereses con incompatibles. Finalmente, quería llamar la atención sobre la
rapidez de los procesos históricos que han ocurrido desde la Caída del Muro de
Berlín. Lejos de haber llegado el tiempo el “fin de la historia”, lo que nos
encontramos es con una “aceleración de la historia” en la que e están quemando
etapas a velocidad de vértigo. La globalización que emerge a partir de 1989, en
apenas un cuarto de siglo, ha entrado en crisis. En 2007, la crisis de las suprime inauguró la serie de crisis en
cadena que recorren el planeta desde entonces, crisis inmobiliarias, crisis
financieras, crisis bancarias, crisis de deuda, crisis de paro, etc, etc. En
cada una de estas crisis, da la sensación de que el sistema mundial se va
resquebrajando, pero que se niega a rectificar las posiciones extremas hacia
las que camina cada vez de manera más vertiginosa. Con apenas 25 años, la
globalización está hoy en crisis permanente. Así pues, lo que pretendo
transmitir es por qué no hay salida dentro de la globalización.
– ¿Y por qué no hay
salida…?
– La explicación se encuentra precisamente en
el modelo interpretativo que propongo: está formado por un cubo de seis caras,
opuestas dos a dos; así por ejemplo, tenemos a los beneficiarios de la globalización
en la cara superior y a los damnificados por la globalización en la cara
inferior; a los actores geopolíticos tradicionales a un lado y a los actores
geopolíticos emergentes de otro; al progreso científico que encuentra su
oposición en la neodelincuencia que ha aparecido por todas partes. Así pues
tenemos un cubo con seis caras, doce aristas en las que confluyen caras
contiguas y ocho vértices a donde van a parar tres caras en cada uno. Así pues,
del análisis de cada una de estas caras y de sus contradicciones entre sí, de
las aristas, que nos indicarán las posibilidades de convivencia o repulsión
entre aspectos contiguos y de los vértices que nos dirá si allí se generan
fuerzas de atracción o repulsión que mantengan la cohesión del conjunto o
tiendan a disgregarlo respectivamente, aparece como conclusión el que las
fuerzas centrípetas que indican posibilidades de estallido de la globalización
se manifiestan en todos los vértices del cubo, así como las fricciones en las
aristas, y hacen, teóricamente imposible, el que pueda sobrevivir durante mucho
tiempo la actual estructura del poder mundial globalizado.
– ¿Quiénes son los “amos
del mundo”? ¿Los “señores del dinero”…?
– En primer lugar es preciso desembarazarse de
teorías conspiranoicas. Si el mundo estuviera dirigido por una “logia secreta”
o por unos “sabios de Sión”, al menos sabríamos hacia donde nos pretenden
llevar y existiría una “inteligencia secreta”, un “plan preestablecido”. Lo más
terrible es que ni siquiera existe eso. El capitalismo financiero y especulador
ha dado vida a un sistema que ya es controlado por ninguna persona, ni por
ningún colectivo, ni institución. Simplemente, la evolución del capitalismo en
su actual fase de desarrollo está completamente fuera de control de cualquier
inteligencia humana. De ahí que en nuestro modelo interpretativo, la cara
superior del cubo –la que representa a los beneficiarios de la globalización–
no sea plana sino que tenga la forma de un tronco de pirámide. En el nivel
superior de esta estructura piramidal truncada se encuentran las grandes
acumulaciones de capital, lo que solemos llamar “los señores del dinero”… pero
no constituyen ni un “sanedrín secreto”, ni siquiera pueden orientar
completamente los procesos de la economía mundial. Simplemente, insisto, la
economía se ha convertido en un caballo desbocado, que escapa a cualquier
control…
– Entonces… ¿quién
dirige el mundo?
– … efectivamente, esta es la pregunta que
faltaba. En mi modelo, esta pirámide truncada, está coronada por una pieza
homogénea que está por encima de todo el conjunto. En los obeliscos antiguos
esta pieza era dorada o, simplemente, hecha de oro, y se conocía como “pyramidion”. En la globalización ese “pyramidion” son los valores de los que
se nutre el neocapitalismo: afán de lucro, búsqueda insensata del mayor
beneficio especulativo, etc, en total veinte principios doctrinales que enuncio
en el último capítulo de la obra y que constituyen lo que podemos considerar
como “la religión de los señores del dinero”. Esos “principios” son los que
verdaderamente “dirigen la globalización”. Los “señores del dinero” no son más
que sus “fieles devotos”, pero no tienen ningún control sobre los dogmas de su
religión.
– ¿Hay alternativa a
la globalización?
– Sí, claro, ante: la llamada “economía de los
grandes espacios”. Reconocer que el mundo es demasiado diverso y que un sistema
mundial globalizado es completamente imposible. Reconocer que solamente
espacios económicos más o menos homogéneos, con similares PIB, con similar
cultura, sin abismos ni brechas antropológicas, pueden constituir “unidades
económicas” y que, cada uno de estos espacios, debe estar protegido ante otros en
donde existan condiciones diferentes de producción, por barreras arancelarias. Y,
por supuesto, que el capital financiero debe estar en primer lugar ligado a una
nación y en segundo lugar tributar como actividad parasitaria y no productiva.
La migración constante del capital financiero en busca siempre de mayores beneficios
es lo que genera, a causa de su movilidad, inestabilidad internacional. Hace
falta poner barreras para sus migraciones y disminuir su impacto, no sólo en la
economía mundial, sino también en la economía de las naciones. Los Estados
deben desincentivar las migraciones del capital especulativo y favorecer la
inversión productiva, industrial y científica.
– ¿Es posible vencer a
la globalización?
– La
globalización tiene dos grandes enemigos: en primer lugar, los Estados–Nación
que disponen todavía de un arsenal legislativo, institucional y orgánico para
defender la independencia y la soberanía nacionales de cualquier asalto,
incluido el de los poderes económicos oligárquicos y apátridas; se entiende,
que una de las consignas sagradas del neoliberalismo sea “más mercado, menos
Estado”, que garantiza que los intereses económicos de los propietarios del
capital se impongan con facilidad sobre los derechos de las poblaciones que
deberían estar defendidos y protegidos por el Estado, en tanto que encarnación
jurídica de la sociedad. El otro, gran enemigo de la globalización es cualquier
sistema de “identidades” que desdicen el universalismo que se propone desde los
laboratorios ideológicos de la globalización (la UNESCO, ante todo) y son
antagónicos con los procesos de homogeneización cultural y antropológica que acompañan
a la globalización económica. Así pues está claro: para vencer a la
globalización es preciso reivindicar la dignidad superior del Estado (y para
ello hace falta crear una nueva clase política digna de gestionarlo) e incluso
recuperar la idea de Estado como expresión jurídica de la sociedad, es decir,
de todos (con todo lo que ello implica) y, por otra parte, es preciso reafirmar
las identidades nacionales, étnicas, regionales. Allí donde haya Estado e
Identidad, allí no hay lugar para la globalización.
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Tamaño: 15 x 23 cm
Páginas: 258
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