Infokrisis.- Estamos llegando al final de esta excursión por la "doctrina Zapatero" que nos ha llevado a horizontes inicialmente insospechados. Queda ahora resumir la trayectoria andada y extraer conclusiones. Estas se inician a raíz de la lectura de un artículo Henri Weber, publicado en Le Monde, precisamente el 20 de agosto de 2008. La izquierda, finalmente, ha advertido que está en crisis. Y no lo ha hecho al constatar que ninguno de sus mitos ha sobrevivido a la modernidad, sino al advertir que... han perdido el poder. Solamente en Europa, Zapatero aparece como Asterix defendiendo los "valores de la izquierda". En esta primera parte de la conclusión denunciamos que la izquierda tradicional se ausentó sin dejar señas. O dicho de otra manera, está muerta y enterrada: el zapaterismo es otra cosa y tiene otro origen...
Conclusión:
el universalismo en la crisis de la izquierda
el universalismo en la crisis de la izquierda
Bruscamente, la izquierda europea advirtió a partir de un artículo publicado por Henri Weber en Le Monde en pleno mes de agosto de 2008 que estaba en crisis y que la crisis eran profunda, tirando a terminal.
Zapatero era una especie de isla en Europa. Considerado como “el más a la izquierda de los gobernantes europeos” (así lo definió el gobierno francés), Zapatero es algo completamente diferente a la izquierda europea y que muestra la problemática deriva que ha emprendido un sector procedente de la izquierda tradicional que ya ha roto casi completamente vínculos con su identidad de procedencia.
Weber es un routier habitual en la izquierda francesa. Nacido en Tadjikistan en el 44, hizo sus primeras armas en la Unión de Estudiantes Comunistas del muy estalinista PCF, para pasar luego al Movimiento 22 de marzo durante las revueltas de mayo del 68 (algo que la biografía laudatoria que aparece de él en Wikipedia y, verosímilmente, elaborada por él, no registra). De ahí pasó al trotskysmo siendo co fundador de Liga Comunista Revolucionaria y a la vista de que no arrancaban y de las prohibiciones gubernamentales de 1973, pasó al Partido Socialista en 1986. No fue un cualquiera en el trotskysmo, entre 1968 y 1976 fue director del semanario Rouge y de Critique Communiste, la revista teórica. Antes de integrarse en el PS se dedica a la investigación social la socialdemocracia alemana y el eurocomunismo. Durante los períodos de gobierno del PS ocupa cargos intermedios y en 1993 es nombrado ministro encargado de las relaciones con el Parlamento. Hoy es miembro del secretariado del PS y diputado europeo. Así pues, si alguien conoce a TODA la izquierda es Henri Weber. Que diga que está en crisis, no dice gran cosa sobre sus capacidad de observación –cualquiera que tenga ojos y vea, entendimiento y entienda, sabe que la izquierda está en crisis– pero sí sobre la exactitud y la profundidad de su opinión: no solamente “la izquierda” está en crisis, sino “toda la izquierda”.
Dejando aparte la constatación, el artículo de Weber, publicado en plena canícula de 2008, no aporta gran cosa. Es una constatación, más que un análisis en profundidad sobre las causas de la crisis de la izquierda. Vamos a intentar ir más allá de esta constatación y profundizar en sus causas.
1. El hundimiento del marxismo en el arranque de la crisis
Había que leer El Socialista en 1973 para saber lo que era la extrema izquierda. Muchísimo más radical que Mundo Obrero el PCE, infinitamente más radical que los efímeros boletines democristianos y socialdemócratas, comparable sólo con la violencia que destilaban el FRAP (maoístas y terroristas), incluso en la “cuestión nacional” pugnaban por dejar atrás al PNV. La pluma ácida de Alfonso Guerra se presentía tras algunos artículos sobre la guerra del Vietnam. Para colmo, los escasos socialistas dispersos por la piel de toro que en 1974 hacían como que hacían política llamaban la atención por el desorden mental que evidenciaban. Había media docena de sectas pugnando por hacerse con la patente para España distribuida por la Internacional Socialista. Zapatero, a todo esto, era un adolescente imberbe perdido en una ciudad de provincias.
La socialdemocracia alemana puso orden en todo aquel caos a golpe de chequera. Gracias a ellos –en realidad, gracias a la Fundación Ebert dependiente del SPD, el PSOE llegó a ser un partido y superó la etapa ultraizquierda y la olla de grillo de los primeros años de la transición. Pero los alemanes exigieron que el PSOE tuviera su Bad Godesberg, su congreso de refundación.
Cuando Felipe González renunció al marxismo algunos nos echamos a temblar: no solamente aquella generación socialista había alardeado de un extremismo infantiloide y alocado… sino que, a un gesto de la Fundación Ebert, eran capaces de renunciar a cualquier cosa con tal de seguir percibiendo talones con la cantidad en letras escrita en alemán. Y si esto era así cuando estaban la oposición, había que echarse a temblar sobre lo que serían capaces de hacer una vez llegaran al poder.
Y llegaron en 1983. Tardaron solamente 100 días en estatizar RUMASA y repartirla luego a los amigos. Y tres años más en pensar si no sería bueno saltarse a la torera cualquier ley y, lo que es peor, cualquier norma moral, y pagar a asesinos para que asesinaran a etarras. Cuando esto ocurría, España ya había entrado en la OTAN a traición y por la espalda, la corrupción se había extendido como una mancha de aceite sobre superficie pulida, las reconversiones industriales y las crisis económicas se solventaban a golpe de subsidios y jubilaciones anticipadas y, lo que era mucho que todo eso, se había entronizado la economía del pelotazo.
Cayó el muro de Berlín y tardó en caer el socialismo español que lo fió todo al agit-prop: que si la derechona, que si quitarán las pensiones a los abuelos, que si el bulldog… argumentos sólidos que no podían enmascarar el hecho de que el socialismo se había hecho incómodo. Retraía inversiones, la solvencia moral del felipismo rivalizaba en indigencia con la de la Celestina y, cuando se apagaron los fastos del 92, al regresar en septiembre, nos dimos cuenta de que estábamos ante la crisis más grave que íbamos a afrontar en los próximos quince años.
En la oposición el socialismo resistió solamente porque los distintos niveles de poder siempre aseguraron a sus huestes un lugar bajo el sol. En Andalucía llegó a haber tantos militantes socialistas como cargos públicos. Y en eso están. Pero la victoria de Aznar por goleada en 2000 supuso un trauma para las filas socialistas. Ciertamente Almunia era lo mejor de lo que disponía el PSOE, pero no era capaz de arrastrar al electorado con la vieja cantinela de la “unidad de la izquierda”. A todo esto ¿De qué izquierda?
Sí, porque a la otra izquierda, Izquierda Unida, las cosas no le iban excesivamente bien. Ciertamente, Anguita fue en su época una referencia moral, la última de la que dispuso la izquierda española. Su “programa, programa, programa” era la señal de que no toda la izquierda se conformaba con un reparto del poder sin principios. El problema era que Anguita no percibió la gravedad de los sucesos que estaban ocurriendo en la sociedad española, europea y mundial de los años 80. Y si lo percibió –era suficientemente inteligente para percibirlo- no pudo operar contra fenómenos que excedían los límites de su gestión al frente de IU.
Fue en 1979 en el programa de Luís Balbín, La Clave. Había invitado a debatir sobre la izquierda a Santiago Carrillo y a Bernard Henri-Levy, entre otros. Carrillo pontificaba con esa cadencia calmara y machacona que he visto en todos los productos manufacturados en la escuela de agitación de Moscú. En un momento dado, Henri-Levy hizo lo que ningún español se hubiera atrevido a hacer: interrumpió al pope. “Señor Carrillo, no estamos haciendo propaganda electoral”. Y el líder del PCE, perdió los papeles. Si a eso unimos que a su regreso de Washington, invitado por el Consejo de Relaciones Exteriores (un influyente instituto privado vinculado a los estados mayores de las multinacionales y unos de los impulsores de la globalización) en 1979, Carrillo había empezado la demolición controlada y sistemática del PCE (un dirigente de izquierdas comentando todo esto me dijo: “Son los problemas de no llegar a viejo con la vejez asegurada”), se entenderá que cuando los medios de comunicación dieron cuenta del hundimiento del marxismo comunista como teoría, su expresión organizada en España ya estuviera extremadamente debilitada.
Un antiguo compañero de clase que militó en la extrema-derecha durante unos años, luego pasó al PSUC y finalmente fue secretario general del sector anguitista (el PSUC Viu) me dijo en cierta ocasión: “Todo mi problema fue que no encontré el momento para pasarme al PSOE”. Otros muchos, en efecto, habían encontrado ese momento y desde que se cerraron las urnas de 1979, los flujos comunistas que fueron pasando, primero por goteo y luego a chorro, hacia el PSOE, debilitaron tanto al PCE que terminaron haciéndolo una esqueleto moribundo y cuya vida era apenas la inercia de los tiempos gloriosos. Como se dice de una hermosa mujer cuando cumple los cincuenta: “Donde ha habido mucho, siempre queda algo”.
A la izquierda del PCE las cosas todavía peor. Los grupos que unos años antes clamaban por la insurrección armadas de masas y la guerra popular prolongada, los maoístas del Partido del Trabajo y de la Organización Revolucionaria de Trabajadores, así como los marxistas-revolucionarios de la Organización de Izquierda Comunista de España, se integraron aprisa y corriendo en el PSOE. Precisamente, el primer caso de corrupción de este partido lo protagonizo “el pájaro loco”, antiguo dirigente de la OIC, que huyó a Cuba con los fondos de su departamento. Más tarde, los trotskystas en plena indigencia deberían ir a confluir con IU más por lograr que alguien se fijara en ellos que por aportar sus ya de por sí menguadas huestes. Y es que, entre tanto, antes de la Caída del Muro, el marxismo había caído.
Lo percibí claramente cuando un intelectual como Henri-Levy enmendaba la plana a Carrillo en un programa de máxima audiencia. Era la señal para la desbandada de los intelectuales. A partir de ese momento, el marxismo dejaba de estar moda. Si a eso añadimos que tres años antes el PSOE había renunciado al marxismo, se percibirá fácilmente que la crisis de la izquierda ya en aquellos años era la crisis de un ideal: hundido el marxismo había poco con qué reemplazarlo.
Cuando algunos éramos estudiantes percibíamos el marxismo como un gigante con pies de barro. Ni teníamos tiempo, ni ganas de perderlo, leyendo a los clásicos del marxismo (Marx, Engels, Lenin), ni a los intérpretes históricos (Stirner, Kautsky, Berstein, Rosa Luxemburg), ni a sus interpretes sesentaiochescos (Althuser, Marcusse), ni a los pelmazos (Nikos Poulantzas), ni mucho menos a los exóticos (Debray, el Ché, Marighela, Fanon). Los degustamos lo justo para saber que sus complejas construcciones fallaban por la base: no había lucha de clases, no había conciencia de clase, la lucha de clases no era el motor de la historia, el socialismo real a la albanesa, a la stalinista, a la chilena, a la cubana, a la maoista, a la camboyana, habían constituido siempre, inevitablemente, un doloroso y lamentable fracaso. Era bueno leer –de hecho todos los hacíamos en los 60 y 70- sólo que los marxistas leían solo al marxismo, pero no a los críticos de marxismo. Si lo hubieran hecho hubieran sabido –pobres amigos míos criados en la fe de Marx y epígonos que tanto tiempo sufrieron intentando descifrar el último texto del último intelectual marxista reputado del último lugar olvidado del planeta- que Jules Monerot, Thierry Maulnier y tantos otros, incluso desde la izquierda (Henry de Man) ya habían analizado por qué los errores del marxismo.
Esa es la diferencia que me separa de algunos compañeros del bachillerato: a ellos el ideal, el marxismo se les ha hundido en doloroso holocausto. Muchos de ellos que seguían, no tanto al marxismo, como a las chicas que militaban en Bandera Roja (de la que el PSUC decía malévolamente que se reproducía por “vía vaginal”), sufrieron verdaderos traumas, especialmente cuando, unidos a feministas y feminitudas de esas que consideraban machista el depilado y el sujetador, debieron divorciarse a los pocos años. Hoy los tenéis tripudos, barrigones y amargados en todas las páginas de sexo cybernético de Internet.
Hubo un tiempo en el que yo mismo creía estar equivocado: “Tanto queridos amigos no pueden equivocarse”. Afortunadamente, TVE –la única en la época- tenía a bien programar cultura (cultura durante el franquismo, quien lo iba a pensar) y así, un buen día de 1969 pude ver “El Rinoceronte” de Eugene Ionesco, protagonizado por José María Cafarell padre de la que luego sería con Zapatero primera directora del “ente público” por excelencia –cuando ya había muchas televisiones pero todas rivalizaban en aculturizar a la audiencia-. Se sabe el argumento de “El Riconeronte” que, como todo el teatro del absurdo de Ionesco es tan dramático como despiporrante. En un momento dado, los seres humanos empiezan a transmutarse en… rinocerontes. Primero hay expectación y miedo. Luego la gente se adapta. Finalmente, incluso el protagonista acepta su destino: “Puesto que no es pecado ser rinoceronte…”, y se convierte en uno más. Aquella obra de teatro fue iluminador. Volví a nutrirme con Monnerot, descubrí a Evola y a Guénon, luego a la Nueva Derecha y así hasta ahora. A mí no se me ha hundido el ideal. A la izquierda que se nutrió de marxismo, en cambio, el pasar de compartir una ideología de moda, indiscutible –porque era indiscutible y estaba de moda en todos los salones- y de ser prácticamente necesaria para ser aceptado entre la clase intelectual, a ser un amasijo de horrores y errores que abarcan desde Pol Pot hasta el hecho de que la conciencia de clase del obrero fuera la de convertirse en burgués y no la de realizar una revolución quimérica, todo ello sin apenas solución de continuidad, en apenas dos o tres años, como máximo, todo esto supuso un verdadero trauma para quienes alguna vez creyeron en la izquierda tradicional.
Zapatero no era de estos. Su pasta era muy diferente. Cuando la mitología zapateriana alude a su presencia en el mitin de Gijón en 1976 (pero no se incorporó al partido hasta mucho después) aquello no pudo ser para él más que un recuerdo casi infantil: unas masas enfervorizadas por poder gritar a sus líderes y enarbolar banderas hasta entonces prohibidas, debió hacerle mucho más impacto que el contenido de los discursos.
A diferencia de Almunia su predecesor, Zapatero nunca tuvo una formación marxista. De hecho, cuando se incorpora al PSOE, éste ya ha renunciado al marxismo. Toda la discusión era si convenía más decirse socialdemócrata o socialista democrático. Una discusión, como se ve, de gran profundidad. Pero ni siquiera en esta discusión se sabe que Zapatero tuviera arte o parte. Simplemente, estaba ausente.
De ahí que las interpretaciones sobre su papel oscilen entre las más negativas para las que Zapatero no sería más que un oportunista sin escrúpulos, vendedor de teleguía, talante y buen rollo, sin fondo, que solo gusta ocupar el poder por el poder, con la loable intención de trincar; y las más benévolas que hacen de él un hombre que ha reinventado la izquierda, en la misma línea que Blair, Schröder o Segolene o Beltroni… todos ellos, muertos y enterrados políticamente en el momento actual. Pero también son posibles otras interpretaciones.
Zapatero no es un intelectual, ni mucho menos un ideólogo; tampoco es un gestor eficaz; ni siquiera un negociador hábil. Carece por completo de las facultades del analista político que le permite anticiparse a los acontecimientos; toda su política consiste en aplazar la solución a los problemas reales, abordando problemas ficticios, a la espera de que los reales se solucionen solos fiel a aquella máxima que dice que “No te preocupes de los problemas insolubles, ni de los solubles, los primeros no tienen remedio, los segundos pueden solucionarse solos”. Le gusta ser apreciado por todos, considerados por todos y dar a todos lo que piden. Algo loable y encomiable pero en absoluto conforme a la paste que debe tener un gobernante (no digamos ya un estadista). Y eso le acarrea problemas que no se manifestarán en toda su gravedad mientras siga tocado por la “baraka”, pero que lo pondrán en tela de juicio ante la historia al primer batacazo.
Volvamos al PSOE. Lo habíamos dejado, en un momento en el que la izquierda iniciaba su crisis. Mientras se está en el poder, no hay crisis que valga. Ya lo dijo el incombustible político italiano: “El poder no desgasta, lo que desgasta es la oposición”. El PSOE solamente se dio cuenta de que había crisis ideológica en la izquierda cuando las huestes de Aznar en calle Génova coreaban aquello de “Pujol enano, habla castellano”. La derecha –el centro-derecha, más bien- los había desalojado del poder y volvería a hacerlo por mayoría absoluta –certificando aún más gravedad de la crisis de la izquierda- en el año 2000.
Cuando Zapatero, ante el congreso que le llevó a la secretaría general, muestra en León los puntos de su programa, la consternación es visible. Eso no es una ideología. Ni un programa. De hecho, no se sabe muy bien lo que es. Probablemente sea menos que nada. Definirlo como mierda bien aplanada sería excesivo, pero tampoco es mucho más. No es ese programa el que le da la victoria sino los votos catalanes traídos por Maragall ya en plena pendiente, unido a cierta mano izquierda, a la telegenia y a la baraka que ya entonces empieza a manifestarse.
La conferencia ideológica del partido que un año después debería sentar las bases doctrinales del nuevo socialismo español emite un documento de inconmensurable pobreza. Si un día Pablo Iglesias se levantara de su tumba, difícilmente consideraría suyo esa ideología soft que, a partir de entonces es la propia del zapaterismo. Pero el problema no se manifestaba solamente en el PSOE, sino en toda la izquierda.
Les contaré una cosa. En 1993 monté una granja de pollos con un socio en pleno campo, a dos kilómetros de Tavertet. El socio era el secretario general de la CNT. En aquel tiempo pude conocer a muchos miembros del sindicato anarquista que, desde luego son más abiertos que otras modalidades de izquierda a la hora de intercambiar puntos de vista con alguien ajeno a su organización. Ya entonces tuve ocasión de decirles que difícilmente arrancarían. Su error –lo pude ver muy de cerca- consistía en mezclar temas relativos a las reivindicaciones de los trabajadores, con reivindicaciones de “colectivos sociales” que nada tenían que ver con la clase obrera, ni con sus intereses, ni con sus reivindicaciones, ni con sus tradiciones. La CNT de aquella época ya estaba hecha de okupas con K especialmente y apoyaba las reivindicaciones de los “grupos sexuales”, grupos prelegalización de la marihuana, la ecología y todo eso… todo muy encomiable, salvo que no tenía ninguna relación con la clase obrera. Es más, un obrero se sentía –lo pude con mis propios ojos- incómodo firmando y rubricando tantas peticiones sobre temas de los que, en gran medida, se sentía distante, indiferente, sino francamente hostil.
Justo en aquellos años, principios de los noventa ocurrió un hecho traumático. Un grupo de descerebrados dispararon a bulto en las ruinas de discoteca “Four roses” contra un grupo inmigrantes que dormían allí. Murió una chica dominicana y eso acarreó una fuerte protesta por parte de la izquierda. Y especialmente de la extrema-izquierda. Pude ver directamente las manifestaciones que todos estos grupos celebraron en la Vía Layetana de Barcelona y entendí el cambio que se estaba operando en la izquierda.
El hundimiento de marxismo había generado la desconfianza en la persistencia de los caladeros de votos obreros en los cinturones industriales. En particular Iniciativa per Catalunya se había convertido en residual allí en donde durante la transición el PSUC fue hegemónico, el Bajo Llobregat. A nadie se le ocurrió pensar que eso ocurría justamente por el énfasis puesto por la dirección del PSUC primero y luego de IC en el tema catalanista, a la vista de que sus bases en esa zona procedían de la inmigración interior. De hecho, buena parte, pasó a apoyar al PP, ausente en los primeros de democracia en esas zonas. Pero si se perdía el voto obrero, había otro voto que podía recuperarse: el juvenil. Y este podía motivarse apelando a la ecología. A partir de mediados de los 80, todos los partidos se hicieron “ecologistas”. La defensa de los intereses de los trabajadores se identificaba abusivamente con la defensa del medio ambiente.
A raíz del asesinato de “Four roses”, la izquierda española descubrió la inmigración. Algo que la izquierda europea ya había descubierto desde los primeros años 70. En Francia el grupo trotskysta Revolution ya reclutaba en medios de la inmigración argelina hacia 1972. Y en 1980, el servicio de orden de la CGT, el sindicato comunista, estaba compuesto prácticamente por argelinos.
El cálculo que realizó cierta izquierda entraba dentro de las piruetas a la que los intelectuales de izquierda nos tenían tan habituados en aquella época. Era innegable, por mucho que lo negaran oficialmente, que la clase obrera se había aburguesado (en mayo del 68, ese pasó a ser uno de los leit motiv de la revuelta). Así que todo el problema consistía en encontrar un reemplazo a la clase obrera europea que, dentro de poco identificaría sus intereses con los de la burguesía conservadora. Y entonces recurrieron a la inmigración: los inmigrantes procedían de “naciones proletarias”, esclavizadas por la colonización (de nada importaba, al parecer que se les hubiera concedido la independencia diez años antes), naciones jóvenes cuyos miembros habían hecho gala de fuerza y vigor juvenil a la hora de reclamar lo que era suyo –la independencia-, así pues, invitándoles a venir a Europa, reforzarían el sentimiento de clase explotada de los obreros y, en cualquier caso, si era preciso, los sustituirían como punta de lanza.
No es de extrañar que allí donde entre los años 70 y 80 gobernó la izquierda, allí se produjeran regularizaciones masivas, se empezara a subsidiar a la inmigración y se promoviera el efecto llamada, palabras y conceptos que en España se conocen solo a partir de 2005, pero que en Europa la izquierda estaba aplicando desde mediados de los 70.
Puestos a suicidarse, cualquiera puede elegir la vía que responda mejor a su leal saber y entender. La izquierda europea eligió la inmigración. Si el Partido Comunista de Francia ha desaparecido incluso en sus feudos históricos se debe a que hasta en las pasadas elecciones que dieron la victoria a Sarkozy, siguió manteniendo una política pro-inmigracionista a despecho de que los restos de su electorado consideraran que la inmigración supone una competencia desleal para la mano de obra europea en la medida en que vende mas barata su fuerza de trabajo. Desde 1975, la izquierda europea viene repitiendo la cantinela pro-inmigracionista… que le está costando la pérdida absoluta, completa y total de sus caladeros de votos tradicionales. Hoy, los residuos electorales que sigue obteniendo el PCF en Francia o Refundación Comunista en Italia pertenecen a jubilados que siempre han votado comunista y para los que cambiar su voto en las postrimerías de su vida supondría un drama existencial.
Los socialistas europeos por su parte, comparten esa misma opción solo que de manera ligeramente atenuada y pudiendo enmascarar su discurso gracias a disponer de ingentes medios económicos. Pero si la izquierda europea ha sido desalojada completamente del poder –salvo en la España de Zapatero- se debe en gran medida a la prevalencia de su discurso pro-inmigracionista a estas alturas, en 2008 y cuando la inmigración es visto como problema por una mayoría de la población europea.
Pero esta posición no es la única causa de la crisis que vive la izquierda postmarxista. Es la que determina, eso sí, su incapacidad para desbordar a la derecha y para generar confianza en el electorado. Dejando aparte que, en aquellos países en donde la legislación permite al inmigrante votar, apenas lo hace –en tanto no está integrado ni, por tanto, identificado con los problemas de ese país- y opta de manera creciente a votar por candidaturas propias.
Volvamos a Izquierda Unida. Hay dos etapas en esta formación. En la primera, los grupos políticos que la componen (PCE, PASOC, IR, independientes) tienen preeminencia y la formación es de izquierda clásica, ligeramente más radical que el PSOE, pero no mucho más, quizás solamente, gracias a la dinámica impresa por Anguita, mas consecuente con su programa de izquierdas que el PSOE y en absoluto comprometida con las fuerzas sociales neocapitalistas con las que el felipismo tan bien se entendió. Esto debió durar hasta 1996. A partir de ese momento, se percibe en IC y en sus federaciones, un debilitamiento progresivo, no sólo del PCE sino también del resto de grupos políticos que inicialmente lo integraban. Hay siglas que desaparecen por completo, luego se producen escisiones en el PCE y en el PSUC, y en el postanguitismo para ampliar la base se van incorporando elementos procedentes de “fuerzas sociales”: gentes de extracción cristiana, pacifistas, ecologistas, minorías sexuales, etc., que arrinconan progresivamente a las viejas glorias del PP y establecen otra dinámica. Se sabe que un día IU hubo tenido relaciones con el PCE solamente porque es la sigla que insiste más en la recuperación de la memoria histórica. Pero eso sirve sólo para satisfacer a unos pocos jubilados. Poco tiempo después de la sustitución de Anguita por Llamazares, el espacio político que ocupa lo que queda de la coalición ha variado: ya no es el de la izquierda tradicional, sino el que hemos dado en llamar “humanismo universalista” el que se configura como propio para la coalición. Realmente, IU no interesa mucho a los medios de comunicación, pero su evolución es portentosa… porque anticipa la que va a seguir el PSOE con el zapaterismo apenas cinco años después.
Hay otro problema. El pragmatismo es el cáncer de la izquierda. En 1983, el PSOE, aconsejado por sus asesores, parceló al electorado en “grupos sociales”, identificó cuáles eran los más receptivos a su programa y les sirvió consignas sólo para ellos. La despenalización del porro atrajo entre millón y millón y medio de votos. Los colgados, votaron al PSOE. Aquello creó escuela. Desde entonces en las elecciones siguientes, la tónica ha sido la misma: PER para los campesinos andaluces, aumento de las pensiones par jubilados, aumento de derechos para autónomos, y así sucesivamente. Todo esto ha reportado buenos dividendos electorales al PSOE. Pero un programa no es una doctrina, puede asegurar la preeminencia electoral, pero no da principios. Garantiza la hegemonía en algunos sectores sociales, pero no genera una visión global de la sociedad.
Y esto a la postre es lo que le ha pasado al PSOE. El oportunismo no es más que un “aquí te pillo aquí te mato”, o un “dame tu voto hoy y te daré lo que pides mañana”. El PSOE vive ya casi 20 años con esta dinámica de regateos, confundiendo programa con principios. Finalmente, tras la derrota de Almunia y el fracaso de la política de “unidad de la izquierda”, algunos entendieron que por no haber, se habían quedado sin poder y sin principios. Y empezaron a pensar de qué disponían.
En primer lugar, estaba el “voto cerril”. Los que siempre habían votado socialista, odiaban a la derecha y nunca votarían a otra opción. Con esos se podía contar siempre que se mantuviera la sigla de referencia PSOE. Luego estaban los ecologistas. No es el que el PSOE entendiera muy bien las razones últimas del ecologismo, pero se limitaba a repetir lo que estaba de moda en la época: “desarrollo sostenible” y, por lo demás, ¿quién podía estar a favor del deterioro del medio ambiente? Luego estaban las minorías sexuales, feministas, lesbianas, homosexuales, travestidos, etc. Cualquiera que les satisficiera mínimamente y les escuchara obtendría su apoyo. Y las abortistas radicales. Luego los círculos pro-eutanasia. También los grupos pacifistas que parecieron proliferar durante las fases previas a la guerra de Irak.
Zapatero percibió además que el sistema político español precisaba de los nacionalistas cuando no existían mayorías absolutas. Y a ellos se entregó. Para colmo, el PSOE se convirtió en una sigla, centrifugada a su vez, una especie de confederación de siglas regionales no siempre en buena armonía. El PSOE no advirtió que desde principios de los 80 se estaba generando una multiplicidad de centros de poder administrativo llamados a enfrentarse en eternas disputas por el control de la caja. Y cuando uno ha construido desde el oportunismo un partido, enarbolando como único estandarte la posibilidad de hacer buenos negocios a la sombra del poder, se arriesga a que finalmente se le asilvestren las partes y cada autonomía quiera compartir menos con la administración el control de la caja. A fin de cuentas un 3% es más si se controla el 100% que si se controla solo el 50%. No sé si me explico…
Durante unos años, en su primera legislatura el zapaterismo jugó con los nacionalismos de manera innoble y desaprensiva. Se mantuvo en ellos hasta que los nacionalismos le tomaron la medida de la horma. En su segunda legislatura el apoyo de los nacionalismos es más costoso y complicado, especialmente porque a fuerza de repetir un discurso anti Estado-Nación (impropio de la izquierda) las partes que componen hoy el PSOE, están poco dadas a apreciar las bondades de la “unidad del Estado”. Y en los nacionalismos, como el corrido mejicano, están los que siempre quieren más y más y mucho más.
Así están las cosas en la canícula del 2008. Pero todo esto nos pone en la pista de dónde ha surgido la doctrina zapatero: de la interacción de todos estos fenómenos. Habíamos dicho que la evolución de IU en la indigencia electoral, anticipa la que seguirá el PSOE zapateriano en la abundancia electoral. Que no es más que la evolución que siguió la extrema izquierda anarquista desde principios de los 90. Al caer los planteamientos tradicionales de esa izquierda (en 1993, un amigo de la CNT me regaló las obras de Kropotkin con el ruego de que me las leyera por la “actualidad” que encerraban… cuando en realidad, es un mero dinosaurio), ésta buscó nuevas referencias: no existían. El socialismo utópico pre-marxista hubiera sido una posibilidad, pero tampoco había resistido el paso del tiempo y si Kropotkin era antediluviano, el socialismo utópico, con sus falanterios, su misticismo, sus conspiraciones carbonarias de opereta, sus teorías excéntricas, era como de otro planeta. Miente quien diga que ha persistido en el ecologismo[1]. El anarquismo respondía a una forma de capitalismo industrial, pero se movía como un elefante en una chatarrería en períodos posteriores, no en vano su simplicidad teórica podía hacer frente sólo a un capitalismo incipiente pero no hiperdesarrollado y globalizado. Por otra parte, la organización de la no organización se saldaba a menudo con el caos organizativo. Y, finalmente, a partir de la provocación –sí, de la provocación del caso Scala- la CNT quedó en la cuneta de la historia para siempre, víctima precisamente de la ausencia de estructuras orgánicas sólidas. El marxismo en sus distintas corrientes se había hecho imposible; además, desde que irrumpió el vídeo, las televisiones privadas, el CD, el DVD y, finalmente Internet, la gente leía poco y ya nadie iba a repasar a los farragosos clásicos del marxismo y a pelmazos de la talla de Poulantzas, ni seguir los devaneos de Degray que si guerrilla sí, que si guerrilla no, que si la revolución en la revolución, que si la crítica de las armas… tanta épica, a fin de cuentas, para justificar acomodos personales.
A la izquierda no le había quedado nada en pie… salvo esos grupitos cristianos de base, esos pacifistas dispersos aquí y allí, esos individuos capaces de solidarizarse con todo lo solidarizable en cualquier parte de la galaxia, aquellos “grupos sociales” que tan pronto discutían de religión laica, como de aborto, como de multiculturalidad, que sin haber leído a Fanon ni a Malcom X, eran capaces de sentirse culpables ante el tercer mundo, que admiraban todo lo que no era europeo acaso porque habían renunciado a sus propias señas de identidad. Todos estas corrientes, primero se habían extendido como una mancha de aceite en la extrema-izquierda, más tarde habían ido sustituyendo el papel que tuvieron los partidos que constituyeron IU. Incluso a Iniciativa per Catalunya se le añadió la coletilla “Verds”. La bandera de toda esa izquierda dejó de ser roja y se hizo arco iris. Quedaba el PSOE. Y la mancha de aceite, con Zapatero, se extendió hasta esta sigla. Durante el XXXVII Congreso Federal ya no hubo –y previsiblemente ya habrá jamás- entronque entre la tradición del socialismo español y la doctrina Zapatero. Lo que triunfo en julio de 2008 en el congreso de este partido, fue lo que había anegado al anarquismo y a la extrema-izquierda desde finales de los 80, lo que alteró la médula de la IU de Anguita e hizo que con Llamazares ya no hubiera apenas contacto entre lo que un día fue el PCE y lo que a partir de entonces iba a ser IU.
El humanismo universalista es hoy el único referente de la izquierda. Tal es la ideología de sustitución que ha llenado el hueco dejado por la izquierda clásica. Pero así como el marxismo, el anarcosindicalismo, el trotskysmo, el socialismo revolucionario, el marxismo-leninismo, la socialdemocracia, el socialismo democrático, el comunismo y el marxismo revolucionario, todo esto había nacido en la izquierda y de la izquierda… el humanismo universalista tiene su origen en otra parte.
En esta obra hemos repasado cuál es esa “otra parte”. Hemos seguido la pista a sectas ocultistas nacidas en el XIX y que evolucionaron en la primera mitad de siglo hacia estas posiciones. Sectas ocultistas y paramasonerías u obediencias irregulares. Luego, hemos visto como en NNUU y en sus agencias esta doctrina se atrincheraba y, como, diez años después de la caía del Muro de Berlín, emprendía una ofensiva que ha pasado desapercibida para la mayor parte de observadores. Pero ahí, y ha sido tan brutal que no ha encontrado apenas resistencia para pasar a caracterizar los valores de la izquierda actual.
© Ernesto Mila – Infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com