Info|krisis.- Cada
año, el 1º de enero, los informativos nos guardan algo que ha ido dejando de
ser sorpresa a pesar de cierto impacto casi desagradable: los primeros recién
nacidos en España son cada vez son menos españoles. En 2012 se produjo la misma
tendencia que ya venía afirmándose comunidad autónoma a comunicad autónoma,
desde el año 2000, cuando los cuatro primeros recién nacidos en las cuatro
provincias catalanas, fueron hijos de inmigrantes.
El
1 de enero de 2012, el 75% de los nacidos en España era hijo de inmigrantes. El
lobby inmigracionista no se inmutó, a fin de cuentas, desde 1999 nos venían
advirtiendo de que la aportación de la inmigración a la demografía era esencial
para pagar las pensiones de los abuelos, así que contra más inmigrantes
vinieran, más trabajaran y más hijos tuvieran en nuestro país, más mano de obra
habría, más altas a la seguridad social y más dinero dispondría el Estado. Pues
bien, ni una sola de estas previsiones optimistas, ni una sola, se ha cumplido
y no solamente por que ningún análisis puede realizarse desde el optimismo
desbordante y las rentabilidades económicas, ni siquiera porque la crisis
económica haya ralentizado relativamente la llegada de nuevas oleadas de
inmigrantes, sino porque desde el principio, las previsiones y proyecciones
eran una auténtica locura.
En
2004 el descontrol de los fenómenos migratorios era evidente para todo aquel
que quisiera advertirlo. Solamente el ministerio del interior español seguía
negándolo a pesar de que en los últimos años la llegada de la primera oleada
migratoria se había traducido en un aumento de la delincuencia y, por supuesto,
del número de extranjeros en situación de ilegalidad. En cuanto a los
socialistas todavía en la oposición estaban próximos del “papeles para todos”
que había enarbolado la izquierda desde mediados de los años 90 e incluso antes
cuando se produjo el triste asesinato de Lucrecia Pérez. José Luis Rodríguez
Zapatero desde el año 2000 se había convertido en el valedor más firme de la
inmigración al incluir en su programa para aspirar a la secretaría general de
su partido a la inmigración, como primer punto, aun a pesar de que en aquel
momento, en su León natal, apenas residirían en toda la provincia un centenar
de inmigrantes…
Así estaban las cosas en 2004
España
en al iniciarse 2004, más o menos cuando los socialistas llegaron al poder,
superaba los 43 millones de habitantes y de ellos había algo más de tres
millones que eran extranjeros. En realidad, el gobierno de Aznar había
insistido hasta el aburrimiento en que apenas había contabilizados dos
millones, pero se trataba del habitual subterfugio para no crear alarma social.
Bastaba salir a la calle y ver que en algunos barrios, los inmigrantes
empezaban a ser mayoría y que difícilmente podían haber sido tan pocos. La
trampa deliberada radicaba en que Aznar no contabilizaba a los casi 800.000
ilegales con los que se despidió su mandato, ilegales que todos sabíamos que
existían, que estaban ahí, pero que él no tuvo el valor de reconocer porque
ello equivalía a asumir el fracaso de su gestión en materia migratoria: no
solamente con él se había iniciado el fenómeno, sino que él no había sido capaz
de controlarlo una vez iniciado. Subía el PIB, pero en buena medida lo hacía
porque subía también el número de consumidores adultos. Decir que en torno a un
40% de la subida del PIB se debía a la inyección de población adulta foránea
equivalía a minimizar los resultados económicos de su político: a fin de
cuentas, todo el truco residía en el ladrillazo y en la llegada de 600.000
inmigrantes al año.
Sin
embargo, en los siete primeros meses de 2004 la inmigración experimentó cierta
desaceleración y quizás hubiera seguido así (el efecto llamada generado por la
reforma de la Ley de Inmigración impuesta por todos los partidos al PP cuando
éste no tenia la mayoría absoluta en 1999, empezaba a disiparse) de no ser
porque en agosto de ese año se anunció una “regularización masiva” de ilegales:
a partir de ese momento empezaron a llegar masivamente pro todas las fronteras
navales, terrestres y aéreas, inmigrantes procedentes de todo el mundo,
alertados porque unos irresponsables (Caldera y su equipo) habían anunciado que
les abrirían las puertas de Europa. Antes del anuncio de la regularización se
preveía que llegarían en 2004 apenas 474.000 inmigrantes, casi 150.000 menos
que en los dos años anteriores. Sin embargo, finalmente, lo harían 800.000…
Así
pues, a principios de 2004, los extranjeros suponían un 7% del total de la
población cifrada en 42.717.064 habitantes. Algunos demógrafos se atrevieron a
decir que existía más inmigración de la que podía advertirse en manejando las
cifras del padrón municipal. Joaquín Arango, catedrático de la Complutense y
demógrafo, afirmó que seguramente superaba el 8%: "existe un
número nada desdeñable de ciudadanos comunitarios, sobre todo en Canarias,
Baleares, Málaga y Alicante, que pese a residir en España no se
empadronan". De hecho, lo
que decía Arango era cierto, pero había algo mucho más terrible: si los
inmigrantes alemanes, holandeses e ingleses establecidos en las islas y en el
Levante español no daban mucho que hablar era porque se trataba de jubilados
que percibían pensiones altas y tenían un buen nivel de consumo. En realidad,
el problema es que existían muchos inmigrantes que, no solamente eran ilegales,
sino que preferían no dejar huellas de su presencia a fin de evitar posibles
redadas. Pero había otro fenómeno igualmente inquietante: los nacimientos de
hijos de inmigrantes.
El 1 de enero de 2000, Catalunya recibió la primera sorpresa del nuevo
milenio: en las cuatro provincias catalanas, los primeros recién nacidos habían
sido inmigrantes. En realidad, desde 1998 la inmigración ya estaba haciendo que
se produjeran más nacimientos que muertes. En efecto, ese año, según el
Instituto Nacional de Estadística, se inscribieron 364.427 bebés de padres
españoles y 20.054 de padres extranjeros, que aseguraron un superávit de 6.477
dado que se habían producido 357.950 fallecimientos. El año siguiente el
fenómeno fue todavía más evidente. Las autonomías en las que apenas había
inmigración, registraron un descenso de población: Galicia, Castilla y León,
Asturias, Aragón, País Vasco, Cantabria, Castilla-La Mancha, Extremadura y La
Rioja.
La buena noticia era que el saldo poblacional volvía a ser positivo. La
mala noticia es que ese salvo era positivo solamente gracias a la inmigración a
la vista de que las españolas figuraban a la cola de la natalidad mundial con
un promedio de 1,2 hijos por mujer. La última encuesta de fecundidad elaborada
por el INE en 1999 incluso añadía un dato aún más patético: el 50’10% de las
mujeres españolas de entre 19 y 49 años no tenían absolutamente ningún interés
en tener hijos en ningún momento de su vida. Los motivos de esta negativa eran
varios: paro femenino (entonces un 57% del total), precariedad de los salarios
y de los empleos temporales, y el hecho de que a mayor nivel cultural las
mujeres respondieran con una menor natalidad).
La misma encuesta añadía que si bien el 47% de las españolas ni tenían ni pensaban
tener un hijo, en cambio el 42% de las mujeres andinas presentes en España
tenían dos hijos y el 30% de las africanas llegaban a tres o más hijos…
La cuestión que se planteaba en la época era si la inmigración era la
opción más adecuada para frenar el envejecimiento de la población española. Y
las autoridades, todas ellas, coincidían en que sí. Eran los tiempos en los que
se afirmaba con una seriedad pasmosa que en breve solamente se podrían pagar
las pensiones de los abuelos gracias a los inmigrantes. A fin de cuentas estaba
entrando población joven y se estaba incrementando el número de nacimientos,
todo ello gracias a la inmigración. Por tanto, la respuesta a la pregunta
inicial parecía clara: en efecto, la inmigración frenaría el envejecimiento de
la población española. Ahora bien, si se examinaba todo esto más de cerca se
percibía que en, en realidad, lo que ocurría es que se estaba sustituyendo a la
población española por población inmigrante. Lo más probable es que hubiera
bastado con una campaña demográfica o con crear estímulos fiscales a la
natalidad para que la natalidad hubiera reflotado sin necesidad de recurrir a
la sustitución de población. Porque, en efecto, cuando se altera el sustrato
étnico y cultural de una nación, es inútil pensar que no va a generar efectos
secundarios. Y el primero de todos es que los inmigrantes ni se integran en
nuestra forma de vida, sino que siguen haciendo rancho aparte y que cuando en
un país como España existe casi un millón de marroquíes concentrados en determinadas
zonas, pueden vivir sin necesidad de integrarse: ellos mismos forman su círculo
de afinidad. En zonas como Miami en las que hace treinta años los latinos
empezaron a crecer, tras una fase de equilibrio, la población hispana sustituyó
casi por completo a la anglófona.
Por otra parte, pensar que la llegada masiva de población joven inmigrante
contribuiría a rejuvenecer a la población, era percibir solamente una parte del
problema e ignorar que esa población también envejecería y lo haría antes en la
medida en que llegaba a España con entre 20 y 35 años, en tres décadas o algo
más, estos inmigrantes se jubilarían a su vez y, por otra parte, como veremos,
determinadas encuestas indican que una vez establecidos en un país y mejorado
su nivel cultural y de vida, los inmigrantes tienden también a reducir su tasa
de natalidad. Con lo que, finalmente, la llegada de inmigrantes, a medio plazo
no resuelve ni remotamente el problema del rejuvenecimiento de la población que
es, para colmo, un falso problema: en efecto, Europa es un continente
superpoblado, en donde una disminución de la población no sería un drama ni
siquiera en lo relativo a las pensiones (bastaría con recaudar más de otras
partidas, o apenas administrar mejor los fondos de la Seguridad Social para
poder abonarlas, solución mucho más sencilla que la inyección artificial de
millones de inmigrantes llegados de otras culturas).
En el año 2001 las Naciones Unidas emitieron un documento en el que se
trasladaba su “ideología” en relación a los movimientos migratorios. El
documento en cuestión se titulaba Migraciones
de reemplazo: ¿una solución ante la disminución y el envejecimiento de las
poblaciones? En este estudio, se sostenía con toda seriedad que la Unión
Europea precisaría 47,5 millones de inmigrantes en la primera mitad del siglo
XXI para conservar su tamaño actual, 79,4 millones para estabilizar el volumen
actual de población en edad de trabajar y 674 millones para mantener constante
la relación entre población activa y población jubilada… El estudio recibió
muchas críticas especialmente por la metodología utilizada y por el hecho de
que se basara en la suposición absurda de un crecimiento económico ilimitado.
La “ideología” de la ONU (gestada en las esferas de la UNESCO) implica
reconocer que los movimientos migratorios que se daban a principios del milenio
no eran suficientes para resolver la pérdida de demografía en Europa. Hacía
falta, no un poco más, sino mucha más inmigración.
Tras leer el informe uno duda de si el informe propone resolver los
problemas económico-sociales de Europa o más bien construir una sociedad
mestiza y multicultural, exigencia que en ningún momento aparece con claridad
en el informe pero que sobrevuela cada una de sus páginas: el informe no fue
más que la traslación del principio de “un único gobierno mundial, una única
religión mundial, una única cultura mundial… y una única raza mestiza” que
constituye el leit motiv de la “ideología” de UNESCO y que está presente desde
la fundación de la organización internacional. A pesar de su nulo interés
científico, de su metodología deficiente y de sus apriorismos ingenuos e
ignorantes, dicho informe fue el documento utilizado por el lobby
pro-inmigracionista para justificar sus políticas de apertura a la inmigración.
Zapatero creyó en él a pie juntillas, y Aznar aun sin creer en él adoptó
ciegamente la política que auspiciaba, seguramente porque su amigo Bush se lo
habría aconsejado…
Realidades,
proyecciones y ficciones demográficas
A lo largo de todo el siglo XX la esperanza de vida de la población
española se duplicó pasando de 34,8 años en 1900 a 78,8 en 1999 y ascendiendo
hasta 80,9 años en 2007. Realmente, no es que los españoles vivamos el doble…
sino que las mejoras en la sanidad y en la higiene hace que cada vez mueran menos
niños, con lo que la edad media tiende a aumentar. Sin embargo, la fecundidad
femenina ha ido descendiendo a lo largo de todo ese tiempo: de los 2,8 hijos
por mujer en 1975 se ha pasado a 1,15 en 1998 y a 1,46 diez años después, por
debajo de la media europea. Si se realizan proyecciones para los próximos
cuarenta años resulta una pirámide de población en la que abundan las edades
por encima de los 55 años, lo que implica que la población activa laboralmente
es inferior a la población ya jubilada. Tal es el escenario que nos aguarda en
las próximas décadas y que parece dar la razón a los que concluyen que el
sistema de seguridad social es inviable. Sin embargo, la supervivencia del
sistema de pensiones no depende solamente de la pirámide de población, sino de
otros muchos factores: cuantía de las poblaciones, rigor en la administración
de los fondos, la solidaridad intergeneracional y la consideración de que el
dinero de las pensiones proceda solamente de los fondos de la seguridad social
o bien esté abierto a otras aportaciones llegadas vía impositiva.
Entre 2000 y 2009, según las cifras oficiales, la presencia de población
inmigrante en España pasó de 2.3% al 12%, pasando la población española de 40,5
millones a 46,7 millones. Si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría del
crecimiento demográfico español desde 1999 se debe a la inmigración y que, tal
como hemos establecido antes, la población española hubiera perdido volumen de
no ser por la inmigración, hay que concluir que ya en 2009, la presencia de
inmigrantes en nuestro país estaba por encima de los seis millones de personas.
El INE sostenía que el 89% del crecimiento de la población española se debió al
saldo migratorio y sólo el 11% al crecimiento natural (nacimientos menos
defunciones).
Un dato importante es que la edad media de los inmigrantes que llegaron
entre 2002 y 2007 era de 29 años con una concentración entre los 25 y los 39
años, en el momento en que excluimos a los jubilados procedentes de la UE de la
cifra de inmigrantes. Así pues, es evidente que, a corto plazo –y recalcamos lo
de “a corto plazo”- la inmigración tiene un factor de “rejuvenecimiento”
–ignorando todos los problemas que genera, claro- y para demostrarlo entre 2002
y 2008 la edad media de la población residente en España descendió de 41 a 40
años. Pero, la demografía es algo móvil: los inmigrantes también envejecen.
Dicho de otra manera: la presencia de inmigrantes solamente mitiga por un breve
espacio de tiempo el problema del envejecimiento de la población. ¿Y luego?
Luego al problema de la integración de los inmigrantes se suma el problema de
su envejecimiento, con lo que para ese viaje no deberían de hacer falta
alforjas.
Según las simulaciones que realizó EUROSTAT indicarían que de no existir
inmigración, España perdería en el 2060 el 20% de la población que tenía en
2008. Pero si las entradas de inmigrantes fueran del orden de 225.000 anuales,
la población aumentaría un 15% respecto a 2008. Lamentablemente no existe una
tercera simulación, acaso la más interesante y la menos arriesgada: ¿qué
ocurriría si algún gobierno realizara una campaña de estímulo de la demografía
y beneficiara fiscalmente a familias para que tuvieran hijos? No es raro que
cualquiera de las dos variantes contempladas por Eurostat dé unos resultados
negativos o muy negativos: en la primera (la hipótesis de inmigración igual a
cero), en 2060, por cada 74 personas jubiladas habría 100 trabajando
(suponiendo que hubiera trabajo, presunción, hoy por hoy, excesivamente
optimista…). Pero si cada año entraran hasta el 2060, 225.000 inmigrantes año
(lo que equivaldría a 11.700.000 inmigrantes, lo que supondría, no un 15% de la
población española en 2008, sino en torno al 25%, sin contar con que la tasa
demográfica de la inmigración podría hacer que esa cifra se elevara hasta como
mínimo por encima del 30%... lo que supondría, es decir, un tercio de la
población total…) por cada 60 jubilados habría 100 trabajando, lo que tampoco
es ninguna ganga y ni siquiera resolvería el problema. Es más, contribuiría a
agravarlo –desde el punto de vista desde el que se ha hecho el estudio- porque
aumentaría la masa inerte de población inmigrante, población no productiva
(mujeres que no trabajan, niños que no tienen edad de trabajar e inmigrantes
que a la vista de su escasa preparación profesional carecen de trabajo estable),
aumentaría extraordinariamente.
Pero hay algo peor: dado que los inmigrantes que llegan están concentrados
en las franjas de edad de entre 20 y 50 años (dos tercios de los inmigrantes
tienen esas edades), cuando algunos de estos lleguen a la edad de jubilación,
coincidirán parcialmente con la edad de jubilación de los hijos del “baby boom”
que en la actualidad tienen entre 35 y 55 años. Lo que empezará a ocurrir a
partir del 2020. Para el 2040, los inmigrantes que hoy están en activo –que en
un 81% ya han expresado su intención de permanecer en España- se habrán casi
completamente jubilado. A partir de ese momento existirá una asimetría
creciente y todavía más grave entre las personas en activo y las personas
jubiladas, bastante más espectacular que en la hipótesis de que no hubieran
entrado inmigrantes a partir de 2008.
Luego está la perspectiva demográfica de la inmigración. Desde la década de
los 80, la población española ha estado por debajo del nivel de reemplazo
generacional (2,1 hijos por mujer fértil). Esto implica un proceso de
envejecimiento progresivo que puede ser extremo o moderado. Durante el período
1993-2002, cuando se inició el fenómeno migratorio, la natalidad española
estaba en torno a 1,2 pero en el segundo período, cuando se produjeron
reagrupaciones familiares en masa y se dejó sentir el peso de la demografía
inmigrante, se elevó hasta el 1,3 entre 2004 y 2007 y 1,46 en 2008. Esta cifra,
todavía estaba lejos de la tasa de reposición, y, por tanto, generaba más
problemas de los que resolvía (problemas sociales, aparición de guetos, aumento
de la delincuencia, pérdida de señas de identidad, etc).
Las mujeres inmigrantes tienen más hijos y los tienen antes: mientras que
las españolas suelen tener el primer hijo como promedio a los 30,3 años, las
extranjeras los tienen a los 26,9 años, sin olvidar que tienen un promedio de
fecundidad mucho más elevado (1,92 hijos por mujer, mientras que las españolas
están por debajo del 1,2). Pero habría que precisar más: las mujeres africanas
tienen 3,5 hijos por mujer, por encima del umbral de reemplazo, mientras que
las asiáticas se sitúan e torno al 2,43 y las latinas hacia el 1,43. ¿Conclusión?
Cuanto más alejada está la identidad inmigrante de la española, su tasa de
natalidad es mayor y aunque con el paso del tiempo vaya disminuyendo, es
difícil que esta diferencia desaparezca.
Pero hasta 2008 se puso de manifiesto que la contribución de la inmigración
al aumento de nacimientos iba en aumento. En 1996, solamente el 3,3% de los
nacimientos eran de madre extranjera, pero en 2008 la cifra se había elevado al
20,7% y al año siguiente llegarían al 24%. Es decir, uno de cada cuatro
nacimientos era hijo de inmigrantes (y al cabo de un año de vida, si había
permanecido en España, recibiría la nacionalidad española). Si tenemos en
cuenta que la población inmigrante es inferior a ese porcentaje (17% del
total), su contribución a la natalidad es muy superior. ¿Cómo puede explicarse
eso? Por dos vertientes: en primer lugar porque en sus países de origen, la
inmigración tiene unas tasas de natalidad similar a las que tiene en España y,
en segundo lugar por que el 69% de las mujeres inmigrantes tienen entre 15 y 49
años, es decir, son más jóvenes que las españolas y, por tanto, más fértiles,
mientras que apenas el 48% de las españolas tienen esa edad.
Todos estos datos demográficos indican que en 2008 la inmigración ya tenía
una importancia creciente, pero que no iba a resolver ni remotamente el que se
consideraba el principal problema de cara a la viabilidad del sistema de
pensiones. Ya hemos indicado que existían otras soluciones y que la
inmigración, por no ser, ni siquiera era la solución más fácil, ni la más
viable, ni la más sostenible. O dicho de otra manera, no era solución. Lo que
era, en definitiva, era un parche técnico que tendía a reemplazar a la
población española por población inmigrante y a desfigurar la identidad étnica
y cultural de nuestro país, lo que no podía en ningún caso considerarse un
avance: allí donde han existido sociedades “mestizas”, éstas se han mostrado
extraordinariamente inestables. Para ese viaje no hacían falta alforjas.
La última
evolución del fenómeno 2008-2012
A partir de 2008, a medida que la crisis económica se fue afianzando,
distintos medios de prensa, convirtiéndose en voceros del gobierno de turno,
fueron difundiendo la idea de que “la inmigración estaba disminuyendo”. La noticia,
como veremos era falsa y las cifras indicaban justamente lo contrario, a saber,
que incluso en tiempos de crisis, cuando en todo el mundo se sabía que España
era uno de los países más afectados, seguían llegando inmigrantes, atraídos no
tanto por nuestro mercado laboral, como por nuestros servicios sociales y
asistenciales y entendiendo que nuestro país seguía siendo el eslabón más débil
para acceder a los hipotéticos mercados de consumo europeos.
El 1º de enero del 2012 se produjo un nuevo hecho
significativo: el 75% de los primeros nacidos ese día en todas las comunidades
autónomas era hijo de inmigrantes. Repetimos: el 75%, es decir, 3 de cada 4… En
algunas comunidades como Madrid y Cataluña, el 20% de la población total
procedía de la inmigración (sin contar a los hijos de la inmigración nacidos en
España y ya considerados como españoles al cumplir un año). El 1º de enero de
2012, a las 00:00 horas nacía en Ceuta, Fátima Sora, hija de musulmanes y, desempleados
ambos. En Cataluña, el primer bebé del año fue un ecuatoriano. Y en Gerona se
trató de un gambiano cuyos padres son de religión musulmana. Musulmán de padres
fue también el primer bebé del año en Lérida. Lo mismo ocurrió en Murcia,
siendo el segundo un hijo de bolivianos. En Lorca se trató de un bebé de padres
ecuatorianos. Y en el País Vasco, no se trató de ningún Aitor, Andoni, o Edurnes,
sino de un chino originario de Fujian. Sobre los nacimientos el 1º de enero se
disponen de abundantes datos que tradicionalmente son aireados por la prensa…. Pero
sobre el resto del año debemos conformarnos con las estadísticas que nos ofrece
el INE al año siguiente. Lo que indican va en la misma dirección.
Durante el año 2011 fueron regularizados 268.322
inmigrantes a los que hay que sumar los que nacieron en nuestro país y los que
fueron llegando ilegalmente. Sobre estos últimos hay datos contradictorios,
pero sobre los regularizados, la cifra es de algo más de setecientos diarios.
No es raro que las cifras de extranjeros residentes en España hayan experimentado
un aumento. El 1 de enero de 2011, según el INE, la población española era de 47.190.493
personas, un 0’4% más que en 2010. El aumento se debe, por supuesto, a la
llegada de más inmigrantes, especialmente porque a lo largo del año un número
significativo de españoles, la mayoría jóvenes con alta cualificación técnica y
profesional, huyeron de la crisis emprendiendo el camino del exilio económico.
En otras palabras: el número de ciudadanos españoles que se iban de España
aumentaba, pero al mismo tiempo la población también aumentaba un 0’4%, por lo que
hay que pensar necesariamente que ese aumento se debe solamente a la
inmigración (¿a qué otro factor podría deberse?). No hay que olvidar el número
de concesiones de la nacionalidad española que ha ido en aumento desde 2003 y
que a partir de 2010 se ha convertido en extremadamente significativo: ese año
se concedieron 123.721 nacionalidades españolas a inmigrantes y solamente entre
enero y septiembre de 2011 se concedieron otras 82.301 por lo que hay que
pensar que se superó ampliamente la cifra del año anterior.
La llegada del Partido Popular al poder,
contrariamente a lo que algunos habrían podido suponer, no ha variado en
absoluto la situación. En ningún lugar del programa del Partido Popular se
habla de repatriar a los inmigrantes, ni siquiera está presente una intención
de resolver el problema, tan solo se dice que “se cumpla la ley de extranjería”…
lamentablemente, el problema (y no la solución) es la Ley de Extranjería y sus
sucesivas reformas cada vez más erráticas. Para colmo, cuando Aznar recogió en
Quito su doctorado “honoris causa” en octubre de 2011, resumió la percepción
que tiene el PP del problema de la inmigración. Vale la pena citar las palabras
de Aznar: “Nosotros lo que hemos
dicho siempre, y lo he promovido, es que la historia de la prosperidad de
España no se puede escribir sin los inmigrantes, y en particular sin la
aportación de los migrantes ecuatorianos. Téngase en cuenta que cuando llego al
gobierno, en el 96, hay aproximadamente 300 mil inmigrantes en España, y cuando
yo salgo del gobierno hay más de 3 millones. Es decir, la explosión de la
inmigración en España se produce en esos años. La prosperidad de España no se
puede construir sin la migración”. El mensaje del PP estaba más que claro ¿cómo
iba Aznar a renunciar a la inmigración de la que él mismo fue el iniciador y
desencadenante y que ocupó un lugar esencial en el desarrollo de su modelo
económico, ese que fue capaz de dar una sensación de crecimiento económico ficticio
durante poco menos de una década?
Fue inevitable, de todas formas que los
inmigrantes se resintieran en parte del estallido de la crisis económica. No
regresaban pero si se veían obligados a adoptar medidas de austeridad. Los
nuevos nacimientos disminuyeron aunque no de manera muy significativa. Los
nacimientos de madres extranjeras disminuyeron en 2011 siendo 43.942 (el 19,1%)
cuando el año anterior habían sido de 47.084 (el 20,2%). En 2011, las mujeres
españoles seguían tenido 1,33 hijos (entre ellas ya había en torno a 400.000
antiguas inmigrantes que habían recibido la nacionalidad), un 0’10 más que diez
años antes, mientras que las mujeres extranjeras tenían 1,61 hijos (1,64 en
2010).
En 2011 se publicaron los resultados del padrón
municipal que indicaban que la población solamente había crecido en 22.000
personas, indicándose así mismo que el número de extranjeros habría descendido
un 0’7%... Estas cifras hay que ponerlas bajo caución. En efecto, si la cifra total había caído ligeramente es
porque algo más de 100.000 inmigrantes han desaparecido de las listas de
inmigración y han reaparecido como “nacionales”. A esto se suman los españoles
que se han ido a trabajar al extranjero, 114.000 a lo largo de 2011, una cifra
récord. Así pues, la suma de los nacionalizados y de los que se van alcanza las
214.000 personas, y la distancia entre los que se van y los que quedan en España
(47.212.990 personas, 22.497 más que un año antes) es de 236.497 personas… Estos
son los “nuevos españoles”, tratándose en su inmensa mayoría de inmigrantes que
han ido entrando a lo largo de ese año. ¿Se ha ido alguno? Sí, claro que alguno
se ha ido; es más, pero la mayoría de los que se han ido lo han hecho sin darse
de baja del padrón municipal, para poder volver de nuevo en cuanto encuentren
trabajo o lo deseen. Por otra parte, muy pocos se han dado de baja
voluntariamente en el padrón municipal… simplemente no han renovado (por
desidia, desinterés o desorden personal) su inscripción en el padrón.
En 2007, el primer año de la crisis, llegaron a
España 749.208 inmigrantes. Desde entonces las cifras han ido disminuyendo,
pero es completamente falso lo que se publicó a principios de 2011 sobre que
casi medio millón de inmigrantes habían abandonado España ese año. Si el saldo
migratorio es negativo es sobre todo y muy especialmente por la concesión de la
nacionalidad española, y la prueba es que mientras estuvo en vigor, la llamada “operación
retorno” apenas consiguió que menos de 10.000 inmigrantes se acogieran a ella. Dicha
operación subsidiaba el retorno a cambio de no regresar durante tres años… algo
que no interesaba a la mayoría de inmigrantes.
No solamente siguen regularizándose inmigrantes
por la discutible vía de la “regularización por arraigo”, sino también por la “regularización
familiar” (los inmigrantes ilegales que tengan hijos nacidos en España reciben
el permiso de residencia), al tiempo que siguen llegando tanto ilegalmente como
a través de la “reagrupación familiar”…
Las cifras no aumentan más rápidamente porque quedan compensadas sólo en parte,
por la concesión de nacionalizaciones que disminuye entre 100 y 125.000
personas la cifra de inmigración anual.
Ahora bien, si reconocemos –y es fácil hacerlo a
través de la interpretación de las cifras- que la inmigración no se va en
proporción significativa, sino que sigue aumentando y quienes se van son
nuestros muchachos mejor preparados, la pregunta siguiente es ¿por qué no se
van si el mercado de trabajo está hundido y sin posibilidades de recuperación a
corto ni medio plazo? La respuesta la dan las cifras de remesas: no disminuyen,
aumentan. ¿Para qué van a volver a sus países de origen si aquí tienen sus
servicios sociales básicos (sanidad y educación) cubiertos por el Estado sea
cual sea su situación laboral y si para colmo, entre alguna subvención, la
alimentación cubierta por Caritas o por cualquier organismo asistencial, y el
trabajo negro, viven mejor aquí que en cualquier otro lugar incluido su país de
origen? Sin olvidar, claro está, que en muchos de estos países, a esa misma
inmigración se la trata a patadas, mientras que aquí son considerados como objeto
de atención preferencial por parte de ONGs y del lobby inmigracionista.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodir@gmail.com