Infokrisis.- Resumo la situación: vivimos en
una partidocracia acosada por los mercados, esto es, por los “señores del
dinero”. El poder de los mercados es tan grande que ningún político, ni en
España ni en Europa, se siente con ánimo de enfrentarse a ellos. Bastaría por
ejemplo con que cualquier político manifestara una leve insinuación de que está
dispuesto a tomar medidas contra la omnipotencia de los mercados o contra las
agencias de ratting, sería inmediatamente objeto de una inmisericorde campaña
de descrédito que no ahorraría mentiras, exageraría datos y situaciones reales
y menoscabaría en un abrir y cerrar de ojos su imagen. Nadie, por su puesto,
quiere arriesgarse a una campaña de este tipo (dejando aparte que en partidocracia,
no están al frente de la cosa pública los mejores, sino los más rapaces, los más
ambiciosos y frecuentemente los que tienen más cosas que ocultar). Y, por
tanto, el egoísmo y el interés particular, habituales en toda partidocracia,
una vez más, sepultan el interés general. Ningún gobierno europeo tomará
medidas contra los mercados y las agencias de ratting… de lo que hay que
deducir que la política de demolición del Estado del Bienestar y de
privatizaciones a ultranza, los criterios neoliberales, la globalización y la
omnipotencia del capital financiero, persistirán y aumentarán su presión sobre
las poblaciones: y todo, porque la partidocracia es un régimen que no genera
líderes, ni estadistas, sino apenas gestores oportunistas y mediocres.
La cuestión es cómo salir de este
embrollo porque en ello nos jugamos el futuro. Y solamente hay dos caminos. El
primero es lograr un GRAN ACUERDO NACIONAL, el otro una DICTADURA NACIONAL. Eso,
o la dictadura de la barbarie impuesto por los “señores del dinero” con el
beneplácito y la aquiescencia de los pusilánimes.
¿Qué es un Gran Acuerdo Nacional?
¿Qué entendemos por un “Gran
Acuerdo Nacional”? Sería el pacto entre todas las fuerzas políticas sin
exclusión presentes en el panorama político nacional y autonómico, de los
sindicatos, de los grupos mediáticos y de los distintos estamentos que componen
el país (colegios profesionales, judicatura, fuerzas armadas, mundo de la
cultura, universidades), para defender el Estado del Bienestar y poner coto a
las políticas neoliberales agresivas impuestas desde el núcleo duro de la UE en
connivencia con los “mercados”.
Un acuerdo de este tipo
implicaría que TODA LA NACION aceptaría como principio la defensa del Estado
del Bienestar, la justicia distributiva y las políticas económicas que
impliquen inversiones, creación de empleo y normalización económica. Es evidente
que un acuerdo de este tipo implica la necesidad de abordar reformas tanto a
nivel español como europeo y que la primera medida es romper con la
globalización, crear áreas estratégicas de economía homogénea (Europa-Rusia) y
ruptura con la globalización y con el libre tránsito de capitales y de
mercancías. Sí, lo que estamos proponiendo es una economía proteccionista y lo
más autosuficiente posible (especialmente en materia alimentaria y en altas
tecnologías) en el marco de la Unión Europea extendida hasta Rusia. Y esto
implicaría igualmente la propuesta de ruptura de la OTAN y la creación de un
mando europeo de defensa desvinculado del Pentágono. Pero la dimensión europea
sería una segunda fase del Gran Acuerdo Nacional: en la primera, de lo que se
trataba es de que nuestro pueblo e incluso su clase política, tomara conciencia
de que por encima de los partidos están las instituciones y por encima de ellas
la ciudadanía: ninguna institución es legítima (por muy legal que fuera en 1978
cuando se aprobó la constitución) sino demuestra un mínimo de eficacia. Y la
eficacia en política implica: bien común. El modelo a alcanzar es el Estado del
Bienestar, no solamente su mantenimiento, sino su profundización.
Es indudable que esto implica
abordar reformas urgentes en todo el país, especialmente en el sistema
educativo y normalizar el mercado laboral minimizando al máximo el problema de
la inmigración (mediante cierre de fronteras y repatriaciones masivas,
consecuencia lógica de regularizaciones masivas insensatas realizadas en años
anteriores y de esa infamante “regularización por arraigo” en la que las
situaciones de ilegalidad se resuelven en apenas dos años transformando a quien
ha vulnerado la ley de extranjería en inmigrante “con papeles”). El Estado del Bienestar
es costoso y solamente puede mantenerse mediante una disciplina y una seriedad
interna que excluya en primer lugar la llegada masiva de extranjeros que
quieren aprovecharse de nuestro esfuerzo y del pago de nuestros impuestos y en
segundo lugar la de parásitos que están dispuestos a beneficiarse de él sin
aportar absolutamente nada.
El Estado del Bienestar implica
necesariamente un alto grado de civismo y de formación humana y ética. Algo que
hoy está completamente ausente. La moral del pelotazo, el parasitismo, la ley
del mínimo esfuerzo y las excusas para haraganear, para beneficiarse servicios
sociales que no se merecen y que se exigen sin contraprestaciones. Para eso
hará falta modificar completamente el sistema educativo introduciendo los valores
comunitarios, el valor del esfuerzo, del sacrificio, de la austeridad, del
trabajo bien hecho, de la responsabilidad y del mérito. Y también es preciso
que para acometer esta reforma exista un Gran Acuerdo Nacional que solamente
puede partir del reconocimiento de que desde principios de los años 70, las
doctrinas educativas nos han llevado de mal en peor hasta la cola de la
educación en Europa.
Un Gran Acuerdo Nacional
solamente puede surgir de un proceso catarsis de la sociedad española y de sus
grupos dirigentes, así como del reconocimiento de que el régimen nacido en 1978
está atravesando su peor momento y es preciso introducir rectificaciones en
todos los terrenos bajo la forma de una profunda reforma constitucional. Esto
implicaría la reconciliación entre los partidos políticos mayoritarios y la
sociedad: estos deberían de pedir disculpas por sus exacciones y reconocer lo
que es un secreto a voces, que allí donde existe un partido político, allí hay
un núcleo de corruptelas. Los partidos deben pedir disculpas a la sociedad por
lo ocurrido en nuestro país en los últimos 25 años: programas incumplidos,
burocratización, enriquecimientos ilícitos, mala gestión, proliferación
desmesurada de niveles administrativos y cesión a las presiones del gran capital
y de los mercados. No se trata solamente de un “acuerdo” entre fuerzas
políticas, sino entre los distintos sectores de la sociedad, uno de los cuales
son las fuerzas políticas que deben reconciliarse con la sociedad.
Un pacto de este tipo solamente
puede cristalizar en un GOBIERNO DE SALVACION NACIONAL compuesto por técnicos y
expertos imbuidos de indudable patriotismo. Es indudable de que en condiciones
normales, una institución de este tipo debería ser presidida por el Jefe del
Estado, el monarca, pero a la vista del deterioro de la institución monárquica
y de la escasa personalidad del actual rey y de las nulas esperanzas de mejorar
con su sucesor, es evidente que habría que recurrir a poner en barbecho
temporalmente la institución monárquica, hasta decidir la forma de Estado,
nombrando a un Regente en la persona de alguna personalidad de indudable
patriotismo, no contaminado por escándalos de corrupción, ni por políticas
partidocráticas y consciente de los riesgos que estamos atravesando en estas
horas sombrías para nuestra patria.
Un Gran Acuerdo Nacional implica
también que durante un período de tiempo en el que se consiga normalizar el
país el sistema electoral debería quedar en suspenso y formarse una especie de
“consejo consultivo” formado por representantes de todos los partidos y fuerzas
sociales, sindicatos y patronal, estamentos (estudiantes y profesorado, fuerzas
armadas, colegios profesionales) y asociaciones culturales. Las necesidades de
planificar la economía a largo plazo hacen imposible la existencia de un
parlamento sometido a vaivenes electorales cada cuatro años y, por otra parte,
si de lo que se trata es de dar estabilidad interior a un país para evitar que
la alta finanza y los “señores del dinero” sitúen sus cuñas (siempre hay traidores
dispuestos a medrar a cambio de asumir su papel de vendepatrias odiosos) en la
comunidad nacional y realicen un trabajo de disgregación del Gran Acuerdo
Nacional.
Esta idea supone la asunción de
un programa común para toda la nación. Este programa puede ser sintetizado en
los siguientes puntos:
- Es preciso luchar contra la
globalización económica y contra el mundialismo.
- Es preciso pensar en
relocalizar la industria y en planificar la economía en función de los
intereses nacionales.
- Es preciso salvar el Estado del
Bienestar quebrando sin piedad el poder de sus adversarios.
- Es preciso aligerar la
administración pública y abordar una profunda reforma constitucional que sea un
verdadero proceso constituyente.
- Es preciso reformar la
educación.
- Es preciso reconstruir un
sector público que agrupa a servicios vitales para la comunidad y empresas de
interés estratégico. Hay que abandonar las perniciosas ensoñaciones
ultraliberales cuya aplicación nos ha llevado hasta la crisis en la que nos
encontramos.
- Es preciso repatriar a los
excedentes de inmigración y no albergar más inmigrantes que los estrictamente
necesarios para el buen funcionamiento del mercado de trabajo.
- Es preciso pactar un período de
entre 8 y 10 años en el que se apliquen todas estas reformas en el que las
partes comprometidas se comprometen a no erosionarse unas a otras y a trabajar
por el despertar de la nación.
- Es preciso, desde el punto de
vista internacional, quebrar el vínculo con la OTAN y el atlantismo para evitar
verse arrastrados por las aventuras coloniales norteamericanas, crear un mando
militar europeo unificado. Es preciso trabajar por la construcción de un eje
Madrid-París-Berlín-Moscú en el que el papel de España sea el puente con el
mundo hispanoparlante. Es preciso renegociar el Tratado de Adhesión a la EU y
cambiar las bases de funcionamiento del Banco Central Europeo, o bien abandonar
el euro.
- Es preciso entender que en
momentos de crisis, cuando lo que se juega es nuestro futuro y el de nuestros
hijos, los egoísmos y los intereses de parte deben ser relegados a un plano muy
secundario y es preciso concentrar esfuerzo en las políticas de reconstrucción
nacional.
¿Qué es la Dictadura Nacional?
Podemos albergar las más serias
dudas sobre la posibilidad de que las partes representativas de la Nación
suscriban un Gran Acuerdo Nacional. Los egoísmos, la falta de visión de Estado,
las políticas alicortas y las pequeñas ambiciones se han ido acumulando durante
décadas especialmente en las fuerzas políticas, a lo que se unen los pequeños
nacionalismos catalán y vasco, verdadero cáncer de la nación. Por lo tanto, si
hemos diseñado las líneas por las que debería discurrir un Gran Acuerdo
Nacional en pleno uso de la lógica y del sentido común, estas mismas facultades
nos dicen que para la clase política la lógica por la que se mueve es la del
lucro personal y el sentido común es siempre sustituido por el absurdo. No hay
que ser optimistas porque, a fin de cuentas, son los actuales actores
políticos, desde Aznar hasta Zapatero y desde Rajoy a Rubalcaba, los que nos
han llevado a la situación en la que nos encontramos. Si hemos enunciado esa
posibilidad es, porque implicaría los menores costes y una transición
consensuada y tranquila hacia un nuevo modelo de Estado y de economía y, al
mismo tiempo, lograría un plazo de tregua en las querellas intestinas entre los
partidos hasta salir de la crisis.
Existe otra posibilidad. El
electroshock. Técnica casi completamente abandonada por la neurología moderna,
el electroshock partía de la base de que los comportamientos anómalos del
cerebro se debían a conexiones neuronales erróneas. Así pues, de lo que se
trataba era de provocar en el cerebro una ruptura de esa dinámica, un instante
en el que las neuronas, mediante el paso de una corriente eléctrica rompieran
las conexiones entre sí (conexiones, no se olvide, erróneas) y a partir de ahí
volvieran a recuperarlas esperando que fuera de manera normal. El electroshock
suponía un traumatismo cerebral para el paciente que, sin embargo, en un altísimo
porcentaje se recuperaba totalmente o en parte. Eso es precisamente lo que
precisa una sociedad que está inmersa en una crisis que ya no es coyuntural
sino estructural.
Vivimos una situación muy similar
a la de los primeros años de la Revolución Francesa de 1789 o durante el
período posterior a la Revolución Soviética de 1917, cuando quienes se sentaban
en el poder estaban literalmente asediados y respondieron con el terror, la
guillotina y los fusilamientos… Solo que en la actualidad, no somos nosotros
quienes afrontamos un período revolucionario, sino el mundialismo y la
globalización. En 1989, con la caída del Muro de Berlín y luego con la Guerra
de Kuwait, se produjo la primera revolución planetaria que llevó al poder a una
nueva doctrina, el neoliberalismo, y a una nueva clase “los señores del
dinero”, a través de una estructura de poder económico, el poder financiero.
Pero ese nuevo sistema, esa verdadera revolución que empezó en las postrimerías
del siglo XXI no funciona bien: esta crisis es la primera crisis de la
globalización, el mundo globalizado es inviable porque es excesivamente diverso
como para que las partes puedan competir con fair play y siempre,
inevitablemente, la globalización arrastrará los salarios a la baja y generará
miseria y desertización industrial en la mayor parte del mundo. Los “nuevos
revolucionarios” tienen ahora necesidad de acelerar su proyecto de dominio
planetario. Por eso están diezmando y acabando con los islotes de resistencia.
Son las guerras que los EEUU han emprendido en los últimos quince años y que
apuntan contra el corazón de los pueblos libres: son los bombardeos de la OTAN
sobre Yugoslavia, son los ataques al régimen de los talibán que se habían
estabilizado logrando disminuir la producción de heroína y pacificando el país
salvo una pequeña franja del norte, fue el ataque contra Irak (es país de la
región que contaba con el mejor sistema educativo y más permisivo que cualquier
otro de la zona), fueron las ejecuciones de Milosevic, Saddam, de Ghadaffi, la
fabricación del mito Bin Laden, los asesinatos masivos en autoatentados como el
11-S verdadero casus belli para desencadenar a nivel planetario una “estrategia
de lucha contra el terrorismo”, las “primaveras del Este”, las “primaveras
árabes” que terminaron siempre en fiascos o en guerra civiles, es la crisis
económica creada artificialmente a través de las agencias de ratting y a través
de fraudes a gran escala y la promoción deliberada de burbujas económicas, es
la destrucción del Estado del Bienestar que apunta contra la nuca de todos
nosotros, son las nuevas tecnologías de
la sanidad que solamente serán accesibles previo pago para quien se las pueda
costear pero que estarán vedadas a la inmensa mayoría de la población… ¡POR ESO
DECIMOS QUE EL “NUEVO ORDEN MUNDIAL” ESTÁ HACIENDO LO MISMO QUE LA REVOLUCIÓN
RUSA Y LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN EL PERÍODO DE LOS FUSILAMIENTOS Y LA
GUILLTINA!
A un enemigo criminal y asesino
no se le combate sino con sus mismas armas: con la fuerza y la contundencia,
presentes en una lucha sin perdón que tendrá como fin la desaparición de las
libertades y los valores tradicionales de nuestra civilización (y con ellos
nuestra misma civilización). La lucha, digámoslo ya, es a muerte. Y los
adversarios son irreconciliables: o con la civilización o con la barbarie. O
con los “señores del dinero” en calidad de esclavos o con los que son como
nosotros, los hombres y mujeres que aspiran a sobrevivir y a tener simplemente
un lugar bajo el sol.
A la vista de la importancia de
este combate vale la pena considerar la utilización de medios extremos. No es
que el fin justifique los medios, sino que un solo fin (evitar la extinción de
la llama de la civilización que heredamos sobre la tierra) justifica cualquier
medio. Incluido la fuerza. De ahí la necesidad de que las fuerzas sanas de la
Nación reaccionen a la altura del momento histórico que nos ha tocado vivir. Y
esa reacción solamente puede ser de un impulso, como mínimo, superior al
contrario si es que se pretende derrotarlo. No es un camino fácil, es lo que en
alquimia se llama la “vía seca”, aquella que consiste en “tomar el cielo por
asalto” y una vez allí depurar las escorias generadas en el interior del país
(politicastros que sigan colocando el interés personal por encima del interés
comunitario, quintacolumnista de la alta finanza, irresponsables que hacen el
juego a los enemigos de la comunidad, y dogmáticos partidarios contra toda
lógica del neoliberalismo, la globalización y la destrucción del Estado del
Bienestar. Y cuando digo depurar, me refiero, efectivamente, a aplastar a los
enemigos de la comunidad con la mista virulencia con que ellos están intentando
asfixiarla.
Para que pueda darse una
Dictadura Nacional es inevitable que existe el consenso al menos en un amplio
sector de la sociedad, junto con sectores de la administración, técnicos,
fuerzas armadas y de seguridad del Estado y al menos una parte sustancial de la
clase política. En un momento en el que las instituciones se muestran
absolutamente incapaces de aportar una salida en la medida en que desde su
origen fueron concebidas para eternizar en el poder a una opción de
centro-derecha y a otra de centro-izquierda incluso en el supuesto de que una o
ambas cayeran en el mas absoluto descrédito a causa de protagonizar indecibles
episodios de corrupción, en un momento en el que el gobierno de los EREs y el
saqueo sistemático de los fondos públicos en Andalucía, gracias al sistema
electoral vuelve otra vez a gobernar, en el momento en el que Rajoy aplica el “programa
oculto” que todos sabíamos que existía y que nunca sacó a la superficie durante
la campaña electoral, cuando el PSOE hace una oposición anclado en la más
absoluta ignorancia de la realidad olvidando que hace seis meses todavía
gobernaba en España y es tan culpable como Aznar del desmantelamiento del
Estado del Bienestar, en un momento así, hay que pensar que, ante la falta de
salidas y alternativas, una parte sustancial del país terminará protagonizando
un estallido social. El hecho de que los analistas económicos reconozcan hoy
que no habrá recuperación del empleo hasta los próximos años veinte y en un
contexto de eliminación de prestaciones y servicios, hay que pensar que la
revuelta social estallará a plazo fijo.
Una revuelta de este tipo llevará
a saqueos de supermercados, enfrentamientos con los servicios de seguridad del
Estado, provocaciones por parte de Interior y de organismos de inteligencia
internacionales, disturbios generalizados y una situación de inestabilidad
creciente del sistema. Optar por la represión ante esta oleada de disturbios
será la opción del centro-izquierda y del centro-derecha, así como de los
nacionalistas catalanes y vascos, la “banda de los cuatro”. Pero esa opción
aumentará la conflictividad y generará una situación represiva al servicio del
capital financiero internacional y para servir a la liquidación del Estado del
Bienestar. Tenemos muy claro que entre optar por la represión propulsada por la
“banda de los cuatro” y el estallido social, nosotros estaremos del lado de la
protesta. Es una situación así solamente puede estarse a un lado de las
barricadas. Y estas, tener por cierto, que se levantarán antes o después por
mucha que sea la anestesia con que la “banda de los cuatro” induce a la
narcosis social: entertaintment, drogas,
deportes de masas, telebasura, etc.
En situaciones como las que se
avecina la población está dividida en tres sectores: una pequeña minoría
beneficiaria del status del momento (compuesta por dirigentes políticos y
élites económicas), una gran mayoría silenciosa y una minoría operante que no
duda en salir a la calle a defender los derechos de toda la comunidad. La
protesta social terminará generando una “nueva legitimidad” que sustituirá a la
legalidad emanada de la constitución de 1978 y que se tratará de cristalizar en
un formidable movimiento de defensa de la comunidad. Este movimiento no podrá
ser “ultrademocrático” como quiso ser el movimiento del 15-M, la asamblea y la
discusión permanente solamente son admisibles entre gentes que no tienen las
ideas claras sobre lo que hay que hacer, pero en un movimiento armado con una
voluntad inquebrantable de llevar un programa de salvación nacional a la
práctica. Este movimiento deberá ser jerárquico, vertical, organizado y la
discusión solamente se realizará sobre las tácticas, nunca sobre los objetivos.
La posibilidad de una Dictadura
Nacional emergerá en el momento en el que de la protesta social evidencie la
necesidad de cristalizar en una opción de poder que ni respetará, ni a la que le
interesarán las elecciones democráticas (¿puede ser democrático un sistema que
permite la alternancia de partidos pero solamente admite una política económica
en la práctica?), sino solamente la solución de los problemas. La gravedad de
la crisis hará que toda la fraseología seudodemocrática utilizada hasta ahora
para justificar lo injustificable (la pervivencia de las estructuras nacidas en
1978 a pesar de su evidente ineficacia y de su falta de talla para responder a
la embestida de los mercados y del neoliberalismo e incluso para dar muestras
de un mínimo de eficacia.
En el momento en el que se
desencadene la protesta social hará falta restablecer el orden y calmar los
ánimos y esto no estará al alcance de quienes han generado con sus errores y su
pusilanimidad la crisis. En ese momento
hará falta que las fuerzas sanas del país (que antes hemos enumerado) se reúnan
y proyecten un Programa de Salvación Nacional dotado de un programa similar el
que hemos enunciado antes. En torno a un regente y bajo el control de las
fuerzas sociales que participen en el movimiento deberá formarse un Gobierno de
Unidad y Reconstrucción en torno a una personalidad enérgica y prestigiosa y formada
por técnicos y expertos de indudable patriotismo y capacidad de gestión.
En ese contexto las fuerzas de
seguridad del Estado y las Fuerzas Armadas deben reconocer de una vez por todas
que ellos, sus miembros, figuran entre los damnificados por la globalización,
que su lugar no está en defender a un sistema vendido a los “señores del dinero”,
sino que está del lado de los que son como ellos. A estas unidades militares o
militarizadas corresponderá la salvaguardia de la nueva legitimidad y la defensa
de la población, pero también la represión contra quienes pretendan retornar a
viejas legalidades superadas por los hechos o aquellos otros que actúen de mala
fe al servicio de la alta finanza internacional y del capital financiero
mundialista y globalizador. Y su pulso no debe temblar a la hora de los
castigos ejemplares contra todos estos traidores e irresponsables. Si hace
falta aplastar a la “contrarrevolución neoliberal” a sangre y fuego, es preciso
que así sea.
Las libertades públicas quedarán
reducidas a lo estrictamente necesario para evitar que el derecho a la libertad
de expresión sea utilizado por los quintacolumnistas del neoliberalismo para
fracturar el movimiento de renovación nacional. Será el momento de la
reconstrucción, no el momento de la distracción, el momento de emprender un
nuevo curso político-económico-social-cultural, no el momento de mirar atrás y
recordar los tabúes que han permitido al neoliberalismo desmantelar el Estado
del Bienestar y situarnos ante las puertas de una privatización generalizada de
todos los bienes y servicios del Estado.
Será una Dictadura al servicio de
la Nación, esto es al servicio de sus ciudadanos. Una Dictadura necesaria
durante un corto período de tiempo para enderezar las cosas, trazar políticas
de planificación e inversión a largo plazo, constituir un faro para otros
países europeos, una Dictadura capaz de abrir un período constituyente y que
entregará el poder cuando haya llegado a su fin. Una Dictadura fuerte para los
enemigos de la Nación y de los ciudadanos y que exprese la voz de los damnificados
de la globalización, de las clases trabajadores, de los pequeños empresarios,
los jubilados y los jóvenes y las clases medias, no de la minoría de arribistas,
aprovechados, politicastros corruptos y personal de servicio de los “señores
del dinero”. Y contra estos no habrá piedad. El mayor crimen es el crimen concebible,
el más odioso es, sin duda, el crimen contra la comunidad porque no se lesionan
los derechos, intereses y bienes de una persona física, sino de todo un pueblo
que es algo más que un momento puntual en la historia, es una suma de
generaciones que han construido la nación y de las que vendrán en el futuro.
Por eso resulta odioso e intolerable, reo de las mayores penas, quien defienda
o trabaje para los que lesionan los intereses populares.
Estamos hablando de una Dictadura
Nacional precisamente porque es una Dictadura para defender a la Nación, para
salvaguardar los derechos de las clases populares que componen los sectores más
sanos de la Nación.
Hace falta explicar porqué en
este terreno solamente la fuerza es asumible. Actuar con debilidad supone dar
alas a los enemigos de la Comunidad: ellos no dudarán en organizar campañas,
comprar voluntades, organizar resistencias mercenarias, sabotear, calumniar,
mentir, para acabar con la resistencia a la globalización. Hace falta, pues
disuadir a quienes estén dispuestos a trabajar a favor de este plan miserable
de que lo hagan: al mayor crimen, el crimen contra la Comunidad, corresponde el
mayor castigo.
Conclusión
Nos gustaría presentar una
tercera opción, más realista que la primera y menos radical que la segunda.
Quien nos conoce bien sabe perfectamente que la tolerancia y el diálogo nos
caracterizan, pero a su vez, nosotros sabemos que hay momentos en los que no
puede cederse a hacer gala de un gran sentido democrático, cuando el enemigo de
la Patria y de la Comunidad acecha y está dispuesto a llevar sus ajustes
salvajes a la práctica. En esos momentos es cuando hay que actuar con decisión
y contundencia.
Y más vale que nos vayamos
haciendo a la idea que la salida a la actual crisis no va a ser suave, ni
pacífica, ni tranquila: va a ser violenta, destructiva y excluyente. O ellos o
nosotros. O Estado del Bienestar o Protectorado sin soberanía económica, con
políticas mediatizadas e impuestas por la alta finanza, con una democracia que
no es más que pura ficción… una palabra sin contenido.
No hay una tercera opción. No
puede haber entendimiento entre las dos opciones, ni un punto de acuerdo. Los
intereses populares están en contradicción flagrante con los intereses de los “señores
del dinero” de la misma forma que las gacelas no pueden convivir con los
leones. En lo personal nos en indiferente un Gran Acuerdo Nacional o una
Dictadura Nacional, pero reconocemos la inexistencia de una tercera opción. Así
pues, las posibilidades se reducen a tres: o la esclavitud, o el acuerdo
nacional o la dictadura. No hay más. Y en realidad, se reducen a dos: todo o
nada. Que nadie nos reproche que aspiremos al todo para nuestros hijos y para
nuestra Comunidad.
© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com