info-Krisis.- El futuro no volverá a ser como antes de la crisis. La patronal de la construcción en el año 2000 tenía asumido que su sector siempre atravesaba “ciclos” y que la fase expansiva que se iniciaba en ese momento, antes o después terminaría. Sorprende, por tanto, que no tomaran medidas para cuando se produjera el punto de inflexión y que no supieran poner el pie en el freno. Sin embargo, los ciclos económicos afectan a todos los sectores y son una característica del capitalismo que emergió con la primera revolución industrial. Estos ciclos encontraron en el economista ruso Nikolái Dmítrievich Kondrátiev a su intérprete más riguroso. Kondratieff fue capaz de identificar cuatro ciclos… pero erró en el quinto al no percibir que entonces el capitalismo entraba ya en una fase senil.
Recientemente, Alain de Benoist en su introducción a Mañana el decrecimiento (publicado por Ediciones Identidad) nos recordaba la existencia de los llamados “ciclos de Kondratieff”. Estos ciclos teóricos tendrían una duración de entre 50 y 60 años. En su primera mitad –fase ascendente de entre 25 y 30 años- se generaba creación de riqueza y prosperidad económica, pero en la fase más ascendente las empresas precisaban recurrir a ingentes cantidades de crédito para poder ampliar sus instalaciones, adecuarse tecnológicamente a los nuevos sistemas de producción y ampliar su volumen de negocio. A partir de ese momento se producía una “financiarización” de la economía que dejaba de ser productiva para convertirse en especulativa cuando ya se había entrado en la fase decadente del ciclo. En esta fase se producían las famosas “burbujas” con sus estallidos consiguientes y las grandes crisis, hasta que nuevamente, al alcanzarse un nivel mínimo de actividad económica se producía una expansión productiva, se contraía la dependencia financiera de las empresas y el ciclo volvía a comenzar.
Los cuatro ciclos Kondratieff
Kondratieff identificó cuatro de estos ciclos: el primero de 1790 (que se iniciaría con la revolución francesa) a 1848 (la llamada “primavera de los pueblos” con las revoluciones que estallaron en el primer semestre de aquel año, publicación del Manifiesto Comunista, victoria de EEUU sobre México).
El segundo ciclo que alcanzaría desde 1848 hasta 1893 (en este año se empiezan a producir grandes innovaciones tecnológicas que alcanzan desde el motor Diesel hasta el invento de la Coca-Cola). En esta fase el capitalismo industrial entra en su auge y se generan las grandes concentraciones industriales en los países mejor situados para liderar el mundo en esa época. Ese período marcará el segundo ciclo de la expansión norteamericana, la superación de la crisis interna que supuso la guerra de secesión (1860-64). En España se produjo una sucesión de conflictos civiles, la aparición de los nacionalismos periféricos y las primeras crisis especulativas que estallaron en Barcelona en 1889 y provocaron la quiebra de los grandes bancos locales.
Un tercer ciclo se inició a partir de 1893 que terminaría entre 1940 y 1948. Es la época de las dos grandes guerras mundiales y de los auges económicos que siguieron. El ciclo está marcado especialmente por la crisis de 1929 que solamente terminó cuando los franceses, inducidos por los ingleses, declararon la guerra a los alemanes después del estallido de un conflicto fronterizo entre este país y Polonia. Esta declaración hizo que un conflicto localizado se transformara en mundial y permitiera a los EEUU salir del bache de 1929 que diez años después de New Deal todavía no habían superado. El ciclo termina para Kondratieff en 1948, cuando ya resultaba evidente que se iniciaba el período de la reconstrucción de Europa y cuando había estallado el Golpe de Praga que, oficialmente, dio origen a la Guerra Fría.
Justo en ese momento se inicia –siempre para Kondratieff- la cuarta fase cíclica cuya fase ascendente llegaría hasta 1968-73, aproximándose a la versión de los economistas norteamericanos que definieron estos años (1945-1975) como “los treinta años gloriosos” en los que la economía, prácticamente, fue creciendo. Son también los años en los que, a la sombra del crecimiento productivo se va generando un fenómeno cada vez más visible de acumulación de capital. En esos años el capitalismo empieza a dejar de ser “industrial” y se convierte en “multinacional”. Lo esencial en la fase final del ciclo ya no es una fábrica produciendo manufacturas, sino un consorcio generando ampliaciones y fusiones e incluso entrando en fases de oligopolio. Estos años de la gran expansión de la postguerra europea terminan con la primera crisis del petróleo y con la previa tercera guerra árabe-israelí. A partir de ese momento, se inicia un período de declive cuando la tasa de crecimiento de la economía mundial impulsada por los EEUU especialmente, se va moderando y perdiendo fuelle.
El “quinto Kondratieff” que jamás verá la luz
Según el modelo teórico propuesto por Kondratieff este descenso debería de haber alcanzado su punto crítico en 1992-96 para iniciarse entones la fase ascendente de un nuevo ciclo. Pero no ha ocurrido así. El porqué de este desfase no le correspondió explicarlo a Kondratieff (que había fallecido en 1938) sino a sus epígonos. Desconocido en Occidente hasta que Schumpeter divulgó su obra poco antes de comenzar la II Guerra Mundial, Kondratieff vinculaba los ciclos de ascenso a innovaciones tecnológicos que afectaban a la producción: el ascenso del primer ciclo estaría motivado por la máquina de vapor que favoreció la primera revolución industrial y permitió dar un gran impulso a la industrial textil; el segundo ciclo estaría motivado por la generalización del ferrocarril que facilitó el transporte; luego el tercer ciclo se produjo gracias al desarrollo de la electricidad, los motores de explosión la industria química; mientras que la fase ascendente del cuarto ciclo estuvo ligada a la industria petroquímica y a la electrónica. Era fácil prever que el inicio del quinto ciclo en 1992-96 se produciría gracias a la microinformática y a la biotecnología… pero no fue así.
Lo que se produjo a partir de 199296 no fue la implementación de un nuevo ciclo expansivo, sino la continuación del anterior ciclo decadente dado que la principal aplicación de la microinformática fue… la globalización financiera de los mercados. Por primera vez una innovación tecnológica facilitaba más a la financiarización de la economía que a la producción industrial. Sin el ordenador y sin las tecnologías de la información, esta globalización hubiera sido imposible. Hoy, gracias a la microinformática, el parasitismo financiero es capaz de movilizar anualmente un volumen de negocio de unos mil millones de millones de dólares, casi veinte veces el Producto Bruto Mundial.
El modelo teórico creado por Kondratieff parece haber funcionado durante el capitalismo artesanal y durante la primera revolución industrial e incluso durante la segundo, pero parece haber quedado superado por la realidad. ¿Por qué? Porque el sistema capitalista ya no está ante la posibilidad de una fase expansiva de la producción industrial como en los ciclos anteriores, sino que la imposibilidad de acceder al “quinto ciclo” de Kondratieff se debe a la senilidad del capitalismo y en buena medida a la crisis de su “lidership”, los EEUU.
China – EEUU, pulso económico hoy, pulso militar mañana
Hoy los EEUU se han convertido en la bomba aspiradora de ahorros de todo el planeta. Para asegurar el consumo interno de los EEUU las bolsas de aquel país deben diariamente captar entre 1.500 y 2.000 millones de dólares procedentes de los “ahorros” del resto del mundo. El capitalismo es, ciertamente, universal, pero, paradójicamente, su capitalidad se encuentra en los EEUU y ésta es inseparable del dominio militar y del unilateralismo norteamericano. La financiarización de la economía es, sobre todo, la financiarización de los EEUU que, ha dejado de ser una “nación productiva” para consumir especialmente lo que se produce fuera, ha dejado de exportar bienes y capitales para importar todo esto en las mejores condiciones: esto es, en un mercado global.
Cuando incluso una nación oficialmente “comunista” como China se ha visto obligada a invertir sus capitales excedentes no lo ha hecho en países del Tercer Mundo, sino en el entorno capitalista y concretamente en las bolsas norteamericanas. Solamente Fanny Mae y Freddy Mac, las dos hipotecarias norteamericanas a mediados de 2008 registraban medio billón de dólares de la República Popular China. Si Bush aceptó inyectar dinero público para salvarlas de la crisis fue solamente ante la amenaza china de no volver a comprar jamás deuda pública norteamericana.
Para la estrategia de la República Popular China invertir en los EEUU garantiza un período de paz que durará todo el tiempo en el que éste último país siga manteniendo una hegemonía militar. La economía china apuntala a la norteamericana y, por tanto, los EEUU no estarán en condiciones de utilizar su hegemonía militar contra China a la vista de que, de hacerlo, la retirada masiva de capitales generaría el desplome de la economía norteamericana y con él la pulverización de las Fuerzas Armadas y de su presencia militar en todo el mundo. Solamente cuando se produzca el equilibrio de fuerzas, China invertirá preferentemente en otros países. La paz, a partir de ese momento, ya no quedará asegurada por la dialéctica del amo y del esclavo entre ambos países, sino por una nueva edición del “equilibrio del terror” que garantizó cuarenta años de equilibrio en Europa durante la Guerra Fría.
La crisis en la capital del capitalismo
La irresponsabilidad de los EEUU (gastando mucho más de lo que es capaz de producir, confiando en la doble fuerza de su potencia militar y del dinamismo de su economía financiera a la hora de atraer capitales) está –mucho más que la anécdota de las subprimes- en el fondo de la actual crisis mundial.
Se dice que los EEUU son la primera democracia que irrumpió en la historia. No es cierto. Fueron una democracia, pero hoy no son más que un Estado secuestrado por un oligarquía económica cuyo puntal es la especulación financiera cortoplacista y depredadora, convertida en su ley interior y en su fuerza motriz. Ese modelo es el que están imponiendo en todo el mundo a través de la globalización.
No es raro, que desde los EEUU el neoliberalismo haya encontrado inspiración en las doctrinas económicas de Friedrich Hayek, redescubierto a finales de los 70 por Margaret Tatcher y entronizado en el Olimpo de la Economía por Ronald Reagan.
La vieja idea reformulada de que el Estado debe inhibirse en cuestiones económicas llevaba directamente a la propuesta “más mercado, menos Estado” lo que en la práctica implicaba una subordinación de los “Estados democráticos” a los “mercados oligárquicos” y nos lleva directamente a otro planteamiento: “Estados de mínimo poder –cuanto más débiles mejor- gobernados por mercados”. Y cuando decimos “mercados” estamos aludiendo, no a entidades metafísicas y abstractas, sino a especuladores con nombres y apellidos y a los líderes de la economía financiera… no productiva.
Por otra parte ¿se puede hablar de “economía de mercado” cuando la existencia misma de éste está falseada por situaciones de monopolio, oligopolio o por existencia de cárteles en todos los sectores económicos?
Cuando ya no queda ni Keynes
Vale la pena recordar que los “treinta años gloriosos” (1945-75) estuvieron presididos por la hegemonía económica de John Maynard Keynes quien recomendó la intervención del Estado en materia económica, la existencia de un fuerte sector público y de inversiones del Estado que, por sí mismas, generaran movimiento económico. Cuando a finales de los 70, Tatcher empezó a reivindicar la figura del rival histórico de Keynes, Friedrich Hayek, algunos entendieron que la alternativa estaba entre ambos: o la economía se privatiza y se da prioridad a los mercados, o los Estados someten a una disciplina a los mercados.
Así pues, si la crisis actual era una crisis del modelo diseñado por Hayek y que ha concluido en la globalización de los mercados, devenidos libres, la alternativa sería retornar a Keynes y reconstruir sectores públicos de la economía así como salir de la crisis mediante fuertes inversiones estatales en estos mismos sectores de nuevo nacionalizados. La inversión pública y no los mercados garantizarían para los keynesianos, la salida a la crisis.
¿Siempre nos quedará Keynes? Ni eso. Para que una doctrina keynesista pudiera aplicarse hoy sería necesario que existieran Estados dignos de tal nombre y no conglomerados burocrático-administrativos, gestionados por unas clases políticas mediocres o simplemente ineptas. La actual crisis económica ha demostrado, además, que los Estados están inermes ante la amenaza de los “mercados” (esto es, ante la amenaza de quienes dirigen los mercados). De lo contrario no se entiende el celo que pusieron todos los Estados en enjugar las pérdidas de los consorcios bancarios en la primera fase de la crisis y que se tragó literalmente los superávits de muchos Estados entre ellos del español.
El keynesismo sería aplicable si hoy existiera economía productiva y los estados estuvieran dirigidos por “estadistas” y no por “gestores temporales aprovechados de la res pública”. El intervencionismo estatal ya no puede cortar las alas a los especuladores porque los Estados modernos son tan débiles que sus políticas están habitualmente dictadas por algo tan manipulable como son las estadísticas de intención de voto.
Guerra para salir de la crisis
Si no es posible la aplicación de las doctrinas keynesianas, solamente queda una alternativa para salir de la crisis: un nuevo conflicto bélico. Las guerras, siempre han supuesto para los EEUU una forma de salir de las crisis y alcanzar nuevos estadios de desarrollo. La guerra de la independencia, a fin de cuentas, tuvo una motivación económica: los colonos de Nueva Inglaterra se negaron a pagar los impuestos ordenados por el monarca británico. El pistoletazo de salida del conflicto precisamente fue el llamado “Motín del Té de Boston” cuando los miembros de la logia masónica de esa localidad arrojaron al agua las cajas de té de un navío británico después de que esta hierba fuera grabada con un impuesto particular.
En los 50 años siguientes, EEUU se anexionó vía conquista o a través de la compra, amplios territorios que componen hoy lo esencial de su paisaje. La guerra civil supuso otro nuevo golpe de tuerca, al que seguirían las intervenciones en la zona del Caribe que culminaron con la guerra con España. La Primera Guerra Mundial supuso la posibilidad para los EEUU de proyectarse fuera del continente norteamericano, mientras la Segunda confirmó su proyección a nivel mundial.
La guerra siempre ha sentado bien al capitalismo norteamericano que ha visto reforzado su poder, mientras el pueblo de los EEUU ponía los muertos. El “patriotismo” y lo que implicaba (la defensa del “estilo de vida americano” y de la “democracia y la libertad”) excusa para unos y causa para los otros, era el motor emotivo de estos conflictos generados únicamente por las necesidades de la oligarquía de obtener rentabilidad al capital.
¿Es posible que EEUU tiendan hoy a una salida de este tipo ante la actual crisis? Es una posibilidad, pero que nunca será como en las dos últimas guerras mundiales. Los EEUU ni siquiera están en condiciones de afrontar el esfuerzo económico-militar que suponen las guerras de Irak y Afganistán, y todo lo que no sea realizar bombardeos a gran altura, lanzamiento de mísiles a distancias de miles de kilómetros del objetivo, se les hace demasiado cuesta arriba. De la misma forma que en los bombardeos contra Yugoslavia de 1999 apenas causaron daños a la defensa de aquel país (aunque destruyeron las infraestructuras civiles) y el Pentágono no se atrevió a una ocupación directa del territorio por parte de los marines, la marcha de las guerras de Irak y Afganistán en donde a los EEUU les resulta imposible vencer a pequeñas unidades irregulares demuestra muy a las claras la ineficacia del ejército norteamericano en los combates.
Así pues, si bien hay que excluir el protagonismo directo de los EEUU en nuevas guerras ofensivas, no se excluye la posibilidad de que aparezcan nuevos conflictos instigados por este país en escenarios periféricos y sin participación directa de los EEUU que se limitarían simplemente a producir y vender armas, dando un nuevo impulso a su sistema de “keynesianismo militar” (prioridad de las inversiones en el complejo militar-industrial haciendo del mismo el eje de la industria de aquel país).
¿Qué falló en el modelo de Kondratieff?
El economista ruso analizó el capitalismo desde la perspectiva de un capitalista, es decir, dando por sentado que este sistema sería eterno y superadas las fases descendentes de las crisis volvería a gozar de la misma salud. Este punto de vista es todavía más incomprensible si tenemos en cuenta que elaboró sus teorías en el marco de la sociedad socialista y que su teoría sobre los ciclos económicos se publicó en 1926 en el momento culminante de la sustitución de Lenin por Stalin.
Kondratieff permaneció de espaldas a las teorías marxistas que auguraban el fin del capitalismo y el triunfo de la revolución socialista internacional. No es raro que, finalmente, resultara detenido en 1930 y fusilado en 1938… Su teoría tenía un fenomenal agujero que inhabilitaba su modelo.
En efecto, Kondratieff daba por sentado que tras cada período decadente del capitalismo seguiría un nuevo ciclo ascendente. El hecho de que este proceso se hubiera producido en tres ocasiones le indujo a creer que poco después de su fusilamiento se iniciaría un nuevo ciclo expansivo y que a éste seguiría otro y otro. Olvidaba que el capitalismo, como cualquier organismo humano, nace, crece, se desarrolla y entra en una fase decadente y de senilidad que augura su muerte. El capitalismo no es eterno, lo único eterno son las ambiciones de los hombres que lo encarnan. Y estas ambiciones son necesarias para el desarrollo del capitalismo, de la misma manera que el oxígeno es necesario para la vida… pero de la misma forma que el oxígeno termina oxidando las células y provocando su degeneración y muerte, también las incontrolables ambiciones de los capitalistas terminan acelerando el fin de su ciclo vital.
Hoy nos encontramos en esa fase. No es sólo crisis económica, es también la crisis energética que le acompaña (hoy ya sabemos que no habrán hidrocarburos para alimentar eternamente las fábricas), la crisis ecológica (hoy ya sabemos que un sistema productivo no puede crecer eternamente sin modificar profundamente el entorno medioambiental), la crisis urbana (siendo las ciudades y los polos industriales es escenario de los procesos de consumo y producción, más allá de determinadas dimensiones se muestran humanamente inviables), la crisis tecnológica (ya es imposible aumentar la producción mediante nuevas tecnologías para satisfacer las necesidades de cada vez más millones de habitantes), la crisis geopolítica (nos aproximamos al colapso de los EEUU tenido todavía como “lidership” mundial), y finalmente, la crisis del “modo de vida” (que ha llevado a un empobrecimiento y a una banalidad existencial sin precedentes en la historia y a procesos de aculturalización cada vez más extendidos)… todo lo cual llega en un momento de senilidad del capitalismo cuando la actual hipertrofia financiera parece completamente irreversible.
Las salidas al “quinto ciclo de Kondratieff”
¿Hay soluciones? Siempre las hay. La primera es considerar al liberalismo como un mito y desterrarlo del plano de las fórmulas aplicables en la realidad. El liberalismo (con el pleonasmo neo-liberalismo) nos han llevado hasta el punto actual de crisis generalizada: no se trata tanto de profundizar en “más liberalismo”, sino de desterrarlo del escenario de las ideas verdaderamente constructivas.
La segunda es priorizar al Estado frente al Mercado. No es una idea “socialista” contrariamente a las estupideces defendidas por von Misses o Hayek: es la tradición Europea y la esencia de la tradición Romana. Un Estado fuerte no sometido a la dictadura de los mercados y de sus dirigentes. Un estado capaz de planificar áreas y fases de desarrollo, de aplicar implacablemente los guiones establecidos y actualizarlos según las necesidades. Un Estado en guerra contra las oligarquías económicas.
La tercera es romper la globalización en beneficio de “economías de proximidad”, tender a los grandes espacios económicos en función de las constantes geopolíticas, de la homogeneidad de los pueblos, de sus visiones del mundo, de sus capacidades étnicas y antropológicas, antes que caer en las fantasías de un “mercado global”. Solamente puede haber “mercado” y solamente puede ser saludable un “mercado” cuando quienes participan en él lo hacen en igualdad de oportunidades. ¿Qué igualdad existe entre un asalariado chino y un asalariado berlinés? Allí donde no hay igualdad de posibilidades no hay mercado viable.
Finalmente, debemos hacernos a la idea de que esta no es una “crisis cíclica más”, no estamos ante el inicio de un nuevo “ciclo de Kondratieff”, estamos asistiendo al desplome de las estructuras del capitalismo tal como fue concebido a partir de principios de los años 80 por Reagan-Tatcher y que generó a partir de 1989 el proceso globalizador. Estamos al final de un ciclo y al principio de otro. La única esperanza para que el ciclo que se avecina no sea, literalmente, un infierno o un mercado convertido en selva y escenario preferencial para depredadores, es aplicar los tres principios que hemos enunciado (romper la globalización, archivar el liberalismo y el neoliberalismo, atribuir más poder al Estado en lugar de a los mercados).
[Recuadro fuera de texto]
Del “fin de la historia” al “miedo a la historia”
Cuando en 1989 se inició la actual fase de la globalización, Fukuyama anunció el “fin de la historia” y el inicio de un ciclo “sin historia” en la que todo quedaría reducido a un progreso económico ilimitado en la senda del liberalismo triunfante. En realidad, a los pocos años de realizar su teorización, Fukuyama ya estaba completamente desacreditado (las guerras balcánicas y los genocidios africanos supusieron un retorno a la realidad) y lo que se afirmaba a partir de entonces era, antes bien, la doctrina de Mircea Eliade sobre el “terror a la historia”.
Frente a las concepciones historicistas posthegelianas que se impusieron en la modernidad todavía subsisten en el inconsciente colectivo lo que podríamos llamar la “concepción arcaica y arquetípica” del devenir humano. Si a partir del siglo XVII se impuso la concepción progresista y lineal de la historia y la fe en el progreso infinito (con Leibnitz) que pasó a ser la matriz de las doctrinas evolucionistas del siglo XIX, en los últimos años del siglo XIX y en el primer tercio del XX se retornó a las concepciones “cíclicas” de la historia.
Es, por una parte, Nietzsche quien vuelve a hablar del “eterno retorno”, es Spengler que aspira a identificar los ciclos de civilización y su periodicidad, son las teorías científicas sobre el origen y el destino del universo (dialéctica entre los agujeros negros y el big-bang)… y es también Kondratieff quien quiere establecer un modelo teórico para los ciclos económicos. Estamos retornando a modelos “pre-hegelianos”.
Si el historicismo posthegeliano llevó a la interpretación marxista de la historia, los fracasos de esta ideología y de su secuela -y precuela- el “progresismo”, han generado ese “terror a la historia” del que hablaba Eliade en relación a los pueblos primitivos.
Mircea Eliade escribía en Mito y realidad: “Para el hombre de las sociedades arcaicas, por el contrario, lo que pasó ab origine es susceptible de repetirse por la fuerza de los ritos”. Para el hombre arcaico lo esencial no era conocer la historia, sino conocer los mitos, entendiendo por “mito” una explicación sintética del Mundo y de la propia existencia del individuo; dice Eliade: “al rememorar los mitos, al reactualizarlos, es capaz de repetir lo que los Dioses, los Héroes o los Antepasados hicieron ab origine. Conocer los mitos es aprender el secreto del origen de las cosas. En otros términos: se aprende no sólo cómo las cosas han llegado a la existencia, sino también dónde encontrarlas y cómo hacerlas reaparecer cuando desaparecen”. Para el “hombre arcaico” la historia es apenas una cadena a la que los modernos estamos atados, el devenir le interesa poco, no mira hacia delante y, por tanto, siguiendo la flecha de la historia, no está obligado a saber de dónde viene: simplemente se limita a mirar al mito fundacional y tratar de renovarlo. Lo que ocurrió in hillo tempore, le interesa más que lo que ocurrió ayer o anteayer.
A pesar del alejamiento del hombre moderno de lo que Eliade llama “hombre arcaico” (y Julius Evola “hombre tradicional”), hoy ese terror a la historia está presente de nuevo –de hecho nunca había desaparecido de la psicología profunda y estaba hecho de la misma materia que los arquetipos junguianos- generado por el fracaso de las experiencias historicistas marxistas y neoliberales que han terminado desembocando en fracasos absolutos y en una “edad oscura” instalada en el centro de la modernidad.
La impermanencia, la inseguridad, la inestabilidad creciente son los rasgos del sistema mundial en nuestros días. Difícil hubiera sido que no generaran un “terror a la historia”. En el fondo el marxismo renovaba la visión escatológica y precientífica: los sufrimientos de las clases trabajadoras anunciarían la proximidad de una “renovación del cosmos”, una revolución que traería el paraíso a la Tierra. El happy end en forma de “revolución mundial” suponía la coronación de una sucesión de catástrofes.
La caída del marxismo acarreó también el descrédito sobre esta visión. Y ésta es la novedad del actual momento histórico: no hay lugar a la esperanza porque a cada elemento nuevo que se añade a la ecuación para salir de la crisis, nos encontramos más lejos de la solución. Si la crisis fuera sólo económica la fórmula también sería estrictamente económica, pero la crisis es multidisciplinaria como hemos visto, afecta a la economía, pero también a la geopolítica, a la industrial, al medio ambiente, a la energía, etc. El “miedo a la historia” es la única alternativa para quien asume la filosofía defendida por Julius Evola: “advertir las destrucciones de la modernidad y todavía tener el valor para seguir en pie”.
El hora pues de aplicar el teorema de Gödel: cuando en un sistema se van añadiendo incógnitas que alejan cada vez más de una solución plausible dentro de ese sistema, entonces es que no hay solución y, por tanto, se trata de crear otro sistema.
Kondratieff, en lugar de crear otro sistema, quiso creer en la linealidad de la historia y del capitalismo. Y ahí estuvo su gran error. Hoy sabemos que el capitalismo también puede morir; de hecho está agonizando.
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