lunes, 18 de octubre de 2010

Apuntes estratégicos para un partido transversal


Infokrisis.- En muchas ocasiones Manuel Fraga se ha jactado de que gracias a él no existe extrema-derecha en España. Es decir, nada más desde el centro a la extrema-derecha que el PP. Como si eso fuera un mérito. Gracias a esta política de Fraga, hoy el PP es un partido aislado políticamente. Tanto es así que, en las elecciones de 2008, o bien alcanza una mayoría absoluta, o puede arriesgarse a perder nuevamente, aun siendo el partido más votado. A partir de este dato hemos realizado una reflexión estratégica considerando que el objetivo político prioritario en este momento es la restauración del Estado, de su autoridad y de su fortaleza, frente a la política vacilante, torpe y timorata de ZP y de su equipo.  

El panorama político español desde la transición está formado por un partido de centro derecha, un partido de centro izquierda, un partido de izquierda, media docena de partidos nacionalistas periféricos. Hasta ahora, las mayorías absolutas se construían dominando el centro.
Ha habido mayoría absoluta cuando un partido, además de una gestión, más o menos eficaz, o de un programa atrayente, dominaba el centro político; pero esto ha cambiado.
En primer lugar por que el período de ZP no es precisamente el de la eficacia política. Resulta extremadamente difícil pensar que quienes votaron al PP en 2004, voten algún día a ZP a tenor de su evidente falta de patriotismo, su mediocre gestión personal y la torpeza de la totalidad de su gabinete.
Las modificaciones de los últimos años
Los resultados de los sondeos de opinión son significativos: tras unos primeros momentos en los que el PP perdió cuota electoral, desde finales del 2004, los progresos de este partido han contribuido a crear un empate técnico con el PSOE. Es de prever que en las encuestas realizadas en los próximos días, el PSOE se adelante ligeramente aprovechando el descabalgamiento forzado de Carod-Rovira. Pero a 28 meses de las próximas elecciones, todo induce a pensar que se llegará a ellas con un empate técnico y que, en cualquier caso, ningún partido obtendrá mayoría absoluta.
Por otra parte, hay una serie de elementos que modifican el panorama electoral:
1) El desmantelamiento progresivo e irremisible de IU que en el próximo parlamento posiblemente quede reducido a tres o cuatro diputados refugiados en el Grupo Mixto.
2) El voto concedido a casi un millón de inmigrantes que, en cifras absolutas, supondrán en torno a 600 o 700.000 nuevos votos para el PSOE en las elecciones municipales.
3) El mantenimiento de las cuotas de voto de los partidos nacionalistas periféricos.
Todo esto creará una situación en la que, fatalmente, los partidos nacionalistas, se situarán como eje de la política española. Incluso en la hipótesis realista de que el PP tenga unos pocos diputados más que el PSOE, de poco le servirán dado que ZP pactará con unos o con otros partidos nacionalistas. Éstos han advertido que con el PSOE pueden obtener más que con el PP.
De Manuel Fraga al Acuerdo del Tinell
El drama del PP en estos momentos, es que el “Acuerdo del Tinell”, que dio carta de naturaleza al tripartito, se ha extendido como “moda” a todo el Estado. El PP está aislado y no cuenta con aliados seguros en ningún punto del Estado que puedan ayudarle, con sus votos, a formar una mayoría parlamentaria.
Esta situación tiene como único responsable a Manuel Fraga Iribarne que, desde el final de la transición se ha jactado en decenas de ocasiones del mérito que suponía haber hecho imposible la existencia de un partido de extrema-derecha.
Para Fraga, todo lo que está a la derecha del PP es extrema-derecha. En el PP se han atribuido sus victorias al principio, unánimemente aceptado, de “sin enemigos a la derecha”. Estas frases, a costa de repetirlas una y otra vez en filas del PP, se han convertido en verdaderos tópicos. No solamente no es así, sino que es, justamente lo contrario.
El error del razonamiento de Fraga consiste en considerar que el PP es un partido de derecha. No lo es: es –o debería ser- un partido de centro-derecha puesto que, como ya hemos dicho, solamente el dominio del centro da mayorías absolutas y el PP es un partido que aspira al gobernar en solitario, amparado en mayorías absolutas.
Un arco político excesivamente dilatado y estéril
El problema del PP consiste en querer dominar un arco político excesivamente amplio: de la extrema-derecha al extremo-centro. Esta imposibilidad es fuente de todas las ambigüedades y ataques que el PP está sufriendo por parte del PSOE. Es evidente que en el PP existe una “derecha” muy clara (Esperanza Aguirre, Acebes, Zaplana) y un “centro-derecha” no menos claro (Camps, Piqué, Gallardón). Entre elecciones, domina la tendencia “derecha”, pero cuando se convocan elecciones, el programa electoral utilizado es de “centro-derecha” y el programa de gobierno, finalmente, se enfoca hacia la atracción de partidos nacionalistas de “centro” (CiU), como en el período 1996-2000.
Gracias a personajes como Fraga existe un equívoco en la política española. Hay centro derecha, pero no hay derecha-derecha. De hecho, incluso el período Aznar-Rajoy se realizó bajo el rótulo de “centro-derecha”. Y ese mismo centro-derecha impide la existencia de una extrema-derecha por dos motivos:
1) por que, entre los pactos de la transición figuraba el aislamiento de la extrema derecha. Pero esos pactos ya han quedado invalidados desde que ZP ha abordado la reforma constitucional enmascarada, a partir del Estatut de Catalunya.
2) por que, el PP cree que tiene entre su electorado a la extrema-derecha; permitir la existencia de un espacio de extrema-derecha, equivaldría a perder cuota electoral. Error doble: un partido de extrema-derecha permitiría al PP negar, de manera muy visible, las acusaciones repetidas del PSOE que le atribuyen esta orientación; además, se tiende a confundir la naturaleza de la extrema-derecha de la transición (nacional-catolicismo franquista representado por Fuerza Nueva) con la extrema-derecha que ha aparecido en Europa en los años 90.
Así se ha llegado a la dramática situación actual que el PP solamente ha advertido cuando Artur Más, Durán i Lleida y ZP, aparecieron sonrientes en las escaleras de La Moncloa el pasado lunes.
Si, el PP no tiene enemigos a la derecha... pero tampoco tiene aliados, ni en la derecha, ni en lugar alguno. Los aliados nacionalistas ya no lo volverán a ser, a la vista de la evidencia: pueden obtener mucho más del PSOE que del PP. La situación de 1996, no volverá a repetirse. Y si se repite, será peor: las exigencias nacionalistas serán de tal magnitud que constituirán un verdadero chantaje.
La actual extrema-derecha europea y la extrema-derecha de la transición
Decíamos que la extrema-derecha europea (o mejor dicho, lo que ha sido calificado como extrema-derecha por el resto de partidos y por los consorcios mediáticos) es diferente a la extrema-derecha española de la transición. Vale la pena abundar en esta dirección.
El análisis de los electorados que en toda Europa votan a opciones de este tipo da las siguientes características:
1) Están muy sensibilizados con el tema de la identidad nacional y la inmigración masiva. Mientras la extrema-derecha española de la transición jamás consideraron este problema.
2) Pertenecen mayoritariamente a sectores desfavorecidos de la sociedad, particularmente capas obreras que conviven con la inmigración en barrios periféricos. Mientras que la extrema-derecha española de la transición pertenecía mayoritariamente a la burguesía media con presencia de sectores lumpenproletarios minoritarios aunque presentes entre la militancia.
3) No tienen un patrón religioso fijo: una parte es católica tradicionalista, pero también católica sin más, otras pertenecen a confesiones protestantes de distintos tipos, hay indiferentistas religiosos o simplemente ateos, en proporción no desdeñable. A diferencia de la extrema-derecha española de la transición que era completamente católica tradicionalista.
4) Están muy motivados por la aplicación de políticas sociales que contrarresten los efectos desastrosos de la globalización sobre las capas más desfavorecidas de Occidente. A diferencia de la extrema-derecha española de la transición que no atribuía gran valor a las políticas sociales y jamás contempló la lucha contra las multinacionales que en los años 70 fueron las vanguardias de la globalización.
5) Su electorado procede mayoritariamente de votantes que hasta entonces han apoyado a opciones de izquierda. En el momento en que la inmigración masiva se ha percibido como problema y se ha advertido que, precisamente, la izquierda suponía el primer estímulo para este fenómeno, han cambiado su voto. A diferencia de la extrema-derecha española de la transición, cuyo voto procedía de la vieja AP y del franquismo militante.
Lo que la extrema-derecha española actual olvida
Lo que no han entendido los restos de la extrema-derecha española y, de ahí su absoluta ineficacia para crecer, es:
1) Que la extrema-derecha española no tendrá nada que ver con la extrema-derecha de la transición, ni, por tanto, absolutamente nada de lo que se defendió en aquella época, puede ser defendido hoy. Incluso en temas tan clásicos como la Unidad Nacional, hay elementos nuevos a considerar: la existencia de Estatutos de Autonomía irreversibles, la integración en la Unión Europea, igualmente irreversible, el proceso de globalización rechazable pero que impide a una sola nación sobrevivir en el mercado mundial. Y, no digamos a nivel de símbolos.
2) Que hoy su clientela electoral sólo puede proceder, necesariamente, de la izquierda o de votantes de izquierda desmovilizados, pero, en cualquier caso, de residentes en zonas obreras, periféricas a las grandes ciudades o de zonas rurales fuertemente afectadas por la inmigración masiva. Dado que los últimos dirigentes de estos grupos, son ajenos a estos ambientes, resulta absolutamente imposible que arraiguen en tales zonas. Todo se queda en “visitas” exaltadas a tal o cual ciudad, en donde han oído que existe un problema, en donde durante un par de horas en alguna zona conflictiva se ven banderas y se oyen gritos de estos grupos. Luego nada.
3) Que un partido de extrema-derecha en el siglo XXI, no puede ser un partido de exaltados, radicales y vociferantes, sino una fuerza transversal que destile energía, pero serenidad, con un programa basado en tres puntos de IGUAL peso: reivindicación de políticas sociales, reivindicación de la identidad nacional, reivindicación de la idea de “orden”. Frecuentemente, hoy, todo se queda en el “Arriba España” formulado bajo símbolos del primer tercio del siglo XX o en el primitivo “inmigrantes fuera”. Sobre tales bases no existe posibilidad de realizar construcción sólida alguna.
4) Que la definición que deben asumir no es la de “partido de extrema-derecha”, sino de “partido transversal”, o de lo contrario, aceptarán las condiciones impuestas por el adversario, reduciéndose a la esterilidad política de los últimos 30 años. Y esto implica guardar en el baúl de los recuerdos símbolos, cantos, banderas, rituales, lugares comunes y partir de cero. Naturalmente, hacen falta dirigentes con imaginación y energía, que generen respeto, y sean capaces de guiar a un movimiento por caminos nuevos. Y aquí está precisamente la dramática carencia que ha hecho imposible la construcción de una opción transversal desde la segunda mitad de los noventa, cuando las circunstancias ya estaban maduras.
5) Que un programa político o unos cuantos puntos ideológicos no son absolutamente nada sin un análisis sociológico; ¿a quien van dirigidos?. La extrema-derecha tiene tendencia a pensar que defendiendo un programa que ellos consideran justo y necesario, triunfará gracias al favor de Dios, o gracias a un providencialismo de ribetes místicos: “el electorado despertará necesariamente”. El análisis político, el análisis sociológico-electoral y la elaboración de una estrategia son las primera piezas del puzzle y, en función de ellas, hay que elaborar el programa político y adaptar la definición ideológica; no al revés. Nunca los deseos pueden anteponerse a la realidad.
Estrategia transversal: única opción
Queda un último punto por tratar. Un partido transversal, en el actual marco político, ¿con qué estrategia debería operar? Solamente hay una. La definimos sintéticamente:
1) A diferencia de partidos como el PP y el PSOE que aspiran a conquistar mayorías absolutas, una opción transversal debe tener conciencia de que, a lo más que puede aspirar, es a MODULAR el panorama político español.
2) La misión histórica de un partido transversal no es llegar al poder, sino sustituir el papel de los partidos nacionalistas a la hora de formar mayorías parlamentarias. Evitar, en otras palabras, que la política española esté permanentemente secuestrada por las ambiciones y las reivindicaciones nacionalistas y/o independentistas.
3) Que mientras persista el actual panorama político el enemigo principal es la debilidad, la falta de patriotismo, la ausencia de una concepción del Estado que esté acorde con nuestra historia, nuestras necesidades y nuestra tradición, y ante su tendencia a comer de la mano de los grandes consorcios, que hace gala el PSOE.
4) Que esto implica ofrecer un apoyo parlamentario al PP, a cambio de pactar tres bloques de propuestas: los que tienen que ver con la inmigración masiva, los que tienen que ver con las políticas sociales y los que tienen que ver con la contención del nacionalismo.
El resumen de una estrategia de conjunto
La estrategia de conjunto puede ser resumida así:
1) Ante la imposibilidad presumible de que, mientras persistan las circunstancias que se han generado a partir del 30 de septiembre del 2005 (conversación ZP-Mas para salvar el Estatut), confirmadas en la reunión ZP-Durán-Más de 23 de enero de 2006, el PP obtenga una mayoría absoluta, deberá contar con aliados parlamentarios que hoy no existen. Estos aliados sólo pueden surgir de formaciones políticas nuevas, o de lo contrario, los nacionalistas exigirán cuotas de poder excesivas que terminarán arruinando la unidad y la coherencia del Estado.
2) Un partido transversal que irrumpa en el parlamento y que suponga un soporte para el PP pactado a cambio de reformas en la legislación de inmigración, en las políticas sociales, etc., debe de estar orientado, no hacia recuperar los votos de la extrema-derecha de la transición (que en buena medida han sido integrados en el PP), sino a obtener votos en las zonas electorales del PSOE, o de lo contrario, entre el centro-derecha y el transversalismo, lo único que existirá es una indeseable relación de vasos comunicantes. De lo que se trata es de ABRIR otros sectores electorales y esto puede hacerse, aprovechando las enseñanzas y la práctica de lo que se ha dado en llamar “extrema-derecha” europea: captar votos hasta ahora anidados en la izquierda, pero que la izquierda no puede mantener a causa de su orientación en materia de inmigración y de globalización.
¿Y por qué el PP no avanza en dirección transversal?
La pregunta que pueden plantear los simpatizantes del PP es: ¿y por qué el PP no puede aspirar a conquistar estos sectores sociales compuestos por votantes de izquierda?
Es legítimo que todo partido intente obtener votos en todas las capas sociales. Ahora bien, la experiencia demuestra que, en Catalunya por ejemplo, donde el PP creció hasta 2004 en el cinturón industrial de Barcelona, habitado por emigrantes del Sur de España, castellano-parlantes y, hasta no hacía mucho, votantes socialistas, se desmanteló cuando Aznar realizó su giro pro americano y apoyó la agresión americana a Irak.
El PP si está en condiciones de captar puntualmente votos procedentes de la izquierda, pero su línea hace que no pueda mantenerlos durante mucho tiempo. Un escándalo inmobiliario protagonizado por un concejal de tal o cual municipio, una decisión desafortunada en política internacional que hace revivir las opciones antiamericanas, hace que todo vuelva al punto de partida.
Por otra parte, el PP es un partido adaptado para captar votos de centro y, por tanto, pero no votos de izquierda y, mucho menos, de unos sectores que precisan URGENTEMENTE de la aplicación de políticas sociales, antiinmigración y antiglobalización.
En política, el realismo es el mejor consejero y el realismo indica que el programa del PP no basta para horadar las líneas del PSOE y debilitar a su electorado por la izquierda. Pero eso lo puede hacer una formación política transversal, a costa de no ser criminalizada por la prensa, de no ser tachada constantemente de radical, de contar con algunos medios económicos suficientes y con algún líder con proyección nacional, capacidad e imaginación.
Esto lleva a otra cuestión: el apoyo parlamentario prestado por una formación transversal al PP ¿no sería considerado como una traición por el electorado de esta formación? No, por varios motivos:
1) Por que los apoyos no se dan a cambio de nada, sino a cambio de medidas urgentes en puntos clave: identidad nacional, contención de la inmigración, endurecimiento de la lucha contra la delincuencia, apoyo a las familias españolas, preferencia a la hora de recibir subsidios y ayudas sociales, etc.
2) Un apoyo como el que se propone no es un apoyo gratuito, sino puntual y pactado, esto es, extendido a determinados momentos puntuales y sin perder de vista quien es el enemigo principal, el PSOE y la globalización.
El liderazgo: condición sine qua non para un transversalismo eficaz
El gran problema de una opción transversal, es una cuestión de rostros. En otras palabras, quién la lidera. Es evidente que el perfil para una plaza de este tipo, responde a una serie de rasgos imprescindibles:
1) Debe ser una personalidad con relevancia social, preferentemente algún político en activo hasta hace poco, y, en cualquier caso, con contactos sociales y facilidad para tenerlos.
2) Debe disponer de medios económicos suficientes como para que dedicarse a liderar un partido transversal no implique una merma en sus ingresos.
3) Debe tener imaginación, rapidez de reflejos, capacidad de mando.
4) Debe tener una alta capacidad de análisis político y de negociación. Esto es, debe ser realista, dúctil pero enérgico.
5) Debe ser un buen orador y comunicar bien con los sectores sociales que constituyen el target electoral del partido transversal.
6) Debe ser capaz de elegir colaboradores eficaces –no necesariamente, los primeros llegados- y constituir una clase política dirigente con objetivos y estrategia claras.
7) Debe dominar las técnicas modernas de publicidad y marketing.
Es evidente que la personalidad del líder es fundamental en un partido democrático (y mediático). Por tanto, si ese líder no aparece, los nueve folios anteriores, son dramáticamente, inútiles. Así pues, se busca líder que aspire a ser cabeza de ratón en lugar de cola de león. Condiciones objetivas existen. Condiciones subjetivas siguen sin estar presente.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es