Infokrisis.- Los años 20 y 30 fueron en toda Europa de gran efervescencia política especialmente en la derecha: por una parte despuntó el fascismo, por otra los grupos monárquicos experimentaron cambios y renovaciones. Los años del “antiguo régimen” estaban muy próximos en algunos países de Europa Central y el monarquismo contaba aún con sólidas bases sociológicas. Maurras aportó vientos de renovación para el ideal monárquico, lo racionalizó y convirtió en “ideología” lo que hasta ese momento había sido solamente una institución llegada de la noche de los tiempos. Grupos de aristócratas en toda Europa (1), hacían fermentar nuevas ideas y proyectos. Las divisiones siempre eran las mismas: o monárquicos constitucionalistas o monárquicos tradicionalistas. Estos últimos terminaron confluyendo con el fascismo. El hecho de que en la patria de origen de esta doctrina, Italia, la monarquía de los Saboya pudiera entenderse rápidamente con Mussolini abrió las puertas para la colusión de intereses entre ambos sectores políticos. A fin de cuentas los dos partían de un mismo principio: la lucha contra el liberalismo.
Sin embargo, de esta ósmosis los monárquicos no salieron siempre beneficiados. La gran debilidad de la monarquía era la nulidad de algunos exponentes de los linajes de sangre azul, lo que permitía atacar al principio monárquico a causa de la mediocridad de sus representantes actuales. El fascismo, no presentaba ese riesgo: era la ideología del cesarismo, de las personalidades excepcionales que con su voluntad de poder se alzan contra la mediocridad general y gobiernan, generan impulsos en las masas, les dan un ideal, las forjan como pueblo y, finalmente, son sustituidos por otros césares que, sin ser de la misma sangre, son eso sí partícipes del mismo principio. Si “monarquía” es, etimológicamente, el mando de uno sobre el resto, esta concepción está extremadamente próxima a la de cesarismo. No es raro que, en los años 20 y 30 muchos monárquicos de toda Europa se fueran acercando al fascismo. Maurras mismo, cuyo pensamiento era lo suficientemente sólido como para soportar la tentación, no pudo evitar que Action Française, su organización, se convirtiera en un semillero de cuadros, dirigentes y militantes de las ligas fascistas francesas. Otro tanto ocurrió en Alemania en donde la derecha tradicionalista, organizada en los círculos de la “revolución conservadora” como el Herrenkub o en revistas como Der Ring, dirigidas por aristócratas prusianos, se vio rebasada por el nacionalsocialista y, finalmente, a partir del gobierno de Franz von Papen, aceptó colaborar con el partido hitleriano primero, disolver el Reichstag luego y, finalmente, ingresar en el NSDAP y en sus organizaciones masas hasta el punto de que para la aristocracia alemana, ser miembro de las SS era figurar en la organización más honorable del nuevo régimen.
En la propia Italia, Julius Evola, aristócratas del Sur, se relacionaba con todos estos círculos europeos. Evola, sustancialmente diferente de otros “tradicionalistas”, había llegado primero a esta doctrina y luego, como derivación lógica, había aceptado la monarquía como forma de organización del gobierno. Evola, a través de la red de contactos del Príncipe Karl Anton von Rohan, mantuvo contacto desde finales de los años 30 hasta 1945 con los monárquicos tradicionalistas europeos y la lectura de sus artículos de la época y de los escritos en la postguerra, puede deducirse que conocía perfectamente la médula del tradicionalismo español del siglo XIX, profesando particular admiración por Donoso Cortés.
Al igual que Evola, otros monárquicos tradicionalistas europeos, percibían el fascismo como un aliado que no era exactamente de su misma naturaleza, pero que, como mínimo defendía algunos valores idénticos. Todos los tradicionalistas profesaban cierta repugnancia al populismo del que hacían gala los partidos fascistas, pero el respeto hacia las tradiciones ancestrales, la crítica y la lucha contra el liberalismo y contra el marxismo, la creencia en una organización jerarquizada del Estado por encima de los partidos políticos, el corporativismo, la valorización de lo nacional por encima de cualquier expresión de clase, el gusto por el orden y la disciplina, la movilización nacional y la creencia en jefes providenciales, facilitaban la ósmosis de ideas entre fascismo y monarquismo y el que, poco a poco, los segundos se fueran aproximando a los primeros.
Está claro que el estallido de la II Guerra Mundial alteró todo esto y finalmente los monárquicos sintieron que habían sido ganados por un espejismo y figuraron entre los primeros que desertaron del campo fascismo. No todos, desde luego. El propio Evola que nunca había militado en el Partido Nacional Fascista, sí aceptó comprometerse en la derrota con Mussolini, no tanto por identidad con los ideales de la República Social (a los que criticó) como por lealismo y combatentismo. Otros monárquicos hicieron otro tanto, de la misma forma que en España, la guerra civil y lo que sucedió después alteró todo el campo monárquico.
Los dirigentes de Renovación Española y los redactores de Acción Española que sobrevivieron al conflicto tuvieron actitudes muy diferentes respecto al nuevo régimen. Sainz Rodríguez y otros monárquicos sintieron que sus lealtades “juanistas” reverdecían justo en el momento en el que la guerra se volvía en contra del Eje y se distanciaron de él, refugiándose en Estoril tras las trincheras del Consejo Privado de Don Juan. Los hubo que colaboraron con el franquismo, sin renunciar a su “juanismo” (caso de José María Pemán). Pero también los hubo que se transformaron en más franquistas que monárquicos y no tuvieron inconveniente en circular por los caminos trazados por Franco. En el caso del carlismo, la mayor parte de sus militantes se retiraron a lo largo de los años 60, disolviéndose lo que hasta ese momento habían sido sus feudos históricos y no quedando en algunas zonas ni rastro de los mismos (en Andalucía por ejemplo o en Cataluña).
Ya hemos dicho que Acción Española fue el autor intelectual de la sublevación franquista y de los principios que, hasta los años 60, informaron al régimen, mucho más que cualquier otra tendencia del mismo. Y en cuanto a Renovación Española, justo es reconocer que ahí donde la intransigencia del carlismo no hacía de la Comunión Tradicionalista el sector más adecuado para buscar cuadros de gobierno para la nación, allí donde la juventud y la exaltación de la Falange desaconsejaban contar con ellos para los cargos técnicos del nuevo Estado, sin embargo los dirigentes de Renovación Española, con un excelente nivel cultural, con redes propias de contactos tanto en España como fuera de España, con una experiencia política que databa de la propia dictadura de Primo de Rivera, católicos dotados de cierto sentido social y de indudable patriotismo, fueron utilizados como clase política que superponer a los mandos militares en el momento en que se hizo necesario componer un gobierno que reorganizara a la sociedad.
La importancia de Renovación Española no deriva pues del número de diputados que tuvo antes de la guerra civil y durante la República, sino de su compromiso con la sublevación militar y de la composición de sus cuadros que se situaban mucho más próximos a Franco que los de la CEDA, de la Falange o del Carlismo. Y lo supieron aprovechar.
Pero a poco que se realice un examen muy superficial del período franquista y de algunos de sus rasgos, se percibe que la influencia de Renovación Española y de Acción Española en la forma política del franquismo fue determinante y logró influir decisivamente en él hasta la senectud del anterior Jefe del Estado. Si existió un “Estado Orgánico” y una “Democracia Orgánica” fue precisamente porque antes de la guerra ya estaba teorizado y muchos de los procuradores en Cortes que votaron en 1967 la Ley Orgánica del Estado sintieron que finalmente los ideales de José Calvo Sotelo adquirían forma de Estado, pues no en vano en las gradas de las Cortes franquistas se sentaban los últimos dirigentes vivos de aquella formación. Cuando el gobierno aludía constantemente a la “justicia social” la tendencia actual es creer que lo hacía simplemente presionado por los falangistas, cuando en realidad, los miembros de Renovación Española incluidos por la Rerum Novarum siempre habían expresado la necesidad de llevar a las masas a una situación en la que desaparecieran sus privaciones y existiera un “justo reparto de la riqueza”. El mismo Calvo Sotelo había dicho poco antes de ser asesinado que algunas propuestas de Renovación Española en materia social eran “de izquierdas”. El ámbito de lo social fue otro de los terrenos en los que se produjo la ósmosis entre monarquismo y fascismo. Al igual que en lo relativo a la vertebración del Estado, la monarquía tradicional aludía al corporativismo (es decir, a dar la primacía de representación popular a los cuerpos intermedios de la sociedad) que fue, justamente, lo que Mussolini recuperó cuando intentó dar coherencia a su régimen.
Ciertamente, Renovación Española no estuvo en condiciones de superar la dicotomía entre ambas ramas del monarquismo español. A pesar de los esfuerzos de Calvo Sotelo y de Goicoechea, a un lado quedaron los carlistas y a otro los alfonsinos. El devenir del tiempo generó fenómenos que podríamos llamar “regresivo”. En efecto, la derrota del eje tuvo entre los monárquicos españoles un efecto similar al que se operó en Italia en 1943 o en Alemania en junio de 1944. En efecto, percibiendo la derrota militar los monárquicos italianos y la propia Casa de Saboya, en un afán de supervivencia, intentó deshacerse del fascismo. En Alemania, los monárquicos conservadores, tras el desembarco en Normandía atentaron contra Hitler para negociar la rendición con los aliados. En España las cosas no fueron tan dramáticas, pero si tuvieron algo de oportunismo. Algunos supervivientes de Renovación Española en 1943 percibiendo aires de cambio democrático en Europa mantuvieron su fidelidad hacia Don Juan de Borbón pero –a la vista de que el tercer hijo de Alfonso XIII, parecía completamente desinteresado por la política española- se limitaron a “modelar” sus opiniones políticos y a hacer de él un campeón de las libertades democráticas… No podían suponer que el régimen aguantaría 33 años más y que finalmente volvería a traer a un rey a España en la persona del hijo de Don Juan, utilizando Franco las mismas palabras que Calvo Sotelo había pronunciado a principios de los años: “Esto no es una restauración, sino una instauración”. Era 1967. Juan Carlos juraba como sucesor de Franco en la Jefatura del Estado en sesión solemne en las cortes franquistas. En el hemiciclo muchos antiguos miembros de Renovación Española aplaudieron el gesto. Otros, sin embargo, desde Estoril siguieron viendo con desconfianza la maniobra. Eran conscientes de que no se trataba solamente de “instaurar” la monarquía en España, sino que esta tuviera en el interior un fuerte respaldo popular y en el exterior las formas de una monarquía parlamentaria. Sí, porque parte de los dirigentes de Renovación Española, al ser derrotado el fascismo, se “desfascistizaron” y democratizaron con la misma facilidad con que antes se habían “fascistizado” y “corporativizado”.
Hoy es raro el monárquico que sigue haciendo causa común con el fascismo, es raro incluso el monárquico español que aún lee y que conoce la obra de Charles Maurras. Da la sensación de que durante algo más de un lustro –el que media entre 1932 y el Decreto de Unificación franquista, el monarquismo español deriva hacia posiciones fascistas y luego, a partir de 1943 se orienta más bien hacia una coexistencia con las corrientes democristianas y, en cualquier caso, democráticas y… liberales. En España, como en el resto de países europeos en los que el fascismo se convirtió en un fenómeno de masas, también apareció una “derecha fascista” que aquí estuvo formada por partidarios de la monarquía tradicional, en su mayoría alfonsinos. Pero, e la misma forma que se “fascistizaron” y, en un momento dado, estaban mucho más próximos a las formas y a los ideales del fascismo, situando la restauración (o instauración) monárquica en un plano muy secundario, llegado un momento, se “desfascistizaron” y en aras a garantizar su supervivencia de la institución monárquica, asumieron posiciones liberales y democráticas que hasta ese momento siempre habían rechazado.
Es evidente que la personalidad de Calvo Sotelo era una de las más lúcidas y atractivas de la España de la época. Su viraje hacia el fascismo fue progresivo, pero también innegable. Cuando es secuestrado por la camioneta de la Guardia de Asalto repleta de matarifes socialistas, a quien se llevan para darle un tiro en la nuca, no es solamente a un líder monárquico de la derecha, sino más bien a un dirigente del fascismo español con mucha más experiencia política que el juvenil José Antonio Primo de Rivera, con más seguidores y con una experiencia de gobierno y una agilidad en los debates parlamentarios que habían hecho de él, un líder carismático y, tal como lo consideraba la izquierda, el “líder político del fascismo español”. Y tenían razón. Los bosques de brazos en alto que lo despidieron en el cementerio lo atestiguan, sus intervenciones parlamentarias lo confirman. Murió, no fascistizado, sino propiamente fascista. Y, si queremos afinar un poco más el tiro, murió como líder de la derecha fascista, una forma de concebir el fascismo en España, en Italia y en toda Europa.
Nuestra excursión a través de la génesis de esa derecha fascista en España nos ha llevado por la senda trazada por Charles Maurras en Francia, nos ha permitido conocer el seguimiento de este autor en España y la concreción tardía de sus ideas entre las filas monárquicas. Así mismo, hemos podido comprobar que estos medios monárquicos tenían una relación de ósmosis con los partidarios más visibles del fascismo en España: los Ramiro Ledesma, los José Antonio Primo de Rivera, los Giménez Caballero, incluso podríamos agregar aquí al Conde de Motrico y a tantos otros. Para completar nuestro estudio sobre la derecha fascista hubiera sido preciso recurrir a un análisis pormenorizado del maurismo y, en concreto de las Juventudes Mauristas, y también, aunque casi en lo anecdótico, reconstruir las andanzas del doctor albiñana y de su Partido Nacionalista, lo que nos hubiera llevado a establecer con más nitidez los contornos de la derecha fascista española. Tarea inconclusa ahora que reemprenderemos en breve. Así como los albiñanistas quedaron subsumidos por el Decreto de Unificación y fuera de su bastión burgalés apenas tuvieron fuerza (aunque sí una mínima presencia en Navarra, Barcelona y Madrid), y el tiempo de los mauristas había quedado muy atrás, la corriente de Acción Española y de Renovación Española supo prolongarse en el tiempo –al menos en su corriente mayoritaria- a través del franquismo, aportando lo que éste no tenía: una doctrina política que, casi sin forzarla, coincidía exactamente con la derecha fascista tal como se dio en Europa desde 1925 hasta 1944. Tal es su mérito y también su responsabilidad.
A pesar de que la mayoría de sus bases lo ignoraban, lo cierto es que en la transición floreció durante unos años el partido Fuerza Nueva que se quería quintaesencia del franquismo. Este partido, dirigido por un antiguo propagandista católico, Blas Piñar, aspiraba a ser el continuador del Movimiento franquista surgido del Decreto de Unificación. Sus miembros solían ir uniformados con la camisa azul de la Falange y la boina roja del Requeté… sin ser en realidad, ni falangistas ni carlistas. Eran más bien “movimentistas” y, más que “movimentistas” franquistas. Sus afiliados solían leer las obras completas de José Antonio Primo de Rivera y cantar el Cara al Sol primero y el Oriamendi después, brazo en alto. Blas Piñar no aspiraba a otra cosa que a que perviviera la obra de Franco, su democracia orgánica, su instauración monárquica, sus ideales católicos, una política social de carácter confesional y que España fuera fiel a su tradición católica. A pesar de que Blas Piñar hizo algunas alusiones en su fogosa oratoria a la figura de Calvo Sotelo, las bases –en su mayoría juveniles- apenas recordaban de él que fue el “protomártir de la Cruzada”. Ignoraban que más que tributario de la falange y del carlismo, el espíritu de Fuerza Nueva era sobre todo similar al de la Renovación Española de José Calvo Sotelo.
Pero cuando Blas Piñar colocaba arena en los cojinetes de la transición, los que fueran líderes de Renovación Española o ya habían muerto, o eran muy mayores, o estaban alejados de la política, o simplemente habían adoptado el liberalismo para salvar a la monarquía. Pero sobre todo, si algo faltó en Fuerza Nueva y en los intentos de reconstruir una derecha fascista en España, fue capacidad intelectual. En 1976-81, ya no existían los formidables teóricos de la derecha fascista española. A pesar de que se inició la edición mensual de la revista Razón Española cuyos objetivos eran muy parecidos a los de la revista de Ramiro de Maeztu, faltaba una clase intelectual que diera forma a tanta energía. Blas Piñar se declaraba partidario de una monarquía “católica, social y representativa”, sin establecer de qué rama dinástica se declaraba. Faltó el concurso de los intelectuales, faltó el concurso de una nobleza que era fuerte en los años 30 pero que en los años 70 ya se había difuminado. Hemos seleccionado un fragmento de un discurso de Blas Piñar realizado durante la transición para ilustrar el porqué decimos que el heredero de Renovación Española fue Fuerza Nueva. Si hacemos abstracción a la voz y al personaje, el mismo discurso podía haber sido suscrito por José Calvo Sotelo.
Los tiempos habían cambiado y la correlación de fuerzas sociales era muy diferente. Por otra parte en Fuerza Nueva no existían estrategas, ni clase política alguna, sino partidarios enfervorizados, poco dúctiles y poco capacitados para reorganizar las ideas que Maeztu o Calvo Sotelo afirmaron en los años 30. Tampoco había un fascismo que sirviera como paraguas protector, ni un Maurras que fuera el inspirador. Y, en aquellos años, ni siquiera la inmensa mayoría de militantes del partido había oído hablar de Renovación Española, aunque sí tenuemente recordaban la figura del “protomártir”.
Marx decía que la historia se repetía primero como tragedia y luego como comedia. Fuerza Nueva, a decir verdad, fue una segunda parte de Renovación Española, y, desde luego, no su fugaz paso por la escena política, no fue trágico. Blas sobrevivió a la pérdida de su acta como diputado y a su partido que él mismo disolvió en dos ocasiones. La opinión pública les veía como fascistas si bien en realidad lo único que querían era restaurar el franquismo. Ni siquiera fueron fascistizados, sino simplemente, un movimiento perdido en un tiempo que ya no era el suyo. Algo que Renovación Española y Acción Española, en cambio, siempre tuvieron en cuenta. Si en Fuerza Nueva el diseño de estrategias era algo que parecía rebasarles, en los años 30, Renovación Española no solamente fue capaz de colaborar en estrategias golpistas, sino de aportarles una doctrina del Estado y una ideología de la que el estamento militar no disponía. Fuerza Nueva, cuarenta años después, se vió, simplemente, arrastrada por las circunstancias y perdida en medio de un ambiente crispado que nunca estuvo en condiciones ni de comprender ni de afrontar.
(1) ver nuestro trabajo sobre Julius Evola y el III Reich en Cuadernos Julius Evola y la serie de artículos sobre el conde Coudenhove-Kalergi y la idea Pan-Europea
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