viernes, 4 de mayo de 2012

Crónica del réquiem por el Estado del Bienestar




Infokrisis.- Desde hace más de quince años se nos viene repitiendo que el Estado del Bienestar está acabado, que no responde a las necesidades de la sociedad y que está llamado a desaparecer por excesivamente costoso. Nadie nos aporta cifras suficientemente incontrovertibles como para pensar que así es, sin embargo, se ha convertido en un dogma neoliberal el dar por finiquitado al Estado del Bienestar. Lejos están los tiempos en los que en España todos los partidos políticos proponían caminar hacia una sociedad como las de los países nórdicos en los que se procuraba que todos los habitantes tuvieran, no solamente un elevado nivel de vida, sino que estuvieran siempre aseguradas la satisfacción de sus necesidades básicas. A esto se le llamaba concepción “distributiva” del Estado, se trataba de que los que tenían más pagaran más impuestos –a fin de cuentas lo podían hacer porque sus necesidades básicas las tenían muy bien cubiertas- y el Estado lo único que tenía que hacer era redistribuir esa riqueza. Por otra parte, el Estado disponía de un sector público que abarcaba empresas estratégicas necesarias para asegurar la previsión de bienes y/o servicios. Se trataba además que, determinadas industrias que eran básicas para la subsistencia de una nación, no cayeran en manos privadas pues, si así ocurría, la sociedad estaría inerme ante depredadoras iniciativas privadas.


Y todo esto pareció lógico durante mucho tiempo. Se discutía sobre si el sector público debía de ser más o menos grande, sobre si debía de abarcar a tales o cuales empresas, pero no se discutía su existencia. Se trataba simplemente de alcanzar los niveles de bienestar de las sociedades nórdicas en las que el Estado del Bienestar se realizaba de una manera más serena y disciplinada. Y ese era el objetivo de todos los partidos políticos en nuestro país. De repente todo cambió.

Hacia principios de los años 80, cuando coincidieron en el poder la Tatcher y Ronald Reagan, se adoptaron políticas económicos que hasta ese momento habían sido consideradas como meras locuras. Estas doctrinas, fundamentalmente derivadas de la Escuela de Chicago y de la Escuela Austríaca, consideraban que cualquier injerencia del Estado en la vida económica era una forma de… socialismo, pues limitaba la iniciativa de la propiedad privada. Los “mercados” eran considerados como inapelables y capaces de autorregularse. Ante ellos el Estado solamente tenía que aceptar el juego económico de los agentes privados, sin inmiscuirse. Era evidente que el papel del Estado debía consistir en proteger a los débiles ante los fuertes y evitar los procesos depredadores que podían darse en un mercado completamente libre y desregulado.

Todo se puso a prueba en el Chile de Pinochet

Los primeros intentos se realizaron en Chile en 1974 y la experiencia se prolongó hasta 1978. Los “chicagos boys”, discípulos de Milton Friedman, desembarcaron en aquel país, se aprovecharon de la existencia de un gobierno militar que carecía de economistas capaces de entender los procesos del mercado e impusieron unas medidas económicas ultraliberales que contrastaban con la forma de gobierno autoritaria. El país había quedado tan decepcionado por la experiencia de la izquierda allendista que, inicialmente, no existieron resistencias… hasta que a los pocos meses de su aplicación esta política resultó nefasta.

La fosforera nacional cerró sus puertas porque era más barato traer cerillas canadienses antes que fabricarlas allí. “Bien para el consumidor” decían los “Chicago boys”… ¿bien? ¿y qué ocurrirá con los trabajadores de la fosforera en paro que ni siquiera tendrán dinero para comprar cerillas canadienses? Bien, no hay problema –dijeron los “Chicago boys”- se reciclarán en otros sectores. Era el precio del levantamiento de aranceles. Pero ¿qué ocurría si sistemáticamente se iban desmontando todos los sectores de la economía y no existían sectores de sustitución? Pasaría que todo el país se iría empobreciendo progresivamente… Hacia 1978, Pinochet debió prescindir de los “Chicago boys” y el intento de aplicar una economía desregulada se había saldado con el primer gran fracaso. A este siguió otro y en un lugar mucho más “central”: el Reino Unido.

El ultraliberalismo en el poder: Tatcher y Reagan

La Tatcher subió al poder influida por las enseñanzas de la “Escuela Austria” de Von Misses y Hayek y pronto se aprestó a privatizar todos los servicios hasta entonces en poder del Estado: la producción y distribución de electricidad, las líneas aéreas, el agua, los transportes públicos, etc. Y, por supuesto, se abolieron aranceles: si salía más barato traer carbón de Polonia había que cerrar la minería británica, tal como se hizo. El resultado de toda esta política fue catastrófico: se sucedieron manifestaciones y protestas sociales, la huelga de mineros se prolongó por espacio de un año entero y las privatizaciones acarrearon la pérdida en la calidad de los servicios y el aumento de los precios. Difícilmente hubiera soportado la Tatcher esta situación de no ser porque los EEUU indujeron a la Junta Militar Argentina a ocupar las islas Malvinas prometiéndoles que permanecerían neutrales y pacificarían al Reino Unido. Si la Tatcher resistió y recibió su apoyo de la “Dama de Hierro” fue precisamente por la actitud inflexible de su gobierno ante Argentina y por su voluntad de levantar el orgullo nacional mediante una victoria que prácticamente podía definirse como “colonial”. No fueron los “éxitos” inexistentes de la Tatcher en materia económica lo que la mantuvo en el poder durante todo un largo ciclo político.

En los EEUU ocurrió algo parecido. Entre 2000 y 2008, la llamada “era Reagan” tuvo algunos éxitos económicos, pero su gran activo y lo que le valió la reelección fue el debilitamiento de la URSS y la victoria sobre el bloque comunista mediante la llamada “guerra de las galaxias”. El complejo militar-petrolero-industrial “tiró” de la economía. También aquí, las privatizaciones acarrearon una catástrofe nacional que todavía hoy vive aquel país y que llevó a que las carreteras construidas en la postguerra tuvieran un deficiente mantenimiento y que zonas enteras del país se situaran en el límite del subdesarrollo en una situación que terminó evidenciándose ante la opinión pública mundial en 2005 cuando el huracán “Katrina” devastó Nueva Orleans y tanto el gobierno estatal como el federal no estuvieron en condiciones de reaccionar.

El fracaso en Iberoamérica

Idénticas catástrofes se sucedieron en los años 80 en América Latina cuando los gobiernos democráticos apenas asentados hicieron caso al “amigo americano” e iniciaron las privatizaciones: ventas de puertos, de edificios de ministerios, de compañías estatales, etc. Una vez más se produjo el mismo fenómeno que ya se había advertido desde la experiencia chilena: caída en la calidad de los servicios, aumento en su precio. En definitiva, retroceso del Estado del Bienestar.

En una primera fase, cuando el Estado pone en venta sus empresas, estas se encuentran en pleno funcionamiento y puestas al día. Se producen algunos despidos, pero el Estado que acaba de ingresar el dinero por la venta de estas empresas no se preocupa: simplemente ofrece indemnizaciones y cree que otros sectores económicos lograrán absorber a los nuevos parados. El Estado utiliza el dinero que tiene para realizar obras públicas que, efectivamente, alivian el problema del paro. Pero, rápidamente el dinero se acaba y el Estado entra en déficit. Justo en ese momento, aparecen los funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional ofreciendo créditos que ese Estado acepta…

Es el principio del drama: porque pronto son necesarios más créditos para pagar los créditos previamente concedidos y el Estado cada vez dispone de un margen de maniobra más exiguo. Entonces los funcionarios del FMI y del BM acceden a dar nuevos créditos… a condición de plantear “reformas estructurales” unas reformas que lo que tienden es a empequeñecer al Estado, devaluar la moneda, despedir funcionarios públicos, rebajar salarios, aumentar impuestos y, por supuesto, desregular la economía y eliminar aranceles. El resultado de estas políticas constituyó un fracaso tan rotundo que en la actualidad en la mayoría de países de América Latina, especialmente en los “bolivarianos”, les causa hilaridad el ver que en Europa se están adoptando las mismas medidas que ya fracasaron hace 20 años en Iberoamérica y que llevaron a momentos tan dramáticos como “el corralito” o la hiperinflación en algunos países.

La hora de los economistas a sueldo del capital financiero

Ya es significativo que el país que con mayor énfasis predica la política de privatizaciones y la desregulación de la economía sean los EEUU… país en el que buena parte de la producción, especialmente agrícola, está subvencionada por el Estado. Hoy resulta evidente que la “economía desregularizada” propuesta por los “Chicago boys” es una entelequia suicida en la que solamente algunos elementos de la derecha liberal pueden creer como bálsamo universal para los pueblos y los Estados. Cuando estalló la crisis económica, a pesar de que los principios neoliberales y el fetichismo del mercado estaban excepcionalmente extendidos en todo el mundo, los bancos y las grandes empresas en crisis solicitaron y obtuvieron ayudas públicas. Las excusas para que los Estados incumplieran su promesa de no participar en la vida económica, fueron, cínicamente, el “bienestar general”. Se decía, por ejemplo, que salvando a los bancos lo que se estaba era salvando a los ahorradores, se alegaba que algunas empresas eran “demasiado grandes para quebrar”, o que había que generar empleo realizando inversiones públicas (tal como se hizo en España con el Plan E y el Plan E2010, o con el Plan VIVE). Aun hoy, cuando se nos habla en España de crear un “banco malo” lo que se está ocultando es que se trata de que el Estado absorba la deuda incobrable de la banca, saneándola y colocándola en trance de ser apetecible por compradores extranjeros.

Por supuesto, los popes de la economía neoliberal, siguen explicando con una seriedad pasmosa que si existe hoy una crisis de dimensiones planetarias se debe a que… la economía sigue regulada. Llama la atención la suficiencia con la que este atajo de cretinos dan lecciones de economía a toro pasado y prevén recuperaciones de la economía para pasado mañana desde las columnas de Intereconomía hasta las de Libertad Digital, por no aludir a cierto profesor de economía, mejor cantante de tangos, que saluda a sus contertulios con un “buenos días, liberales” que casi parece un insulto en los momentos en los que el liberalismo económico extremo nos ha llevado hasta donde estamos.

Este fenómeno no ocurre solamente en España. De hecho, recientemente Le Monde Diplomatique demostraba que doce economistas que predican soluciones neoliberales, absolutamente inviables y a todas luces lesivas para la mayor parte de las poblaciones, lo hacen con tanta suficiencia como falta de argumentos sólidos… y, están al servicio de los grandes consorcios financieros internacionales. Esto es que les entra en el sueldo realizar campañas de publicidad del ultraliberalismo…

Algunas explicaciones y algunos porqués

Hace falta explicar por qué el sistema financiero mundial tiene como objetivos el insistir en la desregulación si esta desregulación es simplemente nefasta para el conjunto de las comunidades. Es fácil entenderlo. Desmantelar el Estado del Bienestar implica dejar grandes sectores de la economía que actualmente están en manos de los Estados en venta a los consorcios privados. El siglo XXI va a ser el gran siglo de la sanidad. Ingeniería genética, biomecánica, criogenia, nanotecnología, están convergiendo y alumbrando una nueva medicina que se cotizará a precio de oro y que para los diosecillos del capital será (está siendo) el negocio más tentador en las próximas décadas. De ahí el interés en la privatización de la sanidad. Pero, por otra parte, de lo que se trata para los “señores del dinero” es de disminuir la soberanía de los Estados. Estados fuertes, con recursos, con un arsenal legislativo y conciencia de su misión, pueden negarse a privatizar estos últimos sectores económicos. Se trata de que no lo hagan y se trata de algo más: de alcanzar las consecuencias finales del capitalismo en los que la política no solo está por debajo de la economía, sino que la política es el terreno en el que los “señores del dinero” hacen y deshacen a su antojo y en su beneficio. Ya no se trata de que grandes líderes guíen a los pueblos a través del devenir histórico, ni siquiera que sean los propios pueblos a través de instituciones democráticas las que se forjen su destino: se trata de limitar la soberanía de los Estados dando prioridad absoluta a depredadores económicos.

Y en esto la Unión Europea tiene una buena parte de responsabilidad. Dos medidas de la UE han sido absolutamente incomprensibles y suponen una traición a las poblaciones europeas: la normativa del Banco Central Europeo que impide que este organismo preste dinero a los Estados y el llamado Mecanismo de Estabilidad que prohíbe déficits superiores al 3%. Veamos cada uno de estos elementos.

La prohibición de prestar dinero a los Estados se basa en que estos podrían tender a endeudarse. Argumento falaz porque como en cualquier operación de crédito lo primero que el prestamista mira es si el cliente está en condiciones de devolver el crédito. No, esa normativa tiene un único beneficiario: la banca. En efecto, hoy los bancos europeos piden créditos al BCE al 1% para con ese dinero comprar deuda pública que los Estados pagan entre el 4 y el 7%. Es decir, la banca, por el simple hecho de realizar operaciones de este tipo sin ningún riesgo obtiene entre el 3 y el 6% de beneficio. No es raro que el dinero destinado a créditos lo absorba el Estado en forma de pagarés, bonos y letras del Tesoro, en España desde 2008. No hay crédito, en cambio, ni para las PYMES ni para los ciudadanos. Una legislación así debería haberse modificado en el momento en el que se demostró su incapacidad: en efecto, estaba destinada a aumentar solamente los beneficios bancarios y a endeudar más y más a los estados que, como el español, deben de pagar cada vez más intereses por su deuda que, además, esta al albur de las oscilaciones de los mercados y de la voluntad de las agencias de ratting (que trabajan para la banca internacional y para los grandes fondos de inversión) con calificaciones que nunca han sido realistas: ni antes de la crisis económica cuando se calificaba a Lehman Brothers de entidad solvente, ni ahora cuando se aumenta la prima de riesgo de manera no menos artificial y artificiosa. De hecho, si ha habido un culpable de esta crisis son precisamente las agencias de calificación que actúan no para asegurar el fair play sino para garantizar mayores beneficios a los “señores del dinero”. Se pudo evitar, se puede evitar, pero no se hace: y lo que es peor, ningún dirigente político europeo está dispuesto a jugarse nada para proponer que la lógica y el sentido común imperen en este terreno. Está claro el motivo: bastaría con que cualquier dirigente europeo lesionara los intereses de los grandes consorcios financieros para que sobre él se abatieran campañas de desprestigio que lo liquidarían de la escena política en apenas unas semanas.

Igualmente pernicioso es el llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad que prohíbe a los estados tener déficits superiores al 3%, superado el cual se prevé la intervención económica de ese Estado. Esta consiste en que, a partir de ese momento, ese Estado deja de ser dueño de su política económica que estará gestionada por funcionarios y técnicos de la Unión Europea. Dicho de otra manera: eso equivale a restar soberanía y convertir en inútiles a las instituciones democráticos. En el fondo esto es lo que ya está ocurriendo a la vista de que, elección tras elección, se comprueba que podemos elegir gobiernos (esto es, podemos elegir al figurón que estará al frente del gobierno durante cuatro años), pero no podemos elegir políticas (puesto que las reglas del juego son tales que solamente es viable una sola política económica. En efecto, en España, el gobierno ZP y el gobierno Rajoy han tenido las mismas respuestas económicas ante los mismos problemas. Una de las características del “pensamiento único” instaurado a partir de los años 90, es la posibilidad de prácticamente solamente una política económica única que no depende de los gobiernos elegidos democráticamente sino de instituciones que nadie ha elegido o de agencias privadas que trabajan para intereses muy distantes de los populares.

Precisamente estas condiciones de dependencia son las que corresponden a los protectorados. España se está convirtiendo a marchas forzadas en un protectorado de la UE (como ya lo es Grecia que después de cuatro planes de austeridad y recortes sigue peor que nunca y sin levantar cabeza porque no son las políticas de recorte las que generan empleo sino las de inversión pública) que a su vez, desde el punto de vista económico no es más que un instrumento de la alta finanza para realizar su plan ultraliberal de desmantelamiento del Estado del Bienestar, privatizaciones y pérdida de soberanía.

Y ante todo esto vale la pena prepararse para la revuelta social y política. O nosotros o ellos.

© Ernesto Milà – infokrisis – ernestomila@yahoo.es