Las canciones expresan el estado de ánimo de un pueblo y,
análogamente, la combatividad y la moral de una tropa. La tropa suele cantar
dos tipos de canciones; por una parte, las ceremoniales y de circunstancias,
habitualmente encargadas a un compositor de prestigio y que enseñadas
oficialmente durante el período de instrucción; éstas se convierten en algo así
como el distintivo de un cuerpo. Luego están las que nacen de esa misma tropa
en los momentos de asueto; se componen en las guardias o en las tardes
cuarteleras, en plena cantina o incluso en los descansos en el combate,
habitualmente la música es tomada en préstamo de canciones populares de ese
momento. Estas últimas expresan sobre todo el estado de ánimo y las
preocupaciones de los soldados con toda la sinceridad con la que el vino y el
coñac hacen decir siempre la verdad.
En este sentido, si hay un cuerpo cuyas canciones hablen por
sí mismas y en las que lo “oficial” surgido de las alturas y lo “oficioso”
nacido de la misma tropa hablen un mismo lenguaje, ese es el Legión Española,
el antiguo Tercio de Extranjeros. No hay lenguaje más claro, casi diríamos,
lacónico –en su sentido más originario, espartano- que el lenguaje de la
Legión.
Existen tres himnos oficiales de la Legión: La Canción del
Legionario, El Novio de la Muerte, Tercios Heroicos y la Oración del
Legionario. Más que “oficiales” habría que decir “tradicionales”. Y, por
supuesto, existen decenas de canciones legionarias, elaboradas por la tropa,
que siguen enseñándose unos legionarios a otros, sin excluir que muchas hayan
desaparecido al caer en desuso, al verse diezmadas las unidades en momentos de
guerra o, simplemente, por puro aburrimiento. Las primeras se deben a
compositores y músicos reputados y en cuanto a las segundas, en buena medida se
trata de canciones populares de una época a la que los legionarios adaptaron su
propia letra.
El tema del Amor y de la Guerra
Dado que en la legión van a parar gentes de muy diversa
extracción, también parece que reputados poetas han vestido la camisa
legionaria. Uno de los temas más habituales de toda esta música es la
referencia al amor y a la mujer y, entre todas, quizás la más impactante y que
demuestra una inusitada sensibilidad es aquella desenfadada que cantan los
legionarios de marcha en las primeras escenas de ¡A mí la Legión! y cuyo
estribillo dice:
“A la Legión, a la Legión,a la Legión vine a luchar.Adelante la Legión,porque en ella está el amory en el amor la eternidad”.
El guerrero –y el legionario es un guerrero, no un
repartidor de bocatas a domicilio como algún político cretino ha querido reconvertirlo-
es excesivo en todo. En el combate se convierte en una verdadera máquina de
matar y en un verdadero candidato a la muerte (en la misma película de de Juan
de Orduña, ¡A mí la Legión!, en el despacho de alistamiento, un legionario toma
la filiación a los recién llegados:
- ¿Nombre?- Rodrígo Díaz de Vivar…- ¿El Cid Campeador?- Puede…
Y luego pasa otro:
- Edad (es un crío)- Veintiún años…- Muchachos, ¿sabes a lo que has venido?- A morir por la Legión…
.. y es imposible no sentir un escalofrío, especialmente
porque no se trataba de mera retórica. La acción heroica, la aceptación del
hecho de la muerte y su búsqueda intuida como el sentido de lo humano, y
experimentada como convicción y no por la lectura de las espesas obras de los
filósofos existencialistas, el encontrar, finalmente, un sentido a la vida,
aunque ese sentido fuera la muerte, todo ello ejerció una influencia notable en
cierta juventud de la pre-guerra y, casi nos
atreveríamos a decir en un sector minoritario, pero existente, de la
juventud actual.
Hubo un tiempo en el que alistarse en la Legión suponía
aceptar el hecho muy probable de morir en la Legión, esto es, por la Legión. Y
se cumplía la misma ley que han experimentado todos los guerreros en todas las
épocas y que el propio Millán Astray conocía bien, pues no en vano, una parte
del Código de la Legión había salido de las páginas de El Bushido de Inazo
Nitobe, el samurai cuya obra tradujo al español el fundador de la Legión. Esa
ley era: vive con intensidad y toda la conciencia de existir como te sea
posible, porque este puede ser el último día de tu vida. La certidumbre de la
muerte, su aceptación y, por tanto, su búsqueda, hace que el guerrero viva con
una intensidad desmesurada todas las pasiones. El amor la primera.
De hecho, siempre el desengaño amoroso ha constituido una de
las causas más habituales para alistarse en la Legión. Pero también en las
filas de la Legión, los amores del Caballero Legionario con la cantinera o con
cualquier otra mujer, alcanzan una intensidad inusitada como en el estribillo
que hemos citado. Y no es raro que así sea. La trilogía amor – muerte –
eternidad, ha sido presentida por el poeta e intuida por los Caballeros
Legionarios que han hecho de ella una verdadera obsesión. Esta obsesión es el
leit-motiv central de El Novio de la Muerte.
La segunda estrofa de este conocido himno legionario dice
así:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
Pero la asunción de la muerte como novia y compañera ha sido
inducida por la muerte de la mujer amada. No es un desengaño amoroso, sino una
tragedia personal, la pérdida de la compañera que hace que la unidad hombre-mujer,
soldada por el amor y concebida como un todo, rompa la unidad esférica (esto
es, perfecta) con la que había sido percibida desde Platón, y la vida de la
parte superviviente carezca ya de sentido. La canción es ilustrativa al
respecto. El legionario ha hecho gala de su valor y ha muere heroicamente:
Cuando, al fin le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquella carta decía:
”…si algún día Dios te llama
para mi un puesto reclama
que buscarte pronto iré”.
Esa misma carta termina con una recapitulación de los
motivos de su compromiso con la Legión:
Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi ¡Bandera!
También hay en todo ello un deseo de exceso y de intensidad.
Es frecuente en todos los cantos de guerra de los cuerpos de élite las
alusiones a lo que podríamos llamar el “erotismo de la muerte”. Las tropas de
asalto alemanas de la I Guerra Mundial cantaban: “… y si la muerte llega y nos
acaricia”, que parece hablar otro lenguaje diferente al no-guerrero para el que
la llegada de la muerte supone un mazazo insoportable y no una caricia.
A fuerza de considerar la posibilidad de morir en cualquier
choque, el miembro de cualquier cuerpo de élite –y, por supuesto, de la
Legión-, el guerrero tiende a establecer un nexo de proximidad con la muerte y
considerarla una compañera inseparable que, en cualquier momento, podrá
manifestarse y, cuando lo haga, hará, solamente, que tener en cuenta el Credo
de la Legión y, en concreto el punto 10º o “Espíritu de la muerte”:
El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde.
Caminar al paso con la muerte
La muerte es el hecho esencial de la milicia y, mucho más,
de los cuerpos de élite. Se dice que una buena muerte redime toda una vida.
Pero no es cierto, más bien habría que decir que un comportamiento heroico
exalta las mejores virtudes de lo humano. El deseo de libertad es una de ellas.
En un sentido metafísico la libertad es la capacidad de dominio sobre los
instintos, los miedos, los deseos y todo aquello que nos puede dominar. Desde
este punto de vista, si el mayor riesgo de una vida humana, es la muerte, será
cierto que sólo el desprecio a la muerte da
la libertad. Por eso, sin duda, al cantar El Novio de la muerte, el legionario
recuerda la clave de toda esta filosofía:
Mi divisa no conoce el miedo,
mi destino tan sólo es sufrir;
mi bandera luchar con denuedo
hasta conseguir vencer o morir.
Y, en cuanto al estribillo de Tercios Heroicos, que en
realidad fue el primer himno oficioso de la Legión Española a poco de
constituirse, se repite dos veces
Legionarios a luchar,legionarios a morir,legionarios a luchar,legionarios a morir.
Este himno, en nuestra modesta opinión, es de todas las
canciones de la Legión, probablemente la más poética y, si se nos apura, la más
almibarada, como si a poco de ser fundado, el Tercio de Extranjeros todavía no
hubiera conseguido traducir a canto espontáneo su espíritu. Excesivamente
retórica, esta canción se redime precisamente por su estribillo que resume el
ideario de su fundador: luchar y morir. Cuando los legionarios, pocos años
después tienen ya un himno oficial asumido por todos, las ideas están mucho más
claras. Es el Espíritu de Acudir al Fuego, el 7º del Credo Legionario:
La Legión desde el hombre solo hasta La Legión entera, acudirá siempre donde oiga fuego, de día, de noche, siempre, siempre, aunque no tenga orden para ello.
¿Por qué esa insistencia en conocer el fuego del enemigo? En
la notable película alemana de postguerra, El Puente, el general de la
Volkstrum de ese distrito, encarga al Sargento Heimdal que cuide de los
muchachos de las Hitler Jugend que se han incorporado ese día a la defensa de
la Patria; el general pregunta: -¿Qué ha aprendido usted a lo largo de toda
esta guerra?, y el sargento Heimdal contesta: -A esconderme. Es el tradicional
e hispánico escaqueo. En la Legión el escaqueo del fuego enemigo está
proscrito. Lo que el código ordena es, justamente, lo contrario: acudir al
fuego. Y en el Himno de la Legión, en su primera estrofa se indica el por qué:
Soy valiente y leal legionario
soy soldado de brava legión;
pesa en mi alma doliente calvario
que en el fuego busca redención.
La palabra clave es “redención”. El diccionario de la Real
Academia de la Lengua, nos aporta el sentido de la palabra “redención”. Acto de
redimir, claro. Y redimir: “Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u
otra adversidad o molestia”. Parece que en este término alguno de los
redactores del Diccionario hubiera pasado por el Tercio. Para hombres a los que
la vida, por algún motivo, se ha hecho insoportable, la Legión ofrecía la
posibilidad de redención por una doble vía. La primera dejar su yo a la puerta
del cuartel –ese yo es el que sufre penuria, dolor, adversidad o molestia-, la
segunda es ir al paso con la muerte, como si se tratara de una compañera más de
la formación. Si el mayor riesgo para la vida es la muerte, ¿cómo habría que
calificar a alguien que dejara de tener miedo a la muerte? Es simple, ese sería
un hombre libre.
El Pobrecitos maridos infelices, que ha empezado casi como
una canción de reclutamiento exhibiendo las bondades de la vida legionaria,
para luego ciscarse en la intendencia, más tarde en el rechazo a la filosofía
del pico y de la pala, vuelve en sus últimos cuatro versos a los lemas propios
de un cartel de reclutamiento:
Son diez pesetas,
bien comido y bien servido,
tendrás fama de león,
aunque seas un cabrón en la Legión.
Y es que el Caballero Legionario es el campo de batalla lo
que el león es en la selva.
Una sociedad sin clases, una casta guerrera
En la canción Pobrecitos maridos infelices, se cuenta la
historia de uno que luego la propia canción calificará de mandante:
Y ese otro que en su pueblo,
se las daba de sereno,
con el hambre que pasaba
se alistó al Tercio de Extranjeros,
¿Qué ocurre, pues, con la Legión Española? ¿Está formada por
desheredados de la fortuna? ¿acaso por gentes que han perdido toda esperanza de
prosperar en la escala social? Planteamiento erróneo. Eso vale para las
categorías burguesas y para la forma pequeño burguesa de ver la vida. En la
Legión Española se respira otro aroma.
Hay un mito que ha soportado el paso del tiempo: el que a la
legión van a parar hombres de todas las condiciones sociales. Eso pudo ser
cierto en algún momento y hoy, digamos, que no lo es tanto. En 1967, se alista
en el Tercio de Extranjeros, un personaje extraño que parecía sacado de la
película ¡A mí la Legión!. Modales refinados, educación exquisita, aspecto
extremadamente agradable, un hombre de mundo, acompañado por alguien que
parecía ser su amigo inseparable, o al menos una especie de machaca. Solamente
había dado un nombre al alistase: “Juan de Austria” (y seguramente el
escribiente debió bromear: “el de Lepando ¡no?”), como el “Mauro, solamente
Mauro” que se alista en la película de Juan de Orduña. Al cabo de unos meses,
“Juan de Austria” debe abandonar la legión. Se trataba del SAR el Príncipe
Sixto Enrique de Borbón Parma (al que nunca agradeceremos suficiente los
desvelos que tuvo por nosotros durante nuestra estancia en París). Como el “Mauro,
solo Mauro” de la película que también resulta ser el príncipe de un país
balcánico… En cuanto al machaca de “Juan de Austria” que se había alistado en la Legión para
acompañar al Príncipe, naturalmente, no fue expulsado y debió cumplir con su
compromiso militar hasta el final, como los buenos…
Hoy, es posible que el nivel medio de los Caballeros
Legionarios sea diferente al de los años 20 e incluso diferente a la situación
de Sixto Enrique de Borbón en los 60. España ha cambiado y su estructura de
clases también ha cambiado. Sin embargo, la Legión Española sigue siendo una
estructura de combate que está al margen de las clases y por encima de las
clases sociales. De hecho, pertenecer a la Legión Española es algo más que
pertenecer a una “clase social”, supone, sobre todo pertenecer a una casta: la
casta guerrera.
Si hay una canción que resuma lo que un marxista contrito
consideraría como la “concepción de clase” de la Legión Española es la que
lleva por título el de su primer verso: Como somos caballeros legionarios.
Empieza la canción reconociendo que el “estilo legionario” puede disgustar a
muchos (la casta guerrera, solamente es comprendida por la casta guerrera,
frecuentemente despreciada por la burguesía, casta hegemónica en la
modernidad):
Como somos caballeros legionarioshay mucha gente que no nos camelacomo si fuera un delitoser de La Legión Extranjera
Las dos estrofas siguientes suponen una afirmación explícita
de que para el Caballero Legionario no existen clases sociales:
Nosotros no nos preocupamosni del más grande ni el más chiconi tampoco olvidamosni a los pobres ni a los ricosCuando vamos por la carreteray nuestras carnes se tuestan al solla sangre de nuestras venases igual que la mejor.
La siguiente estrofa es también antológica. Reconoce que el
legionario ha tenido, con frecuencia, mala vida o una vida hecha de miseria y
hambre. Lo que a otros les causaría bochorno reconocer, para el legionario es
fácil asumirlo:
Si asaltamos los corralesy robamos las gallinases para matar el hambreque pasamos en la vida.
La última estrofa parece extraída de la película de Juan de
Orduña o de la La Bandera protagonizada por Jean Gabin en 1935, en la que,
desde Francia, se veía igualmente a nuestros Caballeros Legionarios. Un cuerpo
en el que la alegría intensa y concentrada de quien sabe que cada día puede ser
su último día
Si cantamos soleares
o bailamos bulerías
es para olvidar las penas
que pasamos en la vida.
Por encima de las clases, sin clases sociales, contra la
consideración de los hombres en función de su origen, pero conscientes de que
se pertenece a una entidad superior a la clase y, contraria a ella: una casta,
la casta guerra.
El anonimato legionario
Se une a una deliberada y voluntaria destrucción de la
personalidad anterior. Entrar en el Tercio equivale a un proceso iniciático:
alistarse es morir como hombre viejo, como lo que se ha sido antes, para nacer
como hombre nuevo. Ese “hombre nuevo” es una especie de sacerdocio templario,
mitad monje, mitad soldado, cuyo hábito es la camisa y el gorrillo legionario.
Desde este punto de vista, ser investido Caballero Legionario es similar a
revestir una nueva “piel”, ya no será el polo y los jeans del joven
discotequero, o la camisa y corbata del representante de comercio, sino el
hábito de un verdadero sacerdocio ideado para dar y recibir la muerte.
Sería difícil encontrar una construcción tan hermosa como la
Catedral de Chartres o la de Burgos. Hasta el artesano que cinceló su última
piedra debería sentirse orgulloso y, sin embargo, no conocemos a ciencia cierta
el nombre ni de los canteros, ni los maestros de obras. El anonimato es la
garantía del verdadero arte porque aspira a representar no una forma personal
concebida por un individuo concreto en un momento dado de la historia, sino a
representa la belleza por sí misma.
En el Tercio de Extranjeros se busca, en esencia, lo mismo:
no héroes individuales, sino una forma heroica de comportamiento colectivo y,
para ello, hay que superar las barreras que las distintas personalidades
imponen entre los voluntarios, “Yo Juan”, “Yo Pedro”, “Yo Macario Wilson”… No,
el “Yo” no existe en la Legión. No puede existir. Donde está el “Yo”, no está
el “espíritu legionario”. La Legión es una unidad, responde como un solo
hombre. Por eso es importante dejar a la puerta del cuartel todo lo que nos
hace ser “tú” o “yo”. Por eso es importante el corte de pelo, el uniforme, el
marchar al paso, el cantar las mismas canciones, el comer en la misma mesa un
mismo rancho, el beber, el ir de putas juntos, y el compartir las alegrías y
las tristezas, que, a fin de cuentas, por ser de uno son de toda la unidad. Si
un hombre está deprimido, esa debilidad, en combate, puede dañar a toda la
unidad. Unidad, viene de Uno; hay tantos “yoes” como ranitos de arena en una
playa. El yo no tiene lugar en la Legión Española, ni en cualquier otro cuerpo
guerrero.
De ahí que no sea solamente por desengaños amorosos o
frustraciones, ni siquiera para huir de un fracaso cualquiera por lo que se
exalta el anonimato en las canciones legionarias, sino también y, sobre todo,
para que el espíritu de cuerpo se imponga sobre el “tú” o sobre el “yo”. Ni
siquiera es el “nosotros”. Es simplemente: Uno, la Legión.
El Novio de la Muerte, arranca con esta temática:
Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que a la Legión se alistó.
Y aunque el legionario protagonista de la canción, a fin de
cuentas, ha sufrido la pérdida de su amada, a nadie se le escapa el valor
educativo de la canción que opera a modo de cincel del escultor sobre el
espíritu de cuerpo de todos los Tercios y Banderas de la Legión.
Y en el propio Himno de la Legión, esta idea, que fue el
gran hallazgo de Millán Astray, se recoge explícitamente:
Somos héroes incógnitos todos,
nadie aspira a saber quien soy yo;
mil tragedias, de diversos modos,
que el correr de la vida formó.
Cada uno será lo que quiera,
nada importa su vida anterior,
pero juntos formamos Bandera,
que da a la Legión
el más alto honor
© Ernesto Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es –
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