sábado, 16 de octubre de 2010

La Navidad Solar: la fiesta del retorno del Sol Invencible

Infokrisis.- Algunas leyendas y tradiciones sobre el origen de los pueblos indo-europeos aluden a un "centro polar", situado en el Norte, "más allá de la más lejana medianoche", que era su lugar de residencia. Un día "cuando el cielo cambió", aquellas tierras vieron como progresaba el frío y los lugares, antaño paradisíacos, se convertían en inhabitables. Puede comprenderse que para estos pueblos "la experiencia del Sol" (que para ellos era calor y vida), les marcara profundamente. A lo largo del otoño el sol se ha ido alejándo, casi muriendo. El punto más bajo se sitúa justo en el solsticio de invierno. Pero a partir de ese instante el sol renovado, adquirirà nueva vida. Las fiestas invernales están marcadas por la tristeza inicial por la muerte del sol, pero por la seguridad inquebrantable de su renacimiento el 25: "Dies natalis solis invictus", el "día del nacimiento del Sol invencible".

EQUINOCCIOS Y SOLSTICIOS


Tradicionalmente los equinoccios están relacionados con el mundo terrestre y con sus variaciones; los solsticios, por el contrario, aluden al mundo sideral. De ahí que los pueblos antiguos representasen los solsticios mediante una línea vertical, que indicaría ascenso y descenso, y los equinoccios con un trazo horizontal, representación del mundo terrenal.

Esta dualidad se traduce en las concepciones religiosas de los pueblos. Los que hacen de los solsticios el eje de su identidad religiosa, adoptarán cultos de tipo solar; mientras que los otros se referirán a cultos telúricos y ginecocráticos, o si se quiere, a cultos lunares.

Con frecuencia, ambas concepciones se interfieren como producto de las migraciones de los pueblos, de sus mezclas y de los inevitables sincretismos. Así, por ejemplo, Apolo, concebido como el Sol en sí, inmóvil y soberano (traído a Grecia por Aqueos y Dorios, indo-arios), sufre la adulteración de los pueblos equinocciales de la Grecia Antigua (los pueblos pre-arios, minoicos y cretentes, adoradores de diosas femeninas), transformándose en Helios, representación del sol sometido a la ley de ascenso y descenso, que cada noche se refugia en la madre tierra donde cobra nuevos bríos para ascender al día siguiente.

Hay que incluir los cultos y temas equinocciales entre los de la Gran Madre, cultos relacionados con la floración de la tierra, con lo caótico y desordenado de los bosques, es decir, con todo lo relativo al reino vegetal. En el año corresponden a la Primavera. Los temas solsticiales marcan los grandes hitos del Sol: el punto más alejado y el más cercano a la Tierra, solsticio de Invierno y de Verano, respectivamente.

EL INVIERNO PARA EL MUNDO TRADICIONAL

Las viejas tradiciones indo-europeas aluden a una sede situada en el Norte -Hiperbórea- que era su lugar de origen y residencia durante una mítica Edad de Oro, en el principio de los tiempos. Una serie de catástrofes naturales forzaron migraciones hacia el sur, en el curso de las cuales estos pueblos conservaron la memoria de su pasado. Buscando el calor del sol y días más largos, descendieron hacia el sur.

En una segunda fase de descenso -Edad de Plata- se establecieron en una isla a la que llamaron Thule. En pos de esta sede partió Phiteas "el Masaliota"; pretendió haber llegado allí, si bien es posible que confudiera Thule con las islas Casitérites, Islandia o probablemente Groenlandia.

Nuevas catástrofes y migraciones llevaron a estos pueblos más al sur y en un ciclo siguiente de descenso se establecieron en la Atlántida, en lugares hoy ocupados por las aguas oceánicas. El relato platónico es suficientemente conocido como para que nos extendamos.

Todo esto no precisa demostración científica o huellas arqueológicas "positivas", se trata de tradiciones; "tradición" implica transmisión, oral y directa, por tanto, un cierto contenido de verdad, que aunque deformado indicaría, como mínimo, la psicología profunda de los pueblos indo-europeos sobre los que se vehiculizó esta mitología.

La dureza del clima nórdico-polar, el dramatismo de unas migraciones realizadas en condiciones precarias, imprimió un carácter particular producto de la experiencia existencial de estos pueblos marcada, sin duda, por la búsqueda y persecución del Sol, desde el Norte originario hacia el Sur. No es de extrañar que para ellos el Sol se elevara a la categoría de divinidad y que sus líderes y soberanos adquirieran connotaciones solares: inmovilidad, serenidad, altitud, distanciamiento, quietud, poder, fuerza, vigor, centralidad, irradiación, teurgia (el sol tuvo un cierto poder terapeutico antes que la destrucción de la capa de ozono lo convirtiera en mortal), etc.

A la vista de todo esto, es lógico que las fiestas que colocan al sol en el centro de su temática, tengan gran arraigo y predicamento en los descendientes de estos pueblos originarios más que primitivos. Las festividades del invierno tienen por ello un carácter ambivalente: son, por un lado, fiestas en el que el recuerdo de los muertos tuvo gran importancia, sobre todo en sus primeras semanas; pero también son fiestas de resurrección y promesa de vida. De ahí la alegría generalizada con que se abordaban en un tiempo en el que los escaparates del consumo no existían y todo lo que se regalaba o con lo que se decoraba el hogar era fabricado por las propias manos de quien lo entregaba.

EL GRAN CICLO DE 12 DIAS

Del 25 de diciembre al 6 de enero, tiene lugar el ciclo festivo más atractivo de todo el año. La naturaleza que ha ido muriendo a lo largo del otoño, llega a un período de inflexión. El sol, dador de vida, detiene su alejamiento de la tierra y si antes parecía como si quisiera salirse de la elíptica y desaparecer, ahora, a partir del 25 de diciembre, inicia su lenta aproximación a la tierra. Esto hace del invierno una estación rigurosa en cuanto a las inclemencias climáticas, pero llena de alegría: es la promesa de una renovación.

Este ciclo festivo puede ser considerado como la fiesta del Eterno Retorno del Sol, de su renacimiento (navidad) y de la regeneración del tiempo (primero de año).

Fiesta familiar una (la Navidad/Solsticio), fiesta mundana otra (primero de año, fiesta de Jano), fiesta, finalmente, para los niños la última (Epifanía), cada carácter y cada edad encuentran su momento ideal en estas fechas.

El hecho de que se trase de un ciclo de doce días, indica su relación con las costumbres y los pueblos indo-europeos, para los cuales el número doce era sagrado y se repetía en distintos motivos simbólicos. Su relación con el Sol no puede ser solo considerada como una mera muestra de "naturalismo", es fundamentalmente, la evidencia de una concepción del mundo y de una tradición nórdico-polar. El hecho de que el ciclo festivo haya sido cristianizado no resta importancia a este simbolismo, tan solo lo cubre de connotaciones propias de la religión dominante. Pero llámese Cristo o Mitra, la celebración del día de su nacimiento coincide con la ruta en la que el sol se encuentra en el punto más bajo de la elíptica.

Durante miles de años, nuestros antepasados indo-europeos han celebrado esta fiesta y a lo largo de las culturas dominantes en cada ciclo, ha permanecido inamovible y nada ni nadie ha logrado desarraigarla de la memoria colectiva de nuestros pueblos. Como máximo se ha adaptado y en las últimas décadas adulterado.

Aquí radica la importancia de este ciclo de 12 días: pone en contacto el pasado con el presente y es una promesa de futuro. Lo que han hecho cientos de generaciones en el decurso de milenios, es una "tradición", un patrimonio ancestral, lo que une a los hombres del presente con su pasado más remoto; las fiestas y celebraciones de este ciclo muestran a los hombres de hoy, cuales eran los principios y la concepción del mundo de sus ancestros. Tal es uno de los sentidos, hoy perdido, que convendría recuperar.

Otro pueblo indo-europeo, los germanos, conservó para esas fechas unos contenidos análogos. Cuando se acercaban las fiestas solsticiales, los germanos enviaban mensajeros a lo alto de las montañas para que anunciaran el próximo retorno del sol. Este se producía en la noche del solsticio; entonces, grandes hogueras eran encendidas en homenaje y los clanes celebraban sus ágapes.

Para los germanos -y por extensión para los pueblos nórdicos-  el "solsticio de invierno" y las fiestas que seguían eran un remedo del Raknarök, el "crepúsculo de los dioses". Liberado, el lobo Fenrir -símbolo de las fuerzas caóticas y tempestuosas- rompe sus cadenas y devora los cielos y la tierra; el sol mismo es tragado por la fiera. Pero en el final del relato del Edda, el sol es reemplazado por su hija, gracias a la gesta del dios Vidarr, llamado el "As silencioso". En el universo romano, Angerona, diosa del solsticio, representada en actitud de demandar silencio, y con la boca vendada, es el equivalente; la conclusión es simple, hubo un tiempo en el que el ciclo de Navidad de celebraba en recogimiento y silencio...

Los hindúes celebraban en esas fechas el "deva-yana", fiesta de la vía de los dioses, en oposición a la fiesta de "pitri-yana", vía de los antepasados, que tenía lugar en el solsticio de verano. En la celebración de esta última fiesta adquiría gran importancia el fuego. Era en el fuego en donde se creía que residía el espíritu de los antepasados, que una vez muertos, pasaban a ser dioses tutelares del hogar; este mismo culto se transmite a Roma en los altares domésticos destinados a los dioses lares.

En el transcurso de los siglos, con la dispersión de los pueblos indo-europeos y sus mezclas, se alteraron parte de estos significados: en la Europa del sur desaparecieron las hogueras del solsticio de invierno, que, sin embargo, se conservaron en el Norte; mientras, en el solsticio de verano, algunas publaciones del sur, siguen realizando hogueras análogas. Pero siempre, en todos ellos, es posible reconocer la importancia que el eje solsticial -es decir, solar- tuvo para ellos.

JANO: LA RENOVACION DEL TIEMPO

Uno de los dioses menos conocidos y más populares del panteón romano era Jano. Dios de las puertas y de los caminos, dios de la guerra y de la paz, del principio y del final, era un dios bifronte (en ocasiones cuatrifonte) uno de cuyos rostros miraba hacia una dirección y el otro hacia la opuesta. Su culto había sido instalado por Rómulo, fundador mítico de Roma, y tiene su paralelo en otros dioses indoeuropeos, Vâyn y Heimdal, por ejemplo. San Pedro, asociado, como Jano, a las llaves y "portero" de los Cielos, es su equivalente cristianizado. Las puertas del templo de Jano en Roma se abrían cada vez que había guerra y se cerraban con la paz.

Su importancia hizo que el primer mes del año tuviera su nombre: Janus, Januariis, mes de Jano, del que deriva Enero. Roma entera brindaba en honor del dios en la fiesta que le era consagrada: el agonium. Las libaciones y los pasteles (llamados "ianuales") querían representar el deseo de buenos augurios.

Su fiesta se celebraba el día 1 de enero, momento en el que el tiempo quedaba renovado con el nacimiento de un año nuevo. El templo de Jano era cuadrado y tenía su antítesis en el culto a Vesta, cuyo templo era redondo. El uno era el tiempo de los hombres, el otro el de los dioses, el uno, en su trazado cuadrado, indicaba que todo lo humano tiene un principio, un crecimiento, un declive y una muerte; el otro, el de Vesta, con su fuego sagrada ardiendo en el centro, aludía a un mundo de esencias eternas e intangibles, sin principio, ni final, el mundo de lo trascendente.

Jano preside el año: situado justo en el centro del ciclo de 12 días, entre Navidad y Eepifanía, era un jalón intermedio entre una y otra fiesta.

LA ESTRELLA DE LOS MAGOS

La fecha lúdica siguiente es la Epifanía, una fiesta que también hunde sus raíces en el pasado más remoto y misterioso. Las primeras huellas de una festividad equivalente pueden encontrarse en el Egipto faraónico, para la que la fecha del 11 tybi (6 de enero) era el día de la "manifestación del nuevo sol". Epifanía, precisamente, quiere decir "manifestación".

En los Evangelios el papel de los Reyes Magos está muy difuminado y hace falta recurrir a una interpretación esotérica para advertir su significado. Para René Guenon la figura de los tres reyes magos, "venidos de oriente", son la actualización de Meltkisedec, mítico rey de Salem, "señor de paz y justicia", a la vez rey, sacerdote y profeta, un equivalente hebreo a la tradición universal del Rey del Mundo.

El Evangelio -siempre siguiendo a René Guenon- ha dividido la función de Meltkisedec en tres personajes, a la vez regios, que ofrecen a Jesús recién nacido, oro, incienso y mirra, símbolos de la realeza, el sacerdocio y la profecía. Tales ofrendas serían un reconocimiento del "Rey del Mundo", al papel papel divino de Jesús.

Pero también podemos recurrir a la tradición hermética y a la alquimia para intuir la importancia y el significado de la Epifanía. Se sabe por tradición que los Reyes Magos, llegaron hasta el portal de Belén, siguiendo las huellas de una estrella "de Oriente". Pues bien, uno de los minerales utilizados por los alquimistas sus laboratorios era el sulfuro de antimonio que tiene la particularidad de, una fez fundido, contraer su superficie en la lingotera, dando origen en su centro a una estrella de seis puntas, que los alquimistas consideraban "la signatura con que el Divino había marcado a la materia prima de la obra filosofal".

Esto, lejos de ser un apunte erudito, contribuye a redondear la figura de los "Reyes Magos". En realidad, los partidarios de la alquimia, sitúan a esta ciencia por encima de cualquier otra técnica tradicional, en tanto que la realización de la obra hermética daría acceso a los tres poderes que caracterizaban a Hermes Trimegisto (= el tres veces grande), el de la realeza, el sacerdocio y la profecía.

La interrelación entre Reyes Magos y alquimia viene favorecido, además, por los colores de cada uno de ellos: blanco, rubio-dorado y negro, alusión apenas disimuladas a las tres fases de la obra hermética: la obra al blanco o "albedo", la obra al negro o "nigredo" y la obra al rojo o "rubedo".

Pero también hay que ver en la fiesta de la Epifanía un momento de exaltación caballaresca, frecuentemente incorporado a los ciclos heroicos medievales. El rey pescador, el mítico Preste Juan, rey de un país remoto, rey y sacerdote a la vez, sería un avatar de los Reyes Magos. Juan de Hildesheim llega incluso a decir que era su heredero.

Fue el "Buen Barbarroja", Federico I Hohenstauffen, quien renovó el culto a los Reyes Magos trayendo lo que consideraba sus restos a Colonia. Esto ocurría en el siglo XIII y la dió origen a la "fiesta de los locos". En medio del jolgorio general, cada ciudad elegía un "rey de los locos"; pero en el siglo XIV, la fiesta, que entroncaba con celebraciones mistéricas y paganas, fue prohibida por la Iglesia y su simbolismo pasó al carnaval.

EL CARNAVAL O EL OCASO DEL INVIERNO

Dentro de unas semanas, cuando aun no estamos recuperados de las celebraciones de Navidad, una nueva festividad nos invade de alegría y nos vuelve proclives a los excesos de todo tipo. El carnal o carnes-toltas (carnes tolendas = carnes calientes), a principios de febrero, supone un desencadenamiento orgiástico y tempestuoso de impulsos telúricos y caóticos.

Su función dentro de la humanidad tradicional era educativa a la par que festiva. Invirtiendo las polaridades, al menos un día al año, cada uno contemplaba lo ridículo y absurdo de querer ocupar un puesto que no era el suyo. La humanidad tradicional percibía un orden en lo cotidiano; el contraste con esa idea de orden era el carnaval, manifestación anual del caos. Y de la misma forma que se sabe lo que es la oscuridad al compararla con la luz, se tiene más presente la idea de Orden si existe una referencia de su opuesto, el Caos. Tal es el sentido del Carnaval, cuya celebración marca el ocaso del invierno.

Como hemos dicho, la "fiesta de los locos" se trasladó de la Epifanía a la actual del Carnes-tolendas; ese mismo período de tiempo era ocupado en la antigua Roma por otra fiesta equivalente, instituida por Rómulo y Remo en honor del dios Fauno (Pan). El 21 de febrero los jóvenes recorrían las calles de Roma, completamente desnudos y con látigos en la mano, golpeando a quien encontraban por el camino. Tal rito estaba reputado de garantizar al fertilidad y por ello, suponía un anticipo de lo que implicaría la primavera.

Al acabar estas fiestas se iniciaba un período de "purificación" que daba nombre al mes: febrero, en efecto, deriva de febraurius y febrerum, palabras relacionadas con el verbo febraure, purificar.

El mes se iniciaba con la fiesta de la Candelaria, fiesta, por excelencia de la luz. Instituida por el paganismo, fue recuperada por Gelasio I y convertida en la Purificación de la Virgen. Tanto en uno como en otro sistema, el rito central, lo constituía la bendición de candelas.

Es evidente que en Febrero se empieza a notar fehacientemente la prolongación de la presencia del Sol. Griegos y romanos, hacían de esta fecha un día de culto a Ceres (raíz "ker" = crecimiento) y en su honor iluminaban profusamente las calles. Ceres, apelaba a la luz, buscando a Proserpina, su hija secuestrada por Plutón. En otros pueblos esta festividad estaba igualmente presente: era el Imbolc de los celtas y el Imbolg de los germanos, la fiesta del agua lustral.

DE LA TRADICION AL CONSUMO

El 25 de marzo puede considerarse clausurado el ciclo invernal y sustituido por el imperio de la primavera. En esa fecha, nueve meses antes de la Navidad, tiene lugar la fiesta de la Anunciación, reconversión de la antigua fiesta de Cibeles, diosa agraria por excelencia.

Es inútil hacerse ilusiones sobre la posibilidad de recuperación del antigua sentido que tuvieron todas estas fiestas. El hombre tradicional sacralizaba el año, el hombre moderna sacraliza el consumo. No puede concebirse todo este ciclo invernal, con todos sus jalones festivos, sin alcanzar unas determinadas cotas de consumo. Más es el consumo, mayor debe ser -según esta lógica economicista- la felicidad del hogar.

En un mundo de productores alienados y de consumidores integrados no era posible otra realidad más que la del consumo frenético. Sin embargo, conocer el sentido de las fiestas puede suponer un punto de apoyo, para quien quiera zafarse de la tiranía del consumo obligatorio y al mismo tiempo dotarse él, su familia y sus allegados, de una concepción del mundo tradicional que hoy es susceptible de ser recuperada; es más, que es la única alternativa posible al economicismo y al hedonismo contemporáneo.     Descubrir el sentido de las fiestas de invierno, supone integrarse y conocer el entorno de la naturaleza (telúrica y solar) sobre cuyo trasfondo discurre el devenir de la vida humana. Los mitos y las leyendas de la navidad, el jolgorio de las fiestas de Jano y de Carnaval, la Epifanía, la fiesta de la Luz, la Candelaria, todas ellas son excusas para recuperar un pasado que fue nuestro, que perteneció a nuestros precursores y que nosotros tenemos la obligación de purificar (uno de los ejes del invierno es la idea de "purifación") de los excesos consumistas y hedonistas de este momento histórico que nos ha tocado sufrir.

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es – htpp//infokrisis.blogia.com