Infokrisis.- Desde hace más de quince años se
nos viene repitiendo que el Estado del Bienestar está acabado, que no responde
a las necesidades de la sociedad y que está llamado a desaparecer por
excesivamente costoso. Nadie nos aporta cifras suficientemente incontrovertibles
como para pensar que así es, sin embargo, se ha convertido en un dogma
neoliberal el dar por finiquitado al Estado del Bienestar. Lejos están los
tiempos en los que en España todos los partidos políticos proponían caminar
hacia una sociedad como las de los países nórdicos en los que se procuraba que
todos los habitantes tuvieran, no solamente un elevado nivel de vida, sino que
estuvieran siempre aseguradas la satisfacción de sus necesidades básicas. A
esto se le llamaba concepción “distributiva” del Estado, se trataba de que los
que tenían más pagaran más impuestos –a fin de cuentas lo podían hacer porque
sus necesidades básicas las tenían muy bien cubiertas- y el Estado lo único que
tenía que hacer era redistribuir esa riqueza. Por otra parte, el Estado
disponía de un sector público que abarcaba empresas estratégicas necesarias
para asegurar la previsión de bienes y/o servicios. Se trataba además que,
determinadas industrias que eran básicas para la subsistencia de una nación, no
cayeran en manos privadas pues, si así ocurría, la sociedad estaría inerme ante
depredadoras iniciativas privadas.
Y todo esto pareció lógico
durante mucho tiempo. Se discutía sobre si el sector público debía de ser más o
menos grande, sobre si debía de abarcar a tales o cuales empresas, pero no se
discutía su existencia. Se trataba simplemente de alcanzar los niveles de
bienestar de las sociedades nórdicas en las que el Estado del Bienestar se
realizaba de una manera más serena y disciplinada. Y ese era el objetivo de
todos los partidos políticos en nuestro país. De repente todo cambió.
Hacia principios de los años 80,
cuando coincidieron en el poder la Tatcher y Ronald Reagan, se adoptaron
políticas económicos que hasta ese momento habían sido consideradas como meras
locuras. Estas doctrinas, fundamentalmente derivadas de la Escuela de Chicago y
de la Escuela Austríaca, consideraban que cualquier injerencia del Estado en la
vida económica era una forma de… socialismo, pues limitaba la iniciativa de la
propiedad privada. Los “mercados” eran considerados como inapelables y capaces
de autorregularse. Ante ellos el Estado solamente tenía que aceptar el juego
económico de los agentes privados, sin inmiscuirse. Era evidente que el papel
del Estado debía consistir en proteger a los débiles ante los fuertes y evitar
los procesos depredadores que podían darse en un mercado completamente libre y
desregulado.
Todo se puso a prueba en el Chile de Pinochet
Los primeros intentos se
realizaron en Chile en 1974 y la experiencia se prolongó hasta 1978. Los “chicagos
boys”, discípulos de Milton Friedman, desembarcaron en aquel país, se
aprovecharon de la existencia de un gobierno militar que carecía de economistas
capaces de entender los procesos del mercado e impusieron unas medidas
económicas ultraliberales que contrastaban con la forma de gobierno
autoritaria. El país había quedado tan decepcionado por la experiencia de la
izquierda allendista que, inicialmente, no existieron resistencias… hasta que a
los pocos meses de su aplicación esta política resultó nefasta.
La fosforera nacional cerró sus
puertas porque era más barato traer cerillas canadienses antes que fabricarlas
allí. “Bien para el consumidor” decían los “Chicago boys”… ¿bien? ¿y qué
ocurrirá con los trabajadores de la fosforera en paro que ni siquiera tendrán
dinero para comprar cerillas canadienses? Bien, no hay problema –dijeron los “Chicago
boys”- se reciclarán en otros sectores. Era el precio del levantamiento de
aranceles. Pero ¿qué ocurría si sistemáticamente se iban desmontando todos los
sectores de la economía y no existían sectores de sustitución? Pasaría que todo
el país se iría empobreciendo progresivamente… Hacia 1978, Pinochet debió
prescindir de los “Chicago boys” y el intento de aplicar una economía
desregulada se había saldado con el primer gran fracaso. A este siguió otro y
en un lugar mucho más “central”: el Reino Unido.
El ultraliberalismo en el poder: Tatcher y Reagan
La Tatcher subió al poder
influida por las enseñanzas de la “Escuela Austria” de Von Misses y Hayek y
pronto se aprestó a privatizar todos los servicios hasta entonces en poder del
Estado: la producción y distribución de electricidad, las líneas aéreas, el
agua, los transportes públicos, etc. Y, por supuesto, se abolieron aranceles:
si salía más barato traer carbón de Polonia había que cerrar la minería
británica, tal como se hizo. El resultado de toda esta política fue
catastrófico: se sucedieron manifestaciones y protestas sociales, la huelga de
mineros se prolongó por espacio de un año entero y las privatizaciones
acarrearon la pérdida en la calidad de los servicios y el aumento de los
precios. Difícilmente hubiera soportado la Tatcher esta situación de no ser
porque los EEUU indujeron a la Junta Militar Argentina a ocupar las islas
Malvinas prometiéndoles que permanecerían neutrales y pacificarían al Reino
Unido. Si la Tatcher resistió y recibió su apoyo de la “Dama de Hierro” fue
precisamente por la actitud inflexible de su gobierno ante Argentina y por su
voluntad de levantar el orgullo nacional mediante una victoria que
prácticamente podía definirse como “colonial”. No fueron los “éxitos”
inexistentes de la Tatcher en materia económica lo que la mantuvo en el poder
durante todo un largo ciclo político.
En los EEUU ocurrió algo
parecido. Entre 2000 y 2008, la llamada “era Reagan” tuvo algunos éxitos
económicos, pero su gran activo y lo que le valió la reelección fue el
debilitamiento de la URSS y la victoria sobre el bloque comunista mediante la llamada
“guerra de las galaxias”. El complejo militar-petrolero-industrial “tiró” de la
economía. También aquí, las privatizaciones acarrearon una catástrofe nacional
que todavía hoy vive aquel país y que llevó a que las carreteras construidas en
la postguerra tuvieran un deficiente mantenimiento y que zonas enteras del país
se situaran en el límite del subdesarrollo en una situación que terminó
evidenciándose ante la opinión pública mundial en 2005 cuando el huracán “Katrina”
devastó Nueva Orleans y tanto el gobierno estatal como el federal no estuvieron
en condiciones de reaccionar.
El fracaso en Iberoamérica
Idénticas catástrofes se
sucedieron en los años 80 en América Latina cuando los gobiernos democráticos
apenas asentados hicieron caso al “amigo americano” e iniciaron las
privatizaciones: ventas de puertos, de edificios de ministerios, de compañías
estatales, etc. Una vez más se produjo el mismo fenómeno que ya se había advertido
desde la experiencia chilena: caída en la calidad de los servicios, aumento en
su precio. En definitiva, retroceso del Estado del Bienestar.
En una primera fase, cuando el
Estado pone en venta sus empresas, estas se encuentran en pleno funcionamiento
y puestas al día. Se producen algunos despidos, pero el Estado que acaba de
ingresar el dinero por la venta de estas empresas no se preocupa: simplemente
ofrece indemnizaciones y cree que otros sectores económicos lograrán absorber a
los nuevos parados. El Estado utiliza el dinero que tiene para realizar obras
públicas que, efectivamente, alivian el problema del paro. Pero, rápidamente el
dinero se acaba y el Estado entra en déficit. Justo en ese momento, aparecen los
funcionarios del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional ofreciendo
créditos que ese Estado acepta…
Es el principio del drama: porque
pronto son necesarios más créditos para pagar los créditos previamente
concedidos y el Estado cada vez dispone de un margen de maniobra más exiguo.
Entonces los funcionarios del FMI y del BM acceden a dar nuevos créditos… a
condición de plantear “reformas estructurales” unas reformas que lo que tienden
es a empequeñecer al Estado, devaluar la moneda, despedir funcionarios
públicos, rebajar salarios, aumentar impuestos y, por supuesto, desregular la
economía y eliminar aranceles. El resultado de estas políticas constituyó un
fracaso tan rotundo que en la actualidad en la mayoría de países de América Latina,
especialmente en los “bolivarianos”, les causa hilaridad el ver que en Europa
se están adoptando las mismas medidas que ya fracasaron hace 20 años en
Iberoamérica y que llevaron a momentos tan dramáticos como “el corralito” o la
hiperinflación en algunos países.
La hora de los economistas a sueldo del capital financiero
Ya es significativo que el país
que con mayor énfasis predica la política de privatizaciones y la desregulación
de la economía sean los EEUU… país en el que buena parte de la producción,
especialmente agrícola, está subvencionada por el Estado. Hoy resulta evidente
que la “economía desregularizada” propuesta por los “Chicago boys” es una
entelequia suicida en la que solamente algunos elementos de la derecha liberal
pueden creer como bálsamo universal para los pueblos y los Estados. Cuando
estalló la crisis económica, a pesar de que los principios neoliberales y el
fetichismo del mercado estaban excepcionalmente extendidos en todo el mundo,
los bancos y las grandes empresas en crisis solicitaron y obtuvieron ayudas
públicas. Las excusas para que los Estados incumplieran su promesa de no
participar en la vida económica, fueron, cínicamente, el “bienestar general”.
Se decía, por ejemplo, que salvando a los bancos lo que se estaba era salvando
a los ahorradores, se alegaba que algunas empresas eran “demasiado grandes para
quebrar”, o que había que generar empleo realizando inversiones públicas (tal
como se hizo en España con el Plan E y el Plan E2010, o con el Plan VIVE). Aun
hoy, cuando se nos habla en España de crear un “banco malo” lo que se está
ocultando es que se trata de que el Estado absorba la deuda incobrable de la
banca, saneándola y colocándola en trance de ser apetecible por compradores
extranjeros.
Por supuesto, los popes de la
economía neoliberal, siguen explicando con una seriedad pasmosa que si existe
hoy una crisis de dimensiones planetarias se debe a que… la economía sigue
regulada. Llama la atención la suficiencia con la que este atajo de cretinos
dan lecciones de economía a toro pasado y prevén recuperaciones de la economía
para pasado mañana desde las columnas de Intereconomía hasta las de Libertad
Digital, por no aludir a cierto profesor de economía, mejor cantante de tangos,
que saluda a sus contertulios con un “buenos días, liberales” que casi parece
un insulto en los momentos en los que el liberalismo económico extremo nos ha
llevado hasta donde estamos.
Este fenómeno no ocurre solamente
en España. De hecho, recientemente Le
Monde Diplomatique demostraba que doce economistas que predican soluciones
neoliberales, absolutamente inviables y a todas luces lesivas para la mayor
parte de las poblaciones, lo hacen con tanta suficiencia como falta de
argumentos sólidos… y, están al servicio de los grandes consorcios financieros
internacionales. Esto es que les entra en el sueldo realizar campañas de
publicidad del ultraliberalismo…
Algunas explicaciones y algunos porqués
Hace falta explicar por qué el
sistema financiero mundial tiene como objetivos el insistir en la desregulación
si esta desregulación es simplemente nefasta para el conjunto de las
comunidades. Es fácil entenderlo. Desmantelar el Estado del Bienestar implica
dejar grandes sectores de la economía que actualmente están en manos de los
Estados en venta a los consorcios privados. El siglo XXI va a ser el gran siglo
de la sanidad. Ingeniería genética, biomecánica, criogenia, nanotecnología,
están convergiendo y alumbrando una nueva medicina que se cotizará a precio de
oro y que para los diosecillos del capital será (está siendo) el negocio más
tentador en las próximas décadas. De ahí el interés en la privatización de la
sanidad. Pero, por otra parte, de lo que se trata para los “señores del dinero”
es de disminuir la soberanía de los Estados. Estados fuertes, con recursos, con
un arsenal legislativo y conciencia de su misión, pueden negarse a privatizar
estos últimos sectores económicos. Se trata de que no lo hagan y se trata de
algo más: de alcanzar las consecuencias finales del capitalismo en los que la
política no solo está por debajo de la economía, sino que la política es el
terreno en el que los “señores del dinero” hacen y deshacen a su antojo y en su
beneficio. Ya no se trata de que grandes líderes guíen a los pueblos a través
del devenir histórico, ni siquiera que sean los propios pueblos a través de
instituciones democráticas las que se forjen su destino: se trata de limitar la
soberanía de los Estados dando prioridad absoluta a depredadores económicos.
Y en esto la Unión Europea tiene
una buena parte de responsabilidad. Dos medidas de la UE han sido absolutamente
incomprensibles y suponen una traición a las poblaciones europeas: la normativa
del Banco Central Europeo que impide que este organismo preste dinero a los
Estados y el llamado Mecanismo de Estabilidad que prohíbe déficits superiores
al 3%. Veamos cada uno de estos elementos.
La prohibición de prestar dinero
a los Estados se basa en que estos podrían tender a endeudarse. Argumento falaz
porque como en cualquier operación de crédito lo primero que el prestamista
mira es si el cliente está en condiciones de devolver el crédito. No, esa
normativa tiene un único beneficiario: la banca. En efecto, hoy los bancos
europeos piden créditos al BCE al 1% para con ese dinero comprar deuda pública
que los Estados pagan entre el 4 y el 7%. Es decir, la banca, por el simple
hecho de realizar operaciones de este tipo sin ningún riesgo obtiene entre el 3
y el 6% de beneficio. No es raro que el dinero destinado a créditos lo absorba
el Estado en forma de pagarés, bonos y letras del Tesoro, en España desde 2008.
No hay crédito, en cambio, ni para las PYMES ni para los ciudadanos. Una
legislación así debería haberse modificado en el momento en el que se demostró
su incapacidad: en efecto, estaba destinada a aumentar solamente los beneficios
bancarios y a endeudar más y más a los estados que, como el español, deben de
pagar cada vez más intereses por su deuda que, además, esta al albur de las
oscilaciones de los mercados y de la voluntad de las agencias de ratting (que
trabajan para la banca internacional y para los grandes fondos de inversión)
con calificaciones que nunca han sido realistas: ni antes de la crisis
económica cuando se calificaba a Lehman Brothers de entidad solvente, ni ahora
cuando se aumenta la prima de riesgo de manera no menos artificial y
artificiosa. De hecho, si ha habido un culpable de esta crisis son precisamente
las agencias de calificación que actúan no para asegurar el fair play sino para garantizar mayores
beneficios a los “señores del dinero”. Se pudo evitar, se puede evitar, pero no
se hace: y lo que es peor, ningún dirigente político europeo está dispuesto a
jugarse nada para proponer que la lógica y el sentido común imperen en este
terreno. Está claro el motivo: bastaría con que cualquier dirigente europeo
lesionara los intereses de los grandes consorcios financieros para que sobre él
se abatieran campañas de desprestigio que lo liquidarían de la escena política
en apenas unas semanas.
Igualmente pernicioso es el
llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad que prohíbe a los estados tener
déficits superiores al 3%, superado el cual se prevé la intervención económica
de ese Estado. Esta consiste en que, a partir de ese momento, ese Estado deja
de ser dueño de su política económica que estará gestionada por funcionarios y
técnicos de la Unión Europea. Dicho de otra manera: eso equivale a restar
soberanía y convertir en inútiles a las instituciones democráticos. En el fondo
esto es lo que ya está ocurriendo a la vista de que, elección tras elección, se
comprueba que podemos elegir gobiernos (esto es, podemos elegir al figurón que
estará al frente del gobierno durante cuatro años), pero no podemos elegir
políticas (puesto que las reglas del juego son tales que solamente es viable
una sola política económica. En efecto, en España, el gobierno ZP y el gobierno
Rajoy han tenido las mismas respuestas económicas ante los mismos problemas.
Una de las características del “pensamiento único” instaurado a partir de los
años 90, es la posibilidad de prácticamente solamente una política económica
única que no depende de los gobiernos elegidos democráticamente sino de
instituciones que nadie ha elegido o de agencias privadas que trabajan para
intereses muy distantes de los populares.
Precisamente estas condiciones de
dependencia son las que corresponden a los protectorados. España se está
convirtiendo a marchas forzadas en un protectorado de la UE (como ya lo es
Grecia que después de cuatro planes de austeridad y recortes sigue peor que
nunca y sin levantar cabeza porque no son las políticas de recorte las que
generan empleo sino las de inversión pública) que a su vez, desde el punto de
vista económico no es más que un instrumento de la alta finanza para realizar
su plan ultraliberal de desmantelamiento del Estado del Bienestar,
privatizaciones y pérdida de soberanía.
Y ante todo esto vale la pena
prepararse para la revuelta social y política. O nosotros o ellos.
© Ernesto Milà – infokrisis –
ernestomila@yahoo.es