En Cataluña siempre ha
existido nacionalismo, pero el independentismo era residual y desde 1977 había
obtenido malos resultados electorales. Sin embargo a partir de 2011, el
independentismo parece haberse reforzado y en la actualidad todo induce a
pensar que ha adelantado en peso social al nacionalismo. ¿A qué se ha debido
este “surpasso”? ¿Qué ha cambiado desde hace tres años para que el
independentismo haya crecido tanto?
La trayectoria
histórica del nacionalismo catalán
Históricamente, el movimiento catalanista ha
estado siempre dividido en un sector moderado y un sector radical. El
razonamiento del primero ha sido siempre que “Cataluña” es la “parte seria” del
Estado y que, por tanto, le correspondía dirigirlo. Los segundos, por el
contrario, han opinado desde 1898 que España “no tiene remedio” y que era mejor
abandonarla y construir un Estado propio. Tales fueron las diferencias
históricas entre la Lliga de Cambó y la ERC de Maciá y medio siglo después
entre CiU y ERC.
Durante la guerra civil, los moderados optaron
mayoritariamente por el bando franquista, mientras que los radicales
independentistas, simplemente, se difuminaron. A lo largo del franquismo, el
independentismo pasó completamente desapercibido si bien hacia finales de los
60, se revitalizaron algunos pequeños grupos: el Front Nacional de Catalunya y
el grupo armado a imitación de ETA, Front d’Alliberament Catalá. Apareció
también un maoísmo independentista representado por el PSAN (Partit Socialista
d’Alliberament Nacional) que frecuentemente colaboró con ETA y el núcleo del
que parten todas las intentonas independentistas en los años 80 y 90. Los
intentos de crear una ETA “a la catalana” con Terra Lliure, fueron
esperpénticos y borrados de un plumazo en 1992, un mes antes de que se
inauguraran los fastos olímpicos.
A partir de 1977, los grupos independentistas
no tuvieron ninguna restricción para organizarse y acudir a las elecciones,
pero sus resultados fueron siempre limitados y, como máximo, ERC obtuvo
“dientes de sierra” en las sucesivas elecciones que se celebraron alternando
momentos de crecimiento (siempre a costa de CiU) y momentos de reflujo (cuando
CiU pudo recuperar sus votos). Sin embargo, esta situación quedó trastocada a
partir de 2011.
El origen del actual
impulso independentista
Artur Mas, aspirante durante en dos elecciones
a la presidencia de la Generalitat logró hacerse con el poder y siguió los
consejos del que había sido su mentor político, Jordi Pujol: presionar
permanentemente a Madrid para obtener más fondos para la Generalitat. Mas, a
partir de ese momento, empezó a inyectar varios millones de euros a los,
prácticamente indigentes, grupos independentistas, logrando una importante
movilización de masas el 11-S de 2012 (muy lejos, sin embargo, del millón de
manifestantes). Con ese as en la manga, Artur Mas viajó a Madrid para solicitar
“dinero para Cataluña” y nuevas transferencias al gobierno del Estado. Rajoy,
simplemente, le contestó que no había dinero.
Mas regresó a Cataluña con un problema: había
suscitado un movimiento independentista para chantajear a “Madrid” y ahora
volvía con los bolsillos vacíos y con un fantasma que caminaba solo, la ANC
(Assamblea Nacional de Catalunya, vector principal del proceso independentista).
A partir de ese momento, solamente podía hacer dos cosas: o tratar de
desmovilizarlo, o ponerse al frente. En este segundo caso existían dos posibilidades:
o llegar a las últimas consecuencias o bien, cuando mejorarán las posibilidades
de financiación de la Generalitat, desactivarlo con cualquier excusa. Mas optó
por esta opción. Pero había algo que no lo tenía previsto: la crisis económica.
La mutación histórica
de nacionalismo catalán
La brutalidad de la crisis mundial iniciada en
2007 ha cambiado extraordinariamente a la sociedad catalana y al nacionalismo.
Hasta ese momento y desde sus orígenes en el siglo XIX, el nacionalismo catalán
estuvo siempre propulsado solamente por la alta burguesía regional que aspiraba
a un marco más favorable para el desarrollo de sus negocios. Esta alta
burguesía catalana (las “200 familias”) fue la que estuvo siempre dirigiendo el
movimiento nacionalista… hasta la crisis. A partir de entonces, sus medios de
vida ya no se orientaron hacia inversiones industriales en Cataluña, sino que
irrumpieron en teatros especulativos mundiales. Simplemente la burguesía
catalana dejó de invertir preferentemente en Cataluña.
La crisis golpeó a Cataluña con una brutalidad
extrema que se sumaba a los efectos previos de la globalización que había
dislocado parte de la producción industrial en esa región. Entre 1998 y 2008,
Cataluña perdió el 30% de su capacidad industrial, se orientó preferentemente
hacia el turismo, varió su estructura sociológica con la llegada de 1.500.000
de inmigrantes procedentes mayoritariamente de zonas islámicas, vio caer a
mínimos su natalidad y solamente gracias al aporte de la inmigración, mientras
que la Generalitat se convertía en un monstruo burocrática cada vez más
preocupado solamente por su propia viabilidad, convertida en una reserva para
los segundones de la alta burguesía catalana y para su clientelismo.
Todo esto explica el porqué el actual proceso
independentista ya no está guiado por la alta burguesía catalana, sino por
grupos marginales de la sociedad: borrokas de CUP, representantes de la
Cataluña interior y fanáticos nacionalistas procedentes de las clases medias
(ERC), ecosocialistas (ICV) y segundones de CiU, y tenga en la oposición a la
patronal catalana, tradicionalmente aliada con el regionalismo moderado. El
proceso independentista ya no está liderado por las fuerzas tradicionales que
desde el siglo XI constituían el eje del nacionalismo, sino por grupos
marginales de la sociedad catalana.
¿Por qué avanza el
independentismo?
Pero esto no responde a la pregunta de ¿por qué
avanzan? Es simple. Desde 2007 una crisis económica sacude a España. En su
defensa, la Generalitat de Cataluña siempre ha señalado a “Madrid” como
“culpable” de la crisis. En el imaginario colectivo catalán, “Madrid” está
representado por los presidentes de gobierno del Estado: Felipe González,
Aznar, Zapatero, Rajoy… El independentismo los presenta como incapaces y a Cataluña
como víctima de sus errores políticos. Así explican de un plumazo porqué la
sociedad catalana está en crisis y exime a la Generalitat de cualquier
responsabilidad en la misma.
Obviamente el argumento es falaz, torpe y
mendaz, pero tiene la virtud de la claridad y de la simplicidad: sin “Madrid”,
Cataluña seria “rica i plena”, como
dice el himno regional. La realidad es que si Cataluña va mal, no es solamente
por los errores cometidos por los sucesivos gobiernos del Estado, sino también
por la rapacidad, el faraonismo, la obsesión lingüística y la corrupción que
reina en Cataluña y que tiene que ver sólo con la Generalitat.
No hay ninguna duda de que Mas, sea cual sea el
final de su aventura, saldrá mal parado. Las encuestas indican que ERC ya ha realizado
el “surpasso” en intención de voto a
CiU. Tanto si hay referéndum (improbable) como “elecciones plebiscitarias”
(probable), la independencia es un “imposible metafísico” en una Unión Europea
concebida como “unión de Estados Nacionales” y que en ningún caso admitiría un
proceso de centrifugación de uno de los socios que pudiera afectar a otros.
Crisis independentista
= crisis política del Estado
Queda un último punto. ¿Cómo encuadrar el
fenómeno del independentismo catalán en la evolución de la situación política
española?
Es preciso insertar el fenómeno independentista
dentro precisamente de la crisis económica que vive España desde 2007 (y que
solamente se reconoció tardíamente en 2008). En efecto, la recesión económica
internacional repercutió en España con el estallido de la burbuja inmobiliaria
y esta se transformó en una crisis bancaria y luego en una crisis de deuda
pública, todo ello con altos niveles de destrucción de empleo. Con lo que, la
crisis económica dio paso a una crisis social caracteriza por un 25% de paro,
un tercio de la sociedad próxima al umbral de la pobreza y un 20% de la
juventud ni-ni, junto a un 20% de inmigración. La persistencia de la crisis
económica ha ido prolongando la crisis social y ampliándola, generando, al
mismo tiempo, una desconfianza creciente en las instituciones y en la clase
política y erosionando el sistema político español. Al proceso iniciado con la
crisis económica se superpuso una crisis social que, al persistir ambas, ha
generado una larga etapa de crisis social.
Lo que tenemos hoy en España es una gigantesca
crisis política que marca la fase final del régimen nacido en 1978 hoy
completamente erosionado, con una clase política desprestigiada y bajo sospecha
de corrupción, con una estructura autonómica pesada y paquidérmica, ineficiente
y costosa, con unas instituciones, que desde la monarquía hasta el aparato de
justicia, son presas de la más profunda desconfianza y con las que el ciudadano
no se siente identificado, con una “banda de los cuatro” (PP+PSOE+CiU+PNV) que
tras haber protagonizado 34 años de bipartidismo imperfecto han entrado en
crisis y, por supuesto, con un independentismo en Cataluña y en Euzkadi que ven
en la debilidad del Estado la posibilidad de alcanzar sus objetivos históricos.
El independentismo catalán, pues, no es más que
una parte de la inmensa crisis política que se abate sobre España, el enésimo
fruto de la agonía del régimen político español nacido en 1978. No hay solución
al problema independentista, sin enterrar aquel régimen, verdadero lastre para
la España del siglo XXI.
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