Infokrisis.- Los más amantes de la libertad somos sin duda los que hemos experimentado su privación, por tanto podría parecer paradójico que nosotros, que hemos conocido la prisión y el exilio por motivos políticos, seamos quienes defendamos ahora una necesaria “pasada autoritaria” para el próximo futuro. De hecho, la libertad solamente puede ejercerse en condiciones de “normalidad” y, en las actuales circunstancia, la “normalidad” es algo que pertenece al pasado, casi como un recuerdo de otro tiempo. No digamos ya al futuro. Vivimos una situación de EXCEPCIONALIDAD y ante situaciones de este tipo hacen falta medidas excepcionales, actitudes excepcionales y reformas excepcionales.
A medida que se profundiza en la crisis crece la sensación de que vivimos momentos excepcionales. No son momentos, pues, en los que todos podemos alegremente opinar, en donde cualquier solución que cuente con un respaldo electoral suficiente puede ser aplicada, sino el momento en el que las riendas deben ser entregadas a técnicos y expertos. Eso, o de esta crisis no nos salva ni dios.
1. Un largo período de declive previo
Durante décadas hemos vivido un proceso de socavamiento de todos los valores y estructuras de las que había vivido nuestra sociedad hasta no hace mucho. El proceso empezó en los años sesenta y ha proseguido inexorable hasta hoy.
Poco a poco han ido cayendo las estructuras tradicionales de las sociedades occidentales y no han sido sustituidos para nada sólido: la familia se ha ido disolviendo y cada vez más ha perdido su papel de “célula base de la sociedad”; la religión tradicional se ha perdido y es hoy objeto de minorías pero la mala noticia no es esa, sino que no ha sido sustituido por un sistema orgánico de valores éticos y morales, sino por vaguedades y valores finalistas de un lado y por supersticiones de otro. Los valores economicistas se han convertido en la única preocupación a medida que el sistema económico y la inestabilidad hacían obligaban a que el individuo se preocupara cada vez más de cómo ganarse la vida y como salir adelante, él y los suyos.
El Estado ha ido cayendo progresivamente en manos de corruptos y corruptores y, hoy, cualquier parecido con una democracia digna de tal nombre es pura coincidencia. Partidocracia y plutocracia son las calificaciones que mejor le cuadran. La educación se ha hundido desde principios de los años 70 y cada vez de manera más irreversible. La universidad se ha afianzado cada vez más en su papel de fábrica de futuros parados o de mileuristas en precario. Todo esto, naturalmente, sin hablar de la quiebra ecológica (que se aproxima a su límite) y de un urbanismo salvaje que cada vez construye ciudades más inhabitables y hostiles. Y no encontraríamos dificultades en seguir enunciando conflictos que ahora, ya, están llegando a su límite.
Más allá de ese límite no existe sino el colapso del sistema político-económico-ecológico-social. Estamos a punto de llegar a ese punto y, probablemente, cuando se perciban las dimensiones de la crisis económica y la imposibilidad de salir del agujero negro del endeudamiento y la contradicción entre una marcha atrás necesaria y la imposibilidad de emprenderla sin cuestionar las bases mismas del sistema capitalista, entendamos que la situación no tiene salida.
2. Elecciones para tiempos “fáciles”: cortoplacismo
Las elecciones partidocráticas sirven para renovar la representación en los órganos legislativos y en el ejecutivo. Son útiles cuando un partido no ha estado a la altura de su tarea y es preciso aplicar rectificaciones y correctivos, entonces entra otro partido para aplicar soluciones, de la misma forma que cuando una camisa tiene una pequeña mancha, se la coloca en la lavadora y sale como nueva. Pero el problema hoy, es que esa camisa, no tiene sólo una pequeña mancha, sino que está completamente desgastada, con las costuras a punto de romperse, con el paño hecho girones, manchada una y mil veces hasta haber perdido la memoria de su color originario. Así está nuestro actual sistema global. Unas simples elecciones no bastarán para aplicar las medidas urgentes e ineludibles que se precisan.
Desde los orígenes de la democracia en España (1978), los partidos han venido pensando sólo en agendas a cuatro años vista. Ni al poder ni a la oposición les interesa mucho nada que se sitúe más allá de los próximos cuatro años que son, a fin de cuentas, los que van a estar en el poder. En estas circunstancias ¿para qué van a planificar a 8, 12 ó 16 años vista, cuando el país y los propios partidos mayoritarios los dirigirán otras personas y los actuales cuadros bastante tendrán con disfrutar de los pingües beneficios obtenidos –quizás legal, pero siempre ilícitamente- procedentes del tiempo en el que “tocaron poder”?
Las estructuras democráticas tal como han sido concebidos en la actualidad, son eficaces en los tiempos “sin historia”, nunca en los tiempos en los que la historia se acelera y se precipitan las crisis. Éste es uno de ellos. En las actuales circunstancias, la salida a la crisis no puede dejarse en manos de un patán ignorante en economía como ZP que ha elegido a una ministra fashion por el simple hecho de que, al no entender ella tampoco absolutamente nada de economía, no cuestionará las decisiones tomadas desde La Moncloa, decisiones, por supuesto, adoptadas siempre por motivos electoralistas.
3. De los “floreros” a la fuga de los expertos
Lo más triste de la situación actual es que el PSOE, pero más en concreto quien marca el ritmo y quien ha sustituido a la sigla histórica por la suya, ZP, es que las “ministras de cuota”, sin excepción, se han demostrado como el más increíble fiasco de la historia democrática de España y como meros floreros. Si hay alguien que ofende a la dignidad de la mujer, que coloca mujeres en puestos clave, no tanto por su preparación sino como guiño al 50% del electorado, ese es ZP.
Y lo más terrible es que en España existen mujeres suficientemente preparadas y que conocen mucho mejor los problemas reales del país, que los “floreros” colocados por ZP. El problema es que en el entorno ingenuo-felizote, sin la más mínima solvencia intelectual, sin más ambición intelectual que la de atenerse a lo políticamente correcto, nadie, ningún técnico, ni experto, ningún profesional preparado, encaja. Más bien ocurre lo contrario: cuando un presidente se cree capacitado para exponer en materia de energía nuclear su opinión, a despecho de la de los técnicos, éstos prefieren alejarse y el entorno del presidente ZP queda vacío de opiniones autorizadas y relleno sólo con ministras que no conocen nada de defensa, de transportes y comunicaciones, de sanidad, de cultura o de economía… O simplemente por tontas de baba al estilo de la Aído cuya presencia en el gobierno, califica por sí mismo, el entorno del zapaterismo.
4. De esta no se sale con otra convocatoria electoral…
Los dos grandes partidos, los únicos que con el sistema de listas cerradas y bloqueadas, pueden gobernar el país, se parecen demasiado como para que las políticas aplicables de uno a otro se diferencien excesivamente. Donde unos dicen Malesa, Filesa y Time Export, los otros dicen Operación Gürtel; donde unos proponen como necesaria la entrada de Turquía en la UE, los otros opinan justamente lo mismo; donde unos entreabrieron las puertas a la inmigración, los otros las abrieron completamente; allí en donde unos desde el poder conceden dinero público a los sectores que han generado la crisis (banca y construcción), los otros protestan en realidad por no haber podido ser ellos quienes apliquen esas medidas. Unos se oponen a los otros cuando no son poder, pero cuando acceder al poder hacen justamente lo mismo que lo que criticaban… Y todo ello, siempre, eternamente, con una agenda a cuatro años vista. Nunca a más. Y esta crisis precisa planificación a largo y medio plazo. Si no hay este tipo de planificación, no habrá salida posible, ni dentro de dos, ni dentro de seis años, aunque Zapatero haya pasado al basurero de la historia.
Los problemas de nuestra civilización y de nuestro momento histórico son excesivos como para que pueda salirse de ellos sin un proceso de concentración del poder, de poder ejercido por técnicos y expertos de indudable capacitación profesional, pero también de entrega, responsabilidad y patriotismo, que actúen por encima de los intereses partidistas de los gobiernos.
Hace unos años nadie en España planteaba la cuestión de la cadena perpetua. Nuestra constitución la había proscrito. Ahora, la cadena perpetua es una exigencia unánime de la sociedad y ya muchos empezamos a pensar si no sería cuestión también, a la vista de cómo están las cosas, de restablecer la pena de muerte para delitos de gravedad excepcional, actos de traición y corrupción, acción de las mafias de la droga y delitos de terrorismo con derramamiento de sangre.
De seguir así, en pocos años, muchos empezarán a sostener la necesidad de paredones improvisados y juicios sumarísimos.
5. El papel de la monarquía en esta España en crisis
Es lo normal de las crisis: después de años de una lenta degradación, a medida que se profundiza en ella, la velocidad de caída va acelerándose hasta alcanzar una curva asindótica negativa. Y de esta solamente se sale a través de lo que hemos definido como una “pasada autoritaria”: esto es, de un período en el cual la población renuncie voluntariamente a elegir a un gobierno cada cuatro años, para aceptar que el poder esté gestionado por técnicos y expertos y nunca más por amateurs, aficionados, ministras de cuota o gobiernos de telegenia, marketing y buen rollito…
La constitución de 1978 atribuyó a la monarquía un papel de representación alejado de cualquier poder real. Era el tributo que la oposición democrática pagó al franquismo sociológico: un rey para evitar que la izquierda pudiera alardear de “ruptura”, pero un rey sin poder. ¿Y para qué sirve un rey sin poder? Las alocuciones de fin de año son un pobre capítulo de buenas intenciones ofrecido regularmente cada navidad, pero sin valor real. Por lo demás, Juan Carlos I tampoco tiene excesivo interés en nada más que sea mantener la corona y cederla a su hijo primogénito en herencia. El resto, no parece interesarle mucho. Un plotter sanciona las leyes aprobadas por el parlamento. Esos son todos sus poderes.
Una monarquía así concebida es una monarquía inútil. Y lo que es peor, resta la posibilidad de que existe un “poder” central situado por encima de los partidos que tenga voluntad de ejercer sus prerrogativas. La existencia de ese poder sería el que en las actuales circunstancias tuviera capacidad para recusar a ZP como presidente del gobierno. Si la sigla PSOE ha obtenido una mayoría que gobierno el PSOE… pero no el incapaz que está al frente del PSOE. Y si la gestión del gobierno sigue sin ser eficaz, tiene que haber un poder superior que obligue a la convocatoria de nuevas elecciones.
6. De la monarquía inútil a la República Presidencial
Sí, estamos defendiendo que España se transforme –lo antes posible- en una República presidencial. El añadido “presidencial” es importante. No se trata de tener un presidente sin capacidad para el ejercicio real del poder, sino de un presidente que esté por encima de la lucha de los partidos y de sus mezquindades y tenga prerrogativas de ejercicio de poder real.
Hasta ahora siempre habíamos defendido que la dicotomía monarquía-república era un tema secundario que afectaba poco a la población y ante el que la inmensa mayoría de los ciudadanos parecía completamente indiferente, por tanto, no valía la pena “tocarlo” como elemento de agitación política. Sin embargo la profundidad de la crisis nos ha inducido a cambiar de criterio: una monarquía que carece de poder y que es solamente una cáscara sin vida, no tiene ya sentido. Diferente hubiera sido que la monarquía reivindicara en algún momento prerrogativas, que tomara la iniciativa ante según qué problemas (la larga agonía del felipismo duró cinco años y ZP logró el poder en 2004 sobre 192 muertos y en 2008 sobre la gran mentira de la inexistencia de la crisis), que vetara decisiones que lesionaban visiblemente a la sociedad, que hiciera constantes declaraciones públicas y que utilizara sus prerrogativas constitucionales para inducir cambios en la línea política de los gobiernos. Esa monarquía se hubiera ganado el jornal y el respeto de la población, más allá de la prensa del colorín, de las bodas y los bautizos convertidos en única actividad pública de una institución ya caducada. No queremos un presidente del gobierno con las mismas atribuciones y cuyo único aliciente sea su cambio de cara cada cinco años.
7. El problema de fondo: Autoridad para establecer un Orden
La situación actual es de tal gravedad que es preciso recuperar la idea de un Poder capaz por sí mismo de generar Orden, a la vista de que tenemos un simulacro de poder incapaz de sacarnos del caos.
No es hora de plantear si república o monarquía, sino de proponer una República Presidencial con un presidente elegido democráticamente y situado por encima de los partidos políticos y dotado de poderes reales de veto, disolución de las cámaras y elección de jefe de gobierno. A eso le llamamos un “poder real”, frente a la ausencia de poder y a la sumisión a las necesidades marketing de los gobiernos.
¿Bastaría una República Presidencial para sacarnos de la crisis? Sería necesario, pero no suficiente. Los períodos de reconstrucción (y aquí es todo un mundo el que hay que reconstruir: la noción de poder, la vertebración del Estado, la estructura económica de España, su encaje con la UE, la transmisión de valores, el sistema educativo, el desenganche con la globalización) requieren de una palabra: planificación. Nunca como hoy se ha precisado alejarse tanto de la economía neo-liberal que proscribe cualquier forma de planificación e intervención del Estado.
De hecho, los años de la globalización han arrinconado al Estado. Éste ha debido ceder parte de sus competencias en materia económica a organismos internacionales y ve limitado su margen de actuación por múltiples estructuras supranacionales y acuerdos suscritos con otros países. Estamos en un momento en el que el Estado-Nación todavía no ha desaparecido, pero ha entregado parte de sus atribuciones a estructuras supranacionales. A fin de cuentas, eso es la globalización. Pero el proceso todavía no es imparable. El Estado-Nación sigue teniendo atributos, recursos, estructuras de poder que puede utilizar a condición de tener voluntad política. Se trata, simplemente, de ejercer esa voluntad. Y en ocasiones de ejercerla brutalmente, pues muy frecuentemente, cuando los cánceres hacen metástasis, no queda más remedio que aplicar el bisturí o lo que se llama “procedimientos agresivos” si de lo que se trata es de recuperar la normalidad.
No creemos que la sustitución de un régimen monárquico huérfano de poderes reales por un régimen republicano presidencialista bastara sólo para regenerar el país. Hace falta algo más: un giro radical en las orientaciones políticas, económicas, sociales y culturales de un país. Y hay que llamar a las cosas por su nombre: un mínimo concepto de Orden no puede reconstruirse sin que le acompañe de cerca el concepto de Autoridad. Cuanto mayor sea la Autoridad, mayor será la estabilidad del Orden constituido. Y quien dice autoridad, dice aceptación de la responsabilidad que implica el ejercicio del poder: sin miedos, sin más limitaciones que el bien público, las necesidades del momento y una ética y una moral rigurosa. ¿La ley es una limitación al poder? Claro que lo es… en situaciones normales. En situaciones de crisis generalizada, la ley va muy por detrás de las necesidades de la población, por tanto no es la referencia suprema. Lao-Tsé lo tuvo muy claro en el siglo VI antes de JC cuando escribió: “La justicia es como el timón, hacia donde se le da, gira”. El timón es importante, pero la voluntad del timonel y su pericia para llegar a puerto, lo son todavía más.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com
A medida que se profundiza en la crisis crece la sensación de que vivimos momentos excepcionales. No son momentos, pues, en los que todos podemos alegremente opinar, en donde cualquier solución que cuente con un respaldo electoral suficiente puede ser aplicada, sino el momento en el que las riendas deben ser entregadas a técnicos y expertos. Eso, o de esta crisis no nos salva ni dios.
1. Un largo período de declive previo
Durante décadas hemos vivido un proceso de socavamiento de todos los valores y estructuras de las que había vivido nuestra sociedad hasta no hace mucho. El proceso empezó en los años sesenta y ha proseguido inexorable hasta hoy.
Poco a poco han ido cayendo las estructuras tradicionales de las sociedades occidentales y no han sido sustituidos para nada sólido: la familia se ha ido disolviendo y cada vez más ha perdido su papel de “célula base de la sociedad”; la religión tradicional se ha perdido y es hoy objeto de minorías pero la mala noticia no es esa, sino que no ha sido sustituido por un sistema orgánico de valores éticos y morales, sino por vaguedades y valores finalistas de un lado y por supersticiones de otro. Los valores economicistas se han convertido en la única preocupación a medida que el sistema económico y la inestabilidad hacían obligaban a que el individuo se preocupara cada vez más de cómo ganarse la vida y como salir adelante, él y los suyos.
El Estado ha ido cayendo progresivamente en manos de corruptos y corruptores y, hoy, cualquier parecido con una democracia digna de tal nombre es pura coincidencia. Partidocracia y plutocracia son las calificaciones que mejor le cuadran. La educación se ha hundido desde principios de los años 70 y cada vez de manera más irreversible. La universidad se ha afianzado cada vez más en su papel de fábrica de futuros parados o de mileuristas en precario. Todo esto, naturalmente, sin hablar de la quiebra ecológica (que se aproxima a su límite) y de un urbanismo salvaje que cada vez construye ciudades más inhabitables y hostiles. Y no encontraríamos dificultades en seguir enunciando conflictos que ahora, ya, están llegando a su límite.
Más allá de ese límite no existe sino el colapso del sistema político-económico-ecológico-social. Estamos a punto de llegar a ese punto y, probablemente, cuando se perciban las dimensiones de la crisis económica y la imposibilidad de salir del agujero negro del endeudamiento y la contradicción entre una marcha atrás necesaria y la imposibilidad de emprenderla sin cuestionar las bases mismas del sistema capitalista, entendamos que la situación no tiene salida.
2. Elecciones para tiempos “fáciles”: cortoplacismo
Las elecciones partidocráticas sirven para renovar la representación en los órganos legislativos y en el ejecutivo. Son útiles cuando un partido no ha estado a la altura de su tarea y es preciso aplicar rectificaciones y correctivos, entonces entra otro partido para aplicar soluciones, de la misma forma que cuando una camisa tiene una pequeña mancha, se la coloca en la lavadora y sale como nueva. Pero el problema hoy, es que esa camisa, no tiene sólo una pequeña mancha, sino que está completamente desgastada, con las costuras a punto de romperse, con el paño hecho girones, manchada una y mil veces hasta haber perdido la memoria de su color originario. Así está nuestro actual sistema global. Unas simples elecciones no bastarán para aplicar las medidas urgentes e ineludibles que se precisan.
Desde los orígenes de la democracia en España (1978), los partidos han venido pensando sólo en agendas a cuatro años vista. Ni al poder ni a la oposición les interesa mucho nada que se sitúe más allá de los próximos cuatro años que son, a fin de cuentas, los que van a estar en el poder. En estas circunstancias ¿para qué van a planificar a 8, 12 ó 16 años vista, cuando el país y los propios partidos mayoritarios los dirigirán otras personas y los actuales cuadros bastante tendrán con disfrutar de los pingües beneficios obtenidos –quizás legal, pero siempre ilícitamente- procedentes del tiempo en el que “tocaron poder”?
Las estructuras democráticas tal como han sido concebidos en la actualidad, son eficaces en los tiempos “sin historia”, nunca en los tiempos en los que la historia se acelera y se precipitan las crisis. Éste es uno de ellos. En las actuales circunstancias, la salida a la crisis no puede dejarse en manos de un patán ignorante en economía como ZP que ha elegido a una ministra fashion por el simple hecho de que, al no entender ella tampoco absolutamente nada de economía, no cuestionará las decisiones tomadas desde La Moncloa, decisiones, por supuesto, adoptadas siempre por motivos electoralistas.
3. De los “floreros” a la fuga de los expertos
Lo más triste de la situación actual es que el PSOE, pero más en concreto quien marca el ritmo y quien ha sustituido a la sigla histórica por la suya, ZP, es que las “ministras de cuota”, sin excepción, se han demostrado como el más increíble fiasco de la historia democrática de España y como meros floreros. Si hay alguien que ofende a la dignidad de la mujer, que coloca mujeres en puestos clave, no tanto por su preparación sino como guiño al 50% del electorado, ese es ZP.
Y lo más terrible es que en España existen mujeres suficientemente preparadas y que conocen mucho mejor los problemas reales del país, que los “floreros” colocados por ZP. El problema es que en el entorno ingenuo-felizote, sin la más mínima solvencia intelectual, sin más ambición intelectual que la de atenerse a lo políticamente correcto, nadie, ningún técnico, ni experto, ningún profesional preparado, encaja. Más bien ocurre lo contrario: cuando un presidente se cree capacitado para exponer en materia de energía nuclear su opinión, a despecho de la de los técnicos, éstos prefieren alejarse y el entorno del presidente ZP queda vacío de opiniones autorizadas y relleno sólo con ministras que no conocen nada de defensa, de transportes y comunicaciones, de sanidad, de cultura o de economía… O simplemente por tontas de baba al estilo de la Aído cuya presencia en el gobierno, califica por sí mismo, el entorno del zapaterismo.
4. De esta no se sale con otra convocatoria electoral…
Los dos grandes partidos, los únicos que con el sistema de listas cerradas y bloqueadas, pueden gobernar el país, se parecen demasiado como para que las políticas aplicables de uno a otro se diferencien excesivamente. Donde unos dicen Malesa, Filesa y Time Export, los otros dicen Operación Gürtel; donde unos proponen como necesaria la entrada de Turquía en la UE, los otros opinan justamente lo mismo; donde unos entreabrieron las puertas a la inmigración, los otros las abrieron completamente; allí en donde unos desde el poder conceden dinero público a los sectores que han generado la crisis (banca y construcción), los otros protestan en realidad por no haber podido ser ellos quienes apliquen esas medidas. Unos se oponen a los otros cuando no son poder, pero cuando acceder al poder hacen justamente lo mismo que lo que criticaban… Y todo ello, siempre, eternamente, con una agenda a cuatro años vista. Nunca a más. Y esta crisis precisa planificación a largo y medio plazo. Si no hay este tipo de planificación, no habrá salida posible, ni dentro de dos, ni dentro de seis años, aunque Zapatero haya pasado al basurero de la historia.
Los problemas de nuestra civilización y de nuestro momento histórico son excesivos como para que pueda salirse de ellos sin un proceso de concentración del poder, de poder ejercido por técnicos y expertos de indudable capacitación profesional, pero también de entrega, responsabilidad y patriotismo, que actúen por encima de los intereses partidistas de los gobiernos.
Hace unos años nadie en España planteaba la cuestión de la cadena perpetua. Nuestra constitución la había proscrito. Ahora, la cadena perpetua es una exigencia unánime de la sociedad y ya muchos empezamos a pensar si no sería cuestión también, a la vista de cómo están las cosas, de restablecer la pena de muerte para delitos de gravedad excepcional, actos de traición y corrupción, acción de las mafias de la droga y delitos de terrorismo con derramamiento de sangre.
De seguir así, en pocos años, muchos empezarán a sostener la necesidad de paredones improvisados y juicios sumarísimos.
5. El papel de la monarquía en esta España en crisis
Es lo normal de las crisis: después de años de una lenta degradación, a medida que se profundiza en ella, la velocidad de caída va acelerándose hasta alcanzar una curva asindótica negativa. Y de esta solamente se sale a través de lo que hemos definido como una “pasada autoritaria”: esto es, de un período en el cual la población renuncie voluntariamente a elegir a un gobierno cada cuatro años, para aceptar que el poder esté gestionado por técnicos y expertos y nunca más por amateurs, aficionados, ministras de cuota o gobiernos de telegenia, marketing y buen rollito…
La constitución de 1978 atribuyó a la monarquía un papel de representación alejado de cualquier poder real. Era el tributo que la oposición democrática pagó al franquismo sociológico: un rey para evitar que la izquierda pudiera alardear de “ruptura”, pero un rey sin poder. ¿Y para qué sirve un rey sin poder? Las alocuciones de fin de año son un pobre capítulo de buenas intenciones ofrecido regularmente cada navidad, pero sin valor real. Por lo demás, Juan Carlos I tampoco tiene excesivo interés en nada más que sea mantener la corona y cederla a su hijo primogénito en herencia. El resto, no parece interesarle mucho. Un plotter sanciona las leyes aprobadas por el parlamento. Esos son todos sus poderes.
Una monarquía así concebida es una monarquía inútil. Y lo que es peor, resta la posibilidad de que existe un “poder” central situado por encima de los partidos que tenga voluntad de ejercer sus prerrogativas. La existencia de ese poder sería el que en las actuales circunstancias tuviera capacidad para recusar a ZP como presidente del gobierno. Si la sigla PSOE ha obtenido una mayoría que gobierno el PSOE… pero no el incapaz que está al frente del PSOE. Y si la gestión del gobierno sigue sin ser eficaz, tiene que haber un poder superior que obligue a la convocatoria de nuevas elecciones.
6. De la monarquía inútil a la República Presidencial
Sí, estamos defendiendo que España se transforme –lo antes posible- en una República presidencial. El añadido “presidencial” es importante. No se trata de tener un presidente sin capacidad para el ejercicio real del poder, sino de un presidente que esté por encima de la lucha de los partidos y de sus mezquindades y tenga prerrogativas de ejercicio de poder real.
Hasta ahora siempre habíamos defendido que la dicotomía monarquía-república era un tema secundario que afectaba poco a la población y ante el que la inmensa mayoría de los ciudadanos parecía completamente indiferente, por tanto, no valía la pena “tocarlo” como elemento de agitación política. Sin embargo la profundidad de la crisis nos ha inducido a cambiar de criterio: una monarquía que carece de poder y que es solamente una cáscara sin vida, no tiene ya sentido. Diferente hubiera sido que la monarquía reivindicara en algún momento prerrogativas, que tomara la iniciativa ante según qué problemas (la larga agonía del felipismo duró cinco años y ZP logró el poder en 2004 sobre 192 muertos y en 2008 sobre la gran mentira de la inexistencia de la crisis), que vetara decisiones que lesionaban visiblemente a la sociedad, que hiciera constantes declaraciones públicas y que utilizara sus prerrogativas constitucionales para inducir cambios en la línea política de los gobiernos. Esa monarquía se hubiera ganado el jornal y el respeto de la población, más allá de la prensa del colorín, de las bodas y los bautizos convertidos en única actividad pública de una institución ya caducada. No queremos un presidente del gobierno con las mismas atribuciones y cuyo único aliciente sea su cambio de cara cada cinco años.
7. El problema de fondo: Autoridad para establecer un Orden
La situación actual es de tal gravedad que es preciso recuperar la idea de un Poder capaz por sí mismo de generar Orden, a la vista de que tenemos un simulacro de poder incapaz de sacarnos del caos.
No es hora de plantear si república o monarquía, sino de proponer una República Presidencial con un presidente elegido democráticamente y situado por encima de los partidos políticos y dotado de poderes reales de veto, disolución de las cámaras y elección de jefe de gobierno. A eso le llamamos un “poder real”, frente a la ausencia de poder y a la sumisión a las necesidades marketing de los gobiernos.
¿Bastaría una República Presidencial para sacarnos de la crisis? Sería necesario, pero no suficiente. Los períodos de reconstrucción (y aquí es todo un mundo el que hay que reconstruir: la noción de poder, la vertebración del Estado, la estructura económica de España, su encaje con la UE, la transmisión de valores, el sistema educativo, el desenganche con la globalización) requieren de una palabra: planificación. Nunca como hoy se ha precisado alejarse tanto de la economía neo-liberal que proscribe cualquier forma de planificación e intervención del Estado.
De hecho, los años de la globalización han arrinconado al Estado. Éste ha debido ceder parte de sus competencias en materia económica a organismos internacionales y ve limitado su margen de actuación por múltiples estructuras supranacionales y acuerdos suscritos con otros países. Estamos en un momento en el que el Estado-Nación todavía no ha desaparecido, pero ha entregado parte de sus atribuciones a estructuras supranacionales. A fin de cuentas, eso es la globalización. Pero el proceso todavía no es imparable. El Estado-Nación sigue teniendo atributos, recursos, estructuras de poder que puede utilizar a condición de tener voluntad política. Se trata, simplemente, de ejercer esa voluntad. Y en ocasiones de ejercerla brutalmente, pues muy frecuentemente, cuando los cánceres hacen metástasis, no queda más remedio que aplicar el bisturí o lo que se llama “procedimientos agresivos” si de lo que se trata es de recuperar la normalidad.
No creemos que la sustitución de un régimen monárquico huérfano de poderes reales por un régimen republicano presidencialista bastara sólo para regenerar el país. Hace falta algo más: un giro radical en las orientaciones políticas, económicas, sociales y culturales de un país. Y hay que llamar a las cosas por su nombre: un mínimo concepto de Orden no puede reconstruirse sin que le acompañe de cerca el concepto de Autoridad. Cuanto mayor sea la Autoridad, mayor será la estabilidad del Orden constituido. Y quien dice autoridad, dice aceptación de la responsabilidad que implica el ejercicio del poder: sin miedos, sin más limitaciones que el bien público, las necesidades del momento y una ética y una moral rigurosa. ¿La ley es una limitación al poder? Claro que lo es… en situaciones normales. En situaciones de crisis generalizada, la ley va muy por detrás de las necesidades de la población, por tanto no es la referencia suprema. Lao-Tsé lo tuvo muy claro en el siglo VI antes de JC cuando escribió: “La justicia es como el timón, hacia donde se le da, gira”. El timón es importante, pero la voluntad del timonel y su pericia para llegar a puerto, lo son todavía más.
© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com